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Escándalo Profumo, el año en el que Reino Unido (y la prensa) perdieron la inocencia
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Escándalo Profumo, el año en el que Reino Unido (y la prensa) perdieron la inocencia

En 1962 se destapó el affair sexual entre el secretario de Guerra John Profumo y la menor de edad Christine Keeler. Comenzaba una nueva era que rompía el establishment victoriano

Foto: Christine Keeler, objeto de deseo de Profumo y quince minutos de fama
Christine Keeler, objeto de deseo de Profumo y quince minutos de fama

En los años cincuenta Roma se llenó de farándula entre su magia inherente y lo económico de rodar en las instalaciones de Cinecittà, un maná para infinitas producciones estadounidenses. Cuando llegaba la noche muchas de estas estrellas fílmicas y mundanas se aposentaban en las terrazas invernadero de via Veneto, idóneas para el nacimiento de una profesión generada por la aceleración del mundo y la necesidad de noticias frescas para llenar páginas de cotilleos y apuntalar un gossip planetario.

En 1960 Federico Fellini rodó 'La Dolce Vita' con la intención de mostrar a una sociedad enferma, con fiebre altísima y sin remedio. Para retratarla eligió como estandarte al periodista Marcello Rubini, siempre acompañado por su fiel fotógrafo Paparazzo, inspirado en Tazio Secchiaroli, quien para conservar los carretes de tantos in fraganti hilvanó un truco para dejarlos a buen recaudo en los quioscos de la empinada y curvilínea avenida con destino a Villa Borghese.

La información es oro, más aún en esos años calientes de Guerra Fría. La década de los cincuenta es una encrucijada entre la generación de los ganadores bélicos y sus hijos

La información es oro, más aún en esos años calientes de Guerra Fría. La década de los cincuenta es una encrucijada entre la generación de los ganadores bélicos y sus hijos. En la Italia de 1960 la censura se sacó de la manga un método para impedir la visión de las escenas más controvertidas de los tres largometrajes más suculentos de esa cosecha. La Fontana de Trevi con Marcello y Sylvia, la muerte de Annie Girardot en 'Rocco y sus hermanos', de Luchino Visconti, o el romance inmoral de 'La aventura', de Michelangelo Antonioni, se capaban con una cortina en descenso para fastidiar al espectador y avivar su morbo.

Este se identifica con lo prohibido y el secreto. El Reino Unido de finales de los años cincuenta es el paradigma de lo expuesto en los primeros párrafos de este artículo. La novela 'Chesil Beach' de Ian McEwan lo expone desde la sencillez de dos jóvenes desinformados en lo sexual justo antes de la explosión de la Beatlemanía, cuando el baby boom sacó la cabeza, derrumbó prejuicios y produjo el milagro de una cultura en las antípodas del elitismo de antaño. Sin embargo, siempre hay precedentes, y estos surgirían desde la política con un cóctel nutrido de todos los ingredientes para marcar o enterrar una época.

Una de espías

El debut de los años sesenta es el paroxismo de la paranoia del espionaje soviético en Gran Bretaña. En 1961 se desmanteló la red establecida en la localidad portuaria de Portland, mientras en 1962 el caso Vassall sentó las bases para la gran polémica. Este funcionario del Almirantazgo, de perfil más bien bajo, conseguía documentos confidenciales de la Unión Soviética, quien lo tenía sujeto tras ofrecerle un caramelo envenenado en forma de fiesta homosexual, poniéndolo contra las cuerdas porque en el viejo Imperio esa condición era delito. En 1962 fue condenado a dieciocho años de cárcel y su culpa salpicó al gobierno conservador de Harold McMillan en la figura de Tam Galbraith, subsecretario de Estado para los asuntos escoceses tras ser Lord Civil del Almirantazgo, con Vassall como secretario.

No mencionaríamos el caso de no ser por otra componenda esencial. La encuesta pública conllevó el encarcelamiento de Brendan Mulholland y Reg Foster, periodistas respectivamente del Daily Mail y el Daily Sketch, valientes y consecuentes al negarse a revelar sus fuentes.

Stephen Ward era un osteópata con una reputada consulta en la londinense Cavendish Square. Tenía una agenda repleta de ilustres personalidades como Winston Churchill o Elizabeth Taylor

Con estos antecedentes es hora de inaugurar la función. Stephen Ward era un osteópata con una reputada consulta en la londinense Cavendish Square. Su cartera de clientes era todo prestigio, con una agenda repleta de ilustres personalidades como Winston Churchill, Averell Harriman o Elizabeth Taylor. No contento con eso aprovechó su red de contactos para ver reconocido su talento como retratista hasta exhibir su arte en la galería Leggatt, favorita de la clase pudiente, asimismo inmortalizada por sus pinceles. El éxito de su labor le animó a querer pintar a los miembros del Politburó moscovita, y para ello uno de sus pacientes, el redactor en jefe del Daily Telegraph, organizó una reunión con Evgueni Ivanov, agregado militar de la embajada soviética en la capital británica. Ivanov, asimismo perteneciente al GRU, el servicio de inteligencia militar de la potencia comunista, era una pieza codiciada para el MI5, quien lo barajaba como un potencial tránsfuga, y para ello quiso usar a Ward como inductor para convencerlo a franquear esa barrera.

placeholder Stephen Ward
Stephen Ward

Por lo demás el osteópata manejaba otros asuntos tanto en su domicilio de Wimpole News como en un cottage alquilado en las propiedades de Lord Astor, en Cliveden. Ambos compartían la piscina, donde el fin de semana del 8 y 9 de julio el Secretario de Guerra John Profumo vio salir de las aguas a una joven desnuda. Tenía diecinueve años, menor de edad según la legislación de aquel entonces, y su nombre era Christine Keeler. Con ella llegó el escándalo.

