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Los anarquistas que pagaron el pato de la masacre de Piazza Fontana
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Los anarquistas que pagaron el pato de la masacre de Piazza Fontana

Se cumplen cincuenta años de los atentados de Piazza Fontana en Milán que causaron 17 muertos y 87 heridos, y que fueron atribuidos sin pruebas a grupos de extrema izquierda

Foto: Atentado de Piazza Fontana en Milán, Italia
Atentado de Piazza Fontana en Milán, Italia

Mayo de 1968 no fue sólo París. El fenómeno cruzó océanos, y pese a la mitificación de la primavera francesa otros focos fueron mucho más relevantes. Mientras en la ciudad de la luz se lanzaban consignas y adoquines, en Italia se celebraban elecciones legislativas bajo la resaca de lo acaecido dos meses atrás, cuando sobre todo en los campus romanos de Valle Giulia los estudiantes se enfrentaron a las fuerzas del orden, algo visto por Pasolini como una pugna entre hijos de papá a la espera de una licenciatura contra las fuerzas del orden e hijos de pobres y por lo tanto sin posibilidades de acceder a grados académicos superiores.

Más allá de la opinión del poeta se generó un caldo de cultivo de altísimo voltaje. Los comicios confirmaron la tendencia conservadora del electorado tras episodios tumultuosos. Tanto la sempiterna Democracia Cristiana como el Partido Comunista, el más fuerte en Europa durante toda la Guerra Fría, reforzaron sus nichos, pero el aire iba mucho más allá de las urnas.

En el horizonte de los eventos el futuro apuntaba a una inmensa conflictividad laboral. En 1969 debían renovarse más de treinta contratos colectivos de trabajo. Por aquel entonces el obrero transalpino era el peor pagado del Viejo Mundo. Desde los años cincuenta su perfil había cambiado, con los operarios provenientes del paupérrimo sur en primera línea. Llevaban poco en sus oficios, eran airados y no consideraban los métodos tradicionales como benéficos, consolidándose esta postura al aliarse con los estudiantes, en constante protesta desde su petición de derecho al estudio.

En 1969 debían renovarse más de treinta contratos colectivos de trabajo. Por aquel entonces el obrero transalpino era el peor pagado del Viejo Mundo

La cólera estalló entre septiembre y diciembre de 1969. El otoño caliente movilizó a más de cinco millones de proletarios bien pertrechados de demandas traducidas en el famoso lema “todos los estómagos son iguales”, contrario al beneficio y capaz de desbordar a los sindicatos canónicos desde la acción de los Comités unitarios de base, desmarcados del habitual lecho protector de la izquierda tradicional, inútil a la hora de comprender el nuevo contexto, como bien supieron captar movimientos independientes extraparlamentarios como Lotta Continua o Potere Operaio. Asimismo, los hechos acaecidos mientras caían las hojas en el norte de la bota van íntimamente ligados a la fundación de las Brigadas Rojas, fundamentales durante el siguiente decenio hasta poner contra las cuerdas al Estado, desestabilizándolo entre secuestros y atentados.

Los empresarios sintieron miedo ante el aumento del absentismo laboral, la ocupación de fábricas y la aparición de una conciencia inaudita. La Fiat llegó a denunciar a más de un centenar de sus empleados hasta que el Gobierno conminó a retirar los pleitos por temor a mayores daños, pues la situación era letal, incrementándose su corrosividad el 19 de noviembre, cuando en Milán falleció el agente Antonio Annaruma tras ser golpeado en la cabeza por un objeto pesado. Antes, en abril, un estudiante y una profesora fueron asesinados por los disparos policiales durante una revuelta contra el cierre de las dos principales empresas de la localidad salernitana de Battipaglia.

La estrategia de la tensión

A finales de año se firmaron varios acuerdos entre sindicatos y estructuras vinculadas a la patronal, produciéndose un aumento salarial, la reducción de la jornada semanal a 40 horas y el permiso al ramo de la metalurgia para celebrar asambleas en las factorías.

El resultado de tanta huelga y movilización fue catastrófica para la economía italiana, con fugas de capitales y un aumento de la inflación, preludio de una década pérdida. Lo peor estaba por llegar. El 7 de diciembre el periodista británico Leslie Finner publicó en ‘The Observer’ un articulado titulado ‘La estrategia de la tensión’. El texto, basado en unos documentos del MI6 sustraídos al embajador griego en la Urbe, advertía de tácticas auspiciadas por Estados Unidos y apoyadas por la dictadura helénica de los coroneles en pos de perpetrar atentados terroristas en las democracias mediterráneas para hacerlas caer y aupar regímenes de carácter militar y autoritario.

En aquel instante la nota debió pasar desapercibida. Sólo el paso del tiempo coloca las efemérides en su justo lugar. Durante 1969 el país había padecido la zozobra de atentados en un pabellón de la FIAT y en un operativo simultáneo contra diversos frentes. Como era costumbre, y el clásico sigue vigente, se cargaron las culpas contra los anarquistas, más bien escasos y sin rudimentos para cumplir la teoría de la movilidad supersónica emanada por dedos acusadores en las alturas.

placeholder Manifestaciones en Italia a finales de los sesenta
Manifestaciones en Italia a finales de los sesenta

