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Bahía Cochinos: la mortal trampa cubana que hizo temblar a Kennedy
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Bahía Cochinos: la mortal trampa cubana que hizo temblar a Kennedy

Trump le dejó otro lastre a Biden al denominar a Cuba 'Estado patrocinador del terrorismo'. Otra trampa como la que le mandó Eisenhower a Kennedy y que acabó en la crisis de Bahía Cochinos

Foto: La invasión de Bahía Cochinos
La invasión de Bahía Cochinos

El pasado 11 de enero la administración Trump designó a Cuba como “Estado patrocinador del terrorismo”, otra maleta más para la herencia a Joe Biden. Este tipo de situaciones son frecuentes cuando se relevan los mandos, y algunos testamentos contienen venenos casi mortales.

El arranque más célebre con ese fardo a las espaldas quizá sea el de John Fitzgerald Kennedy, de simbolismo distinto aunque muy potente al mostrar en su discurso inaugural un talante rompedor con la presidencia de Dwight D. Eisenhower. Atrás quedaban los Cincuenta y la imagen de sólida consolidación con el general de Normandía, ahora reemplazada por el mitificado glamour del recién elegido, otro aire y otra América, ideal para el despegue de una comunicación moderna, pero con una serie de mecanismos imparables y en marcha, cosas del legado.

placeholder Fidel Castro durante la crisis de Bahía Cochinos
Fidel Castro durante la crisis de Bahía Cochinos

Como bien es sabido 1959 amaneció con la victoria de Fidel Castro y sus hombres en la Guerra Civil contra el dictador Fulgencio Batista. Durante la primavera de ese año se promulgó la Ley de Reforma Agraria, expropiándose latifundios de compañías estadounidenses; poco después se aprobaron otras medidas, como nacionalizaciones de grupos agrícolas, industriales y de servicios del Tío Sam.

Ike, bien respaldado desde la CIA por Allen Dulles, movió ficha con velocidad. En Diciembre de 1959 el director de los servicios secretos presentó el plan para derrocar a Fidel, viable gracias al dictador nicaragüense Anastasio Somoza, quien ofreció Puerto Cabezas como patio trasero para preparar la invasión.

El 3 de enero de 1961 el gobierno norteamericano rompió relaciones diplomáticas y consulares con La Habana. El gesto era rotundo

A lo largo de 1960 Estados Unidos dispuso la supresión de la cuota azucarera, guillotinó a base de enérgicos cuentagotas los intercambios económicos, recomendó no viajar a Cuba y en octubre impuso el embargo con la isla, ahogada por la trascendencia de exportaciones e importaciones con el país vecino.

El 3 de enero de 1961 el gobierno norteamericano rompió relaciones diplomáticas y consulares con La Habana. El gesto era rotundo y se acompasaba al ritmo de los prolegómenos de la operación militar, afinada desde mayo de 1960 en Guatemala, donde se formaban los cubanos anticastristas, más numerosos desde otoño, cuando creció el reclutamiento en Miami, asimismo capital de la cúpula de exiliados, bautizada desde agosto como Frente Revolucionario Democrático (FRD), sustituido a posteriori por el Consejo Revolucionario, conminado a reclamar ayuda formal a Estados Unidos.

Todo esto se estipulaba desde el 17 de marzo de 1960 en el Cuba Project, programa de acción encubierta contra el régimen de Castro. Uno de sus cuatro pilares era crear una oposición unida, la pregunta es si el FRD era lo requerido a tal fin.

Las dudas de JFK

Berlín, Vietnam y Cuba, esta última en la mirilla por lo narrado, el hipotético empuje de su revolución hacia Latinoamérica y su paulatina pero evidente importancia en el curso de la Guerra Fría, una perla al ser una extraordinaria ubicación estratégica, con la Unión Soviética en liza desde febrero de 1960, fecha de la visita de Anastás Mikoyan para ratificar alianzas y plantar esa pica crucial en el Caribe.

Berlín, Vietnam y Cuba eran susceptibles de estallar, y las tres lucieron como inercias incontrolables en el despacho oval cuando Kennedy tomó posesión del mismo. Los planes diseñados por Richard M. Bissell, alto funcionario de la CIA, preveían un desembarco de exiliados cubanos, punta de lanza para el establecimiento de un gobierno provisional en Trinidad, en la costa sur, con buenas estructuras y distante de la Habana para soportar las acometidas castristas. La guerra de guerrillas, con armas y suministros estadounidenses, sería coser y cantar, allanada por la anulación de los aparatos de las Fuerzas Aéreas Revolucionarias, desballestadas tras tres ataques aéreos.

Kennedy y Dean Rusk, su Secretario de Estado, paradójicamente un duro con tendencia intervencionista, querían matizar ciertos detalles, sobre todo para no dañar esa infancia de la presidencia con una manifiesta iniciativa estadounidense en la invasión. De proseguir con lo ideado la orden de ocultar el patrocinio de las barras y estrellas era más bien ingenua. Se redujeron los aviones de dieciséis a ocho y se mudó el desembarco a playa Girón, en Bahía de Cochinos. Mil quinientos opositores partirían de Puerto Cabezas y derrocarían al estorbo barbudo.

