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El Madrid que se fue con el virus: cuando hacías amigos en los baños de los bares
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Entrevista

El Madrid que se fue con el virus: cuando hacías amigos en los baños de los bares

El guionista Carlos Langa publica 'La vida es un cuadro de Hopper', una novela sobre el Madrid más disfrutón y también más precario de hace solo diez años

Foto: La Gran Vía de Madrid en 2010 durante La Noche en Blanco (EFE)
La Gran Vía de Madrid en 2010 durante La Noche en Blanco (EFE)

Hubo un tiempo en el que en Madrid había cañas, copas con nocturnidad y mañaneos adornados con cualquier tipo de sustancia. Un Madrid en el que, como dice el guionista Carlos Langa (Barcelona, 1977), “se podían hacer amigos en los lavabos de los bares”. No hace tanto tiempo de aquello, aunque parezca otro mundo. Es lo que sucede cuando se lee ‘La vida es un cuadro de Hopper’ (Plaza & Janés), la primera novela de Langa que narra la historia de Pablo, un treintañero llegado a Madrid y se encuentra de bruces con esa ciudad hedonista y disfrutona. “Lo que pretendía ser costumbrista ahora es testimonio de algo que no sabemos cómo va a volver. Este Madrid era el Madrid que yo entendía que había y se ha quedado como un documento de un Madrid que no sabemos si va a volver”, afirma Langa a El Confidencial. Eso, a pesar de que la Comunidad dejara abiertas todas las puertas y ventanas durante estos meses. “Sí, Madrid ha sido otra cosa en España durante la pandemia, pero no es lo que era antes. Es imposible, por mucho que estén abiertos los bares. No es igual y no sé si va a ser igual”, recalca el guionista.

Langa escribió el libro antes de que empezara todo. De hecho, tenía que haberse publicado el año pasado. La pandemia dio al traste con todos los planes y lo que parecía una historia de noches y soledades, ahora parece la fotografía de una época, que aunque no está fechada en la novela, sí se encuadra en aquel 2012 en el que el museo Thyssen inauguró una exposición sobre Edward Hopper. Un Madrid que sufría la crisis económica, pero mantenía su tren nocturno: “Sí, sí, siete días a la semana. Lo que te dé el cuerpo, la ciudad está ahí. Y no sólo la noche”, recalca Langa.

placeholder 'La vida es un cuadro de Hopper', de Carlos Langa
'La vida es un cuadro de Hopper', de Carlos Langa

Una ciudad que también te permitía cierta reinvención. Esa es la idea del protagonista, Pablo, que a sus 35 aterriza en la capital porque quiere convertirse en actor, aunque eso en el fondo suene a excusa barata. Sin conocer a nadie comienza a salir por ahí y recala en Malasaña donde en un concierto enseguida se adhiere a un grupo con el que estrechará los suficientes lazos -pese a que sean tan finos como una noche de juerga- como para convertirse en sus “mejores” amigos. “Es que Madrid es una ciudad en la que puedes conocer a alguien con treintaypico años y que sea muy buen amigo tuyo. En los pueblos eso me parece más difícil. Y puede ser tu mejor amigo y no saber nada de esa persona. Hay alguien que dijo “Mi vida empieza en Madrid a los 33” y tiene mucha razón. Es una ciudad que tiene la capacidad de la reinvención, cutre y precaria, pero la tiene”, sostiene Langa.

"Madrid ha sido otra cosa en España durante la pandemia, pero no es lo que era antes. Es imposible, por mucho que estén abiertos los bares"

No obstante, cuidado, esta novela no es el Kronen de José Ángel Mañas. Ni tiene que ver con los noventa. No es una novela nihilista ni de niños pijos. Es una historia también de jóvenes y no tan jóvenes que, además de salir, también tienen que levantarse a las cinco de la mañana para ir a trabajar a una fábrica, los almacenes de un supermercado o como guardia jurado de un gran museo. No todo Madrid es Malasaña ni las terrazas de Lavapiés. Ni todos son publicitarios, diseñadores o columnistas. También hay polígonos y también está Aluche o Usera. “Esa vida también existe. Madrid es una ciudad dura. Y no es un trabajo mientras estudian, sino que es con el que se ganan la vida”, asegura Langa, que reconoce que la vida del trabajador no suele ser tan chispeante como la del crápula y, por eso mismo, mucho menos carne de novela, y en los últimos tiempos, de discurso político ganador.

placeholder El guionista Carlos Langa, en la calle Santa Ana del barrio de La Latina
El guionista Carlos Langa, en la calle Santa Ana del barrio de La Latina

