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'Corpus Christi': un convicto metido a cura
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ESTRENOS DE CINE

'Corpus Christi': un convicto metido a cura

Fue la representante de Polonia en los pasados Oscar y ahora este drama sobre un joven convicto que escucha la llamada de Dios llega a las salas españolas

Foto: Bartosz Bielenia es el padre Tomasz, una actuación visceral en la película que representó a Polonia en los Oscar. (Surtsey)
Bartosz Bielenia es el padre Tomasz, una actuación visceral en la película que representó a Polonia en los Oscar. (Surtsey)

El plano final de 'Corpus Christi' agarra las vísceras a dos manos. Es un golpe brutal dentro de una película que no escatima en crudeza, una violencia sin exaltación ni impostura, sino real. Tanto que, en algunas secuencias, es difícil entrever la presupuesta coreografía o de dónde viene la sangre que estalla en el suelo. Casi hay una súplica por desentrañar el artificio, ver la bolsa de colorante rojo asomar en un gazapo. Y el rostro de Bartosz Bielenia, plástico como la arcilla, lleno de luces y sombras como una pintura tenebrista y que pasa de transmitir la quietud de un hombre santo y el desenfreno del atormentado en apenas un gesto imperceptible. Bielenia es Daniel, un joven que cumple condena en un reformatorio polaco y que, como el reverso tenebroso de 'La llamada', decide entregar su vida al sacerdocio.

El tercer largometraje de ficción de Jan Komasa, nominado a Mejor película de habla no inglesa en los pasados Oscar, cuestiona el concepto de reinserción social, no desde el señalamiento de quien ha cometido un crimen, sino de la escenografía interpretada por la sociedad ante una ley que propugna la reinclusión del criminal una vez cumplida la pena, y una moral colectiva que, si no lo impide, recela de ello. Sin efectismos ni dramatismos, con la sequedad propia de las cinematografías eslavas, Komasa indaga en la dificultad de escapar, ya no del pasado, sino del prejuicio, aunque la voluntad lleve a algo tan aceptado como el temor de Dios.

placeholder Daniel cumple condena en un reformatorio. (Surtsey)
Daniel cumple condena en un reformatorio. (Surtsey)

"No importa de dónde vengo, sino adónde voy", se presenta Daniel como el padre Tomasz al llegar a una pequeña parroquia en una zona rural de Polonia, cuando Eliza (Eliza Rycembel) presupone que es otro más de los convictos de reformatorio al que envían a trabajar en el aserradero de la ciudad. Y en el momento que enseña el alzacuellos robado, la actitud frente a él cambia. Porque, ¿qué es un alzacuellos? Se lamenta el párroco de la iglesia de que a misa acude mucha gente, pero pocos fieles. ¿Por qué entonces la institución, la que más debería creer en la reinserción —de prostitutas y publicanos está la Bibia llena—, se niega a aceptar entre sus 'soldados de Dios' a hombres con historial criminal?

Porque Daniel, además de convicto, no sólo es creyente, sino que su objetivo en la vida es que lo acepten en el seminario para ordenarse. Su fe es un apartado independiente de todas las drogas, todo el alcohol, todos los polvos que ha echado en su vida seglar. En su forma de mirar al verdadero padre Tomasz (Lukasz Simlat) dentro del reformatorio se evidencia su verdadera fe, su aspiración a expiar sus pecados y emprender otra vida de virtud. "Hay muchas otras formas de hacer el bien en la vida", le recomienda el cura, cuando el chico insiste en su plan.

placeholder Daniel se presenta como el padre Tomasz en la parroquia de un pequeño pueblo. (Surtsey)
Daniel se presenta como el padre Tomasz en la parroquia de un pequeño pueblo. (Surtsey)

En el pueblo, Daniel demuestra homilía tras homilía sus profundos conocimientos de la liturgia, pero también su capacidad de aconsejar a sus feligreses. El director y el guionista Mateusz Pacewicz inciden en las contradicciones humanas y, en particular, en las de un Daniel que representa los dos polos morales del cristianismo, en un drama que hibridan con elementos de thriller: en los pueblos pequeños, siempre hay rencillas e historias silenciadas para mantener una falsa paz. Y esa opresión se amplifica con el peso del determinismo, con la sensación de que la fatalidad puede presentarse en cualquier momento.

Y esa es la gran virtud de 'Corpus Christi' —aparte de la interpretación de su protagonista y de la fotografía de Piotr Sobocinski Jr.—: su falta de complacencia, pero también su capacidad de sorpresa y de emocionar con elementos, a priori, salvajemente fríos y distantes. En su reflexión sobre el perdón, la hipocresía y la verdadera bondad, 'Corpus Christi' nos apela a través de Daniel: "¿Sabes qué hacemos muy bien? Dar por perdida a la gente. Señalarla. Perdonar no significa olvidar. Perdonar significa amar. Amar a alguien a pesar de su culpa, si importar cuál sea". Pues eso.

El plano final de 'Corpus Christi' agarra las vísceras a dos manos. Es un golpe brutal dentro de una película que no escatima en crudeza, una violencia sin exaltación ni impostura, sino real. Tanto que, en algunas secuencias, es difícil entrever la presupuesta coreografía o de dónde viene la sangre que estalla en el suelo. Casi hay una súplica por desentrañar el artificio, ver la bolsa de colorante rojo asomar en un gazapo. Y el rostro de Bartosz Bielenia, plástico como la arcilla, lleno de luces y sombras como una pintura tenebrista y que pasa de transmitir la quietud de un hombre santo y el desenfreno del atormentado en apenas un gesto imperceptible. Bielenia es Daniel, un joven que cumple condena en un reformatorio polaco y que, como el reverso tenebroso de 'La llamada', decide entregar su vida al sacerdocio.

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