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Así Arthur Conan Doyle hizo de Sherlock Holmes, investigó y salvó a un inocente
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Así Arthur Conan Doyle hizo de Sherlock Holmes, investigó y salvó a un inocente

El creador de Sherlock Holmes se implicó en el caso de Oscar Slater, un judío alemán que fue condenado por asesinato con pruebas falsas a comienzos del siglo XX

Foto: Arthur Conan Doyle (izquierda) junto al abogado Craigie Aitchison
Arthur Conan Doyle (izquierda) junto al abogado Craigie Aitchison

Esta es una historia lamentable. Lo es porque trata de los más de 18 años en prisión que estuvo un inocente en una cárcel escocesa a principios del siglo XX. Pero también tiene algo esperanzador: el empeño de Arthur Conan Doyle, el creador del detective más famoso de todos los tiempos, Sherlock Holmes, para demostrar, siguiendo el método científico que aplicaba su personaje, que el preso no era el verdadero asesino. Con muchas trabas, porque allí estaba implicado hasta el más alto paladín de las clases pudientes de Glasgow, lo consiguió. No en vano siguió su lema humanista: siempre será más justo que haya 99 hombres culpables en la calle que un inocente en prisión.

placeholder 'Arthur Conan Doyle, investigador privado'
'Arthur Conan Doyle, investigador privado'

La historia la cuenta la periodista de ‘The New York Times’ Margalit Fox en ‘Arthur Conan Doyle, investigador privado’, un ensayo que acaba de publicar Tusquets. Es un libro de no ficción con profusión de datos y nombres, pero se lee como una magnífica novela negra, ya que tiene todos sus elementos: un crimen, una víctima, un presunto culpable, testigos, una policía bastante mentecata, un fiscal muy poco profesional, un abogado que tampoco estuvo fino y la prensa sensacionalista, que ya en los inicios del siglo XX hacía furor con los sucesos. Los medios y el amarillismo con el crimen han ido históricamente de la mano. Y casi nunca para bien con los posibles culpables.

Todo se inicia el 21 de diciembre de 1908 cuando Marion Gilchrist, próxima a cumplir 83 años, rica y soltera aparece brutalmente asesinada en su piso de una zona bastante noble de Glasgow. El cadáver lo descubre su doncella, la joven Helen Lambie, y uno de sus vecinos del piso de abajo. A partir de ese momento se ponen en marcha una serie de incongruencias en las declaraciones, como la de la adolescente de 15 años, Mary Borrowoman, que afirmó que vio correr a un hombre por la calle del crimen, pistas falsas que se toman como reales que abocan a un culpable que resulta un tópico en estas investigaciones: el ratero extranjero que pasaba por allí. Para más inri en esta caso, Oscar Slater, de 36 años, era un judío alemán que se ganaba la vida con el juego y los trapicheos. Casi no hay más preguntas, señoría.

Todo se inicia el 21 de diciembre de 1908 cuando Marion Gilchrist, próxima a cumplir 83 años, rica y soltera aparece brutalmente asesinada en su piso

“En 1290, durante el reinado de Eduardo I, los judíos fueron expulsados de Inglaterra, la primera expulsión de una comunidad judía importante en Europa”, escribe Fox, que detalla cómo ser judío en este país no era nada fácil a principios del siglo XX. “Los judíos se encontraron con una tradición antisemita antigua y profundamente arraigada”, sostiene. No eran pocos los que vivían en Gran Bretaña en esa época, más de 150.000, de los cuales 7.000 estaban Glasgow. Pero mientras que al principio a Escocia habían acudido profesionales cualificados de rentas altas -banqueros en muchos casos- para aquellos tiempos la mayoría eran pobres. Y muy poco integrados. Uno de ellos era Slater.

placeholder La anciana asesinada Marion Gilchrist
La anciana asesinada Marion Gilchrist

Malas cartas

Las cartas empezaron a ser malas desde el comienzo. También porque en 1905 se había aprobado una Ley de Extranjería que señalaba que “ciertos comportamientos criminales estaban implícitos en ciertas características raciales”. El miedo al otro, al invasor, era una cuestión muy victoriana y estaba en boga. También en las investigaciones criminales se seguían dictados de la criminología que relacionaban la delincuencia con la raza. Es más, había teorías que señalaban que la población podía aprender ciertos rasgos faciales para delatar a un posible delincuente. Esto ocurría hace algo más de un siglo. Todavía son sesgos que, en ocasiones, imperan.

Paradójicamente en ese tiempo, Conan Doyle también dio a luz a Sherlock Holmes. Fue en la novela ‘Estudio en escarlata’, de 1887, publicada primero en una revista. Conan Doyle era médico especializado en cirugía. Y además de ello tenía un talante progresista hacia las humanidades y las ciencias por lo que no dudó en aplicar el método científico, que afortunadamente y en contra de otras teorías más peregrinas, también cobraba fuerza a finales del XIX. Su maestro en esto del racionalismo había sido el médico Joseph Bell, de quien prácticamente copió todo para crear a Holmes -incluso hasta el físico- y establecer el método holmesiano. En este punto Fox recuerda que la medicina y la investigación criminal no están nada desencaminadas, puesto que ambas consisten en hallar un diagnóstico, ya sea una persona o un virus. A alguien también se le ocurrió esto para crear al personaje televisivo del Dr. House hace algunos años.

Conan Doyle tenía un talante progresista hacia las humanidades y las ciencias por lo que no dudó en aplicar el método científico

El método de Holmes es el de la abducción, que es contrario al de la deducción en el sentido de que va al revés, es decir, de delante hacia atrás. Es una especie de estudio apriorístico por lo que no va de la causa al efecto, sino al contrario. Para detener a Slater se basaron prácticamente en deducciones bastante toscas: hay sangre de un martillo, Slater tenía un martillo, ergo Slater es el asesino (obviamente ahí entrarían todas las personas con un martillo en su casa, como Conan Doyle haría ver más adelante).

