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La lección del amigo americano: Marshall salvó a Europa y España se quedó fuera
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La lección del amigo americano: Marshall salvó a Europa y España se quedó fuera

La lluvia de millones de EEUU para la reconstrucción de Europa no fue a cualquier precio: exigieron reformas de calado. España no recibió fondos, pero no por mucho tiempo

Foto: Un cartel de la ayuda de EEUU en Alemania Occidental.
Un cartel de la ayuda de EEUU en Alemania Occidental.

"El remedio consiste en romper el círculo vicioso y restaurar la confianza de los europeos en el futuro económico de sus propios países y de Europa en su conjunto. Los fabricantes y los agricultores deben estar dispuestos, y también ser capaces, de poder intercambiar sus productos por monedas cuyo valor no esté en continua duda". Así se dirigió el secretario de Estado de EEUU, George Marshall, a la audiencia de la Universidad de Harvard durante su histórico discurso del 5 de junio de 1947.

Acababa de presentarse al mundo la madre de todos los programas de ayuda internacionales que hayan existido. Formulado finalmente como 'European Recovery Program', el Plan Marsahall iba a sacar a la Europa de la posguerra de las ruinas con 12 billones de dólares —se calcula que 120 de 2020—. Si ahora los 27 han aprobado un histórico acuerdo para el programa de ayudas como respuesta a la crisis del covid mediante el insólito mecanismo de una deuda mutualizada —lo que se ha considerado un hito en la integración europea— entonces, EEUU abordó la ayuda financiera de mayor calado hasta ese momento con un detallado programa y unas concisas condiciones.

Se suscribió a un compromiso de los países europeos para acometer cambios estructurales, aumentar la producción y fomentar el comercio

No iba a ser para todos, no era a cualquier precio y además cumplía un objetivo político primordial. España es uno de los firmantes en esta ocasión, pero entre 1948 y 1951, se quedó fuera, lo que supuso posponer una década la recuperación. Aun así, el régimen de Franco se las arregló para evitar el bloqueo comercial con el resto de los países europeos a pesar del ostracismo político internacional que duró hasta la entrada en la ONU en 1955.

Ayuda condicionada

Al igual que ocurre siempre con la concesión de ayudas directas, subvenciones —como la mitad del programa aprobado ahora en la UE— suscitó suspicacias: ¿Quién lo iba a pagar? Los funcionarios de EEUU calibraron que podrían recuperar una parte importante en exportaciones y divisas: en 1947 Europa era un agujero que el historiador Keith Lowe definió acertadamente como un 'continente salvaje', totalmente en ruinas. No fue de todas formas lo más relevante. Los dólares por sí mismos tampoco iban a ser suficientes, por lo que meditaron mecanismos para que tuvieran efecto en la recuperación económica. La ayuda se suscribió a un compromiso de los países europeos para acometer cambios estructurales. Según lo enunció el propio Marshall en su discurso de Harvard: "Tiene que significar una cura, no una medicina para paliar los padecimientos".

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George M. Marshall, el tercero por la izquierda durante su histórico discurso en Harvard.

A través de varios organismos como el EEC y el OEEC exigieron a los países a los que destinaron la ayuda —16 después de que la URSS y sus satélites del Este se retiraran— al menos tres condiciones inamovibles: que se aumentara la producción industrial y agrícola, para lo que ofrecieron incluso programas de aprendizaje, que se rehicieran las monedas nacionales, los presupuestos y las finanzas de cada país con cuentas claras y que, atención, se estimulara el comercio internacional entre los países europeos y entre el continente y el resto del mundo. El último punto fue crucial para Europa y para España.

Una de las condiciones fue derribar barreras comerciales lo que implicó por ejemplo que se hicieran acuerdos bilaterales con España

Inspiró a los futuros creadores de la CECA —germen de la UE— como Jean Monnet la necesidad de derribar las barreras del comercio. Los convenció, además, de seguir intercambiando bienes con España a pesar de que se quedara fuera. Ningún país europeo del bloque occidental se planteó realmente romper acuerdos con la España franquista como ha señalado el economista Fernando Guirao en 'Spain and the Reconstrucction of Western Europe, 1945-57: Challenge and Response'; los mitos de la autarquía, ya en la década de los 50, son eso, mitos. El estudio de Guirao supuso un importante cambio en la percepción del periodo.

Diplomacia económica

En 1944, antes del discurso de Marshall en Harvard y de la implementación del plan, se había puesto en marcha la conferencia de Bretton Woods, que debía diseñar un nuevo sistema monetario mundial. La premisa de economistas como Keynes se basaba en que la inestabilidad económica de las potencias llevaba a guerras de divisas, estas a guerras comerciales y, por último, siguiendo la cadena, a conflagraciones bélicas entre ejércitos. La cumbre tenía que servir, en definitiva, como una suerte de diplomacia económica que facilitase la paz. Seis años más tarde, sin embargo, se volvió a las andadas con el 'European Recovery Program', que tuvo una clara vertiente política como ocurre con todas las decisiones importantes, la de esta semana entre ellas.

placeholder W. Churchill. F. D. Roosevelt y J. Stalin durante la Conferencia de Yalta, 1945.
W. Churchill. F. D. Roosevelt y J. Stalin durante la Conferencia de Yalta, 1945.