El 12 de diciembre la sede milanesa de la Banca Nacional de Agricultura, en la Piazza Fontana, estaba hasta los topes de clientes, muchos de ellos provincianos llegados a la capital lombarda con el fin de regular sus asuntos económicos en la institución. A las cuatro y treinta y siete minutos de esa tarde una bomba con siete kilos de TNT explotó justo en el gran salón con cúpula del edificio, con un saldo de diecisiete víctimas y ochenta y siete heridos. Veinte minutos después estalló en Roma otro artefacto en un pasadizo subterráneo que enlazaba las dos entradas de la Banca Nazionale del Lavoro en la emblemática vía Veneto y en la de San Basilio. Entre las cinco y veinte y las cinco y media de ese mismo días otras dos bombas sembraron el pánico en el Altar de la Patria y en el acceso central del Museo Nazionale del Risorgimento, en la adyacente piazza Venezia. Hubo 16 heridos. Pudieron ser mucho más de haber fructificado el conjunto del plan, con una última carga preparada para su mortal cometido en la Banca Commerciale Italiana, a los pies de la Scala. De modo inexplicable la detonaron esa misma noche, perdiéndose una prueba impagable para esclarecer la múltiple masacre.

Pinelli, Gladio y Borghese

En la Barcelona de 1896 el movimiento ácrata aún no se había organizado y predominaba la propaganda consistente en atentados con gran impacto mediático para dar a conocer al mundo la justicia de aquellos ansiosos de pan y justicia. Tras impactar con su dinamita contra Martínez Campos y el Liceo parecía sólo faltar una maniobra contra la Iglesia, por eso a nadie sorprendió la atribución del atentado del carrer de Canvis Nous contra la procesión del Corpus.

Se detuvo a más de cuatrocientos anarquistas y se limpió la ciudad condal de la amenaza, pero tanta inmediatez suscitó muchas sospechas, más tarde corroboradas en medio del desastre colonial. La autoría nunca fue averiguada, si bien desde el extranjero muchos la atribuyeron directamente al Estado en su intento de criminalizar obreros y crear una magnífica cortina de humo para disimular la catastrófica situación finisecular.

Si lo narramos es por su asombrosa similitud con los eventos de ese diciembre de 1969 en Italia. Al cabo de nada ochenta ácratas de distintos círculos pasaron a disposición policial, entre ellos Giuseppe Pinelli, quien tras tres jornadas de interrogatorios cayó desde la ventana del cuarto piso de la cuestura, inmortalizándose sus últimos minutos a través de la película ‘Tre ipotesi sulla morte di Pinelli’, del siempre sagaz Elio Petri y el drama teatral ‘Morte di un anárquico’, firmada por el Nobel de Literatura Dario Fo.

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Piazza Fontana. 1969

¿Quiénes fueron los responsables? En 2005 la corte de casación determinó la participación directa de una célula de la organización de extrema derecha Ordine Nuovo capitaneada por los neofascistas Franco Freda y Giovanni Ventura, absueltos por otra sentencia de carácter definitivo en 1987.

En realidad su cometido se enmarcó, aunque sobre esto siempre habitarán las dudas por lo difuso de las informaciones sobre la cuestión, dentro de Gladio, un dispositivo ideado tras la Segunda Guerra Mundial por los servicios secretos anglosajones con el fin de estar bien prevenidos ante una eventual invasión soviética en Europa Occidental. Con el transcurrir de la Guerra Fría derivó en el uso de cuerpos paramilitares bien resguardados bajo falsas banderas para destrozar la imagen pública de formaciones políticas contrarias a los intereses norteamericanos, desde Comunistas a Nacionalistas.

En 2005 la corte de casación determinó la participación directa en el atentado de una célula de la organización de extrema derecha Ordine Nuovo

En España se les vincula con Montejurra, mientras en Italia su historial de guerra sucia es infinito, incluyendo Piazza Fontana y el atentado de la estación de Bolonia el 2 de agosto de 1980, sin descartarse su participación en el secuestro y muerte de Aldo Moro, siempre inculpado a las Brigadas Rojas, a quienes se requisaron las pruebas de la existencia de Gladio tras una redada en uno de sus escondrijos, documentación sólo desvelada por Giulio Andreotti en octubre de 1990, cuando la amenaza soviética estaba en vías de disolución y podía exponerse ese material tan delicado hasta condenarlo en el Parlamento europeo para luego depositarlo en la papelera de la Historia.

La guinda de todo este pastel fue el fallido intento de golpe de Estado promovido por el principesco fascista Junio Valerio Borghese durante la noche comprendida entre el 7 y el 8 de diciembre de 1970. La unión de militares, muchos de ellos miembros de la logia masónica P2, y grupos extremistas armados de manera clandestina preveía ocupar ministerios y medios de comunicación mientras se deportaba a los opositores parlamentarios, inclusive el presidente de la República, Giuseppe Saragat. Cuando la iniciativa ya estaba en marcha su artífice desistió, desvelándose la trama en la primavera de 1971. Borghese murió exiliado en España, donde fue acogido de buen grado por el General Franco. Con su muerte quedaba sin resolver otro misterio italiano, siempre conectados entre sí, siempre con la semilla del mal preparada para devastar tanta belleza.

Mayo de 1968 no fue sólo París. El fenómeno cruzó océanos, y pese a la mitificación de la primavera francesa otros focos fueron mucho más relevantes. Mientras en la ciudad de la luz se lanzaban consignas y adoquines, en Italia se celebraban elecciones legislativas bajo la resaca de lo acaecido dos meses atrás, cuando sobre todo en los campus romanos de Valle Giulia los estudiantes se enfrentaron a las fuerzas del orden, algo visto por Pasolini como una pugna entre hijos de papá a la espera de una licenciatura contra las fuerzas del orden e hijos de pobres y por lo tanto sin posibilidades de acceder a grados académicos superiores.

Pier Paolo Pasolini
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