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'La línea invisible': los niñatos jesuitas que empezaron a matar en nombre de ETA
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'La línea invisible': los niñatos jesuitas que empezaron a matar en nombre de ETA

La nueva serie de Mariano Barroso se centra en los momentos previos al primer asesinato, cuando la organización decidió convertirse en brazo armado

Foto: Emblema etarra con el retrato de Txabi Etxebarrieta.
Emblema etarra con el retrato de Txabi Etxebarrieta.

El último asesinato de ETA fue, irónicamente, el primero de un policía francés en suelo francés en sus 50 años de historia. Fue el 16 de marzo de 2010 en Dammarie-lès-Lys, una localidad de apenas 20.000 habitantes a las afueras de París. La secuencia de acontecimientos, la misma de tantas otras veces. El aviso de un robo de un coche. Una patrulla intercepta el vehículo robado. Un tiroteo. El cabo Jean-Serge Nérin se dio de bruces con el aciago honor de ser el último nombre de una lista de 873 muertos a manos de la banda armada. Durante cinco décadas, las siglas de ETA fueron omnipresentes en los mediodías televisivos de las familias españolas y el gran elefante en las habitaciones del País Vasco. E incluso hoy, dos años después del anuncio de su disolución, la sombra de la organización sigue vigente en el discurso político.

Por eso, y porque con el paso del tiempo la memoria tiende a diluirse, la ficción española ha vuelto su mirada atrás para contarnos quiénes somos a partir de quienes fuimos: el 17 de mayo HBO estrenará la adaptación televisiva de 'Patria', la novela superventas de Fernando Aramburu, el éxito editorial responsable de reactivar el interés latente por la historia política del País Vasco. Y este puente de Semana Santa se le ha adelantado 'La línea invisible', la serie de 6 episodios dirigida por Mariano Barroso para Movistar+ y que cuenta el nacimiento de ETA, cuando a finales de los 60 no era más que un grupo de "niñatos de las juventudes del PNV, una mezcla de jesuitas y comunistas nada peligrosos" que a lo máximo a lo que habían llegado era a hacer pintadas y poner petardos, en boca del personaje de Melitón Manzanas (Antonio de la Torre), jefe de la Brigada Político-Social en Guipúzcoa y personaje controvertido por su vinculación con la Gestapo y por sus prácticas represivas contra los opositores a Franco. Además de ser una de los primeros muertos a manos del grupo terrorista.

¿Cómo pasó un grupo de intelectuales antifranquistas de hacer pintadas y poner petardos a asesinar? Ésta es la cuestión central sobra la que Barroso —y los guionistas Michel Gaztambide y Alejandro Hernández— construyen su serie. Sobre las causas que llevaron a Txabi Etxebarrieta e Iñigo Sarasketa a cruzar la línea invisible que separa el vandalismo reivindicativo del asesinato. De cómo se pasó de la teoría a la práctica, de la disquisición al acto de matar. Pero también se trata de recuperar los orígenes de la banda, de ahondar en sus raíces y de comprender las tensiones nacionalistas inherentes a la historia de España. A veces más crudas, a veces dormidas, pero siempre presentes.

Cuenta Fernando Aramburu en el prólogo de 'Pardines: cuando ETA empezó a matar', de Gaizka Fernández Soldevilla y Florencio Domínguez Iribarren, que no guarda "un recuerdo personal" del primer asesinato de ETA. Ni, probablemente, la mayoría de quienes lean esto. Fue un 7 de junio de 1968. El guardiacivil José Antonio Pardines Arcay, de 25 años, regulaba el tráfico en un tramo de obras de la Nacional I entre Madrid e Irún, a la altura de la localidad guipuzcoana de Aduna. Alrededor de las cinco de la tarde, Pardines dio el alto a un Seat 850 Coupé blanco, con matrícula de Zaragoza, que respondía al modelo de un vehículo del que habían denunciado el robo. Dentro de él viajaban Sarasketa, de 19 años, militante de ETA desde los 15 y dirigente de la agrupación en Guipúzcoa, y Etxebarrieta, profesor universitario asociado, poeta y hermano de José Antonio Etxebarrieta, antiguo miembro de EGI y peso pesado de ETA, primero como ideólogo y luego como abogado de la banda.

placeholder Asesinato del guardia civil José Antonio Pardines Arcay, el 7 de junio de 1968. (Efe)
Asesinato del guardia civil José Antonio Pardines Arcay, el 7 de junio de 1968. (Efe)

