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El Prado desata la pasión por la pintura... a pesar de los nuevos puritanos
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El Prado desata la pasión por la pintura... a pesar de los nuevos puritanos

La exposición de Pasiones aniquila los debates estériles del sexismo con el tridente de Tiziano, Rubens y Velázquez en un acontecimiento para los sentidos... y la sensibilidad

Foto: 'Venus besada por Cupido'. Hendrik van del Broek, según Miguel Ángel
'Venus besada por Cupido'. Hendrik van del Broek, según Miguel Ángel

Daniele da Volterra (1509-1566) fue un pintor manierista a quien todavía persigue la desdicha de haber censurado la escena del Juicio Final en la Capilla Sixtina. Solo cumplía las órdenes del pontífice Pío V, pero sus pinceles crearon las veladuras que recubrían los genitales de los protagonistas reunidos en la obra suprema de Miguel Ángel. Es la razón por la que ha pasado la historia como Il Braghettone. Y el artífice de una paradoja que define la ambigüedad de la estética y cultura judeocristiana: exponer la exuberancia del cuerpo, pero esconder los símbolos sexuales. Se trata del requisito fundacional que conlleva la expulsión del Paraíso y el recurso narrativo de la hoja de parra.

El arte oficial del cristianismo —pretérito y contemporáneo— reniega de los genitales, los esconde, los oculta con las veladuras de Volterra, pero estas limitaciones puritanas no contradicen los atajos que derivan a la exaltación de la fertilidad y a la fascinación voluptuosa del cuerpo. Y no solo porque Cristo se nos aparece prácticamente desnudo sobre la cruz o porque el éxtasis de Santa Teresa predisponga todas las analogías con el clímax erótico, sino porque el recurso y el atajo de la mitología proponía a los aristócratas y a sus artistas de cámara la posibilidad de explayarse sin censura ni contraindicaciones. El simple título de un cuadro o de una escultura dedicados a Diana o a Zeus encubría el descaro del arte. Y servía de distracción para exponer las pasiones sin tabúes.

Carecen de sentido los dogmas neopuritanos que una cierta progresía

'Pasiones' es el título de la exposición que se ha inaugurado en el Prado en alusión a la carnosidad y teatralidad de la pintura misma. Por eso carecen de sentido los dogmas neopuritanos que una cierta progresía -llamémosla “regresía”- ha convocado para sostener que la pinacoteca madrileña consolida los patrones discriminatorios hacia las mujeres. Aparecen ¡¡¡¡desnudas!!!. Y configuran, por lo visto, un inventario atroz en beneficio del yugo del heteropatriarcado: mujeronas degradadas a carnaza y a lascivia.

Veladura mental

Impresiona la perspectiva porque demuestra una veladura mental mayor que la pintura preventiva de Volterra. Hay espectadores/as, por tanto, que se niegan a experimentar el placer de la pintura. Que no ven la materia ni la hondura. Que renuncian a la diversión de las tramas. Que se abstraen del estupor estético.Y que hubieran preferido recubrir las pinturas con una sábana blanca. Fue la humillante concesión que hizo Matteo Renzi al presidente Rohaní con motivo de la visita oficial a Italia en 2016. Se recubrieron las esculturas desnudas en deferencia al teócrata iraní. Las femeninas y también las masculinas. Porque no solo la mujer ha sido un “objeto iconográfico”.

El desnudo del hombre constituía el canon absoluto de belleza en el periodo clásico. Era la medida nuclear de la estética y del humanismo a expensas de la “discriminación” femenina, cuya plena integración canónica hubo de esperar a la expresividad del periodo helenístico. Viene a cuento el matiz porque resulta enfermizo observar en los desnudos de Rubens una animosidad de género. Menos aún cuando 'Las tres gracias' representan a sus dos mujeres y al híbrido perfeccionista resultante de ambas.

