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La Gauche Divine de Barcelona: crónica de una revolución limitada
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La Gauche Divine de Barcelona: crónica de una revolución limitada

El MNAC de Barcelona despliega una apabullante retrospectiva: 'Oriol Maspons, de la Gauche Divine a Las Hurdes', con 530 imágenes, de las más famosas a las olvidadas e inéditas y 270 documentos

Foto: Teresa Gimpera fotografiada por Xavier Miserachs
Teresa Gimpera fotografiada por Xavier Miserachs

Esta historia empieza de manera indirecta en Els 4 Gats, el mitificado local de la supuesta bohemia barcelonesa finisecular. Descripción que desmentiría el pintor Santiago Rusiñol, quien explicaba que, para ser bohemio, debes ir por la vida sin blanca y, como bien es sabido, aquel no era su caso. Tampoco el de Ramón Casas. Sin ambos y sus consejos quizá Pablo Ruiz Picasso no hubiera dado el salto a París y el arte lo recordaría como un pintor pompier de Barcelona.

El nacionalismo se cura viajando, o eso dicen, aunque la frase también podría aplicarse a las limitaciones en un oficio. Si quieres volar debes cruzar fronteras, y eso mismo hizo Oriol Maspons (Barcelona, 1928-2013) yéndose a mediados de los años cincuenta a la ciudad de la luz para liberarse de los prejuicios de la Agrupación Fotográfica de Cataluña y empaparse de la maestría de Brassaï, Cartier-Bresson y otros maestros de su campo. La experiencia lo trasladó a otra dimensión, la misma visible hasta el 12 de enero de 2020 en la retrospectiva 'Oriol Maspons, de la Gauche Divine a Las Hurdes' del MNAC, un Museo demasiado infravalorado pero importante, sobre todo por su apego a conservar fondos de grandes nombres catalanes de la cámara en una época donde muchos archivos esenciales vuelan allende el Principado por el desdén de la administración pública, más preocupada en vender humo, como si la cultura fuera una nadería sin importancia.

[Franco, The Beatles, Eddy Merckx... el otro julio de 1969]

El rostro invisible

La foto es de los años cincuenta y es un prodigio por su sencillez compositiva. En ella lucen cuatro imprescindibles. Son jóvenes, airados y han empezado a entender la inconveniencia del aire español. Jaime Gil de Biedma, Josep Maria Castellet, Carlos Barral y José Agustín Goytisolo posan como si supieran de la complicidad del futuro, como si la imagen fuera a integrar, como así ha sido, un imaginario para la posteridad.

placeholder Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, José Agustín Goytisolo y Josep Maria Castellet en el vestíbulo de la editorial Seix Barral. (Foto: Oriol Maspons)
Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, José Agustín Goytisolo y Josep Maria Castellet en el vestíbulo de la editorial Seix Barral. (Foto: Oriol Maspons)

La siguiente imagen muestra a Barral y Gil de Biedma en el Trento, un restaurante de moda a finales de los años de sesenta. El editor, poeta y magnífico memorialista ha tejido un imperio de calidad en torno a Seix Barral. Ha derrumbado los muros del provincianismo apostando por Europa mediante el Premio Internacional de Literatura y ha dado nuevos bríos cosmopolitas a su ciudad mediante su tino, pese a la leyenda del rechazo a García Márquez, descubridor de escritores sudamericanos.

Por su parte Jaime Gil, también de estupenda familia, ha creado un estilo lírico inimitable con pocas composiciones y un rigor eliotiano bien alejado de los cánones oficiales. Los acompaña un hombre fuera de lugar, un soldado de fortuna con talento a raudales. Se llama Juan Marsé y quizá en el momento de la captura ya ha ganado el Biblioteca Breve con 'Últimas tardes con Teresa', esa obra maestra sobre el tercer mundo dentro del primer mundo y la valentía de exhibir sin tapujos las dos Barcelonas, esas nunca mencionadas y siempre en disputa, de la Semana Trágica a las elecciones municipales de la primera victoria de Ada Colau. Marsé, como quien dice, no pertenece a su mundo, es un joven de clase trabajadora bregado en mil batallas, de aprendiz de joyero hasta codearse con los señoritos de mierda, quienes lo han aceptado con naturalidad.

placeholder Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral y Juan Marsé
Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral y Juan Marsé

La cubierta de su templo letrado es un plano picado donde vemos a una chica rubia en un descapotable. ¿Teresa Serrat? Sí, en el rostro y cuerpo de la modela sueca Susan Holmquist, famosa asimismo por inspirar, tras un breve romance, a Joan Manuel Serrat la canción 'Conillet de Vellut', censurada parcialmente en 1970 por hablar, pecado mortal y venial por aquel entonces, de un 'ménage a trois'.

placeholder 'Últimas tardes con Teresa'
'Últimas tardes con Teresa'

El 'noi del Poble Sec' figura en varias instantáneas de Maspons, una más bien extraña junto a Raimon. Tanto El nano como Marsé fueron los elementos anómalos de la Gauche Divine, generación barcelonesa multidisciplinar caracterizada por su pertenencia a la burguesía, su innata capacidad de promoción, hasta el punto de dominar el panorama durante medio siglo entre oportunismo cronológico y el beneplácito de romper con el sopor franquista, y la capacidad de generar unas señas de identidad muy marcadas mediante una nocturnidad simbolizada en el Bocaccio de Oriol Regàs, club emblemático de la movida de Tuset Street, sucedáneo local de la Carnaby londinense, pese a ubicarse en la calle Muntaner, siempre en el Upper Diagonal, dato importante al rebasar el dominio trazado en esa insulsa avenida por los ganadores de la Guerra Civil.

placeholder Serrat, Núria Feliu y Raimon en 1976. (Foto de Maspons. Museu Nacional d’Art de Catalunya)
Serrat, Núria Feliu y Raimon en 1976. (Foto de Maspons. Museu Nacional d’Art de Catalunya)

Pequeña radiografía de un movimiento

El término Gauche Divine nació en noviembre de 1969, cuando Joan de Sagarra, gran periodista e hijo del autor de 'Vida privada', lo lanzó desde las páginas de Tele/eXprés en octubre de 1969 con motivo de la fiesta inaugural de la editorial Tusquets, cuyo medio siglo se celebró la pasada semana.

