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Un sevillano en Krúbera Voronya, la cueva más profunda de la Tierra
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Un sevillano en Krúbera Voronya, la cueva más profunda de la Tierra

Sergio García-Dils lleva más de veinte años explorando las tripas del planeta y ahora un libro, 'Krúbera Voronya: La conquista del centro de la Tierra' cuenta sus hazañas

Hace más de 350 millones de años el mapa mundi era muy distinto al de hoy. Como un gurruño continental, todas las superficie emergida se abrazaba en la Pangea, una masa terrestre con forma de "c" apelotonada a través del Ecuador. Uno puede imaginar caminar desde una hipotética proto Madrid hasta una hipotética proto Nueva York sin mojarse los zapatos, si hubiesen existido los zapatos y los pies humanos. En esa época, la orografía de Abjasia, ese Estado fantasma por el que guerrean Rusia y Georgia, no desplegaba más que unas montañas modestas y ante los cambios tectónicos, el Mar Negro se quedó aislado, las cordilleras crecieron y los terrenos a los pies del Cáucaso propiciaron que empezasen a formarse conductos kársticos, grutas y meandros subterráneos, miles de galerías que el agua ha ido horadando hasta formar la que hoy es la sima más profunda del planeta, Krúbera Voronya, con más de 2100 metros por debajo de la superficie y un potencial total de hasta 2700 metros, según algunas investigaciones.

Situada en una región abrasada por los conflictos bélicos y en una zona de difícil acceso por cuestiones tanto políticas como geográficas, Krúbera Voronya es uno de los últimos misterios expeditivos del ser humano en la Tierra. Porque, cuando todo el mundo está al alcance de un click, esta cueva sigue seduciendo por su misterio, por su romanticismo, por ser uno de los pocos lugares de la Tierra a la que sólo se puede acceder a golpe de sacrificio. Y entre los pocos seres humanos que han tenido el privilegio -y la valentía- de deslizarse por las entrañas de esta cueva se encuentra Sergio García-Dils (Sevilla, 1971), arqueólogo municipal en Écija, espeleólogo desde los siete años y récord mundial de espeleología por haber descendido hasta los -2.200 metros en Krúbera Voronya, donde ha descubierto ecosistemas y especies que viven en zonas sin luz y con mucha humedad. Las hazañas de García-Dils y del equipo de espeleólogos con el que logró la gesta -un grupo formado también por rusos y ucranianos- las recoge el libro 'Krúbera Voronya: la conquista del centro de la Tierra' (Almuzara, 2021), un acercamiento novelado a las expediciones dentro de la cueva absaja de mano de Gonzalo Núñez, periodista cultural y escritor.

placeholder Portada de 'Krúbera Voronya'
Portada de 'Krúbera Voronya'

Siglo y medio después de los descubrimientos de Émile Rivière, el francés que bautizó la espeleología, "el más científico de los deportes y la más exigentes de las ciencias" es una de las pocas reminiscencias que quedan de aquellos tiempos de Shackleton, todavía queda terreno ignoto en la oscuridad de la tierra húmeda, cuando llegar a los polos es ya cuestión sólo de talonario y las agencias ofrecen rutas turísticas familiares hasta el Annapurna. "La espeleología es hoy la única disciplina de exploración que obliga a hundir las manos y el cuerpo del propio aventurero. Conserva, en el siglo híper-tecnificado, el hálito artesanal de las viejas conquistas, la mítica ancestral del hombre contra los elementos, obcecado en un pugilato un punto irracional con el más hostil de los entornos", explica Núñez, que quedó fascinado con la figura de García-Dils, un personaje desconocido incluso para sus vecinos sevillanos.

García-Dils, de ascendencia belga y española, lleva la espeleología en la sangre y desde los siete años lleva explorando las grutas a su alcance. En los años 90 comenzó a tener contacto con los clubs de espeleología soviéticos, lo que le llevaron a principios del nuevo milenio a participar en las expediciones más importantes del mundo dentro de Krúbera Voronya, cuya extensión conocida hasta entonces era un 90% vertical. "Me quedé muy impresionado con la figura de Sergio García- Dils. Siendo sevillano no me sonaba nada este tipo, a pesar de las hazañas tan grandes que había logrado, así que estuve investigando y vi que habían salido cosas en medios pero no tenían la relevancia que una gesta, ya no sólo deportiva, sino científica y romántica merecían", admite Núñez.

placeholder Otra imagen de la cueva.
Otra imagen de la cueva.

El periodista contactó con García-Dils y durante este confinamiento mantuvieron charlas a distancia en la que el espeleólogo le contó paso a paso cómo se desciende por una sima en el que la luz, el aire, la noción del tiempo desaparecen tras días y días de descenso. Cuál es la sensación de reptar más de 300 metros por un agujero angosto de 40 cm de diámetro. Cómo responde el cuerpo cuando una de las piezas de la cuerda falla y sobrevives a 30 metros de caída libre. El miedo que agarrota el cuerpo cuando las aguas anegan las galerías repentinamente. O qué energía inunda el cuerpo cuando, después de un tramo imposible, al otro lado el laberinto continúa, quién sabe por cuántos metros más.

