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Las mejores novelas del peor año de nuestras vidas
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Las mejores novelas del peor año de nuestras vidas

2020 fue un año feliz para los lectores, a pesar de que la pandemia nos hizo leer menos

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El 1 de enero pensábamos que lo peor que podía pasarnos este año era otra canción de Rosalía, otro libro sobre la Guerra Civil y otra película de Christopher Nolan. La condición especular de 2020 y la querencia posmoderna por la copia hacían muy probable que el año fuera indistinguible y consecutivo, un calendario cultural de la reiteración y la propaganda. Y así fue, de hecho. Salvo que llegó el coronavirus, decenas de miles de muertos, cientos de miles de arruinados, y comprendimos la verdad de la vida: cuando llega diciembre, siempre parece que no ha pasado nada.

En la cosa de los libros sucedió que dejamos de leer, si atendemos a la encuesta que hice en Twitter por el mes de mayo. Tanto tiempo metido en casa no nos incitó a la lectura, como parecía lo más probable, sino a la paranoia. Leer, sí, pero solo datos, gráficas, simones farsantes y trucajes del apocalipsis. No podía uno abrir un libro, ese remanso de aguas impresas, y dejarse llevar por la corriente de la escritura, porque alguien estaba muriendo, contagiando, contagiándose, viendo morir al otro lado de la pared. Había que ser un auténtico hijo de puta para leer a gusto mientras el país permanecía encerrado y los abuelos morían por millares, sin saber muy bien cómo, ni hasta cuándo.

Con todo, seguramente Amazon ha vendido más libros este año que en no pocos de los anteriores juntos. La pandemia ha dado la razón a todo lo que normalmente criticamos: a Amazon, a Netflix y a Mercadona. El fin del capitalismo se parece mucho a que los que más dinero ganaban ganen más dinero todavía. Zizek desbarró lo normal.

Mejores libros

Los mejores libros que he leído este año —y que son, por supuesto, los mejores de verdad, sin politiqueo ni cuotas ni café con leche— señalan dos debuts brillantes. 'Nada ilegal, nada inmoral' (Caballo de Troya), de Adrián Grant, y 'Feria' (Círculo de Tiza), de Ana Iris Simón. Son dos novelas tan distintas que hasta se leen mejor juntas. La primera, luxemburguesa, va de grandes dineros y evasiones, de mala gente que cotiza, y es como un Chirbes que hubiera viajado más y escrito con más matemática. Realmente apostaría mucho dinero por Adrián Grant. La otra, 'Feria', trata lo pequeño y lo pobre, sin salir casi de Toledo, lo popular con entraña; va también de ser mujer y no andar lloriqueando, de querer a los hombres y a los padres, a los abuelos, a los amigos. ¡Incluso a España!

placeholder 'Feria' (Círculo de Tiza).
'Feria' (Círculo de Tiza).

Otra gran novela del año fue 'Casas vacías' (Sexto piso), de la mexicana Brenda Navarro, que aborda la temática tan manoseada de tener o no tener hijos, pero con una prosa extraordinaria y vivencial. Y un libro que sigue en mi cabeza pasados varios meses es 'Macarras interseculares' (Melusina), de Iñaki Domínguez, tomazo sobre gente turbia y patética de Madrid, sobre pijos que se arriman donde no hay dinero para sacar aventura, lleno de testimonios de la droga y la canalla. En Madrid, el auténtico 'dumping' es el de la cocaína.

Otras novelas españolas con las que me entretuve y me admiré fueron 'Remake' (Aristas Martínez), de Bruno Galindo, 'Panza de burro' (Barrett), de Andrea Abreu, 'El mar indemostrable' (La navaja suiza), de Ce Santiago, y 'Todo queda en casa' (Distrito 93), de Santiago Fernández Patón. 'Las palmeras' (Algaida), de Jimina Sabadú, iba incluso de una epidemia, y de los márgenes de los bares un martes por la noche. Y 'Antes de las cinco en casa' (Destino), de Albert Forns Canal, revisaba la autoficción al alza, muy simpática y catalanamente. Según las voy citando, me voy acordando de lo realmente buenas que eran estas novelas. La mayoría no las habrá leído nadie. También anoto 'Días de euforia' (Alianza), de Pilar Fraile.

