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El cardenal disidente de la Guerra civil: "No es una cruzada, es una locura"
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El cardenal disidente de la Guerra civil: "No es una cruzada, es una locura"

En 1936 el apoyo de la iglesia a los sublevados contra la II República fue unánime con sola una excepción: el purpurado catalán Vidal i Barraquer

Foto: El cardenal Gomá, Millán Astray y otras sublevados celebran en Salamanca la toma de Tarragona por las tropas de Franco en la guerra civil.
El cardenal Gomá, Millán Astray y otras sublevados celebran en Salamanca la toma de Tarragona por las tropas de Franco en la guerra civil.

En un tiempo no tan distante, las encíclicas de los pontífices de la Iglesia Católica tenían un firme valor para comprender cómo esta institución intentaba adaptarse a los cambios seculares. Las del papado de León XIII, vicario de Cristo entre 1878 y 1903, tienen otra catadura por su contexto histórico. La Santa Sede había sufrido un verdadero giro copernicano por la pérdida de su poder territorial tras la unificación italiana. Pío IX, quizá el último sumo pontífice con atributos antiguos, había recrudecido sus posturas, nada infalibles. La sucesión conllevó otra apuesta por entender las transformaciones de una época siempre más acelerada. Fruto de ello llegaron Cartas como la célebre 'Rerum novarum', donde León XIII se declaraba partidario de la asociación de obreros mediante sindicatos, no sin defender la propiedad privada.

Más o menos por estas fechas dos jóvenes tarraconenses perfilaban poco a poco sus respectivas carreras. Francesc d’Assís Vidal i Barraquer nació en Cambrils el 3 de octubre de 1868. Desde su más tierna infancia manifestó una auténtica vocación religiosa, truncada por el padre, fallecido en 1881, a quién prometió realizar estudios civiles antes de dedicarse a los eclesiásticos. Se licenció en Derecho por la Universidad de Barcelona en 1886 y casi una década más tarde ingresó en el Seminario de la Ciudad Condal, donde permaneció hasta ser reclamado por el arzobispo de Tarragona para proseguir su aprendizaje en la Universidad Pontificia, terminándolo en 1898, añadiéndole en 1900 el broche definitivo con la lectura de su tesis doctoral en Madrid.

placeholder Vidal-i-Barraquer, Maciá y el obispo Irurita
Vidal-i-Barraquer, Maciá y el obispo Irurita

En la vieja Tarraco coincidió con un hombre bien distinto a su persona. Según Carles Cardó, Vidal i Barraquer tenía bondad de asceta, inteligencia normal, cultura deficiente y gran intuición para abordar los problemas de los feligreses, la gente de a pie. Por su parte Isidre Gomà (La Riba, 1869- Toledo, 1940), su antípoda, se estructuraba a la germánica, tanto por sus atributos físicos como intelectuales, condicionados por su gusto por la pompa, distante del pueblo y sus preocupaciones, una sentencia polémica dado su interés durante décadas en la difusión del Nuevo Testamento.

Para Cardó, promotor del cristianismo social, la brecha entre ambas futuras figuras surgió cuando Gomà fue reemplazado en 1908 como rector del Seminario Pontificio tarraconense, cargo que ostentaba desde 1899. Las malas lenguas atribuyeron a Vidal i Barraquer el relevo, impopular para muchos ante el bajo nivel de los sucesores. De este modo se formaron dos grupos en la diócesis, metáfora ignorada de la venidera suerte de España.

Un falso cardenal separatista

Vidal i Barraquer fue ungido cardenal en 1921. Tras oficiar la misa en latín, habló a las autoridades en castellano y se dirigió a la ciudadanía en catalán. Este hecho entraba en la lógica conciliar de Trento, pero dado el vuelco de la situación política a principios de siglo XX constituyó para muchos una prueba de heterodoxia más bien poco deseada. Desde el último tercio del Ochocientos, cuando desarrolló el camino hacia su madurez, el catalanismo había impregnado la vida cívica del Principado. En 1901 esto se plasmó en la fundación de la Lliga Regionalista, partido conservador, defensor de los intereses empresariales, de talante accidentalista, clave para conseguir la Mancomunitat de 1914 y partícipe en los gobiernos de unidad nacional durante los últimos años de la Restauración, cuando, asimismo, no dudó en reclamar mayor autonomía para Cataluña en una campaña frustrada por la inestabilidad social en Barcelona.

