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'Siéntate y escucha': la exposición en la que no hay ningún cuadro ni objeto
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ABIERTA HASTA EL 11 DE ENERO DE 2021

'Siéntate y escucha': la exposición en la que no hay ningún cuadro ni objeto

El Museo Reina Sofía acoge 'Audiosfera' del artista sonoro Francisco López, una experiencia aural que enmarca al visitante en un vasto océano de sonidos

Foto: Exposición Audiosfera. (Joaquín Cortés/Román Lores, Museo Reina Sofía, 2020)
Exposición Audiosfera. (Joaquín Cortés/Román Lores, Museo Reina Sofía, 2020)

Una noche, en un garito cualquiera, el grupo de música experimental Morphogenesis hace acto de presencia en el escenario. Los pocos incautos que han acudido al concierto les aplauden y luego guardan silencio. Entonces, un miembro de la banda agarra el micrófono y lo saca por una de las ventanas del local, con la intención de recoger los sonidos de la calle e incorporarlos al show. Unos años antes, otra persona llamada Thomas Köner viaja a tierras polares con la esperanza de llegar a ese lugar al que ningún otro hombre ha podido llegar: el permafrost terrestre. Con un gesto parecido al de la banda británica, sumerge un equipo de micrófonos en el hielo marino de la Antártida. Al igual que sus antepasados hicieron con la fotografía para asomarse a las partes más ínfimas de la biología, este artista fue capaz de desvelar la realidad de esos mundos helados sumergidos en la corteza terrestre a través del espectro sonoro. Paralelamente, una mujer llamada Pauline Oliveros establecía lo que luego se conocería como “conciencia sónica”, una forma de escucha atenta y profunda que entiende el propio acto de escuchar como una parte esencial de la creación y composición musical, y que más tarde derivaría en lo que se conoce como “Deep Listening”.

Estos tres ejemplos bien podrían servir de prólogo para introducir lo que hoy en día se conoce como arte sonoro. ¿Música experimental? ¿Ruidismo? ¿Arte contemporáneo que se escucha? ¿Grabaciones de campo? ¿’Power electronics’? Hay un sinfín de formas de interpretar y clasificar la obra sonora; esta puede provenir directamente del medio natural (espacios con una gran capacidad de resonancia como las cisternas en las que grababa Oliveros) o de los dispositivos electrónicos, como la banda de krautrock alemana Can hizo en ‘Unfinished’, último tema de su álbum ‘Landed’, en el que simplemente dejaron ‘sonar’ al estudio, captando el ambiente electroacústico y electrónico que este les ofrecía. Desde hace cuatro décadas hasta ahora, y a través de infinidad de ejemplos como estos, el audio experimental ha vivido una serie de procesos de socialización que han provocado que miles de personas de todo el mundo se lancen a compartir, remezclar, procesar, grabar y almacenar ondas sonoras que invitan a la escucha atenta.

Una exposición que no tiene ningún objeto expuesto, sino cientos de obras de arte sonoro que invitan a la escucha prolongada y profunda

Toda esta serie de ‘archivos de audio’ forman parte de una serie de “constelaciones” que no tienen límites espaciales ni temporales, es decir, están por todas partes, en la improvisación libre y la experimentación de los ‘home studio’, en la cotidianidad y en el oído de cualquier persona que preste atención al sonido que le circunda. En definitiva, el audio experimental social traza una línea de fuga de la música convencional para centrarse en la plena edificación de catedrales abstractas de sonido. Ahora, gracias a la labor del artista sonoro Francisco López, podemos sumergirnos en un ‘permafrost sónico’ al acudir a su exposición Audiosfera, emplazada en el Museo Reina Sofía y abierta desde el 14 de octubre hasta el 11 de enero del año que viene. En ella, se dan cita más de 800 artistas de todos los países que sirven de muestra de la enorme riqueza de este submundo musical y artístico que nos invita a la escucha profunda para comprender, o simplemente maravillarnos, de la enorme complejidad del mundo que vivimos y que percibimos en su mayor parte por la vista, pero no por el oído.

