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Soy médico de familia y ya no puedo más: infierno en la sanidad pública española
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Soy médico de familia y ya no puedo más: infierno en la sanidad pública española

Enrique Gavilán es un médico de pueblo que reventó por los recortes, el caos organizativo... Cuenta su historia en 'Cuando ya no puedes más' (Anaconda) y aquí adelantamos su primer capítulo

Foto: Ilustración de Mónica Lalanda incluida en 'Cuando ya no puedes más'. (Anaconda Ediciones)
Ilustración de Mónica Lalanda incluida en 'Cuando ya no puedes más'. (Anaconda Ediciones)

11 de enero de 2019. Pilar, una médica de familia en la plenitud de su carrera profesional, anuncia en una cadena de televisión que abandona su puesto en el centro de salud donde trabaja, situado en una capital de provincias del interior. Su motivo: siente que no puede más. Al duro trabajo cotidiano, con consultas abarrotadas de decenas de pacientes propios y de compañeros ausentes no sustituidos, en jornadas de siete horas diarias casi ininterrumpidas atendiendo toda suerte de problemas, se suma ahora la imposición por parte de sus jefes de una jornada complementaria de tarde y de fines de semana para atender urgencias. Deja atrás un puesto de trabajo fijo, ganado en una dura oposición, y más de veinte años de ejercicio vocacional y entregado. Se despide de sus pacientes con un cartel en la puerta de la consulta: "Me gustaría seguir atendiéndoles, pero así, no puedo. Lo siento". En la televisión, justifica su postura: "Es que terminas desquiciada. No puedo trabajar así. Nosotros somos seres humanos. La medicina requiere [dedicación en] alma y cuerpo. Nosotros no podemos trabajar así. Estamos bloqueados, sometidos a un estrés tan grande que realmente no te da tiempo ni a pensar". Por delante, solo incógnitas. Al renunciar a su trabajo de manera 'voluntaria', no tiene derecho a la prestación por desempleo. Está a cargo de una familia con tres hijas. A su lado, otras dos compañeras, interinas, toman la misma decisión.

Pilar es una entre miles. Como ella, como yo, muchos médicos de familia y otros compañeros que trabajan en la atención primaria hemos pasado por el mismo infierno. Muchos hemos pensado en dar el mismo paso que ella y sus dos compañeras, incluso abandonar del todo la práctica clínica y dedicarnos a otra cosa. Otros muchos hemos pagado con nuestra propia salud trabajar en condiciones abusivas durante años. Si hemos logrado aguantar durante este tiempo, es por el amor a una profesión y por respeto al sufrimiento de nuestros pacientes. Pero, como nos recuerda Pilar, somos humanos. Somos vulnerables. Tenemos límites. Y esos límites hace mucho que se han sobrepasado.

placeholder 'Cuando ya no puedes más'. (Anaconda)
'Cuando ya no puedes más'. (Anaconda)

[Adelantamos aquí el primer capítulo de 'Cuando ya no puedes más', que publicará el próximo 16 de septiembre el nuevo sello Anaconda Ediciones. En sus páginas, el médico rural Enrique Gavilán relata una experiencia compartida por tantos otros doctores en el infierno de la atención primaria de la sanidad pública española, en la que los horarios extenuantes, la sobrecarga de trabajo que impide atender a cada paciente como merece, los recortes, la privatización y el caos organizativo van haciendo poco a poco mella en la pasión vocacional con que tantos profesionales iniciaron su carrera, hasta el punto de desembocar en la depresión.]

En los últimos meses, hartos de una situación que se remonta a varias décadas atrás, los médicos de familia hemos salido a la calle para reclamar mejoras en nuestras condiciones de trabajo. Una ola de indignación y de rabia sacude los cuatro costados de España. Primero fue la huelga en Cataluña. Luego en Galicia. Y en Andalucía, Euskadi, Madrid... Se suceden concentraciones en las fachadas de los centros de salud. Protestas a diario en las sedes de las consejerías de sanidad. Editoriales y noticias en prensa, radio y televisión. Testimonios de compañeros cansados, derrotados, denigrados, hartos, al borde de perder la razón. Cartas a los reyes magos en redes sociales y blogs pidiendo soluciones milagrosas. Súplicas que nadie atenderá.

Testimonios de compañeros cansados, derrotados, denigrados, hartos, al borde de perder la razón

El detonante en cada región ha sido diferente, pero el sustrato en todos los lugares es el mismo: la sobrecarga laboral, la no sustitución de nuestras consultas cuando nos tomamos permisos o vacaciones o enfermamos, la precariedad que deben asumir nuestros jóvenes profesionales, el sistemático ninguneo por parte de nuestros jefes, los continuos desaires de los compañeros del hospital a la tarea que realizamos desde los centros de salud, la supuesta falta de profesionales que está diezmando nuestros consultorios —mientras vemos cómo cientos de jóvenes, preparados en nuestras facultades y unidades de formación especializada, se ven obligados a emigrar a otros países en busca de mejores oportunidades de trabajo—, la deriva hospitalcentrista y la tecnofascinación de la sanidad que deshumaniza nuestro día a día, la indignación ante la inoperancia de los políticos y el hartazgo ante sus incumplidas promesas.

