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Querido Stalin, querida Bolena: amenazas de muerte, cartas de amor y despedidas
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Querido Stalin, querida Bolena: amenazas de muerte, cartas de amor y despedidas

La editorial Crítica publica 'Escrito en la historia', una selección de cartas "que cambiaron el mundo" a cargo del historiador británico Simon Sebag Montefiore

Foto: Adolf Hitler afanándose en la escritura.
Adolf Hitler afanándose en la escritura.

En uno de los laterales de la Plaza de San Ildefonso todavía sobrevive una papelería que vende sobres y folios de diferentes gramajes, colores y texturas. Allí solía ir a comprar el papel para contestar las cartas de Juan Miguel Lamet. El rito de elegir la cuartilla. La práctica de caligrafía y 'feng shui' mental antes de manchar la hoja. El tira y afloja entre lo demasiado íntimo, lo demasiado impúdico y lo demasiado banal. Llevaba su tiempo. Tardé tanto en contestar su última carta que, cuando por fin lo hice, fue de camino al tanatorio y sin esperar respuesta. Nunca volví a escribir una. Ahora comparten caja de latón con las que me mandó mi primer novio, las de aquella amiga de la infancia o la de una 'penfriend' macedonia fugaz que tuve y de la que enseguida me aburrí. También hay una piedra, una pulsera y arena de la playa. Y creo que un preservativo. Pequeñas reliquias que nos recuerdan que en algún momento fuimos otra cosa. La novia de, la amiga de, la alumna de. Estamos seguros porque lo podemos tocar.

En tiempos del "Ola k ase" es difícil imaginar qué es lo que quedará. Un cambio de móvil, una actualización mal hecha y la prueba de que él que te quería se va a la mierda. Los asuntos mayores, el amor lo es, mejor por escrito. Los acuerdos de palabra están bien, pero para otros, que aquí muchos acaban diciendo Diego. Por eso nadie da por cerrada una guerra con un apretón de manos. Afirmaba Goethe que las cartas son "el recuerdo más relevante que una persona puede legar". Y por eso, el historiador británico Simon Sebag Montefiore ha recopilado algunas de las misivas más llamativas de tiranos, reyes, conquistadores, músicos o escritores en 'Escrito en la historia. Cartas que cambiaron el mundo' (Crítica).

placeholder Portada de 'Escrito en la historia'
Portada de 'Escrito en la historia'

Seguramente, la carta de amor que usted le mandó a tal o cual compañero o compañera de instituto rezume tanta verdad como la que Enrique VIII mandó a Ana Bolena en mayo de 1528. La diferencia es que, cuando se acabó el amor de tanto usarlo, usted no utilizó una guillotina para cortar. Tampoco creo que una mala elección de las palabras por su parte haya provocado una guerra mundial, como le ocurrió al tal Theobald von Bethmann-Hollweg el 6 de julio de 1914. Y si en uno de sus grupos de WhatsApp sufre al típico graciosillo escatológico, piense en el calvario de Marianne, la prima de Mozart, que durante años recibió el parte gastrointestinal del músico en clave de broma: "Hace ahora casi 22 años que me siento sobre el mismo ojo de siempre y, sin embargo, ¡no se ha rasgado ni una pizca! Aunque lo he usado muy a menudo para cagar y luego he limpiado a mordisquitos el estiércol", le escribe. Wolfgang Amadeus, compositor de día, cómico chusco de noche.

Misivas de amor, de guerra, de creación y de poder. Amenazas de muerte, notas de despedida, postales de viaje y declaraciones de guerra; Sebag Montefiore ha diseñado una máquina del tiempo epistolar para viajar al pasado a través de la correspondencia de algunas de las figuras fundamentales de la historia, desde Plinio el Joven hasta Donald J. Trump.

Frida Kahlo a Diego Rivera: "Nada comparable a tus manos, ni nada igual al oro verde de tus ojos. Mi cuerpo se llena de ti por días y días..."

Sebag Montefiore lanza un anzuelo al portero que todos llevamos dentro con las cartas de amor —y 'sexting'— entre personalidades como Frida Kahlo y Diego Rivera, Anaïs Nin y Henry Miller —pasión explosiva donde las haya—, la zarina Alejandra y Rasputín o el rey Jacobo I a su amado George de Villiers. Para aplacar el picor de la entrepierna en algún momento sirvió Correos. "Diego: nada comparable a tus manos, ni nada igual al oro verde de tus ojos. Mi cuerpo se llena de ti por días y días. Eres el espejo de la noche. La luz violenta de los relámpagos. La humedad de la tierra. El hueco de tus axilas es mi refugio. Mis yemas tocan tu sangre. Toda mi alegría es sentir brotar la vida de tu fuente-flor que la mía guarda para llenar todos los caminos de mis nervios, que son los tuyos", escribe una Kahlo arrebatada.

Para febril y ardiente, la carta que le dedica Nin a Miller en agosto de 1932, en la que habla de amor a tres bandas, traición e impulso. "Quiero combatir contra ti tanto como rendirme a ti, porque como mujer adoro tu coraje ", le confiesa. "Esta vez no te vas a despertar de los éxtasis de nuestros encuentros para revelar solo momentos ridículos. No. Esta vez no lo harás porque mientras vivimos juntos, mientras examinas cómo mi carmín indeleble borra el diseño de mi boca, esparciéndose como sangre después de una operación (me besaste la boca y se marchó, el diseño se perdió como en una acuarela, los colores se corrían); mientras lo haces agarro la maravilla que pasa frotando (la maravilla, oh, la maravilla de hallarme debajo de ti) y te la traigo, la respiro a tu alrededor".

placeholder 'Hombre escribiendo una carta', de Gabriel Metsu (1662-1665)
'Hombre escribiendo una carta', de Gabriel Metsu (1662-1665)

Se puede intuir que el lecho del rey Jacobo I de Inglaterra y Escocia y la reina Ana de Dinamarca no era precisamente una fiesta; el monarca prefería la compañía de mancebos como George de Villiers, que acabaría siendo duque de Buckingham. Jacobo se refiere a él como "hijo" y le recomienda: "Cuando os levantéis, manteneos alejado de cuantos importunadores puedan perturbar vuestro espíritu para que, al encontrarnos, yo pueda ver como vuestros dientes blancos me iluminan y así prestéis a mi viaje vuestra reconfortante compañía".

placeholder Alexandra de Rusia.
Alexandra de Rusia.