Obras aurales

“Una exposición que no tiene ningún objeto expuesto, pero que contiene cientos de obras musicales que algunos considerarán como arte sonoro, obras aurales que tienen que ver con la escucha prolongada, intensa y profunda, en mitad de un ambiente cómodo y calmado, con luz tenue, y que invita al visitante a recorrer distintas salas por las que dejarse llevar usando la intuición y el oído”. Así presenta Audiosfera el propio Francisco López, quien en una conversación vía Skype desde La Haya, donde reside, admite sentirse expectante ante la reacción de los visitantes. “Uno de los mensajes implícitos en la exposición es hacer patente la ingente cantidad de personas que se interesan y practican el audio experimental”, asegura a El Confidencial. “Un término que incluye muchas tendencias artísticas y sonoras, de ahí que mi intención haya sido centrar la atención en la magnitud del fenómeno, más que en una serie de nombres y estilos”.

Audiosfera está pensada para crear una situación de escucha atenta que socava las barreras que delimitan la música y el arte contemporáneo

Veterano de la música experimental, López lleva más de 40 años trabajando en este ámbito y colaborando con cientos de creadores de todo el mundo. Sus conciertos son una experiencia musical inmersiva con sistemas de 'sourround' en los que venda los ojos a la audiencia para que interactúe con los paisajes sonoros. Al echar un vistazo en su perfil de Bandcamp, podemos viajar a los húmedos bosques de Brasil, Australia, China o Japón, o bien aterrizar en las antípodas naturales de países exóticos como Birmania. No solo como 'documentalista del sonido', sino también como pionero del movimiento ruidista de los años 90, con obras como 'Untittled Sonic Microorganisms', puntas de lanza de la cultura noise que se expandió a través de auténticas barbaridades sónicas efectuadas por artistas que perduran a día de hoy, como Merzbow (quien compuso una pieza específicamente para la exposición), Sun O))) o Lightning Bolt.

placeholder Exposición Audiosfera. (Joaquín Cortés/Román Lores, Museo Reina Sofía, 2020)
Exposición Audiosfera. (Joaquín Cortés/Román Lores, Museo Reina Sofía, 2020)

Todas estas obras recopiladas por López transitan los límites de lo que podemos considerar como “música” o “arte contemporáneo”, abriendo grietas entre estos dos conceptos y sometiéndolos a juicio. Audiosfera está pensada para crear una situación de escucha atenta que acaba con las barreras que delimitan ambas disciplinas, ya que no encontraremos ningún tipo de instrumento o altavoz que nos indique de donde viene la fuente de sonido, así como tampoco ningún objeto sobre el que ceder la atención a la vista. En definitiva, López apuesta por el espacio museístico como lugar para la creación de “momentos” significativos de encuentro con la contemplación auditiva. Dividida en siete espacios o salas que hacen referencia a cada uno de los procesos artísticos que se han dado en los últimos años dentro del campo del arte sonoro, se invita al visitante a apagar su dispositivo móvil para disfrutar de una experiencia inmersiva acompañado tan solo de unos auriculares que irradian las más de 800 obras sonoras recogidas en la exposición y de distintas formas de escucha: aleatoria, por orden alfabético o a selección del propio oyente.

"Mi instrumento es el mundo"

“Durante una época, lo que se denominaba arte sonoro era bastante libre”, explica el comisario. “Esto ha acabado o está acabando, ahora ha sido fagocitado por el arte contemporáneo, como una especie de disciplina que solo se ve como algo curioso, de adorno. Y en ese sentido, para hacerse ‘objetual’ y tener el derecho a ser expuesto debe pasar una serie de justificaciones epistemológicas que hagan referencia a un tipo de ideología o de tendencia estilística dentro de la música o el arte. A mí lo que me interesa es el grado de libertad creativa que ofrece, y no tanto su intención o el modo en el que intenta inscribirse en una corriente de cualquier disciplina”.