Resulta enfermizo observar en los desnudos de Rubens una animosidad de género

Es una de la hipótesis del cuadro. Y un ejemplo del placer indagatorio al que se han dedicado Miguel Falomir y Alejandro Vergara, no ya comisarios de la exposición del Prado con la placa en el pecho, sino detectives profesionales que han escrutado la trama y la dramaturgia de las pinturas. Tiziano, Rubens y Velázquez -la santísima trinidad del Museo- reescribieron los mitos grecolatinos, los extrapolaron, los “actualizaron”. Lo demuestra la versión doméstica de 'Las hilanderas', un taller de costureras contemporáneas de Velázquez cuya labor en el taller del destino avanza al abrigo de un cuadro que representa el rapto de Europa y que redunda en la fascinación de la mitología: en cuanto vía de escape a la censura y camino indagatorio. ¿Cómo pintaban los artistas grecolatinos?

En ausencia de pruebas -entonces no habían aparecido las “paredes” de Pompeya-, los colegas del XVI y del XVII reconstruyeron las observaciones recogidas en los textos de Filóstrato. Y probaron a emularlas sobre algunos lienzos estupefacientes. Por ejemplo, la exuberante narración que Tiziano imagina en la 'Ofrenda a Venus' y en la 'Bacanal de los andrios'. Un espectáculo visual. Un delirio.

Éxtasis pictórico

El Prado abrasa al espectador. Lo somete a una combustión. Lo abruma con el éxtasis pictórico de Tiziano, Rubens y Velázquez. Hay otros artistas convocados a la conspiración, Poussin y Ribera entre ellos, pero tiene sentido enfatizar el triunvirato porque representa el centro de gravedad del Prado mismo en su historia y en su idiosincrasia. Y porque el acontecimiento de 'Pasiones' permite reconstruir las seis pinturas mitológicas que Felipe II encargó a Tiziano. “Poesías”, se las llamó. Se fueron dispersando, disgregando, con el transcurso del tiempo. Tanto, que solo una “versión” forma parte de la colección del Prado. Las otras hay que encontrarlas en Reino Unido y en Boston, como parientes remotos y desarraigados.

Conviene afrontarse con precauciones la sobreexposición al síndrome de Stendhal

Expira el 4 de julio la oportunidad de “atreverse” a la experiencia. Y conviene afrontarse con ciertas precauciones. No por el escándalo del cuerpo desnudo, sino por la sobreexposición al síndrome de Stendhal. Las 29 obras ocupan poco espacio. Y no porque los cuadros estén hacinados. De hecho, la exposición traslada una extraordinaria armonía atmosférica. La personalidad de los artistas reunidos no contradice la adhesión al influjo de Tiziano ni la “victoria” de la estética veneciana.

El Prado ha recuperado su plenitud aferrándose a su propia historia. E impresiona la fertilidad del reclamo. Las salas han vuelto a repoblarse. Se percibe una vitalidad que remedia la angustia del coronavirus. Y que explica incluso el ajetreo de turistas franceses, recompensados a título patriótico con el teatro sobre lienzo de Nicolas Poussin. E involucrados como los demás transeúntes en la experiencia de vivir la pintura desde la pasión y el éxtasis sin veladuras mentales.

Daniele da Volterra (1509-1566) fue un pintor manierista a quien todavía persigue la desdicha de haber censurado la escena del Juicio Final en la Capilla Sixtina. Solo cumplía las órdenes del pontífice Pío V, pero sus pinceles crearon las veladuras que recubrían los genitales de los protagonistas reunidos en la obra suprema de Miguel Ángel. Es la razón por la que ha pasado la historia como Il Braghettone. Y el artífice de una paradoja que define la ambigüedad de la estética y cultura judeocristiana: exponer la exuberancia del cuerpo, pero esconder los símbolos sexuales. Se trata del requisito fundacional que conlleva la expulsión del Paraíso y el recurso narrativo de la hoja de parra.

Pintura Museo del Prado Noadex