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Lápidas y lapidarios en el vómito de 'Gomorra'
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Lápidas y lapidarios en el vómito de 'Gomorra'

La cuarta temporada no es la mejor, pero redondea la trama exponiendo el reciclaje internacional de la camorra napolitana

Foto: 'Gomorra'
'Gomorra'

El problema de las series de mafiosos consiste en la criba darwinista que compromete a los protagonistas. Tienen que morir los capos y los bosses antes o temprano. Y van cayendo, por tanto, los actores y actrices de referencia, en una suerte de auto-sabotaje irremediable. Le sucede a la cuarta temporada de 'Gomorra' (HBO). No solo padece la dilatación exagerada ya manierista de cualquier serie de éxito. Le afecta la propia endogamia del camorrismo napolitano. Y se va despojando de los protagonistas más carismáticos en un proceso de selección natural que termina conspirando contra el interés del propio serial.

Todavía queda en pie Gennaro Savastano -el estupendo actor se llama Salvatore Esposito-, pero la progresión narrativa y psicológica del personaje, de la adolescencia cobardona a la crueldad gélida de la edad adulta, no abastece los 14 capítulos de 'Gomorra IV'. Ni siquiera lo hace la contrafigura femenina de Donna Patrizia (Cristiana Dell’Anna), cuyo papel de matriarca del narcotráfico en el arrabal de Secondigliano se resiente de la rigidez gestual y de la dialéctica lapidaria. Más que hablar, los protagonistas de 'Gomorra' sentencian.

Se diría que los guionistas necesitan caracterizar un lenguaje de frases rotundas y expresiones aforísticas. Más que mafiosos parecen toreros decimonónicos. Aquéllos hombres de valores y espada solo interrumpían el silencio para anunciar una máxima o un axioma.

Termina agotando la dieta del proverbio en Gomorra. Le resta naturalidad. Y redunda en una teatralidad que provoca cierto distanciamiento con la trama. Nunca sonríen ni se sustraen a la caricaturización del mal. Compiten por la mejor frase, por el mejor disparo verbal.

Desmitificación

El creador del fenómeno 'Gomorra', Roberto Saviano, tuvo el acierto de desmitificar la mafia napolitana. Y de exponerla a la sordidez, la mediocridad, la inmoralidad, la vulgaridad. Carecen de glamour los personajes que habitan el infierno de Nápoles. Se los despoja del prestigio fundacional que el imaginario social concede a la estética crimen organizado. La camorra no tiene valores ni principios. La familia no es sagrada. Ni existe la lealtad, solo la ferocidad.

Es verdad que el feísmo o la fealdad engendran una estética expresionista atractiva y que la serie consigue despertar simpatías hacia criaturas extraordinariamente abyectas, pero Saviano y los guionistas del Averno napolitano se han cuidado de exponer en 'Gomorra' la banalidad de la muerte y la procacidad de los verdugos. Al prójimo se lo asesina con la facilidad que se dan las buenas noches. El boss necesita el terror y la miseria para prosperar, aunque prosperar significa esconderse y encastillarse, vivir en la angustia rutinaria de la traición.

El feísmo engendra una estética expresionista atractiva y la serie consigue despertar simpatías por criaturas extraordinariamente abyectas

La novedad argumental de 'Gomorra IV' consiste en contarnos las grandes operaciones de blanqueo, la transformación del dinero negro en caudal inversionista gracias a las sociedades interpuestas, a los testaferros y a los recovecos que procura la inmunidad internacional.

Es la razón por la que el capo Sevastano traslada a Londres su centro de operaciones. Allí financia la construcción de un gran aeropuerto en Nápoles. También asea su imagen, incluso aspira a un estado de dignidad y de redención incompatibles con las atrocidades que ha cometido él mismo con su propio instinto depredador. Es el reciclaje de la mafia contemporánea. No ha desaparecido. Se ha transformado en la Bolsa y en los paraísos fiscales. Ha encontrado una escapatoria providencial cuyas expectativa se resienten del pecado original: la serpiente es un animal de territorio. Tarde o temprano regresa y se delata. Drácula necesitaba su tierra.

Y la mafia napolitana, como la siciliana o la calabresa, es un fenómeno vampírico que 'Gomorra' ha sabido contarnos en sus pormenores sociológicos, económicos y culturales. La cuarta temporada no es la mejor, pero redondea el gran retrato de la atrocidad. Y confirma que Nápoles, en el fondo, o sea, en los cimientos, en las entrañas, es una fundación griega del siglo VIII antes de Cristo cuyas cañerías vomitan sangre y podredumbre porque ya no lo hace la lava del Vesubio. Un escenario extremo y remoto que atrapa a sus personajes. Y que los convierte en víctimas sacrificiales de un destino fatal al que no pueden sustraerse.

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El problema de las series de mafiosos consiste en la criba darwinista que compromete a los protagonistas. Tienen que morir los capos y los bosses antes o temprano. Y van cayendo, por tanto, los actores y actrices de referencia, en una suerte de auto-sabotaje irremediable. Le sucede a la cuarta temporada de 'Gomorra' (HBO). No solo padece la dilatación exagerada ya manierista de cualquier serie de éxito. Le afecta la propia endogamia del camorrismo napolitano. Y se va despojando de los protagonistas más carismáticos en un proceso de selección natural que termina conspirando contra el interés del propio serial.

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