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La entrada del concierto que te acabas de comprar es para verano de 2022, ¿lo tienes claro?
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La entrada del concierto que te acabas de comprar es para verano de 2022, ¿lo tienes claro?

¿Tienes ya tu ticket del Mad Cool o del Tomavistas o de Vetusta Morla? Estás desafiando al futuro

Foto: Juan Pedro Martín Pucho, de Vetusta Morla, durante su actuación en el Low Festival de Benidorm, en 2019 (EFE)
Juan Pedro Martín Pucho, de Vetusta Morla, durante su actuación en el Low Festival de Benidorm, en 2019 (EFE)

Entre la enternecedora ingenuidad y una inquebrantable fe en el futuro se sitúa el acto de comprar hoy una entrada para un concierto o festival para el que falta un año. Que sí, que siempre la puedes revender o regalar, pero en todo caso. Con la que está cayendo, con el siglo XXI que llevamos, tener claro que dentro de un año vas a estar en un concierto, en cualquier parte realmente, es digno de aplauso. Porque tú tienes ya la entrada del Mad Cool o del Tomavistas o de Vetusta Morla en el bolsillo o en la inteligencia del móvil, gracias a eso, ya hay un mañana. Estás desafiando al futuro, le estás diciendo a la vida: SÍ. Tu convencimiento de que, además, vas a estar codo con codo con miles de personas, consigue que te crea. Yo —juro que no hay ironía en mis palabras—, yo te admiro. Tu fe da cuerda al mundo.

Porque no son solo los imponderables sanitarios, económicos, laborales, familiares. No son solo los confinamientos que queden por delante. Si eres el/la espectador/a, en un año te da tiempo a que te deje de gustar tu grupo favorito, o a que este lo deje y se vaya al pueblo porque ya para qué, a que se le vaya el guitarrista —al que en el fondo le gustaba otra música distinta al resto de la banda— o a que echen al batería, siempre empeñado en colar un tema suyo en el repertorio. Dentro de un año, ¿te dirán lo mismo esas canciones, tendrán el mismo sentido para ti, o ya estarás en otra historia? Por verlo desde otro punto más positivo, te va a dar tiempo a saberte tan bien las canciones que el cantante va a poder girar el micro hacia ti porque ya no va a necesitar cantarlas, solo acompañarte un poco. También tú podrías aprender a tocar el piano o la guitarra desde cero y sacar los acordes en estos doce meses. Te da tiempo a hacerte músico (ahora sí hay ironía). A montar el grupo tributo de ese que vas a ver (más ironía).

Dentro de un año, ¿te dirán lo mismo esas canciones, tendrán el mismo sentido para ti, o ya estarás en otra historia?

Si eres el/la músico/a, en un año te da tiempo a preparar el concierto de tu vida, a preparar cada microgesto del concierto, a saberte muy bien no ya el repertorio, sino a ensayar hasta la saciedad delante del espejo lo que vas a decir antes de cada tema. Vas a llegar a ese concierto con todo tan estudiado que nada va a fallar: lo vas a hacer incluso demasiado bien, como cuando los discos se grababan a lo largo de años y luego descubrimos que mejor un buen deadline. A esa canción que llevas tanto tiempo tocando en casa, ¿no se le ha pasado el momento? Ese tema que escribiste sobre el patriarcado, el Black Lives Matters y el estar encerrado en casa, ¿seguirá de moda? ¿Querrás tocarlo? Igual puedes esperar un año e improvisar: juégatela en el concierto, ve en blanco, a ver qué sale. Lo único que necesitas hasta ese día es sobrevivir. Si estás vendiendo entradas para un estadio la cosa cambia porque, aparte de un concierto a largo plazo, tienes un capital a plazo fijo; ¿tú sabes qué intereses produce todo ese dinero junto? Ahí hay un tema para los financieros de la música, que son los que saben si hay que hacer ese concierto o ese festival o si mejor no intentarlo. Músico/a: puedes estudiar un cursillo de economía en Domestika y plantearte la revolucionaria idea de montar tu propia tiquetera: el big data es tuyo, alguien se está comiendo tu queso.

placeholder Asistentes al último Mad Cool celebrado en Madrid en 2019 (EFE)
Asistentes al último Mad Cool celebrado en Madrid en 2019 (EFE)

Unos y otros, ¿qué música escucharemos? ¿Qué nueva variante, qué cepa habrá mutado del urbano autotúnico o del rock manso? ¿Qué habrá vuelto? ¿De qué será el revival en 2022? ¿Qué reivindicaremos y de qué nos habremos hartado? ¿Qué aniversario nos conmoverá? Cuando salgamos de esta, ¿escucharemos mejor música porque estará muy ensayada, o será peor porque los músicos habrán debido dedicarse a otros trabajos, y esos conciertos cuyas entradas se vendieron en 2021 serán solo una promesa del año pasado que hay que cumplir?

Acto de fe

En serio: todo puede cambiar. En un año, al lugar del concierto o del festival le puede entrar aluminosis, esa enfermedad urbanística tan noventas que de vez en cuando aqueja a un edificio enfermo —le pasó al estadio Calderón, como demasiado bien lo saben los del Aleti—, y entonces alguien con un puro en la boca llega y lo derriba y lo reemplaza por otro igual pero con videotelefonillo y un ascensor que habla.

Pero vuelvo a lo de antes: qué importante esa esperanza. Alguien promete que va a tocar de aquí a un año y, como pasa en las novelas y en el teatro, la realidad queda en suspenso y lo que hay es pacto ficcional, acuerdo de verosimilitud. Un arreglo no escrito en virtud del cual estás dispuesto a aceptar lo que te cuentan como verdadero. Fíjate si te voy a creer que aquí están mis entradas. Sobre eso se sostiene la vida.

Deberíamos creer aún más en este pacto. Deberían venderse —y nosotros comprarlas— entradas en blanco, y echar así una mano no solo a los músicos sino a las salas: llevarte una entrada aleatoriamente para ver un concierto que alguien da en cualquier parte. Incluso (y sobre todo) en locales que lo están pasando mal porque a ver cómo aguantan si esto no mejora después de verano y si Iceta no se porta. Juégatela: compra una entrada para lo que haya en El Sol en 10 de mayo o La Iguana de Vigo el 20 de enero o la Apolo de Barcelona el 18 de marzo o la Capitol en Santiago el 25 de octubre. Compra anticipadamente. Siempre puedes revender la entrada. O regalarla.

Entre la enternecedora ingenuidad y una inquebrantable fe en el futuro se sitúa el acto de comprar hoy una entrada para un concierto o festival para el que falta un año. Que sí, que siempre la puedes revender o regalar, pero en todo caso. Con la que está cayendo, con el siglo XXI que llevamos, tener claro que dentro de un año vas a estar en un concierto, en cualquier parte realmente, es digno de aplauso. Porque tú tienes ya la entrada del Mad Cool o del Tomavistas o de Vetusta Morla en el bolsillo o en la inteligencia del móvil, gracias a eso, ya hay un mañana. Estás desafiando al futuro, le estás diciendo a la vida: SÍ. Tu convencimiento de que, además, vas a estar codo con codo con miles de personas, consigue que te crea. Yo —juro que no hay ironía en mis palabras—, yo te admiro. Tu fe da cuerda al mundo.