El desastre y Viena

Kennedy jugaba con fuego al no tener recursos ni autoridad para bloquear ese inminente fracaso. El 15 de abril de 1961 ocho A-26, con bandera cubana en su fuselaje, bombardearon aeródromos y aeropuertos a lo largo de tres frentes, sin diezmar en exceso a la flota rival, resistente y certera hasta dispersarlos. Este error anticipó la debacle y prendió la mecha para un torbellino de declaraciones, con el embajador cubano en la ONU señalando con el dedo a Estados Unidos, acusándolos de estar detrás de las bombas de la madrugada. Al día siguiente Fidel Castro proclamó el carácter socialista y marxista de su revolución. De este modo dilapidaba su anterior renuncia a encuadrarse dentro de la esfera comunista, negada por activa y por pasiva durante sus primeros pasos como máximo mandatario de la isla.

Adherirse al marxismo-leninismo lo propulsaba en lo internacional y corroboraba tantos guiños y enroques mutuos durante el bienio precedente. Moscú prometía el paraíso y contrarrestaba la depresión de tantas restricciones desde la Casa Blanca. Además, desde la emocionalidad de esas jornadas, la adopción del credo estimulaba una especie de ardor a lo gran guerra patriótica de Stalin, todos contra el invasor, con la hoz y el martillo como útil complemente a un nacionalismo personalista.

Adherirse al marxismo-leninismo lo propulsaba en lo internacional y corroboraba tantos guiños y enroques mutuos durante el bienio precedente

Los anticastristas de la Brigada 2506 desembarcaron el 17 de abril y penetraron diez quilómetros en tierra firme, quedándose atrás muchas municiones y equipos, con los buques de escolta vencidos por la aviación gubernamental, señora indiscutida de los cielos y garante de la contraofensiva de la siguiente mañana, apabullante por su superioridad numérica y el empleo de artillería originaria del Bloque del Este, soviética y checoslovaca.

Durante esas horas Kennedy tiró la toalla. El relato para la posteridad se asemeja a otros instantes de ahora o nunca durante sus legendarios mil días como presidente. Lo peor se desvanece ante su temple, más solvente y convencido en la crisis de los misiles. En la de Bahía Cochinos fue un pelele de las cenizas de Eisenhower, expedientes a culminar contra viento y marea. JFK denegó el envío de más A-26 para no salpicar más si cabe el rol de Estados Unidos en esa derrota sin paliativos, zanjada el 19 de abril con la captura de más de mil doscientos guerrilleros de la 2506. Algunos fueron condenados a muerte, otros canjeados por tractores, alimentos y medicinas en 1962.

Kennedy, pese a tanto ímpetu para omitir la obviedad de la vinculación norteamericana, pagó el pato de ese incómodo lastre, perjudicándole sobremanera por la juventud de su administración, con demasiados baches para cimentar su reputación de Camelot milagroso. En junio de 1961 acudió a Viena para una cumbre bilateral con Nikita Kruschev, no sin antes deslumbrar en París, hito icónico de la renovación imperial en el imaginario de la época, por estética ya mimetizada con la alta política.

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Una cosa eran las cámaras y otra los salones. Kruschev quería, no solía andarse con remilgos, agarrar por los huevos a Kennedy. En Berlín tenía la sartén por el mango y en agosto se tendería el muro, con otro episodio al borde del colapso en octubre, cuando en el CheckPoint Charlie tanques de las dos superpotencias quedaron apuntándose a pocos metros, con el pánico a una chispa en esa casualidad no tan casual.

Nikita recordó Bahía Cochinos. Los testimonios lo dan triunfador en las conversaciones, pero, más allá de esa narración de la Historia como un serial televisivo, la apreciación del ucraniano sobre Kennedy era positiva, valorándose su apego a contener la confrontación, signo indudable de un pacifismo muy conveniente en esa senda hacia la distensión. Cuba cobraba un valor incalculable en el tablero, y 1962 lo confirmaría con estrépito.

Bahía de Cochinos no fue una efeméride de circunstancias. El fiasco de esa intentona primaveral estrechó las lazos cubano-soviéticos y propició el horizonte hacia la crisis de los misiles, cuando el mundo contuvo el aliento ante la amenaza de una aniquilación nuclear, impedida porque el Kremlin y Washington no se subestimaron, a diferencia de la acción urdida con el consentimiento de Eisenhower y reformulada por Kennedy, pésima desde su menosprecio a sus combatientes y nefasta por atomizar más las plazas calientes de la Guerra Fría, con Cuba a la vera de Florida.

El pasado 11 de enero la administración Trump designó a Cuba como “Estado patrocinador del terrorismo”, otra maleta más para la herencia a Joe Biden. Este tipo de situaciones son frecuentes cuando se relevan los mandos, y algunos testamentos contienen venenos casi mortales.

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