Una cueva está conformada por millones de años de agua que horada la tierra, rutas naturales sin señalizar producto de años de desgaste. "Tú tienes que ir descubriendo los resquicios por los que se cuela el agua y el aire para saber por dónde pueda continuar la gruta. Muchas veces llegan a puntos ciegos y tienen que volver y seguir buscando gateras o huecos. Por eso es tan importante cartografiar el espacio, para no perder el tiempo volviendo por las mismas galerías. Hay que tener instinto, como el de Alexandr Klimchuck, el hidrólogo de la Universidad de Kiev, que fue quien empezó a descubrir el potencial de esta cueva y lo que hizo fue lanzar marcadores químicos que luego emergían en el Mar Negro".

placeholder A la izquierda, Sergio García-Dils. (Almuzara)
A la izquierda, Sergio García-Dils. (Almuzara)

"Hay gente que ha pasado meses en el interior de la cueva, sin salir al exterior, sobrevieviendo en vivacs", explica Núñez. "Yo iba con una idea mucho más romántica de sus hazañas, pero él lo normaliza. La espeleología se puede contrastar con el alpinismo, que es un deporte mucho más reconocido, mucho más aparente y que mueve mucho más dinero a través de agencias que te llevan al Annapurna, al Himalaya o donde sea. El alpinismo tiene un carácter individualista que no tiene la espeleología, que vive de manera mucho más subterránea de cara a la sociedad. Su actividad no es muy conocida y, además, es hostil, así que es más difícil que primen el narcisismo y el ego. Los espeleólogos, para hacer lo que hacen, necesitan del grupo y, por eso, van muy en bloque y socializan los méritos. No saben jugar tanto al marketing".

Entre los episodios que relata García-Dils, Núñez recoge, por ejemplo, aquel en el que una espeleóloga, después de salir de una expedición de un mes y de haber reptado por "el puto tubo" de 300 metros de largo, confesó estar embarazada. Sus compañeros no la creyeron, pero a los cuatro meses nació una niña que ahora, con 12 años, escala los alrededores de la cueva. O cómo se puede complicar un rescate a -700m, con un compañero entablillado teniendo que sortear meandros como un contorsionista y no ver la superficie hasta después de 64 horas.

"Son gente a la que le viene de casta y están muy habituados al medio", describe Núñez. "Luego, tienen un temple que han ido adquiriendo: si estás lidiando con esos entornos tan hostiles acabas adquiriendo unas habilidades que hacen que no sientas nervios en condiciones extremas que no son habituales en la gente ‘normal’. Hay grados de locura, en esto. Por ejemplo, Yuri Vasilevsky, experto en espeleobuceo, intentó dos veces bajar por el sifón Dos Capitanes, el de la capa freática, para ganarle unos metros más al récord, pero salió en seguida porque se vio superado: llevaba tanta seguridad y quería tenerlo todo tan controlado que no aguantó la presión. Sin embargo, Guennadi Samojin, sin un equipo de recirculación ni nada, con ese punto de locura que tiene, consiguió bajar el que más de los Dos Capitanes. Sergio me dice: ‘Si lo piensas, no te metes’".

placeholder Yuriy Bazilevskiy y Oleg Klímchuk antes de meterse en el sifón Dos Capitanes. (Almuzara)
Yuriy Bazilevskiy y Oleg Klímchuk antes de meterse en el sifón Dos Capitanes. (Almuzara)

"En este libro narro una exploración a lo largo del tiempo, veinte años de campaña: no es llegar y besar el santo, sino que son muchos años y cada uno haciendo una tarea muy específica: uno documenta, otro cartografía, otro pone las cuerdas, otro lleva la intendencia…", cuenta. "Es otro concepto y ese trabajo comunitario no está de moda hoy en día. Muchos de ellos tienen la mentalidad gregaria, en el buen sentido, de los exsoviéticos. Por ejemplo, el rescate de Kabalni* en 2003, con un equipo español ‘no sé cómo hubiera salido’, decía García-Dils, porque los ucranianos, sin conocer el plan global, hacían exactamente lo que se les pedía. Cada uno sabe el lugar que ocupa en la formación, sin individualismos ni buscar rédito a corto plazo. Me gusta de la espeleología que va en contra de ciertas actitudes capitalistas e individualistas en la que lo importante es la foto. Y a dos mil y pico metros de profundidad no puedes hacerte un directo de Instagram".

Porque en 'Krúbera Voronya', Núñez también reflexiona sobre el cambio de un mundo que ya no se interesa por hazañas heróicas, en el que quienes se juegan la vida a través de campos minados, alambradas, montañas rocosas, lluvias torrenciales, dejándose la piel y las uñas tras semanas y semanas en semioscuridad, son nombres y caras desconocidas que lo que hacen lo hacen por amor al arte, por locura y por esa cualidad que caracteriza al ser humano (o, al menos, a algunos): la curiosidad que debe ser saciada.

Hace más de 350 millones de años el mapa mundi era muy distinto al de hoy. Como un gurruño continental, todas las superficie emergida se abrazaba en la Pangea, una masa terrestre con forma de "c" apelotonada a través del Ecuador. Uno puede imaginar caminar desde una hipotética proto Madrid hasta una hipotética proto Nueva York sin mojarse los zapatos, si hubiesen existido los zapatos y los pies humanos. En esa época, la orografía de Abjasia, ese Estado fantasma por el que guerrean Rusia y Georgia, no desplegaba más que unas montañas modestas y ante los cambios tectónicos, el Mar Negro se quedó aislado, las cordilleras crecieron y los terrenos a los pies del Cáucaso propiciaron que empezasen a formarse conductos kársticos, grutas y meandros subterráneos, miles de galerías que el agua ha ido horadando hasta formar la que hoy es la sima más profunda del planeta, Krúbera Voronya, con más de 2100 metros por debajo de la superficie y un potencial total de hasta 2700 metros, según algunas investigaciones.

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