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Encierros y maravillas literarias: obras maestras nacidas del confinamiento
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Encierros y maravillas literarias: obras maestras nacidas del confinamiento

La pandemia produce unas relaciones lectoras más bien imprevistas; una de ellas es la importancia del confinamiento y su evolución en la ficción

Foto: Michel Houellebecq en un momento de 'Thalasso'.(Wild Bunch)
Michel Houellebecq en un momento de 'Thalasso'.(Wild Bunch)

Si en París las cosas ocurren, en provincias las cosas pasan. Eso dice Honoré de Balzac en el preámbulo de las primeras ediciones de 'Eugenia Grandet', donde pone los cimientos de toda su obra venidera y del realismo en la novela de su siglo. La pandemia produce unas relaciones lectoras más bien imprevistas. Una de ellas es la importancia del confinamiento y su evolución en la ficción, donde estas clausuras rurales y urbanas parecen marcar el progreso de toda una sociedad, o si se quiere su absoluta parálisis si la protagonista es mujer y vive alejada de la gran capital.

Balzac es el primero de esta serie con 'Eugenia Grandet' y su crudeza pese a toda la broma romántica de su trama, en realidad condensada en una mansión donde el auténtico foco de atención es el padre, paradigma del avaro desconocido en París y latifundista en toda su región, con un apego nada saludable al dinero, rácano como nadie y austero como él solo. La hija convive con esa rutina, y bien, en ese cautiverio tolerado sin pensar mucho uno de los recursos para dar aliño al relato es la introducción de un desconocido, el tío de América o el sobrino de la ciudad de la luz, trágico al ser expedido al campo e ignorante de las razones de su marcha. El padre, hermano del señor Grandet, se ha arruinado y ha decidido suicidarse.

Charles es un dandi malcriado, un cretino con una única posibilidad para salvarse de los acreedores. Hacer las Indias. Antes, por puro contraste, cautivará a Eugenia, y esta le dará parte de sus ahorros para emprender la aventura no sin jurarse ambos amor eterno. Muerto el padre, quedándose como heredera, no muta un ápice sus hábitos, a la espera de Charles, y cuando este vuelve chocarán el cambio del joven y la congelación de la vida en su Penélope. El dinamismo contemporáneo versus la inmovilidad provinciana, la lejanía del mundo como repliegue suplementario.

placeholder Retrato de Gustave Flaubert
Retrato de Gustave Flaubert

Ry es un pueblito a treinta quilómetros de Rouen, rodeado de verde y vacas. Se compone de pocas casas a cada lado de una línea recta de apenas doscientos metros. Al final de la misma un cartel guía al turista hacia los lugares emblemáticos de 'Madame Bovary', costumbres de provincia, de Gustave Flaubert. Ry ha sido más hábil que otros villorrios inspiradores de la novela, cumbre por muchos motivos, entre ellos una psicología de Emma de mucha modernidad para 1856, año de publicación del manuscrito. En el camposanto de la iglesia una pequeña lápida recuerda a Delphine Delamare, muerta en 1848 a los veintiséis años por ingesta de arsénico tras ser abandonada por dos amantes, tener un matrimonio infeliz y atiborrarse de deudas, parisinas.

En el camposanto una pequeña lápida recuerda a Delphine Delamare, muerta a los veintiséis años por arsénico tras abandonarla dos amantes

En poco más de una década el paso de la Restauración a la Monarquía de Luis Felipe de Orleans ha dado la vuelta al panorama. Residir en un pueblo con un médico insoportable puede remediarse con los encargos con todo el oropel de la capital, más próxima desde lo económico, y en la compra compulsiva también emerge otro elemento propio del hacinamiento y el nuevo capitalismo del siglo XIX, la insatisfacción perpetua y el tedio como soberano.

Madame Bovary reclama aire a cada párrafo. Sus delirios de grandeza y ensueños son su vía de escape de la realidad, con Rodolphe y Léon como señuelos para huir y cancelar esa opresión silenciosa, la cárcel casera, el aburrimiento en grado superlativo. El castillo del primero y la energía del segundo, y ese recorrido fantasmagórico en calesa por Rouen, le concederán la fantasía de liberarse, hasta sepultarla.

Los renovadores del pasado

A finales del siglo XIX las noticias del mundo rural delataban el anclaje a un reloj parado, con el de París despegándose, en otro hemisferio de lo real. Las capitales de departamento eran el mejor espejo del presente por albergar usos antiguos y la pretensión de copar las últimas tendencias. Esta mezcla, persistente hasta las políticas de alfabetización en toda Europa, era explosiva, con lo arcano y lo moderno paseándose por las mismas calles y mentes.

