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Olemos, luego existimos
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ENSAYO

Olemos, luego existimos

El ensayista Federico Kukso hace memoria de la importancia cultural y evolutva del sentido del olfato y expone los peligros de una sociedad inodora

Foto: Olfateadores profesiones, un trabajo real
Olfateadores profesiones, un trabajo real

La importancia de la magdalena de Proust en su poder evocador no consiste tanto en cómo sabe sino más bien en a qué huele. Es la razón por la que debe reconocérsele al novelista francés bastante ingenio y suficiente intuición para establecer una relación automática entre la memoria y los olores.

Digamos que una categoría y la otra se instalan en el área límbica del cerebro. Por eso tiene sentido vincularlos en un juego de espejos. Y por la misma razón procede mencionar un reciente ensayo de Federico Kukso que se titula 'Odorama' y que hace memoria de la cultura del olor, entre su remoto apogeo y su evidente decadencia.

Olemos luego existimos. Así empieza el libro que ha publicado Taurus. Y que curiosamente puede disfrutarse en su versión inodora. O sea, en kindle. Un recurso magnífico contra el viento y la marea, un prodigio civilizador, pero igualmente un fenómeno tecnológico ilustrativo de la sociedad aséptica que nos mantiene anestesiados.

Los libros “de verdad” huelen, evocan la memoria tanto como una magdalena proustiana. Nos acordamos de cómo olían los libros de texto. Y cómo lo hacen los de bolsillo. Y los de papel Biblia. Y el placer que despierta inaugurar un libro nuevo, casi, casi, como abrir un bote de pelotas de tenis.

placeholder 'Odorama' (Taurus)
'Odorama' (Taurus)

'Odorama'” es un gabinete de curiosidades, pero también una suerte de alegato que Federico Kukso ha escrito frente a las pretensiones de una sociedad que ha degradado el verbo oler de una dimensión peyorativa. Oler significa oler mal. Por eso están perseguidos los olores. Se esconden. Se disimulan. Y hasta se los despoja de sus propiedades espirituales.

“Aquel cuyo olor sea desagradable será castigado y condenado al ostracismo”, reza la inscripción de una pirámide egipcia.

Ya nos cuenta Kukso que el olfato fue la manera de convocar lo divino a través del humo y de los inciensos. Y que la evolución humana se produjo a través de las vías nasales. No ya para alertarnos de los peligros. Sino para buscar comida, reproducirnos y estimularnos cuando nuestros antepasados desconocían la definición académica de las feromonas.

Preguntas

Por eso tiene sentido que nos hagamos otras preguntas. O las preguntas que el propio ensayista argentino hilvana en el prólogo de su tratado sabiendo que forman parte de la evanescencia. ¿Cómo olían los dinosaurios? ¿De dónde salió la idea del infierno como un lugar sulfuroso y pestilente? ¿Qué aromas flotaban en los mercados atenienses, las orgías romanas, en las estrechas calles medievales, en los pasillos del Palacio de Versalles, en los banquetes de Moctezuma, en el Cabildo de Buenos Aires el 25 de mayo de 1810?

Foto: En marcha la gran enciclopedia de los olores (iStock)

¿Cuándo y por qué dejaron de tolerarse los olores desagradables que durante siglos fueron habituales en las ciudades, en los cuerpos?

¿Cómo se llegó a pensar que los olores transmitían enfermedades?¿Cómo huelen el espacio y la estación espacial internacional?

¿Cuál es el futuro del olor?

No hay que tomarse esta última cuestión en términos exactamente apocalípticos, pero el ensayo de Federico Kukso traslada chamusquina respecto a la manera en que el humano contemporáneo se ha desentendido de las facultades poderosas y extremas de los sentidos. O del sentido del olfato, no ya una clave de progreso darwinista, sino un recurso metafísico y un remedio a la putrefacción en el sentido más religioso.

El humano moderno se ha desentendido de las facultades poderosas de los sentidos

Por eso se aromatizaban con ungüentos y especias los cadáveres en descomposición de los faraones. Y por la misma razón el cuerpo exánime de Alejandro Magno se “embalsamó” en un cofre de miel. El “aroma” simbolizaba la expectativa de la vida eterna. Convocaba la inmortalidad.

Los olores han sido una expresión defensiva frente al extranjero. Parece ser que los conquistadores españoles olían bastante mal. Y que el hedor definía el “medio ambiente” de las ciudades que orillaron la Revolución Industrial. Empezando por Londres. Y por la villa de York, entre cuyos reclamos turísticos contemporáneos recuerdo una especie de un museo que proponía a los turistas la experiencia de “sumergirse” en los olores de principios del XIX.

Foto: Fuente: iStock.

No solo se reconstruía una escena urbana con las claves habituales de un parque temático. Se acompañaba el viaje del tiempo de una arqueología sensorial, pues sucede que los olores no se perpetúan en el tiempo, a no ser que consideremos como un ejemplo de perpetuación los abundantes coprolitos, o sea, los fósiles de las defecaciones de los dinosaurios.

Ya nos dice Kukso que, muy lejos de las cavernas, nos encontramos en una suerte de represión sensorial. Y que hemos normalizado rociar nuestras axilas con micropartículas de aluminio como si fuera lo más normal del mundo. “Usamos olores para cubrir otros olores: los tapamos, los enmascaramos, los perseguimos, buscamos como borrarlos. ¿Cómo hemos llegado a esto?”

Nos dirigimos hacia una sociedad desodorizada, a un futuro olfativamente apagado

“Oler el pasado”, añade el escritor y periodista argentino, “enlaza con el futuro: al mismo tiempo que se derriten los glaciares y los hielos eternos, nos dirigimos hacia una sociedad cada vez más desodorizada, a un futuro olfativamente apagado. Una distopía para los sentidos conquistada para las fragancias artificiales que encauzan nuestras ideas, emociones y concepciones de los otros, del mundo”.

Estamos los humanos capacitados para percibir hasta un billón de olores diferentes, pero más aún los estamos para conocernos mejor entre nosotros gracias a la experiencia olfativa, hasta el extremo de que los olores alcanzan a contar cosas que no pueden contarnos las palabras, ya que de libros hablamos.

Y ningún libro ha explorado los olores con más éxito que 'El perfume', de Patrick Süskind. Lo convoca por obligación y devoción 'Odorama'. Y evoca acaso el pasaje más revelador: “Quien dominaba los olores, dominaba el corazón de los hombres”.

La importancia de la magdalena de Proust en su poder evocador no consiste tanto en cómo sabe sino más bien en a qué huele. Es la razón por la que debe reconocérsele al novelista francés bastante ingenio y suficiente intuición para establecer una relación automática entre la memoria y los olores.

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