placeholder El rey Alfonso XIII con el dictador Miguel Primo de Rivera
El rey Alfonso XIII con el dictador Miguel Primo de Rivera

La Lliga apoyó el Pronunciamiento de Miguel Primo de Rivera en septiembre de 1923 por mor del orden y la economía, desencantándose con la represión a la lengua emanada pocas jornadas después. Vidal i Barraquer fue tildado de separatista por las altas esferas. Era sin duda favorable al catalanismo, entendiéndolo como la suma de características culturas y lingüísticas inherentes al país. La incomprensión de su pensamiento desató una persecución contra su arzobispado, con frecuentes sugerencias de traslado a otras sedes, como Burgos, Toledo o la misma Roma. Ello no fue óbice para defender, incluso en una carta colectiva los prelados catalanes en 1924, al régimen dictatorial, desde la promesa de no intentar cosa alguna para derribarlo o mudar su forma.

El uso del catalán en las prédicas era una molestia insalvable para el Marqués de Estella, quizá desbordado por la avalancha cívica en Cataluña durante su septenio, cuando entidades como el Fútbol Club Barcelona, distintos orfeones y personalidades como Francesc Cambó, desde el mecenazgo cultural, plantaron cara a las prohibiciones y absurdidades tales como rebautizar el nombre de localidades, pasando así, no es broma, Montmeló a denominarse Montemelón, tal como recoge Josep Maria Roig i Rosich en su clásico 'La dictadura de Primo de Rivera a Catalunya: un assaig de repressió cultural' (Abadía de Montserrat).

Vidal i Barraquer recibió amenazas desde el poder, manteniéndose en sus trece

Vidal i Barraquer recibió amenazas desde el poder, manteniéndose en sus trece con réplicas ejemplares, negándose a que el Estado invadiera la jurisdicción de la Iglesia, ni ésta la de aquel. En una epístola de 1925 al Dictador se definió romano y antiregalista, declarando su rechazo al uso partidista de unos y otros, catalanistas y anticatalanistas, de su institución como medio para obtener fines políticos. Toda su sinceridad y firmeza no despertaron ningún tipo de confianza. Ramón Corts, sacerdote e investigador de las relaciones entre la Santa Sede y Cataluña, descubrió un dosier con el siguiente título: Minaccie contro il Cardinale Vidal perche si decida ad uscire dalla Catalogna. Querían asustarlo con un reguero de pólvora para ver si, al fin, optaba por irse a la fuerza de su amada Sede.

El fracaso republicano

La proclamación de la Segunda República el 14 de abril de 1931 no le cogió por sorpresa. Poco antes había pronosticado un incremento de tensión entre Castilla y Cataluña si cesaba la Dictadura. Ante esta situación la Iglesia, alejada de separatistas y separadores, podría ejercer de mediadora. Dos semanas después del cambio de régimen el cardenal Segura, primado de Toledo, lanzó en una de sus pastorales una diatriba repleta de agresividad: “Cuando los enemigos del reinado de Jesucristo avanzan resueltamente, ningún católico puede permanecer inactivo.”

Foto: Quema de un convento jesuita (hoy demolido) en la Gran Vía de Madrid

No es este el artículo para dilucidar si estas palabras fueron las responsables de la quema de conventos de esa primavera. La 'Cuestión Segura' alcanzaría su apogeo en agosto, cuando se incautó al sacerdote vasco Justo de Echeguren, detenido en la frontera, una circular del Cardenal donde se facultaba a los obispos a vender bienes eclesiásticos en caso de necesidad. A este texto se adjuntaba un dictamen del 8 de mayo de 1931 del abogado Martínez Lázaro, una clara invitación a la fuga de capitales a través de la colocación de bienes muebles en títulos de deuda extranjera.