"Supongo que se dio cuenta de que la matrícula era falsa. Por lo menos, sospechó. Nos pidió la documentación y dio la vuelta al coche para comprobar si coincidía con los números del motor. Txabi me dijo. 'Si lo descubre, le mato'", contó Sarasketa a 'El Mundo' en 1998. "'No hace falta, contesté yo, lo desarmamos y nos vamos'. 'No, si lo descubre le mato'. Salimos del coche. El guardia civil nos daba la espalda, de cuclillas mirando el motor en la parte de detrás. Sin volverse empezó a hablar. 'Esto no coincide...'. Txabi sacó la pistola y le disparó en ese momento. Cayó boca arriba. Txabi volvió a dispararle tres o cuatro tiros más en el pecho. Había tomado centraminas y quizá eso influyó. En cualquier caso fue un día aciago. Un error. Como otros muchos en estos 30 años. Era un guardia civil anónimo, un pobre chaval. No había ninguna necesidad de que aquel hombre muriera".

"En cualquier caso fue un día aciago. Un error. Como otros muchos en estos 20 años", admitió el etarra Sarasketa en 1998

Prosigue Aramburu, que por entonces era un crío de nueve años, que ni siquiera el nombre de ETA les era conocido en casa. "Ni en casa, ni en el colegio, ni en mi barrio de las afueras de San Sebastián, se habló de aquel suceso. O quizá sí, pero a espaldas de los niños. En aquel tiempo, la presencia de los asuntos políticos en la calle es mínima, por no decir inexistente. Las paredes se veían limpias de pintadas. La dictadura parecía firmemente asentada, al menos a ojos de la población, que difícilmente se podía enterar de lo que había empezado a fraguarse en la clandestinidad". Lo que sí recuerda el autor de 'Patria' es "la silueta blanca del yate Azor" en la bahía de San Sabastián, donde Franco solía pasar parte del verano. También como cuando el Generalísimo desembarcaba, "muchas personas" acudían al muelle a aplaudir "a aquel anciano vestido de uniforme blanco".

placeholder Joan Amargós, Anna Castillo, Àlex Monner y Patrick Criado en 'La línea invisible'. (Movistar )
Joan Amargós, Anna Castillo, Àlex Monner y Patrick Criado en 'La línea invisible'. (Movistar )

Y de, poco a poco, con cada asesinato ETA empezó a hacerse más presente en la vida de los vascos. De cómo los asesinatos provocaron una mayor vigilancia policial en las calles de Euskadi. De cómo comenzó una escalada que llevó a ETA a secuestrar en 1970 al cónsul alemán Eugen Beihl; "la primera vez que oí pronunciar aquellas siglas con cierta conciencia de lo que significaban". España tardó en comprender la importancia que tendría ETA en las últimas décadas del siglo XX y la primera del XXI. De cómoel surgimiento de las facciones armadas de grupos revolucionarios en toda Europa —y en las antiguas colonias— influyó en la deriva terrorista de un grupo de jóvenes teóricos e idealistas, que acabaron optando por la violencia —matar o morir— en vez del discurso o la huelga. "En Argelia consiguieron que los franceses se fueran echando hostias poniendo bombas", pone la serie en boca de Txabi Etxebarrieta (Àlex Monner), en referencia a los atentados del Frente de Liberación Nacional argelino. Matar o morir, porque fue precisamente Etxebarrieta el primer muerto perteneciente a ETA, abatido por la Guardia Civil horas después del asesinato de Pardines.

"Ni en casa, ni en el colegio, ni en mi barrio de las afueras de San Sebastián, se habló de aquel suceso", recuerda Aramburu

En 'La línea invisible', Barroso se ha centrado en los momentos previos a aquel 7 de junio de 1968. Con su habitual estilo didáctico, el director alterna el punto de vista de los hermanos Etxebarrieta (interpretados por Àlex Monner y Enric Auquer) con el de Melitón Manzanas, para intentar cubrir los principales ángulos del estallido del conflicto armado, un juego de "pintadas y petardos" que acabó extendiéndose durante medio siglo y que ha sido causa y consecuencia de la deriva política de la España postransición. Porque el ahora siempre es hijo del ayer.

El último asesinato de ETA fue, irónicamente, el primero de un policía francés en suelo francés en sus 50 años de historia. Fue el 16 de marzo de 2010 en Dammarie-lès-Lys, una localidad de apenas 20.000 habitantes a las afueras de París. La secuencia de acontecimientos, la misma de tantas otras veces. El aviso de un robo de un coche. Una patrulla intercepta el vehículo robado. Un tiroteo. El cabo Jean-Serge Nérin se dio de bruces con el aciago honor de ser el último nombre de una lista de 873 muertos a manos de la banda armada. Durante cinco décadas, las siglas de ETA fueron omnipresentes en los mediodías televisivos de las familias españolas y el gran elefante en las habitaciones del País Vasco. E incluso hoy, dos años después del anuncio de su disolución, la sombra de la organización sigue vigente en el discurso político.

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