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¿Y si te sale un hijo facha?
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¿Y si te sale un hijo facha?

Laurent Petitmangin plantea el interrogante en la novela 'Lo que falta de noche', una historia cruda que se ha convertido en un éxito en Francia

Foto: Simpatizantes del Frente Nacional en una manifestación en 2017. (EFE)
Simpatizantes del Frente Nacional en una manifestación en 2017. (EFE)

El estereotipo es muy viejo. Ya lo dijo Freud, con Edipo, y lo representó James Dean hace más de 60 años. Lo natural, aunque irrite, es matar al padre y a ser posible colocarse en sus antípodas, por supuesto, también ideológicas. Más aún si estas pueden ser extremas. Los del 68 se creían muy 'cool' al cargar contra los conservadores de sus padres; nosotros venimos de sociedades liberales, socialdemócratas, hemos crecido con la Unión Europea, somos carne de Erasmus. Y a nuestros hijos les va la marcha ultra. Hay algunos ejemplos patrios. Y hay datos: en España los partidos más votados por los jóvenes tiran hacia las esquinas del tablero. En los últimos tiempos quizá con más brillo hacia todo lo que refulja a bandera española, reconquista y el lema 'cañas por España'.

Laurent Petitmangin, un directivo de Air France al que le encanta leer, un día se puso a escribir a partir de una pregunta que es muy probable que revolotee en unos cuantos hogares europeos socialdemócratas: ¿qué hacer si tu hijo te sale facha? El resultado fue la novela 'Lo que falta de noche' (Literatura Random House), una historia cruda, pero también muy tierna e íntima (esto no es como el cine de los Dardenne), un retrato excepcional de la lucha de un padre entre sus ideales y el amor a un hijo, una historia limpia, sin retórica y, lo más importante, sin burdos maniqueísmos. Un libro que fue uno de los grandes éxitos el año pasado en Francia, donde, por otro lado, no se esconde que Marine Le Pen pueda dar, esta vez sí, la campanada. De cañas por los pueblos de la France.

placeholder 'Lo que falta de noche'.
'Lo que falta de noche'.

Partido Socialista, partido de viejos

El libro es el vómito incontenible de un padre abrasado por el dolor. Da inicio con una de esas escenas de camaradería entre padres e hijos: acude cada fin de semana a ver jugar al fútbol a su hijo mayor. Todo el mundo le llama Fus —de ‘Fussball’, fútbol en alemán— en ese pequeño pueblo de la región de Lorena, tan cercana a Alemania, en el que viven. El ambiente rural no es casualidad. El padre, un hombre herido desde que su mujer falleció de un cáncer sin haber cumplido los 50 y que se ha quedado a cargo de dos chavales, es un militante socialista que observa con pesadumbre cómo cada vez son menos los que acuden a la casa del pueblo —la sección— y cómo los que hay son cada vez más viejos. “Ninguno de nosotros ha votado a Macron. Ni a la otra. Aquel domingo nos quedamos todos en casa. Un tanto aliviados, desde luego, al ver que ella no pasaba a la segunda vuelta. Aunque la verdad es que me pregunto si algunos, en el fondo, no habrían preferido que ganara y estallara todo de una vez”, reflexiona. Que estalle el resentimiento, el odio, esa cosa de sentirse el pueblerino frente a las élites. Frente a París.

placeholder Laurent Petitmangin.
Laurent Petitmangin.

El narrador —el escritor— se esfuerza por comprender por qué la izquierda —sobre todo, el partido socialista francés— es incapaz de atraer a nuevos simpatizantes. Esto se revela en una escena cristalina en la que varios militantes, comunistas y socialistas, incluso adoptan el discurso de la extrema derecha en relación con los inmigrantes. “La cosa empezó con los kebabs, que si había demasiados en Villerupt, que ya no sabíamos en qué país vivíamos (...), además, menuda fauna, dijo el otro, sin hablar de lo feos que son, a cada cual peor, con esos pósters de mezquitas, esas mesas grasientas bajo esa mierda de fluorescentes”, relata el padre de forma sombría. Solo se ilumina cuando Jeremy, el militante más joven, pero ya en la treintena, rebate: “Puede que no soportes sus jetas, pero, créeme, avanzaremos gracias a ellos. Sean árabes o no”. Un mensaje que, en esa reunión, pocos parecen comprar.

