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Grandes estrategias de la Historia: tretas y maniobras para vencer a tus enemigos
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Grandes estrategias de la Historia: tretas y maniobras para vencer a tus enemigos

Johm Lewis Gaddis es el mayor experto mundial en pensamiento estratégico y ahora reúne todos sus conocimientos en una obra de referencia

Foto: Batalla de Salamina. óleo sobre tela pintado en 1868 por Wilhelm von Kaulbach
Batalla de Salamina. óleo sobre tela pintado en 1868 por Wilhelm von Kaulbach

"Nos encontramos en el año 480 a. C. en Abido, ciudad situada en la orilla asiática del Helesponto, donde el paso se estrecha poco más de kilómetro y medio. La escena es digna de una película de la época dorada de Hollywood: Jerjes, rey de reyes persa, asciende el promontorio para sentarse sobre un trono desde el que contemplar sus ejércitos en formación, los cuales, según Herodoto, sumaban más de un millón y medio de hombres. Probablemente fueran una décima parte de ese número, que son, con todo, los hombres que Eisenhower mandó desembarcar el día D. No salva hoy día el Helesponto ningún puente, pero Jerjes tuvo dos: un pontón construido con trescientas sesenta embarcaciones atadas entre sí y otro con trescientas catorce, curvados ambos ligeramente por la corriente y el viento. Sepultado bajo las aguas el puente anterior tras una tormenta, el furibundo emperador había ordenado decapitar a los constructores y azotar y marcar con hierros candentes las mismísimas aguas del estrecho. En algún lugar del fondo deben de reposar aún hoy los grilletes de hierro que mandó arrojar al mar como advertencia. Ese día, sin embargo, las aguas están tranquilas y Jerjes se siente satisfecho. Hasta que, de repente, estalla en lágrimas. Su tío y consejero Artábano le pregunta por qué. 'Ante nosotros se hallan miles de hombres -responde el emperador-, pero ninguno de ellos estará vivo dentro de cien años'".

No harían falta cien. Solo un año después la mayoría de los persas habían muerto ya derrotados sorpresivamente por los griegos.

placeholder 'Grandes estrategias'. (Taurus)
'Grandes estrategias'. (Taurus)

Así arranca 'Grandes estrategias' (Taurus), el arrebatador ensayo del mayor experto mundial en pensamiento estratégico, catedrático de la Universidad de Yale y premio Pulitzer, John Lewis Gaddis (EEUU, 1941). Gaddis ha impartido durante décadas cursos estratégicos -basados más en los hechos históricos que en la teoría- para civiles y militares en algunas de las más prestigiosas instituciones de su país. Durante uno de aquellos cursos, impartido en el Navar War College de Estados Unidos en 1975-76, impuso como lectura obligatoria a todos sus estudiantes, la mayoría de ellos recién llegados del horror de Vietnam, la 'Historia de la guerra del Peloponeso' escrita hace 1.400 años. "No solo se abrió la veda para discutir de Vietnam, sino que durante semanas no hablamos de otra cosa. Realizamos una terapia para el estrés postraumático antes de que esta existiera y nuestro terapeuta fue Tucídides".

'Grandes estrategias' es un libro único. Gaddis salta de los hechos a los protagonistas históricos con tanta desenvoltura y humor como profundidad, conocimiento y tributo impagable a sus tres grandes maestros: Tucídides, Tólstoi e Isaiah Berlin. A continuación, algunos ejemplos de sus enseñanzas.

El secreto de Octaviano

"Octaviano nunca explicó quien le había enseñado, pero disfrutando del privilegio de tratar de cerca al más grande mandatario de todos, tendría que haber sido un tipo muy cerril para no asimilar nada. (...) César a su vez, parece no haber explicado nunca a Octaviano por qué le estaba instruyendo. Eso le ahorró los inconvenientes de saber desde el principio que él sería hijo, heredero y comandante de los ejércitos. El Quirón romano echó la atadura a un estudiante que no tenía la impresión de que le estuvieran atando. Esa atadura quería no solo instruir sino también liberar".