En boca de la inmensa mayoría de nosotros está el deseo de desarrollar nuestra labor en unas condiciones en las que podamos ofrecer la mayor calidad posible. Si precisamente damos este paso es porque la seguridad de nuestros pacientes está hoy comprometida. Y no solo esto, sino que también está en juego nuestra propia salud. Sí, los médicos también lloran.

Veo a Pilar y me reconozco en sus palabras, en sus expresiones, en sus silencios. Leo los testimonios de rabia y pesadumbre de decenas de compañeros y me viene a la cabeza la misma secuencia de desastres que yo mismo acabo de vivir hace, como quien dice, cuatro días. Encuentro en ellos las mismas palabras de enfado contenido, la misma mirada mate de hastío, los mismos labios apretados por la impotencia acumulada, las mismas arrugas en el rostro de la culpa, la maldita culpa, que observaba en mí mismo.

Por suerte, pude tener la entereza de escribirlo todo. Necesitaba tapar los huecos de mis recuerdos. Poner en orden mis ideas para resolver mis continuas contradicciones. Escribir para, en palabras del genial neurólogo y escritor Oliver Sacks, «tender un puente, reconciliar o integrar las discontinuidades, las grandes discontinuidades de la vida».

Espero también que muchos ciudadanos guiñen el ojo en señal de complicidad a sus médicos de familia cuando vayan a visitarlos

Aunque es este un relato personal, que solo certifica lo que no quiero que me vuelva a suceder, lo que me apasiona y lo que detesto, estoy seguro de que muchos de mis compañeros se sonreirán en más de un pasaje. Se identificarán con mis meteduras de pata, llorarán cuando hablo de mi llanto, verán en los relatos de mis pacientes a los suyos propios o se les erizará el vello cuando se percaten de que no son los únicos que están pasando por la misma tortura. Espero también que muchos ciudadanos guiñen el ojo en señal de complicidad a sus médicos de familia cuando vayan a visitarlos. Ambos, pacientes y médicos, compartimos el mismo objetivo con respecto a la salud y la enfermedad, y tenemos las mismas necesidades de afecto, estima, comprensión y solidaridad.

Narrar mi historia de amor y desamor con la medicina de familia, relatar los sucesos previos a la muerte anunciada de la atención primaria y contar la biografía de encuentros y desencuentros conmigo mismo tuvo para mí un efecto terapéutico. Si decido sacar del cajón estos apuntes y darles, cua­tro años después, forma de libro, si lo estás leyendo ahora mismo, es porque a partir de ahora lo que he escrito tiene otro encargo: intentar ser útil a quienes hayan pasado por momentos similares a los aquí descritos, del mismo modo que cuando lo necesité fueron otros los que me socorrieron. Añadir el eslabón que cierre la cadena.

Sin embargo, no quiero caer en la trampa de hablar en nombre de alguien salvo de mí mismo. No quiero ser estandarte de nadie ni de nada. Tampoco tengo claro que quiera reivindicar algo en particular. Del mismo modo, no es mi intención hablar contra nadie, aunque soy consciente de que algunos se pueden sentir interpelados al oírme; mis disculpas si eso sucede en tu caso particular. Mi interés es solo reflejar situaciones que he vivido de la forma en que las recuerdo. No más. Sin edulcorantes pero tampoco sin grandes pretensiones. Solo contar una historia. Mi historia. Para quienquiera oírla y disfrutar, aunque sea sólo a cachitos, de ella.

11 de enero de 2019. Pilar, una médica de familia en la plenitud de su carrera profesional, anuncia en una cadena de televisión que abandona su puesto en el centro de salud donde trabaja, situado en una capital de provincias del interior. Su motivo: siente que no puede más. Al duro trabajo cotidiano, con consultas abarrotadas de decenas de pacientes propios y de compañeros ausentes no sustituidos, en jornadas de siete horas diarias casi ininterrumpidas atendiendo toda suerte de problemas, se suma ahora la imposición por parte de sus jefes de una jornada complementaria de tarde y de fines de semana para atender urgencias. Deja atrás un puesto de trabajo fijo, ganado en una dura oposición, y más de veinte años de ejercicio vocacional y entregado. Se despide de sus pacientes con un cartel en la puerta de la consulta: "Me gustaría seguir atendiéndoles, pero así, no puedo. Lo siento". En la televisión, justifica su postura: "Es que terminas desquiciada. No puedo trabajar así. Nosotros somos seres humanos. La medicina requiere [dedicación en] alma y cuerpo. Nosotros no podemos trabajar así. Estamos bloqueados, sometidos a un estrés tan grande que realmente no te da tiempo ni a pensar". Por delante, solo incógnitas. Al renunciar a su trabajo de manera 'voluntaria', no tiene derecho a la prestación por desempleo. Está a cargo de una familia con tres hijas. A su lado, otras dos compañeras, interinas, toman la misma decisión.

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