La historia también se detiene en el reverso de esta ciudad burbujeante. Si existen las noches alegres, las mañanas pueden ser muy tristes, solas y melancólicas. Como los cuadros de Hopper, si se pueden ver sin que se te eche una aglomeración encima, como sucedía en aquella exposición del Thyssen (y esto no sale en la novela). “Esa efervescencia hace que muchas veces las relaciones sean precarias, quedas solo por la noche para tomar algo y luego no vuelves a ver a esa persona. O como la gente del trabajo. Son relaciones cortas, pequeñas que creemos que son sólidas, pero no lo son”, manifiesta Langa, aunque no quiere caer en la sacralización del término “amigo”, más aún cuando en esta época lo es quien te dé un like en una red social. “Hay amigos buenos y otros que no lo son tanto, pero es verdad que aquí llamas amigo a alguien que conoces de los lavabos de un bar o de tomar cervezas. Eso luego también puede dar pie a amistades muy sólidas, pero no tiene por qué”.

“Hay amigos buenos y otros que no lo son tanto, pero es verdad que en Madrid llamas amigo a alguien que conoces de los lavabos de un bar"

Y por ahí pululan otros personajes como Lito, un mentiroso compulsivo que un día te cuenta que se ha acostado con Elsa Pataky y otro que ha tomado una copa con Cristiano Ronaldo. ”Es que he conocido a gente así, que no es que exageren un poco, sino que mienten completamente”, dice Langa. O Elia, que afirma vivir en La Moraleja, va siempre cargada de drogas en el bolso, pero trabaja como ‘segurata’. “Todos los personajes se mienten un poco a sí mismos. Están rotos aunque aparentemente no lo parezcan”, comenta Langa. ¿Un asunto generacional de los treintañeros de hace diez años? “Posiblemente hemos sido una generación muy disfrutona y a la vez se nos crearon muchas expectativas. Eso puede crear frustración si no las consigues”, explica. Como pepito grillo aparece por ahí también el fantasma de Pío Baroja, al que solo ve el protagonista y los niños y que hace el papel de gruñón y de tipejo malhumorado, pero desde la ternura. Un desgastaceras - “el término me pareció buenísimo”- como el propio Pablo, que va a todos los sitios caminando. “Madrid da mucho para pateársela de arriba abajo y ahora en mayo más. Ahora la ciudad está maravillosa”, añade.

placeholder La Gran Vía de Madrid durante la celebración de la Noche en Blanco de 2010 (EFE)
La Gran Vía de Madrid durante la celebración de la Noche en Blanco de 2010 (EFE)

Las juergas y las resacas, por suerte, se ven acompañadas en esta historia por mucho humor. Langa es guionista y ha trabajado en programas como El condensador de Fluzo, Ilustres Ignorantes o La noche D y reconoce que, aparte de la deformación profesional, “a mí lo que me ha entrado bien en la vida ha sido con humor, me gusta y todo funciona mejor con humor, y eso me divierte. Tampoco sé ponerme muy trascendente. Me gusta desengrasarlo todo un poco y creo que con humor se puede decir todo”, manifiesta. Y ve lógico que, con todo, Madrid se haya convertido en los últimos tiempos en carne de memes. Madrid, la nueva capital del chiste. “Ahora más que nunca, de hecho, dan ganas de ponerse serio. Pero Madrid da siempre para chistes, tanto para los de dentro como para los de fuera, que creo que necesitan chistear para vengarse un poco del centralismo”, aconseja este guionista que quiere pensar en que ese Madrid que se fue con la pandemia un día volverá. “Eso sí, va a tardar y todavía no sabemos las consecuencias emocionales y sociales”, zanja.

Hubo un tiempo en el que en Madrid había cañas, copas con nocturnidad y mañaneos adornados con cualquier tipo de sustancia. Un Madrid en el que, como dice el guionista Carlos Langa (Barcelona, 1977), “se podían hacer amigos en los lavabos de los bares”. No hace tanto tiempo de aquello, aunque parezca otro mundo. Es lo que sucede cuando se lee ‘La vida es un cuadro de Hopper’ (Plaza & Janés), la primera novela de Langa que narra la historia de Pablo, un treintañero llegado a Madrid y se encuentra de bruces con esa ciudad hedonista y disfrutona. “Lo que pretendía ser costumbrista ahora es testimonio de algo que no sabemos cómo va a volver. Este Madrid era el Madrid que yo entendía que había y se ha quedado como un documento de un Madrid que no sabemos si va a volver”, afirma Langa a El Confidencial. Eso, a pesar de que la Comunidad dejara abiertas todas las puertas y ventanas durante estos meses. “Sí, Madrid ha sido otra cosa en España durante la pandemia, pero no es lo que era antes. Es imposible, por mucho que estén abiertos los bares. No es igual y no sé si va a ser igual”, recalca el guionista.

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