La lluvia de millones de dólares para la reconstrucción de la Europa de posguerra tuvo como principal espíritu la defensa estratégica y como epicentro de su función Alemania Occidental, aunque fueran Reino Unido y Francia los que lideraran al grupo europeo y los que más millones recibieran. Truman había enterrado la posible concordia de Yalta que sirvió para la creación del FMI y la ONU: la URSS era un enemigo.

La CIA estableció que la mayor amenaza para EEUU era la posibilidad de un colapso económico en la Europa occidental y el ascenso comunista

Fue una vuelta de tuerca a la "agresión económica" que había enarbolado con anterioridad el secretario del Tesoro de Roosevelt, Henry Morgenthau. Entre los varios memorandos de la época de la CIA se coló uno definitivo: "La mayor amenaza para seguridad de EEUU es la posibilidad de un colapso económico en la Europa occidental y el consiguiente acceso a las instituciones de gobierno de los elementos comunistas" —Ben Steil, 'The Marshall Plan: Dawn of the Cold War'—.

La baza española

La historia del plan Marshall es, cómo no, un capítulo de la Guerra Fría y España aún no había entrado en ese juego de pleno derecho aunque lo hiciera poco después con unas condiciones diferentes. Podía haber entrado en el programa europeo ideado por los EEUU según esos principios de defensa estratégica, pero hubiera sido inaceptable en aquellos momentos para las democracias europeas y hubiera exigido contraprestaciones políticas. La cuestión española se zanjó, así, relativamente rápido: aislada internacionalmente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial por las relaciones del régimen de Franco con la Alemania nazi y la Italia de Mossolini, había sido vetada en la ONU y tampoco pudo acceder a la financiación americana. Al menos de momento.

Tanto en Madrid como en Washington se calcularon las necesidades financieras para el caso de España: rondaba los 900 millones de dólares según EEUU

Desde Madrid se persiguió sin embargo con obstinación, pero sin éxito: incluso los funcionarios franquistas calcularon la ayuda necesaria, el Banco Urquijo publicó también una previsión y hasta la inteligencia de EEUU hizo sus propias cuentas de cuánto tendrían que desembolsar en España si fuera realmente necesario. Según los franquistas debía ascender a 1051,2 millones de dólares, los estadounidenses lo cifraron en 900, —Barciela, López, Melgarejo, Miranda, 'La España de Franco. Economía (1939-1975)'—. La ausencia de la ayuda financiera retrasó en una década de estrecheces severas la recuperación española, pero no la impidió: la realidad es que nunca hubo bloqueo comercial a pesar de quedarse fuera de la ONU, de la UNRA y del Plan Marshall: Madrid consiguió establecer acuerdos bilaterales con los beneficiarios europeos.

Una parte del debate tanto dentro como fuera de la UE se ha centrado ahora en si el acuerdo de los 27 es el comienzo de un momento "Hamilton" o uno "Milward". El primero en referencia al acuerdo entre Alexander Hamilton y Thomas Jefferson en EEUU —el compromiso de 1790 que supuso en la práctica la creación de un estado federal— el segundo, la teoría del influyente economista británico Alan Milward, que estableció ya en 1992 que la integración supranacional, no solo no desvirtuaba a los estados nación, sino que los protegía.

Una década perdida

El plan Marshall ahondó en la segunda opción varios años antes de que Milward la enunciase: estaba destinado precisamente a fortalecer las democracias occidentales, especialmente a Alemania, y no a convertir a sus aliados en satélites. Lo consiguió más allá de lo esperable. En España, el impacto negativo de quedarse fuera del plan no impidió que régimen sobreviviera ya sin mayores sobresaltos durante toda la década de los 50. Hubo que esperar hasta los acuerdos bilaterales con EEUU a partir de 1959, cuando Eisenhower estableció las bases militares en España, para comenzar a beneficiarse del amigo americano. Fue el punto de partida del reformismo de los hombres del Opus Dei.

Para entonces, España ya estaba en la ONU y comenzaba una recuperación que podía haberse acelerado de haber formado parte del plan. Para Guirao incluso fue un error estratégico del bloque occidental: la inclusión de España en los fondos de recuperación habría dinamizado políticas aperturistas, quizás hubiera obligado a acometer profundas reformas que habrían debilitado la concepción misma del régimen. Lo mismo se teorizó con el bloqueo de Cuba, en los 60 y en los 90. Es ficción, lo cierto es que se llegó tarde y los funcionarios franquistas sufrirían la dura lección de quedarse fuera de organismos internacionales, como ocurriría también con la CEE: las condiciones son más duras después. Ahora, el momento no solo es histórico para Europa, sino para España. No es un rescate y esta vez no tendrá que esperar una década como hace 70 años, solo diseñar un plan que sirva de cura, no de paliativo. Marshall fue muy claro.

"El remedio consiste en romper el círculo vicioso y restaurar la confianza de los europeos en el futuro económico de sus propios países y de Europa en su conjunto. Los fabricantes y los agricultores deben estar dispuestos, y también ser capaces, de poder intercambiar sus productos por monedas cuyo valor no esté en continua duda". Así se dirigió el secretario de Estado de EEUU, George Marshall, a la audiencia de la Universidad de Harvard durante su histórico discurso del 5 de junio de 1947.

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