Frente Nacional: joven y obrero

Esta cuestión de la oscuridad otea todo el tiempo. El lector se puede imaginar que no deja de llover en ningún momento. Que hace frío, aunque esto nunca te lo cuenten. Y en ese ambiente no extraña que se pueda seguir horadando en el drama —ya no solo el de los socialistas, que bastante tienen—, que va apareciendo con pinceladas, pero nada sutiles. Si algo tiene también este libro es que no se anda con rodeos ni metáforas. Va al grano. Primero Fus, ese chaval sano al que le gusta el fútbol y está considerado como un chico responsable y cariñoso, llega a casa con una bandana de la cruz celta. Después un amigo del padre le cuenta que le ha visto pegando carteles para celebrar a Juana de Arco —la cosa de los mitos nacionales se copia de país en país— con “la chusma de pies niquelados del Frente Nacional”. Ahí ya está la pregunta: “¿Qué coño hacía con esos fachas?”.

Por qué un chaval de pueblo que no tiene muchas salidas, que no se siente nada identificado con los trajes y corbatas de París se va con Le Pen

La novela se abre a un nuevo escenario que son los coqueteos de Fus con la extrema derecha. Hay también cierto afán didáctico por parte del narrador. Explicar por qué sucede. Por qué un chaval de pueblo, que dejó los estudios, que no tiene muchas salidas, que no se siente nada identificado con los trajes y corbatas de París —es más, que se siente hasta insultado—, al que la UE le parece un nido de pijos que no hacen nada y que, aunque Estrasburgo esté a solo unos kilómetros, podría estar tan cerca como Kamchatka, abraza con ilusión la bandera de Le Pen contra la que tanto luchó su padre.

placeholder Marine Le Pen, de Reagrupación Nacional —antiguo Frente Nacional francés—. (Reuters)
Marine Le Pen, de Reagrupación Nacional —antiguo Frente Nacional francés—. (Reuters)

La respuesta del escritor es que es el mismo voto obrero que hace 40 años. “Créeme, esos tíos están del lado de los obreros, hace veinte años habríais estado en el mismo bando. A ellos se la suda lo que se diga en París. Mueven el culo. Están hartos de todas esas gilipolleces de Europa”, le dice el hijo en una tensa conversación en la que el padre no sabe qué contestar, más que “sentirse avergonzado”. Esto es pura ficción, no es politología. Una novela a la manera Loachiana de la que el lector puede sacar sus propias conclusiones.

Dramón moral

El tercer acto: las consecuencias. El libro insiste continuamente en esta cosa didáctica de a dónde pueden llevar los extremos populistas y cómo suelen enganchar a los más vulnerables, ya sea por renta o por resentimiento. La tercera parte pega un giro con la aparición de los ultraizquierdistas, esos que “nada les parecía bien, ni los ecologistas, ni los sociatas, ni siquiera los comunistas”, y que “se reunían de vez en cuando para ir a un concierto o para armar follón después de las manifestaciones”. Los que van buscando gresca y la acaban encontrando.

La novela se pregunta si es posible seguir amando a tu hijo o solo es un tipo capaz de ir dando palizas con una barra de hierro por ahí

Esta parte es el verdadero puñetazo. Donde el escritor intenta contestar a la pregunta primigenia y si es posible seguir amando a quien va contra las ideas que son el pilar de tus valores. Si es tu hijo o solo un tipo capaz de ir dando palizas con una barra de hierro por ahí. Por supuesto, se convierte en un drama moral, donde entran las culpas, los perdones y los remordimientos. Ya lo cantaban los Chichos en esa maravilla que es ‘Si me das a elegir’ entre tú y mis ideas. Y la respuesta parece moralmente correcta. El final, sin desvelar absolutamente nada, apunta a la única salvación posible sin caer en el melodrama ni en la cursilería; es más, en el libro el lector se lleva bofetadas hasta la última página. La receta también es vieja, pero es la que mejor ha funcionado en estos miles de años que el ser humano lleva sobre el planeta, mucho antes de que cualquier religión hiciera suyo el discurso. Quizá sea una novela necesaria en Francia. Y en España.

El estereotipo es muy viejo. Ya lo dijo Freud, con Edipo, y lo representó James Dean hace más de 60 años. Lo natural, aunque irrite, es matar al padre y a ser posible colocarse en sus antípodas, por supuesto, también ideológicas. Más aún si estas pueden ser extremas. Los del 68 se creían muy 'cool' al cargar contra los conservadores de sus padres; nosotros venimos de sociedades liberales, socialdemócratas, hemos crecido con la Unión Europea, somos carne de Erasmus. Y a nuestros hijos les va la marcha ultra. Hay algunos ejemplos patrios. Y hay datos: en España los partidos más votados por los jóvenes tiran hacia las esquinas del tablero. En los últimos tiempos quizá con más brillo hacia todo lo que refulja a bandera española, reconquista y el lema 'cañas por España'.