La actitud de Vidal i Barraquer fue consecuente con su trayectoria. La Iglesia aceptó a la República, y por ende debía negociar con la misma el vendaval previsto en la Constitución. A instancias de Pío XI, con quien nuestro protagonista siempre mantuvo una sólida amistad, inició junto al Nuncio Tedeschini negociaciones con el presidente Niceto Alcalá-Zamora y el ministro de Justicia, Fernando de los Ríos. Su intención era transigir con el Estado aconfesional, ver reconocida la relevancia social de la Iglesia, mantener la libertad de enseñanza, luchar por la paulatina reducción del presupuesto del culto y el clero y negociar un modus vivendi mediante un concordato entre España y la Santa Sede. Las posiciones más extremistas en la arena parlamentaria, pese a la constante actividad del catalán, frustraron tales iniciativas hasta el vuelco electoral de noviembre de 1933, cuando la CEDA se impuso en las elecciones legislativas.

Para Vidal i Barraquer, quien lo consagró obispo en 1927, el ascenso de Gomà tenía algo de afrenta

Ese año Isidre Gomà fue nombrado arzobispo de Toledo y, por lo tanto, primado. Como bien explica Alfonso Botti en 'Con la tercera España' (Alianza) esta elección papal rompía pautas tradicionales al ser anómalo elevar para tan alta distinción a un eclesiástico de una sede episcopal, en su caso Tarazona, más aún por la ausencia en el designado de ropajes cardenalicios. Para Vidal i Barraquer, quien lo consagró obispo en 1927, el ascenso tenía algo de afrenta, al juzgar desde el simbolismo la primacía toledana, pues según su parecer, no en vano brindó su apoyo al Estatuto catalán de 1932, Tarragona debía tener la misma altura por su abolengo, vinculado con la Historia del cristianismo en la Península.

Durante el bienio conservador el purpurado reanudó junto a su homólogo Eustaquio Ilundain, tras una solicitud del Secretario de Estado Eugenio Pacelli a Tedeschini, el proyecto de un modus vivendi. El rechazo de Pío XI en marzo de 1935 supuso la conclusión de ese anhelo.

¿Cruzada? Yo la llamo locura

El 21 de julio de 1936 Vidal y Barraquer acató las disposiciones de las fuerzas del orden sólo cuando estas le dijeron que para protegerlo debían disparar a la ciudadanía, y así fue como desistió de morir en el palacio arzobispal. Esa misma noche partió junto a su comitiva hacia el desacralizado monasterio de Poblet, donde fue detenido por unos milicianos la tarde del 23. Estos hombres querían llevarlo consigo hasta la Torrassa de l’Hospitalet de Llobregat. La avería de su vehículo les hizo aparcar lo previsto, hasta encerrarlo en un calabozo de Montblanc, liberado por indicaciones de Lluís Companys, president de la Generalitat, si bien fue el conseller Ventura Gassol, a la postre exiliado, quien debió enfrentarse a los guerrilleros de la FAI para ponerlo a buen recaudo hasta Barcelona, embarcándolo el 31 de julio en un navío italiano.

En la Bota residió en el aislamiento de la cartuja de Faneta, cerca de Lucca. Mientras tanto, en España la Iglesia interpretaba la Guerra Civil desde una perspectiva diametralmente opuesta bajo el mando de Gomà, cardenal desde 1935 y obcecado en una visión carpetovetónica de las causas del conflicto. La lucha fratricida era consecuencia de la descristianización del país, impulso para el incremento de las desigualdades sociales ante el egoísmo de los ricos, acicate para la devoción de las masas hacia doctrinas revolucionarias.

Para Gomà las hostilidades eran una oportunidad dada por Dios para la regeneración de España

Para Gomà las hostilidades eran una oportunidad dada por Dios para la regeneración de España, al no ser posible emprenderla por otros medios. Esta justificación teológica de la Guerra Civil contaba con el beneplácito de Pío XI, siempre más partidario de esta línea dura, al menos desde abril de 1936, cuando confirmó la primacía de Toledo sobre la diócesis tarraconense. En ese instante el primado estrechó su contacto con el pontífice, corroborado en diciembre del mismo año en Roma, cuando devino representante confidencial y oficioso del Vaticano con el gobierno de los sublevados. Se entrevistó con Franco en Burgos, conectaron y esa reunión quizá fue la punta de lanza para la redacción de la Carta colectiva de los obispos españoles a los obispos de todo el mundo con motivo de la guerra en España.

