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El plano del millón del porno: no le hagas eso
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El plano del millón del porno: no le hagas eso

Cómo las limitaciones expresivas de la industria de la pornografía han transformado, para mal, nuestra sexualidad

Foto: Imagen de 'The Deuce'
Imagen de 'The Deuce'

Secuencia primera: antiguamente se conocía como 'the money shot', el plano del millón, a la toma más cara en la producción de una película; el plano donde verdaderamente los productores se jugaban la pasta en cada film, el plano que se comía el más suculento trozo del ya de por sí generoso presupuesto. Por aquel entonces el plano del millón podía considerarse una especie de punto de no retorno: una vez gastado ese dinero ya no había vuelta atrás; había que llegar hasta el final si se albergaba alguna esperanza de recuperar lo invertido. Una vez rodado su 'money shot' toda película se convertía en un juego al todo o nada.

Con la industria del porno, una vez apropiada la expresión, “el plano del millón” ha adquirido un significado totalmente distinto. En el porno, el plano del millón se refiere al fotograma por el que, se supone, paga la gente; el que realmente da valor económico a una grabación. Sin 'money shot' no hay película porno que valga. En palabras de Stephen Zipow, autor de 'The Film Maker's Guide to Pornography': “Hay quien cree que el plano de la corrida o, como algunos lo llaman, ‘el plano del millón’, es el elemento más importante de una película y que todo lo demás (si fuera necesario) debe ser sacrificado a su costa. Por supuesto esto depende del punto de vista del productor pero una cosa es segura: si no tienes la corrida, no tienes una película porno”.

[Porno feminista: nosotras también queremos disfrutar]

“The money shot”, el momento en el que el varón eyacula, siempre tiene lugar ante las cámaras; nunca dentro de la mujer, ni fuera de plano, porque representa “el clímax definitivo: la representación del sentimiento de culminación de cada acto heterosexual”. Probablemente a raíz de la tremenda popularidad conseguida por la película Garganta Profunda en 1972, esta máxima expresión del goce hetero tiene que ocurrir preferiblemente sobre el rostro de una mujer. Una mujer cuyos orgasmos no tienen relevancia económica ni marcan ningún antes o después en la evolución de una cinta porno.

Los orgasmos femeninos (¡como en la vida misma!) son, en el porno, más un continuo y natural disfrutar que sirve para ensalzar al macho, el héroe, que no puede evitar volver loca de placer a su hembra, fuera de control por gracia de su fantástico miembro. Sus orgasmos son tantos que no importan. El hombre eyacula y ya está: fundido a negro.

La Edad de Oro del Porno

Secuencia segunda: los más aficionados a las series de televisión es probable que reconozcan los nombres de David Simon, el escritor y productor estadounidense famoso, sobre todo, por estar detrás de la aclamada serie 'The Wire', y el autor George Pelecanos, su mayor colaborador. 'The Deuce', la última producción de Simon y Pelecanos para HBO, trata precisamente sobre la Edad de Oro del Porno, y sobre su legalización y auge en la ciudad de Nueva York en las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado.

Aunque han pasado muchas cosas desde entonces (sin ir más lejos: Internet) si Pelecanos y Simon toman ese punto concreto de nuestra historia colectiva es porque, en palabras del propio Simon, allí: “sucedieron cosas que resultaron indicativos claros de los cambios que se avecinaban”. Como confesó Pelecanos al New York Times: “Cuando nosotros empezamos había gente con aspiraciones artísticas en el mundo de la pornografía que pensaban que acabarían haciendo películas de la misma manera que Hollywood hace películas, con historias reales y con los mismos valores de producción”.

Fue entonces cuando también empezó a observarse una mayor brutalidad y violencia hacia las mujeres en el mundo del porno

Pero como ninguna buena historia acaba sin un pero, Pelecanos explica: “para 1985 la cosa había involucionado y lo que se veía en la calle era muy parecido a los loops de toda la vida: cinco a diez minutos de sexo y un plano del millón. Y fue entonces cuando también empezó a observarse una mayor brutalidad y violencia hacia las mujeres en el mundo del porno”. Según un estudio de 2015, el consumo frecuente de pornografía está asociado al deseo de participar en conductas como “tirar del cabello, azotar con la suficiente fuerza como para dejar marca; eyacular sobre el rostro; confinar; penetrar el ano o vagina de una mujer simultáneamente junto a otro hombre; penetrar analmente a una mujer para después introducirle el pene directamente en la boca; estrangular, asfixiar con el miembro; insultar…” todas formas de denigrar a la mujer de una manera u otra.

Esta “moda”, según Seth Stephens-Davidowitz, un ex-científico de datos de Google con acceso al historial completo de búsquedas y visualizaciones del portal PornHub, no es exclusivamente masculina: “Si existe un género de porno en el que se ejerza violencia contra una mujer mi análisis de los datos muestra que casi siempre resulta desproporcionadamente atractivo para las mujeres”. En realidad, poco importa si eres hombre o mujer, si consumes porno o no, porque según el propio Simon: “El subtexto del porno está en cada anuncio de cerveza y en cada anuncio de coche. Lo hemos interiorizado de las maneras más elementales”.