Singular es también la relación entre Alexandra y Rasputín: "Mi amado e inolvidable maestro, salvador y mentor", le apela la zarina. "En este momento tan sólo tengo un deseo: caer dormida, dormir para siempre en tus hombros, abrazada por ti. ¡Oh, qué felicidad, el simple hecho de sentir tu presencia a mi lado [...]. Te estoy esperando, sin ti me siento fatal. Dame tu sagrada bendición, yo beso tus manos benditas.

Artillería pesada

También desvela 'Escrito en la historia' lo testosterónico de algunas relaciones epistolares, como la que mantuvo el mariscal Tito con Stalin: "¡Deja de enviar a gente a matarme! Ya hemos capturado a cinco: uno con una bomba, otro con un fusil.... Si no paras de enviarme asesinos, yo enviaré a Moscú uno muy rápido y desde luego no hará falta que envíe otro".

De Tito a Stalin, sin amor: "¡Deja de enviar a gente a matarme! [...] Si no paras de enviarme asesinos, enviaré a Moscú uno muy rápido..."

En el año 33 a.C., Octaviano tuvo un ataque de celos políticos al que Marco Antonio respondió con contundencia. Marco Antonio y Cleopatra era pareja y padres de tres hijos y juntos gobernaban el este del Imperio romano. A Octaviano tan cosa no le complace y esparce el rumor de que Marco Antonio es un ser débil, afeminado e indigno de Roma por dejarse manipular por una mujer. La réplica del delegado romano es brutal: "¿Qué te pasa? ¿Protestas porque me esté follando a Cleopatra? Pero estamos casados, y ni siquiera es algo nuevo: nuestra relación empezó hace nueve años. ¿Y tú qué? ¿eres fiel a Livia Drusila? Te felicito si cuando esta carta te llegue no te has acostado con Tertulia o Terentila o Rufila o Salvia Titisenia o todas ellas. ¿De veras importa tanto quién te la ponga dura?".

De archienemigos pasamos a amigos... de conveniencia. El 21 de julio de 1941, la noche antes invadir la Unión Soviética, Hitler envía una carta a su mejor aliado en la esfera internacional: Benito Mussolini. El Führer le explica al Duce su visión de la guerra y las tácticas que, hasta entonces, le había estado ocultando. "He esperado hasta este momento, Duce, para enviaros esta información [...]. El mundo tendrá más ocasión de admirarse por nuestra paciencia que por nuestra determinación, salvo la parte del mundo que se opone a nosotros por principio y ante la cual, en consecuencia, los argumentos no sirven de nada. [...] Con cordialidad y camaradería, vuestro ADOLF HITLER".

placeholder Stalin escribiendo en su despacho.
Stalin escribiendo en su despacho.

Una de las epístolas más actuales que recoge el libro data del 24 de mayo de 2018 y es la que Donald Trump dirige a "su excelencia Kim Jong-un" para explicar el plantón que le va a dar el presidente estadounidense al líder norcoreano. "Esperaba con impaciencia encontrarme con usted. Por desgracia, a tenor de la tremenda cólera y franca hostilidad exhibidas en su más reciente declaración en este momento considero inapropiado mantener esta reunión planeada desde hace tanto... Usted habla de su capacidad nuclear, pero la nuestra es tan colosal y poderosa que ruego a Dios que no se tenga que usar nunca".

Sebag Montefiore cierra su libro, como no podía ser de otra manera, con las cartas de despedida. En particular, la que el autor considera como una de las más bellas jamás escritas, la de Adriano a Antonino Pío, cuando el primero está moribundo el 10 de julio del año 138 d. C. El emperador romano dice adiós con una suerte de poema: "Almita mía, blandita y cariñosa, del cuerpo huésped y compaña, ¿hacia qué lugares partirás, palidita, yerta y desnudita, donde no bromearás como solías?".

En uno de los laterales de la Plaza de San Ildefonso todavía sobrevive una papelería que vende sobres y folios de diferentes gramajes, colores y texturas. Allí solía ir a comprar el papel para contestar las cartas de Juan Miguel Lamet. El rito de elegir la cuartilla. La práctica de caligrafía y 'feng shui' mental antes de manchar la hoja. El tira y afloja entre lo demasiado íntimo, lo demasiado impúdico y lo demasiado banal. Llevaba su tiempo. Tardé tanto en contestar su última carta que, cuando por fin lo hice, fue de camino al tanatorio y sin esperar respuesta. Nunca volví a escribir una. Ahora comparten caja de latón con las que me mandó mi primer novio, las de aquella amiga de la infancia o la de una 'penfriend' macedonia fugaz que tuve y de la que enseguida me aburrí. También hay una piedra, una pulsera y arena de la playa. Y creo que un preservativo. Pequeñas reliquias que nos recuerdan que en algún momento fuimos otra cosa. La novia de, la amiga de, la alumna de. Estamos seguros porque lo podemos tocar.

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