¿Colectiva? No. Faltaban varios nombres, entre ellos Vidal i Barraquer quien dio su negativa por razones de conciencia moral. La misiva era un alegato a favor del Movimiento Nacional, resaltaba la violencia del verano de 1936 contra los clérigos en la zona republicana, mientras omitía los fusilamientos de los golpistas a curas vascos, y justificaba el alzamiento por el invento de uno comunista previsto para el 20 de julio. La epístola, de cuarenta y cinco extensas páginas, partía España en dos tendencias. La espiritual, defensora del orden, la paz social, la civilización y la patria, enfrentada a la materialista, ansiosa de instaurar en la Península las directrices de los soviets rusos.

Vidal no firmó la Carta de los obispos españoles que justificaba el alzamiento

La carta apareció el primero de julio de 1937 y tuvo honda repercusión internacional. Gomà se ahorró incluir la palabra cruzada, una de sus cantinelas favoritas. La Santa Sede no vio con malos ojos el ardid, aunque su publicación tenía algunos defectos. El esencial era la ausencia de Vidal i Barraquer y el obispo Múgica, demonizado por la Junta de Defensa Nacional al tolerar propaganda separatista en el seminario y proteger a sacerdotes hostiles a los rebeldes.

Francesc d’Assís Vidal i Barraquer declinó el ofrecimiento por múltiples motivos. Su criterio no podía soportar la impostura de esconder las barbaridades de los nacionales contra la población civil, bien fuera con bombardeos, bien en masacres como las de Badajoz. Desde su integridad, esa letra era una catástrofe sin precedentes, así como los parlamentos de Gomà, henchido con tanta cruzada cuando tanta sangre sólo era una locura, señal inequívoca de cómo el 99% de los españoles desconocían el primer precepto del evangelio: amar al prójimo, y, con ello, al enemigo. Otro de sus pesares era la adhesión de la Iglesia a los sublevados, más indigna porque estos no la pidieron de modo explícito, llegándoles casi regalada. A día de hoy nadie ha insinuado un atisbo de autocrítica por la carta colectiva, uno de los jalones más vergonzosos de la cruz cristiana en nuestras fronteras.

Hasta los últimos días de marzo de 1939 quiso buscar una vía para la paz, mientras Gomà insistía en extirpar por las armas toda la podredumbre de la legislación laica, a punta de espada si era menester. Cuando todo terminó a ambos les quedaban pocos años de vida. Gomà, Cardenal de la guerra, se desengañó de Franco ante la prohibición explícita de oficiar en catalán o euskera y las tendencias nazifascistas predominantes en la inmediata posguerra, mucho más allá de la adopción del saludo romano como nacional, media vigente, nada es casual, hasta 1944. Murió de cáncer en Toledo, el 22 de agosto de 1940, amargado por sus contradicciones y la petulancia de los vencedores.

Vidal i Barraquer, cardenal de la paz, departió con su némesis por última vez durante el cónclave donde Eugenio Pacelli, tras recibir los votos de los demás cardenales, escogió ser Pío XII. Falleció en Friburgo el 13 de septiembre de 1943 y los monjes lo dejaron en la caja, convencidos de su próximo reposo en Tarragona, vetado por Franco. Sus restos mortales abrazaron su tierra en 1978, tras la muerte del dictador.

En un tiempo no tan distante, las encíclicas de los pontífices de la Iglesia Católica tenían un firme valor para comprender cómo esta institución intentaba adaptarse a los cambios seculares. Las del papado de León XIII, vicario de Cristo entre 1878 y 1903, tienen otra catadura por su contexto histórico. La Santa Sede había sufrido un verdadero giro copernicano por la pérdida de su poder territorial tras la unificación italiana. Pío IX, quizá el último sumo pontífice con atributos antiguos, había recrudecido sus posturas, nada infalibles. La sucesión conllevó otra apuesta por entender las transformaciones de una época siempre más acelerada. Fruto de ello llegaron Cartas como la célebre 'Rerum novarum', donde León XIII se declaraba partidario de la asociación de obreros mediante sindicatos, no sin defender la propiedad privada.

Francisco Franco