La investigación del escritor

Pero antes de que el escritor pudiera entrar en escena, el presunto culpable tuvo que vérselas con este tipo de métodos menos elaborados. Otro fue el de las declaraciones de los testigos -principalmente dos mujeres- que a día de hoy no se tendrían tan en cuenta. Sobre todo porque está comprobado que no recordamos tan bien las cosas. Y porque, por ejemplo, si nos enseñan una foto de una persona y luego esta aparece en una rueda de reconocimiento es muy probable que la señalemos como culpable. Hoy todo esto está estudiado, pero en 1909, no. En este caso, por supuesto, hubo aún cosas más graves puesto que se sobornó para que se cometiera perjurio, se pusieron sobre la mesa pruebas falsas como un broche de un diamante… Todo para que Slater fuera condenado, primero a la horca y después finalmente a cadena perpetua, el 25 de mayo de 1909. En menos de cinco meses, fiscales, policía y demás autoridades tenían a la muerta enterrada, al preso en el cadalso y el asunto cerrado.

placeholder La escena del crimen
La escena del crimen

No contaban con que en 1912, Conan Doyle, que entonces era el escritor más famoso de Inglaterra, “el Stephen King de su tiempo”, dice Fox, retomara el caso. Había muchas cosas que no cuadraban y el plumilla empezó a tirar del hilo con el mismo método que desarrollaba en sus novelas. “Cuando me di cuenta de la maldad de todo aquello, me sentí impulsado a hacer todo lo que pudiera por ese hombre”, escribió Conan Doyle. Lo primero que hizo fue estudiar toda la transcripción del juicio, después analizó los artículos de prensa que salieron sobre el caso y también la transcripción de la extradición desde Nueva York (donde Slater había sido detenido).

Se dio cuenta de los “errores” utilizando varias herramientas. Una de ellas fue la prueba negativa: cuando no pasa algo que tiene que pasar, por ejemplo, que alguien no se asuste si entra un ‘extraño’ en una casa, lo que significa que probablemente no sea un extraño. Otra fue que los horarios en las declaraciones no se correspondían. Y finalmente, como Sherlock Holmes hace usualmente, los objetos que aparecieron en la escena del crimen y que, para el escritor, suponían un elemento de distracción para desviar la atención hacia el robo. Con todo ello, Conan Doyle publicó el libro ‘The case of Oscar Slater’, que se convirtió en uno de los libros más vendidos de 1912. El preso no tuvo tanta suerte, ya que, aunque se probaba que Slater no podía ser el asesino, aquello no reabrió el caso.

Cuando me di cuenta de la maldad de todo aquello, me sentí impulsado a hacer todo lo que pudiera por ese hombre

En realidad, hubo que esperar hasta 1925 para que la luz entrara en la vida de aquel presidiario inocente. Y con una guerra mundial de por medio. El motivo fue un papelito que otro preso, William Gordon, sacó de la misma prisión escondido en su dentadura postiza. En él, Slater pedía que se volviera a investigar su caso y que se pusiera en contacto con Conan Doyle, que por aquel entonces, no obstante, había dejado un tanto atrás su época ultrarracionalista y estaba algo más obsesionado con fantasmas y espíritus.

placeholder Oscar Slater tras su salida de prisión
Oscar Slater tras su salida de prisión


Pero quien sí retomó el caso fue el periodista William Park, que decidió continuar con las investigaciones que había hecho el escritor, quien además decidió financiarle mientras escribía. Su libro ‘The Truth about Oscar Slater’, publicado en 1927, probó muchas cuestiones peliagudas como las pruebas falsas que había puesto la propia policía. Aquello, por supuesto, fue una bomba para la prensa que enseguida volvió a buscar a los protagonistas del caso como las dos mujeres, Helen Lambie y Mary Barrowman, que habían declarado que Oscar Slater tenía todas las papeletas para ser el culpable. Ambas se retractaron en los periódicos, pero acusaron a policía y fiscales de haber sido manipuladas para que señalaran a Slater y así evitar que saliera a la luz el nombre de un sobrino de la fallecida, miembro de la alta clase social. Aquello puso en marcha de nuevo al tribunal de apelaciones que determinó finalmente que Oscar Slater no había matado a aquella mujer y era un hombre libre. Era noviembre de 1927 y había pasado más de 18 años en la cárcel.

No obstante, han pasado más de cien años de aquel asesinato y el verdadero culpable nunca acabó en la cárcel. Para muchos fue ese familiar adinerado que lo negó hasta su muerte en 1964. Otros piensan que la criada pudo estar implicada. Pero lo que sí es seguro, como dice Margalit Fox en su libro, es que los esfuerzos de uno de los mayores autores de novela negra de toda la historia sacaron a un hombre inocente de la cárcel obligaron a cambiar ciertos métodos policiales y corruptelas judiciales. El método científico de Holmes triunfó en las novelas y en la vida real.

Esta es una historia lamentable. Lo es porque trata de los más de 18 años en prisión que estuvo un inocente en una cárcel escocesa a principios del siglo XX. Pero también tiene algo esperanzador: el empeño de Arthur Conan Doyle, el creador del detective más famoso de todos los tiempos, Sherlock Holmes, para demostrar, siguiendo el método científico que aplicaba su personaje, que el preso no era el verdadero asesino. Con muchas trabas, porque allí estaba implicado hasta el más alto paladín de las clases pudientes de Glasgow, lo consiguió. No en vano siguió su lema humanista: siempre será más justo que haya 99 hombres culpables en la calle que un inocente en prisión.

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