Fred Vargas: "La crisis climática no es una gilipollez de militante sobreexcitada"
La escritora francesa, premio Princesa de Asturias en 2018, publica el manifiesto 'La humanidad en peligro' en el que alude a la solidaridad para frenar la amenaza
La escritora francesa Fred Vargas (París, 1957) ha pegado un puñetazo sobre la mesa. ¿El motivo? La apatía gubernamental en relación con la crisis climática. Las palabras huecas, los protocolos que salen de las cumbres del clima, se firman, forman titulares y después no van a ningún lado. Así explica las razones de su último texto cuyo título es cristalino: ‘La humanidad está en peligro. Un manifiesto’ (Siruela). Recogiendo el guante de la activista Greta Thunberg y de otros autores como David Wallace-Wells (‘El planeta inhóspito’) y Nathaniel Rich (‘Perdiendo la Tierra’), Vargas dispara contra “Ellos, nuestros gobernantes aparentemente impotentes y los industriales multimillonarios a la cabeza de lobbies que los tienen bajo su control” para anteponer las necesidades vitales de “Nosotros, los pequeños, los grandes, los medianos, los burgueses de izquierdas, de derechas, la gente”. En definitiva, un manifiesto muy francés en la medida en la que le gustan a los franceses los manifiestos.
Pero Vargas avisa en las primeras páginas de que “no les estoy contando gilipolleces de militante sobreexcitada”. La escritora, además de por sus novelas policiacas sobre el comisario Adamsberg y por su premio Princesa de Asturias 2018, es conocida por defender posiciones ligadas a la izquierda y haber apoyado a los partidos ecologistas. Pero también es científica de profesión, especializada en arqueozoología, ha escrito un libro sobre la peste negra y en este manifiesto insiste: “Ya no hay climaescépticos, salvo Donald Trump -esa suerte tenemos- que se encalla en una postura disparatada de terca negación. Todos sabemos que la temperatura está subiendo”.
Por este motivo, el manifiesto parte de una soflama solidaria de Martin Luther King: “Aprendamos a vivir juntos como hermanos, pues, si no, moriremos todos juntos como idiotas”, al que ella añade, “ya que no queremos acabar jodidos, seamos hermanos”. Si no, la consecuencia es dramática: “Tres cuartas partes de la humanidad en peligro de muerte es aquello a lo que estamos corriendo”. El dato sale del IPCC (acrónimo en inglés del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático).
Los datos y las cifras son los pilares de este largo texto corrido, que algunos momentos se vuelve un tanto denso. No hay capítulos, no hay epígrafes. Vargas vomita toda la recopilación de la documentación elaborada por expertos e instituciones a partir del fracaso de la cumbre de Katowice de 2018 en la que se leyó un breve texto suyo que escribió en 2008 en el que ya alertaba de las consecuencias de la emisión de los gases de efecto invernadero, el aumento de las temperaturas y de que los Gobiernos apenas salían de las buenas palabras. Ahora este manifiesto se puede leer como un texto científico, pero también aparecen las trazas de la novelista cuando dialoga con un simpático censor de palabras, que le ayuda a no perderse en la terminología para no aburrir al lector (aunque a veces aparezca demasiado con calzador).
Muchos malos de la película
Y aunque no tiene divisiones, sí hay varias partes en el texto. La primera de ella aborda las causas del cambio climático, quiénes son los malos de la película. Para empezar hay dos países que son los que se van a llevar todas las bofetadas: China y EEUU. Después sigue con los gases como el CO2, el protóxido de carbono -presente en buena parte de las actividades agrícolas y ganaderas como el cultivo de los arrozales- el metano -el del pedo de las vacas- y los gases flourados, presentes en nuestros electrodomésticos y pantallas (aquí, como en otras partes del libro, no se corta en pedir- o exigir- que se corte de raíz con cierto consumo como el de los smartphones, ya que “como decía Talleyrand, todo lo excesivo es insignificante”. ¿Nos hace falta cambiar de móvil cada año?).
Siguiente: los coches. La profusión de datos sobre la emisión de gases nocivos es enorme. Resumen rápido: hay que utilizar más el transporte público. Para eso, es obvio, dice la escritora, en las ciudades debe haber una infraestructura pública fuerte y bien conectada. Y andar tampoco viene mal. Por cierto, para Vargas el coche eléctrico tampoco es la solución más inmediata por el consumo de sus baterías de litio- muy contaminantes y con un problema gigante de reciclaje- y por los cargadores, que hay uno para las diferentes marcas. Como en los teléfonos móviles, que prácticamente cada marca tiene el suyo. “¿Es eso ser responsable? ¿Ser solidario? ¿Es tener visión de futuro? Por supuesto que no. En cambio, es rentable para Tesla, y eso está por encima de todo”, escribe Vargas.
Los países desarrollados deberán reducir un 90% su consumo de carne para preservar el planeta
Más enemigos: el aceite de palma, el bambú, los biocombustibles… Y, el que recalca Vargas que es el peor de todos ellos: el sector agroalimentario industrial. Aquí se entra directamente en el terreno de la comida.
“Entre 1950 y 2000, el consumo de carne a nivel mundial se ha multiplicado por cinco, cuando la población ‘sólo’ se ha duplicado”, escribe la autora. Esto trae como consecuencias otros datos y es que “el 83% de la superficie agrícola mundial se utiliza para la ganadería”, según la ONU. Y eso lleva a una mayor contaminación del agua en una época de cada vez más escasez de agua.