Foto: El espectáculo de un rodaje porno. (Marta Medina)

En palabras de Cindy Gallop, “la Michael Bay del mundo empresarial”, cofundadora junto con Oonie Chase y Corey Innis, de MakeLoveNotPorn.tv, una plataforma de vídeos de relaciones sexuales en el mundo real: “hay una generación entera creciendo bajo la impresión de que lo que se ve en el porno duro es la forma en la que ha de desarrollarse el sexo” y el “money shot” no es más que el emblema distintivo de la corriente mayoritaria del porno. Ni Pelecanos ni Simon dicen estar en contra del porno. Lo que sí sienten, y es fácil empatizar, es que el porno: “ha influido en toda una generación de chavales que ahora son hombres, y que ha moldeado lo que estos piensan sobre las mujeres y no es positivo”.

La pornografía predominante tiende a centrarse en la exhibición explícita del cuerpo de las mujeres, con una exhibición masculina limitada casi exclusivamente a ese “plano del millón”. La pornografía dura sigue estructurada en torno al mismo conjunto de números sexuales heredados de aquella pornografía primigenia de los 70s y 80s. Éste énfasis en la carne y en la eyaculación rara vez puede verse en el porno “feminista” o en los sitios dedicados al porno “alternativo” donde el sexo a menudo se codea con otros contenidos “culturales” como pueden ser noticias del mundo del arte, la música, o la contracultura. Allí el sexo existe dentro de un contexto cultural más amplio que en las páginas porno más convencionales.

La Profesora del Departamento de Estudios Cinematográficos de la Universidad de California, Linda Williams, lo expresó así en su estudio de referencia:“Hard Core: Poder, placer y el ’frenesí de lo visible’": “No hay nada más convencional que un plano del millón”. Los planos del millón, en opinión de Williams, “como las joyas indiscretas de Diderot”, que hacían hablar a las vaginas de las concubinas, “no son más que una figura retórica que permite al porno hablar del sexo de una manera concreta”.

¿Quién lo hacía antes?

Secuencia tercera - Desenlace: hay una escena en la última temporada de The Deuce en la que el productor de cine porno, Harvey (David Krumholtz) y la ex trabajadora sexual con espíritu emprendedor, Candy (Maggie Gyllenhaal) se preguntan: “¿Cómo finalizamos casi todas las escenas de sexo? Hacemos que el tipo se saque la polla y se corra en la cara de una mujer, y lo llamamos el plano del millón”. Candy se encoge de hombros y pregunta: “¿Quién hace el amor y termina así cada maldita vez? O mejor dicho... ¿Quién lo hacía antes de que nosotros hiciéramos las películas guarras que les han enseñado cómo hacerlo?”

¿Cómo finalizamos casi todas las escenas de sexo? Hacemos que el tipo se corra en la cara de una mujer, y lo llamamos el plano del millón

Lo que queremos no es siempre lo que necesitamos. Querer es por naturaleza un acto poco reflexivo. Tal y como suele repetir David Simon: “si le das al público lo que dice que quiere, siempre querrá helado. Querrán exactamente lo que han visto en el pasado y cada vez en mayor cantidad”. “En el caso del porno”, continúa Simon, “esto ha resultado increíblemente destructivo porque la pornografía es, en la práctica, un instrumento de gratificación masculina en el sentido más elemental”.

No hay nada más convencional que un plano del millón. El plano del millón, de alguna forma, no hace más que representar las limitaciones expresivas del lenguaje pornográfico. “Nuestras palabras nos impiden hablar”, que diría el poeta PeCasCor. Que la industria pornográfica no haya encontrado una forma mejor de representar el clímax sexual humano no significa que una forma mejor no exista, por mucho que los “money shots” se repitan en una película tras otra.

El porno comercial sólo puede hablarnos desde su (muy fálico) punto de origen y el mundo que representa no es más que su especulación acerca del placer de sus clientes potenciales. No puede ser otra cosa más que comercial pues comercial es su naturaleza. Así que hagamos caso a Simon y Pelecanos, que siempre ponen sus mejores ideas en boca de Candy, cuando asegura que: “Aquello por lo que los hombres pagan acaba por convertirse en el mundo. Y eso es lo que nos acaba convirtiendo a todos en putas”.

Secuencia primera: antiguamente se conocía como 'the money shot', el plano del millón, a la toma más cara en la producción de una película; el plano donde verdaderamente los productores se jugaban la pasta en cada film, el plano que se comía el más suculento trozo del ya de por sí generoso presupuesto. Por aquel entonces el plano del millón podía considerarse una especie de punto de no retorno: una vez gastado ese dinero ya no había vuelta atrás; había que llegar hasta el final si se albergaba alguna esperanza de recuperar lo invertido. Una vez rodado su 'money shot' toda película se convertía en un juego al todo o nada.

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