Cuatro paredes pueden ser un infierno, y si te secuestran en tu propio domicilio más aún; Blanche Monnier, una joven adinerada de una familia de Poitiers, quería casarse con un abogado, pero su madre se negó, y ante su insistencia la encerró a cal y canto en un cuartucho en el ático de su finca. Su hermano, disminuido psíquico, y el servicio no soltaron prenda, cómplices de esa atrocidad, desnutriéndola, sin recoger las heces ni la escasa comida y postrándola a la cama durante más de veinticinco años, de 1874 a 1901, cuando el procurador general de París recibió una nota denunciando esa cámara de torturas.

placeholder André Gide
André Gide

La policía accedió al inmueble y presenció el horror de una mujer con larguísimas melenas, veintitrés quilos de peso y un panorama inmundo. La madre, hasta entonces una ciudadana ejemplar, siempre saludaba sus vecinos, falleció dos semanas más tarde del hallazgo a causa de un repentino infarto. El hermano fue absuelto y Blanche murió en 1913, internada en un hospital psiquiátrico por los problemas mentales derivados del encierro, un confinamiento involuntario, no todos lo son, sórdido y macabro.

En 1930 André Gide recuperó el episodio, uno de los más remarcados de la crónica negra francesa, para escribir 'La secuestrada de Poitiers' (Tusquets). El Nobel de literatura galo era muy de experimentar con los géneros, y aquí no estamos en una non-fiction, pero sí en sus prolegómenos, con el moralista sumergiéndose en la atmósfera opresiva de la burguesía provincial.

Hay algo terrible en esas existencias de provincia donde nada parece cambiar y todo conserva el mismo aspecto

Tres años antes, en 1927, el escritor norteamericano en lengua francesa Julien Green, publicó 'Adrienne Mesurat', ahora mismo casi inaccesible en castellano. La novela es tan buena como para leerse desde muchísimos niveles, como si fuera de terror, un suspense decimonónico o el psicoanálisis como experimento narrativo. La protagonista, de dieciocho años, vive en la normanda Pont.l’Évêque, cautiva en el palacio de su padre, otro avaricioso más en la lista, maltratador mediante la rigidez de las costumbres, y en un párrafo glorioso Green nos dice que hace falta vivir lejos de París para comprender la pujanza del hábito. Hay algo terrible en esas existencias de provincia donde nada parece cambiar y todo conserva el mismo aspecto, como si fuera una herejía recoger geranios a media tarde en vez de a las once de la mañana, como siempre.

Adrienne Mesurat termina por tirar a su padre por la escalera, sin sacudirse las cadenas porque su verdugo le había inyectado muy bien la depresión, representada en el desequilibrio de amar a un hombre por una mirada desde un coche y la paulatina enajenación entre la tortura de quedar impune por el asesinato y un resquebrajamiento interior hasta el silencio, el tiro de gracia de toda una infancia lastrada.

El confinamiento contemporáneo

En 1948 Hervé Bazin deslumbró a propios y extraños con 'Víbora en el puño'. La novela, muy autobiográfica, causó gran escándalo porque las normas para el confinamiento y la represión se dictaban desde una madre dictatorial y controladora, con claros ecos a la Ocupación nazi por los registros a las habitaciones, la sospecha permanente y una cotidianidad deslavazada, si bien la trama no está exenta de pasajes muy cómicos por el refinado sadismo del adolescente para contrarrestar el de su progenitora, más despiadado desde el abuso.

Con la caída del Muro de Berlín todo cambió. No deja de ser clarificador comprobar cómo tras 'Víbora en el puño' la secuencia de mujeres destrozadas por múltiples aislamientos desaparece por la homologación de la sociedad, si bien podrían escribirse muchas ficciones sobre las antípodas entre lo rural y lo urbano, uno de los combates más cruciales del siglo antes de la actual crisis.

En 1994 Michel Houellebecq debutó en la narrativa con 'Ampliación del campo de batalla', un esbozo de todo lo venidero en su obra, con ese nuestro héroe, un mediocre más víctima del sistema, hundido entre las máscaras externas y las depresiones crónicas, con el suicidio en perspectiva.

placeholder 'Ampliación del campo de batalla' (Anagrama)
'Ampliación del campo de batalla' (Anagrama)

En las novelas de Houellebecq acude una imagen, la de esos apartamentos periféricos en pisos altos, con vistas, pero siempre volcados a un interior pútrido, apuntalado en la narración con pocas pinceladas, devastadoras. Me gustaría tener el libro a mano. Aun así recuerdo la aparición del Minitel, ese internet francés, un preámbulo a la reclusión voluntaria y la ruptura con la calle como medio para contactar sexualmente más allá de los roñosos anuncios de los periódicos. Esa conexión digital es la alienación de ese Occidente hacia el siglo XXI, con salones de diseño, sueldos exorbitantes y una lucha de clases en lo sexual, real y digitalizada a partir de los medios socioeconómicos de cada uno.

Muchos personajes de Houellebecq saltan de confinamiento en confinamiento, no siempre para dar con la tecla de su redención. Huyen de sí mismos, y su encierro es un chute neuronal, y para muestra el botón de 'Serotonina'.

Si en París las cosas ocurren, en provincias las cosas pasan. Eso dice Honoré de Balzac en el preámbulo de las primeras ediciones de 'Eugenia Grandet', donde pone los cimientos de toda su obra venidera y del realismo en la novela de su siglo. La pandemia produce unas relaciones lectoras más bien imprevistas. Una de ellas es la importancia del confinamiento y su evolución en la ficción, donde estas clausuras rurales y urbanas parecen marcar el progreso de toda una sociedad, o si se quiere su absoluta parálisis si la protagonista es mujer y vive alejada de la gran capital.

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