"Octaviano tenía menos de la mitad de años que Marco Antonio, pero era mucho más astuto a la hora de juzgar el carácter. Se presentó como el contrapunto de todos los vicios de aquel hombre maduro, acusado de promiscuidad y de ebriedad pública y aquejado por un mar de deudas y una explosiva inestabilidad emocional. El heredero del César no era ningún mojigato y, ciertamente, poseía carácter, pero sabía controlarse, algo que Marco Antonio rara vez hacía. Este tampoco estaba muy seguro de lo que quería. Había conocido el complot asesino pero no participó en él. Tenía la esperanza de reinar sobre Roma, pero no sabía qué hacer si lo conseguía. Permitió que la depravación y la dejadez le arrebatasen la voluntad. Octaviano, por el contrario, se volcó, desde el momento en que César le hizo saber quién iba a ser, en vengar la muerte de su 'padre'. Para ello se centró en conseguir el restablecimiento de Roma y procuró no terminar tirado en un charco de sangre en las escaleras del Senado".

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Octaviano

El error de la Armada Invencible

"Felipe II se apresura de crisis en crisis, rara vez descansa y nunca posee el control total. Está achicando agua y las vías se multiplican en el barco. Isabel de Inglaterra, en cambio, se niega a darse prisa. Achicará agua cuando deba -si esa mano se levanta, las cabezas pueden rodar, ya lo sabemos, pero es ella quien fija los tiempos y los lugares. Se resiste a gastar de manera innecesaria recursos, energía, reputación e, inusualmente en un monarca, la virginidad. Como a Penélope en la Odisea, la acosas los pretendientes. Sin embargo, a diferencia de aquella, Isabel teje estrategias, no sudarios".

"Los ingleses no habían vencido a la Gran Armada, pero la habían doblegado, lo que venía ser lo mismo. Como durante toda la travesía habían dependido de las provisiones recogidas antes en La Coruña y no tenían posibilidad de reabastecerse en ningún puerto amigo, a los españoles no les quedaba otra alternativa que navegar de vuelta a casa por el camino más largo: cruzando el mar del Norte, rodeando las islas Shetland y bajando a lo largo de las inhóspitas costas occidentales de Escocia e Irlanda. Los primeros barcos no llegaron a España hasta la tercera semana de septiembre: de los ciento veintinueve buques que habían partido a finales de julio, se habían perdido al menos cincuenta, y muchos de los que habían regresado tendrían que ser desguazados. La mitad de los hombres habían muerto, la mayoría en naufragios, por inanición o por enfermedad. Es posible que el número de víctimas alcanzara las quince mil. Los ingleses, por el contrario, sólo perdieron los ocho navíos que habían entregado a las llamas en Calais y unos ciento cincuenta hombres".

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El desastre de la Armada Invencible

"Nos encontramos en el año 480 a. C. en Abido, ciudad situada en la orilla asiática del Helesponto, donde el paso se estrecha poco más de kilómetro y medio. La escena es digna de una película de la época dorada de Hollywood: Jerjes, rey de reyes persa, asciende el promontorio para sentarse sobre un trono desde el que contemplar sus ejércitos en formación, los cuales, según Herodoto, sumaban más de un millón y medio de hombres. Probablemente fueran una décima parte de ese número, que son, con todo, los hombres que Eisenhower mandó desembarcar el día D. No salva hoy día el Helesponto ningún puente, pero Jerjes tuvo dos: un pontón construido con trescientas sesenta embarcaciones atadas entre sí y otro con trescientas catorce, curvados ambos ligeramente por la corriente y el viento. Sepultado bajo las aguas el puente anterior tras una tormenta, el furibundo emperador había ordenado decapitar a los constructores y azotar y marcar con hierros candentes las mismísimas aguas del estrecho. En algún lugar del fondo deben de reposar aún hoy los grilletes de hierro que mandó arrojar al mar como advertencia. Ese día, sin embargo, las aguas están tranquilas y Jerjes se siente satisfecho. Hasta que, de repente, estalla en lágrimas. Su tío y consejero Artábano le pregunta por qué. 'Ante nosotros se hallan miles de hombres -responde el emperador-, pero ninguno de ellos estará vivo dentro de cien años'".

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