Más debió de leerse a Reig, a Reverte y a Trapiello, pues trajeron grandes libros: 'Amor intempestivo' (Tusquets), 'Línea de fuego' (Alfaguara) y 'Madrid' (Destino). Es estupendo que ninguno de ellos tenga aún el premio nacional, porque así podemos seguir sin darle importancia alguna al premio nacional.

Literatura extranjera

Me llevé un disgusto con lo último de Rachel Cusk y de Jenny Offil en Asteoride, pero me compensó con creces 'Vidas breves', de Anita Brookner, un delicado repaso al ama de casa de los años 50. Las reediciones de Marguerite Duras que hace anualmente Alianza nos trajeron en 2020 'La vida material', no tan maravillosa como 'El dolor', pero en su estela; también reeditó Alianza con primor 'La marcha Radetzky', de Joseph Roth, en traducción incomparable de Isabel García Adánez; y nos presentó a Sibylle Berg y su monumental 'GRM Brainfuck', una historia disolvente y moderna que llega de Suiza.

placeholder 'Los chicos de la Nickel'.
'Los chicos de la Nickel'.

Hay que leer 'Los chicos de la Nickel' (Random House), de Colson Whitehead, para aprender cómo se escriben novelas que te permitan comprarte una casa en los Hampstons. Y 'Quijote' (Seix Barral), de Rushdie, porque Rushdie es siempre excesivo y brillante. Luego me fascinó 'Un lugar en el mapa' (Random House), de Shaun Prescott, que creo que he leído solo yo en toda España. Llega desde Nueva Zelanda. Es como ciencia ficción de la que hacen en Nueva Zelanda. Y 'El rey campesino' (Destino), de Andrea Camilleri.

En la cosa de pensar me gustó lo que pensó Félix Ovejero en 'Sobrevivir al naufragio: el sentido de la política' (Página indómita), tan anticipatorio: que el PSOE pierde sustancia desde Zapatero; Loola Pérez en 'Maldita feminista' (Seix Barral): que es mucho mejor ser maldita que ser feminista; Esteban Hernández en 'Así empieza todo' (Ariel) y Ramón González Férriz en 'La trampa del optimismo' (Debate): que los 90 lo explican todo; y Jorge Freire en 'Agitación' (Páginas de Espuma): que el presente no es capaz ya de explicar nada.

placeholder 'Maldita feminista'. (Seix Barral)
'Maldita feminista'. (Seix Barral)

Además Jorge Carrión en 'Lo viral' (Galaxia Gutenberg) pensó justamente el presente, la pandemia, en un librito fantástico. Y Mariano Peyrou pensó la poesía pensando la literatura toda, en otro libro irreemplazable, 'Tensión y sentido' (Debate). César Rendueles se acordó de la igualdad en 'Contra la igualdad de oportunidades' (Seix Barral), porque siempre habrá alguien que se acuerde de la igualdad solo por chafarnos la fiesta de las minorías y las identidades. Aunque el ensayo fundamental de nuestros días lo firmó Douglas Murray: 'La masa enfurecida' (Península). Un monumento al sentido común y al debate libre.

La simpática noticia que cerró el año literario fue la compra por Netflix de los derechos de 'Un hípster en la España vacía' (Random House), de Daniel Gascón. Estaba ya todo el mundo tratando de venderle guiones a Netflix, Movistar o HBO, ese Ibex 35 del artista. Y esta elección del libro de Gascón como serie venidera da mucha alegría a la literatura, pues responde a la pregunta clásica que se hacen los escritores, y que nadie era capaz de contestar con puntería: ¿para quién escribo?

Escribes ya para Netflix, amigo; para Netflix.

El 1 de enero pensábamos que lo peor que podía pasarnos este año era otra canción de Rosalía, otro libro sobre la Guerra Civil y otra película de Christopher Nolan. La condición especular de 2020 y la querencia posmoderna por la copia hacían muy probable que el año fuera indistinguible y consecutivo, un calendario cultural de la reiteración y la propaganda. Y así fue, de hecho. Salvo que llegó el coronavirus, decenas de miles de muertos, cientos de miles de arruinados, y comprendimos la verdad de la vida: cuando llega diciembre, siempre parece que no ha pasado nada.

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