"Vivimos en la dictadura de lo visual, todo nos entra por los ojos. Hemos perdido cultura auditiva y capacidad de escucha"

Esa libertad de la que habla López es precisamente la llave que ofrece paso a la experiencia auditiva y creativa, ya que ambas van unidas, en contra de lo que se entiende como ‘escucha’ desde un punto de vista tradicional, es decir, como una actividad pasiva. Esa misma libertad, de nuevo, es la que hace que el artista sonoro primero se postule como creador y artista, antes incluso de ponerse manos a la obra, sin necesidad de poseer un reconocimiento institucional, académico o de la industria. Al fin y al cabo, el audio experimental social forma parte de un fenómeno que recorre los seis continentes y genera lazos de creación, colaboración y difusión, que se materializa en los márgenes, tanto físicos como virtuales, y que no tiene ningún otro propósito. Importan los medios y no el fin. Los procesos y no el resultado.

Mi instrumento es el mundo”, comenta a este diario Sergio Sánchez (alias Jazznoize), uno de los artistas seleccionados por López y autor de ‘Obra sintética’, presente en la exposición. “Vivimos en la dictadura de lo visual, todo nos entra por los ojos. Hemos perdido cultura auditiva y capacidad de escucha. Los sonidos van cambiando según las diferentes épocas históricas. Si tú te vas a un pueblo de la sierra de Madrid, por ejemplo, ya no se escucha lo mismo que hace décadas. A veces, hay más sonidos pero nosotros escuchamos menos. El oído, que en la antigüedad podía ser la herramienta más útil para salvarte la vida, ahora pasa por ser algo accesorio de lo visual o bien se explota de manera industrial por las grandes discográficas a través de la música pop y rock”.

“En Alemania un niño de 12 años sabe quién es Stockhausen, pero aquí posiblemente nadie sepa quién es Eduardo Polonio o Víctor Nubla"

Sánchez recibió formación musical como clarinetista en el conservatorio, pero su concepción de la música cambió completamente cuando descubrió con 18 años a Francisco López a partir de una crítica de su ‘Azoic Zone’ en un número de la revista Rockdeluxe del año 1993. “Empecé escuchando acid house de finales de los 80, luego a los 15 años llegué al noise pop y a Sonic Youth, que es mi grupo favorito, pero todo cambió cuando escuché a Francisco López y sus ‘field recordings’”, explica. “Desde entonces, y con la llegada de Internet, la música experimental se ha expandido muchísimo, antes los autores tenían que intercambiarse cintas para componer entre ellos. La revolución digital lo hizo todo más fácil y accesible”.

placeholder Exposición Audiosfera. (Joaquín Cortés/Román Lores, Museo Reina Sofía, 2020)
Exposición Audiosfera. (Joaquín Cortés/Román Lores, Museo Reina Sofía, 2020)

Otro de los artistas que participan en la exposición es el bilbaíno Miguel A. García (alias Xedh), quien también tiene una amplia trayectoria en el mundo del audio experimental social, colaborando con multitud de artistas repartidos por todo el globo. Todos los años organiza en el País Vasco el festival Zarata Fest, que da cabida a este tipo de propuestas sónicas viscerales. “Utilizo distintos dispositivos electrónicos, usándolos de una manera inadecuada para extraer los residuos que generan y componer a partir de ellos”, explica García sobre el método de creación que ha usado en las dos piezas que se encuentran en Audiosfera. “Al fin y al cabo, utilizar cacharros de una forma que no estaba pensada para ellos, extrayendo sonidos que no tendrían por qué generar. A mí eso me resulta muy atractivo estéticamente. De adolescente descubrí, después de tocar en bandas, que el lenguaje musical tradicional no me llenaba, me costaba ajustarme a él. Y poco a poco fui descubriendo que la música también se puede encontrar por vías nada tradicionales”.