Profumo

Hasta ese instante la vida de Profumo iba lanzada sin frenos hacia las más altas instancias de poder. Multimillonario, de rancio abolengo italiano, su posición política en el gabinete McMillan era inmejorable y estaba en la terna de posibles sucesores cuando el premier abandonara el 10 de Downing Street. Casado con la actriz Valerie Hobson nada hacía presagiar el desastre venidero.

Christine Keeler era víctima, aunque ella siempre negó serlo, de una infancia desestructurada con maltratos familiares

Por su parte Christine Keeler era víctima, aunque ella siempre negó serlo, de una infancia desestructurada con maltratos familiares. Tras dejar la vivienda de su padrastro, hecha con vagones de tren reconvertidos, aterrizó en Londres, perdió a un hijo tras querer inducirse un aborto con una aguja de tricotar y trabajó en un club como bailarina de top-less. En ese local conoció a Ward, quien la usó junto a Mandy Rice-Davies, otra compañera de striptease, para sus soirées y, según declaraciones muy bien pagadas a Keeler, sonsacar información a sus amantes, desde Ivanov a Profumo, con quien mantuvo un breve romance, si bien definirlo así quizá sería exagerado, siendo más correcto hablar de intercambio sexual entre un hombre frío como el hielo y una joven ansiosa por salir del hoyo.

El affaire trascendió en julio de 1962, cuando Keeler transcurría una temporada en Nueva York en su afán de triunfar como modelo. La noticia del magazine 'Queen' fue una lanzadera, disparada hacia el estrellato y la catástrofe para Profumo con un episodio de sucesos acaecido el 14 de diciembre de ese mismo año, cuando John Edgecombe, su último novio, un marinero de Antigua célebre en los bajos fondos, tiroteó la puerta de la vivienda donde residía la maniquí en compañía de su amiga Mandy Rice-Davies.

¡Pop!

Este breve crónica desató todos los diablos de la sociedad británica, aunque David Frost usó cierta jocosidad al describir la situación no como la bomba anhelada por los ingleses, sino más bien la broma deseada por la ciudadanía. La máquina de confesiones de Keeler carburó, las ofertas empaparon su mesa y la chica declaró con demasiada alegría sobre Ward, un evidente agente doble, Ivanov, reclamado en enero de 1963 por el Kremlin, Edgecombe y Profumo, quien proclamó en sede parlamentaria su inocencia en torno a poner en riesgo la Seguridad Nacional. Acorralado, con la oposición frotándose las manos por los beneficios derivados de la trama, aceptó su culpa y dimitió de su responsabilidad ministerial el 5 de junio. Al año siguiente el laboralista Harold Wilson ganaría los comicios y tomó el relevo de McMillan como primer ministro de Su Majestad.

Ward fue acusado de organizar un negocio de prostitución. Se suicidó con una sobredosis de barbitúricos justo antes de dictarse la sentencia

Ward, sin el apoyo de la flor y nata, fue juzgado en Old Bailey en junio de 1963, acusado de organizar un negocio de prostitución. Se suicidó con una sobredosis de barbitúricos justo antes de dictarse la sentencia.

placeholder Portada del 'Daily Mirror' con la dimisión de Profumo
Portada del 'Daily Mirror' con la dimisión de Profumo

A finales de 2019 este capítulo global de la Guerra Fría fue recuperado por la BBC mediante la miniserie ¡The trial of Christine Keeler', notable en el tratamiento histórico de la temática y sobresaliente en su enfoque al abordar el episodio como una puesta de largo para la cultura pop de la generación del baby boom. Desde esta vertiente Keeler, precursora de los quince minutos de gloria warholianos, puso en jaque al vetusto e intocable sistema británico para abrir la lata del sensacionalismo, protagonizar imágenes icónicas como su desnudo en una imitación de la silla 3107 de Jacobsen, ser un preámbulo en la carrera para hundir la hipocresía del establishment y catapultar una nueva cultura fresca, irreverente y con unas coordenadas opuestas a las estipuladas desde lo políticamente correcto, fuera este la permanencia de la doble moral victoriana o la persistencia de unos códigos ejemplares reforzados con la victoria Aliada en 1945.

Con ella, Christine para todos, sin el apellido, la atmosfera se enturbió hasta esclarecerse, y en este sentido la escena final de la producción, con Sophie Cookson bailando liberada 'You Really Got Me', de The Kinks en un club donde le da absolutamente igual ser reconocida por los curiosos, vuela hacia esas dinámicas mientras olvida la mediocridad del destino de esa chica capaz de dinamitar el equilibrio de una balanza muy bien asentada en apariencia y frágil hasta ser fulminada con estrépito por el destape de la realidad.

En los años cincuenta Roma se llenó de farándula entre su magia inherente y lo económico de rodar en las instalaciones de Cinecittà, un maná para infinitas producciones estadounidenses. Cuando llegaba la noche muchas de estas estrellas fílmicas y mundanas se aposentaban en las terrazas invernadero de via Veneto, idóneas para el nacimiento de una profesión generada por la aceleración del mundo y la necesidad de noticias frescas para llenar páginas de cotilleos y apuntalar un gossip planetario.

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