Ni carnes… ni pescados
Desde luego, no es un buen panorama por lo que se reafirma en la solución que ya han señalado otros expertos: “Los países desarrollados deberán reducir un 90% su consumo de carne para preservar el planeta y alimentar a los cerca de 10.000 millones de humanos que se espera que haya en 2050”. Y no hay otra, según organizaciones como Greenpeace y WWF. En el punto de mira, principalmente, se encuentran el buey, la ternera, el cerdo, el cordero, el carnero, el caballo y la cabra. Y, ojo, también las carnes procesadas, esto es, los embutidos, causantes, según recuerda Vargas en un estudio de la Universidad de Hawai, del riesgo de cáncer de páncreas (67%) y el colorrectal (50%). El resumen para la autora: “No visiten las secciones de carne y embutidos de los supermercados”.
Muchos peces están llenos de metales contaminantes, especialmente el pez espada y el atún rojo
¿Sería la solución comer más pescado? Pues… tampoco. Los datos que ofrece la escritora sobre estos animales no son nada halagüeños, comenzando por la sobrepesca de algunos de ellos como el bacalao, el lenguado y la lubina -.de nuevo, China se alza con el primer puesto como sobreexplotador de los mares- y continuando porque están llenos de metales contaminantes, especialmente el pez espada y el atún rojo. Una buena noticia para los amantes del marisco: pueden comerse sin restricción (excepto por cuestiones de salud). Algo es algo.
El vino… solo ecológico
Hay varios párrafos simpáticos dedicados al vino, más que nada porque en Francia es religión y porque como Vargas recuerda, hasta el ministro francés de agricultura soltó hace un año que “el vino no es un alcohol como los demás”. “No hace falta ser un gran genio para entender que el vino es uno de los pilares de la economía francesa y que no hay que tocarlo bajo ningún concepto, a diferencia de los cigarrillos, que son americanos o ingleses”, escribe.
La escritora resalta el dato de que una buena parte de las viñas contienen pesticidas, y que después el productor le añade más sustancias ya en barrica, en algunos casos, cancerígenas. Su solución es volver la mirada los vinos ecológicos que, en principio, no utilizan ningún pesticida sintético en su producción. Eso sí, hay que acostumbrarse al sabor (a veces, mucho). “No se conservan mucho tiempo, y su sabor es a veces sorprendente, sin duda, el de los vinos de la Edad Media”, sostiene. Avisado queda el lector.
No hace falta ser un gran genio para entender que el vino es uno de los pilares de la economía francesa y que no hay que tocarlo bajo ningún concepto
El pan, los cereales, el chocolate, la leche, el café, la miel… Vargas no pasa por alto ningún producto. De este último, además, indica que prácticamente hoy no hay ninguna miel de calidad. Están todas llenas de pesticidas, un veneno que mata a las abejas. “En Francia cada año desaparece el 30% de las colonias de abejas”, manifiesta. Y su reproducción no va tan rápido. Lo mismo ocurre con otros insectos polinizadores como los abejorros o las mariposas. Y sin insectos que comer -”su población ha bajado un 80% en los últimos treinta años” - hay otro gran damnificado: los pájaros.
¿Qué hacer? Votar bien
Hay cuatro formas de abordar el cambio climático, comenta la autora: los negacionistas, los colapsólogos -los que afirman que nos vamos a morir todos sí o sí- los supervivencialistas -estos son graciosos: la fórmula es sumergirse en la naturaleza y dejar de tener contacto con todo mundo urbano- y los esperancistas, es decir, aquellos que creen que concienciando a la población se pueden llevar a cabo una serie de acciones que pueden cambiar o al menor aminorar la emergencia climática. Vargas, obviamente, se encuentra entre estos últimos.
Así, en las últimas páginas del libro, apunta qué podemos hacer todos nosotros, olvidándonos de aquellos gobernantes y empresarios que no tienen demasiado interés en abordar el problema. En realidad, lo ha ido dejando caer a lo largo de todo el manifiesto, pero en esta parte final adquiere tintes drásticos en forma de lista.
Aquí el lector puede asumir estos postulados o no. Hay todo tipo de indicaciones, también para las empresas, la ganadería, agricultura y la pesca. Y un último disparo a ciertos políticos: “Estamos en situación de elegir candidatos que propongan un auténtico programa ecológico (...) Resulta vital oponerse a cualquier sentimiento de hostilidad o reflejo de violencia, y recurrir, por el contrario, al instinto de agruparse, el de ser solidario, el de compartir (...). Remanguémonos y pongámonos manos a la obra. (...) y votemos, y votemos bien eligiendo líderes conscientes, activos y sinceros”.
La escritora francesa Fred Vargas (París, 1957) ha pegado un puñetazo sobre la mesa. ¿El motivo? La apatía gubernamental en relación con la crisis climática. Las palabras huecas, los protocolos que salen de las cumbres del clima, se firman, forman titulares y después no van a ningún lado. Así explica las razones de su último texto cuyo título es cristalino: ‘La humanidad está en peligro. Un manifiesto’ (Siruela). Recogiendo el guante de la activista Greta Thunberg y de otros autores como David Wallace-Wells (‘El planeta inhóspito’) y Nathaniel Rich (‘Perdiendo la Tierra’), Vargas dispara contra “Ellos, nuestros gobernantes aparentemente impotentes y los industriales multimillonarios a la cabeza de lobbies que los tienen bajo su control” para anteponer las necesidades vitales de “Nosotros, los pequeños, los grandes, los medianos, los burgueses de izquierdas, de derechas, la gente”. En definitiva, un manifiesto muy francés en la medida en la que le gustan a los franceses los manifiestos.