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Por qué el padre no pinta nada en la familia mediterránea
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Día del Padre

Por qué el padre no pinta nada en la familia mediterránea

La fiesta del 19 de marzo delata la precariedad del patriarcado en el espacio doméstico, donde reina y no gobierna a expensas de los pactos materno-filiales

Foto: Un padre juega con su hija a romper pompas de jabón. (EFE)
Un padre juega con su hija a romper pompas de jabón. (EFE)

Más que el Día del Padre, como ocurre hoy, debería celebrarse cada 19 de marzo el Día Mundial del Padre, igual que ocurre con las categorías susceptibles, reivindicativas y desamparadas de la sociedad, del Día del Alzheimer al Día de la Mujer Trabajadora. Porque el padre, al menos en la cultura mediterránea, es un estorbo y una figura embarazosa desde que San José se convirtió en figurante del portal de Belén a falta de méritos reproductivos, víctima él mismo de un papel accidental.

En efecto, el padre del niño Dios ocupa un lugar aparentemente destacado en a escena epifánica, pero bien podría ausentarse del cuadro. Lo aleja de la escena la concepción sobrenatural del Niño Jesús y la pujanza del buey y la mula. También ellos son incapaces de procrear, pero la coyuntura del dogmatismo animalista los ubica en la vanguardia del nacimiento.

De hecho, el aura o el halo de San José se antojan más una carambola conyugal y una pedrea de la paternidad adoptiva que un reconocimiento a sus méritos específicos. Ni siquiera puede airearse a su beneficio la fama sin par de carpintero desde que Gepetto parió a Pinocho.

El padre, al menos en la cultura mediterránea, es un estorbo y una figura embarazosa

El papel subordinado de San José sobrepasa el equilibrio de su propia sagrada familia para convertirse en un síntoma o en una metáfora del gran ausente en que se ha transformado la figura del padre en las sociedades que orilla el Mediterráneo. Padres con galones, pero sin atributos.

El gran ausente

Es una teoría del escritor francoitaliano François Caviglioli, según el cual, el patriarca bíblico, el 'pater familias' romano, el sultán otomano, el capo siciliano, el ejecutivo de Marsella y el señorito cordobés carecen de prestigio y hasta de atribuciones en los inescrutables espacios interiores.

El ensayo, ' Le grand absent', no se ha traducido en España. Pero convendría generalizarse como un manual de supervivencia. El padre es un extranjero en casa. Y brilla fuera de ella. O intenta hacerlo, pero Caviglioli sostiene que los padres padrean muy poco en el espacio doméstico.

placeholder  'Le grand absent'.
'Le grand absent'.

Reinan pero no gobiernan, para entendernos. Y se convierten en el extremo recurrente donde hacen pinza las alianzas materno-filiales a costa de la aureola de hojalata que los padres hemos heredado de San José a semejanza de una maldición. “Que papá no se entere” podría convertirse en el aforismo fundacional o recurrente de nuestros hogares cada vez que se tercian conspiraciones o se arbitran medidas disciplinarias.

“Se lo voy a decir a tu padre” funciona más como una amenaza matriarcal que como un propósito concreto. Por eso el padre se consolida como una figura evanescente. Está poco tiempo en casa. Y se resigna al cetro del mando a distancia, como placebo de un símbolo de autoridad.

“Se lo voy a decir a tu padre” funciona más como una amenaza matriarcal

Es la paradoja de las sociedades machistas y la razón por la que los padres del Mediterráneo, de Algeciras a Estambul, como canta Serrat, hombres solos en compañía de hombre solos, se entretienen en el ágora, en el foro, en los cafés y en las tabernas portuarias, esperando que los niños se vayan a la cama, apurando la copa, retrasando el momento de quitarse el disfraz de superhéroe en el umbral del hogar, o cruzándolo de puntillas.

Una vez dentro de la fortaleza, el padre, como le sucede a San José en la claustrofobia del establo, ignora los códigos familiares, se desplaza sin brújula, escapa a comprar cigarrillos cuando puede, castiga a destiempo a la prole y la premia sin razón, incluso se expone a la emboscada parricida con que el mito de Edipo se arraiga en nuestra cultura. Este miércoles 19 es el Día del Padre porque no lo es los 364 días restantes.

Ya lo dice el villancico: "San José al niño Jesús
un beso le dio en la cara
y el niño Jesús le dijo:
'Que me pinchas con las barbas".

Más que el Día del Padre, como ocurre hoy, debería celebrarse cada 19 de marzo el Día Mundial del Padre, igual que ocurre con las categorías susceptibles, reivindicativas y desamparadas de la sociedad, del Día del Alzheimer al Día de la Mujer Trabajadora. Porque el padre, al menos en la cultura mediterránea, es un estorbo y una figura embarazosa desde que San José se convirtió en figurante del portal de Belén a falta de méritos reproductivos, víctima él mismo de un papel accidental.

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