¿Incomprensión por parte del público?

Ambos artistas creen que existe muy poco respaldo en España a la música experimental. “Hay conciertos que he dado en los que casi me tiran piedras”, recalca Xedth. “En Europa eso no ocurre, he participado en festivales de países como Alemania, Polonia o Francia y hay más respeto y afición al arte sonoro”. Una idea con la que también congenia Jazznoize: “En Alemania seguramente un niño de 12 años sabe quién es Stockhausen, pero aquí posiblemente nadie sepa quién es Eduardo Polonio, un músico madrileño muy cercano a la vanguardia del minimalismo de los años 60 de Terry Riley, o Víctor Nubla, fundador de Macromassa. Se ve como algo minoritario y extraño”.

“España tiene un programa cultural que adolece de un tradicionalismo irredento”

A este respecto, López aporta las claves de por qué no hay una cultura fuerte y sólida de música experimental en nuestro país. “España tiene un programa cultural que adolece de un tradicionalismo irredento”, comenta. “Hay vanguardia, pero en el conjunto de la sociedad tiene un gran peso lo tradicional. Esto también tiene una parte positiva, yo no estoy para nada en contra de la tradición, pero a la hora de hacer balance pesa más lo tradicional. Yo creo que una de las formas para solucionar este problema es abogar por el intercambio cultural. Soy muy europeísta, cuanto más intenso y fructífero sea ese intercambio a través de proyectos de colaboración, mejor”.

Una 'nada'

En una época en la que existe tanto ruido informativo, en la que la pandemia ha sumido a la población en un ‘impasse’ vital que no se sabe cuánto se va a prolongar, exposiciones como Audiosfera nos hacen conectar de nuevo con lo que se esconde bajo la superficie de las cosas, con lo profundo de la experiencia humana sonora. Uno de los efectos que podrá experimentar el incauto visitante al salir de sus puertas es el de una mayor apertura hacia el sonido en su máxima expresión, asbtracto e inmaterial.

Como diría David Toop, explorador sonoro de amplia trayectoria, el sonido al fin y al cabo es una nada, algo fantasmático e incluso irreal, que puede estar ahí pero a la vez no estar. Pues todas y cada una de las obras musicales que escuchamos solo existen en nuestra cabeza, al igual que cada mínimo ruido que rompe ese claustro sepulcral y resonante que es el silencio. Audiosfera, por tanto, fomenta una escucha atenta para romper el espacio y el tiempo que nos sitúa en este momento presente tan desesperanzado que vivimos y colocarnos en un plano distinto, en el que dependiendo de la experiencia individual que afronte cada uno, se pueda volver a sintonizar con nosotros mismos y el paisaje que nos rodea, tanto natural como artificial.

Una noche, en un garito cualquiera, el grupo de música experimental Morphogenesis hace acto de presencia en el escenario. Los pocos incautos que han acudido al concierto les aplauden y luego guardan silencio. Entonces, un miembro de la banda agarra el micrófono y lo saca por una de las ventanas del local, con la intención de recoger los sonidos de la calle e incorporarlos al show. Unos años antes, otra persona llamada Thomas Köner viaja a tierras polares con la esperanza de llegar a ese lugar al que ningún otro hombre ha podido llegar: el permafrost terrestre. Con un gesto parecido al de la banda británica, sumerge un equipo de micrófonos en el hielo marino de la Antártida. Al igual que sus antepasados hicieron con la fotografía para asomarse a las partes más ínfimas de la biología, este artista fue capaz de desvelar la realidad de esos mundos helados sumergidos en la corteza terrestre a través del espectro sonoro. Paralelamente, una mujer llamada Pauline Oliveros establecía lo que luego se conocería como “conciencia sónica”, una forma de escucha atenta y profunda que entiende el propio acto de escuchar como una parte esencial de la creación y composición musical, y que más tarde derivaría en lo que se conoce como “Deep Listening”.

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