Este grupo, en cierto sentido el antecesor a la barcelonesa de la movida, se caracterizó por tener unos contornos de clase sólo roto con las aristas antes mencionadas. Entre sus integrantes más destacados cabe destacar a escritores como Félix de Azúa, Rosa Regás, Jaime Gil de Biedma, los hermanos Moix o José María Carandell, cineastas como Joaquim Jordà, exquisito en Dante no es únicamente severo, Vicente Aranda, Gonzalo Suárez o Romà Gubern, cantantes como Guillermina Motta o Serrat, fotógrafos de la categoría de Colita o Maspons y editores del calibre de Jorge Herralde, Beatriz de Moura, Esther Tusquets y Carlos Barral. Cuando Vázquez Montalbán interpeló en Triunfo a los protagonistas sobre su adscripción al conjunto todos negaron ser partícipes del mismo.

Cuando Vázquez Montalbán interpeló en Triunfo a los protagonistas sobre su adscripción a la Gauche Divine, todos negaron ser partícipes

Según Alberto Villlamandos, autor de 'El discreto encanto de la subversión. Una crítica cultural a la Gauche Divine' (Laetoli), el mayor legado de este universo, o su valencia simbólica, es la labor libresca, con sellos capaces de trascender y aportar al lector una serie de títulos y referencias de valor atemporal. Lo demás, con su apogeo entre mediados de los sesenta y la muerte de Franco, debe aplaudirse por su relativa rebeldía, pues al fin y al cabo supieron implantar una serie de premisas muy alejadas de la casposidad de la dictadura para luego prevalecer y ocupar los sitios de mando casi hasta ahora. Eran muchos menos lugareños que la capital catalana de hoy en día, si bien eso no excluye un apocamiento desde la hegemonía, palpable también en sus componentes arquitectónicos, de Oriol Bohigas, hacedor de la urbe olímpica, a Óscar Tusquets, cuya ópera prima encierra una contradicción sobre las varias capas culturales de la ciudad condal en su despertar del letargo.

El edificio está ubicado en la calle Génova, en el barrio del Guinardó. La leyenda, algo importante para entender la pervivencia de ese recuerdo y el triunfo posterior de la irreverencia con caviar, habla de su interior como un caos anárquico, sin ningún piso idéntico y una vida comunal donde era posible encontrar desde músicos hasta cantantes pasando por Paul Malvido, el hermano maldito de Pasqual Maragall y cronista de la cara oculta del fenómeno en 'Nosotros los malditos' (Anagrama), crónica canalla, cruda y muy realista con el añadido de trasladarnos a otras latitudes. Si durante las primeras páginas de este artículo hemos transitado por una zona noble ahora toca moverse al meollo, hacia la Rambla, hoy vetada a la ciudadanía y en los setenta oasis contracultural con una capacidad corrosiva desmontada con la llegada de los ayuntamientos democráticos.

Donde la ciudad cambia su nombre

Hace unos años tuve la suerte de entrevistar a Nazario Luque en su apartamento de la plaza real, el mismo del que casi es expulsado por la operación de blanqueo del lugar orquestada por Oriol Bohigas a mediados de los ochenta. En la charla el dibujante me confesó su nula relación con Terenci Moix y Jaime Gil de Biedma, con quienes sólo coincidía en sus preferencias sexuales, distanciándose de ellos hasta en la geografía.

Nazario, junto a Ocaña y Camilo, fue la punta de lanza icónica del underground. A medidados de los setenta compartía vivienda y estudio junto a Javier Mariscal en la calle Comerç. Durante ese período se hizo un nombre y participó en las jornadas anarquistas de julio de 1977 en una performance subida de tono, alegre y gamberra. Su afinidad con la divina acracia encajaba en otra atmósfera de la época, debida en cierto sentido a los vertiginosos cambios en el horizonte tras la muerte de Franco y a un hastío de la preponderancia de la Gauche Divine, episodio magníficamente glosada por Julià Guillamon en 'La ciudad interrumpida', ensayo recuperado con mucho acierto por Anagrama hace pocos meses.

placeholder Ficha policial de Nazario en 1978
Ficha policial de Nazario en 1978

Esa cara B de Barcelona, menos presente en el lenguaje de las alturas, era apasionante y combativa. Oriol Bohigas y otros protestaron contra Núñez y Navarro con el típico manifiesto por su crueldad al derribar la casa Trinxet de Puig i Cadafalch para erigir uno de sus horrendos bloques, pero la iniciativa para salvar la identidad colectiva corrió a cambio de un actor inesperado, los vecinos, asociados del Carmel al Eixample, de Sants hasta Nou Barris para reivindicar justicia y mejoras lógicas contra una planificación demencial, factor resumido con mucha belleza en el siguiente párrafo de 'Paseos con mi madre', de Javier Pérez Andújar:

"La democracia la fueron conquistando estos hombres y mujeres calle por calle, árbol por árbol. La democracia es una cosa que se puede tocar, y que esta gente tuvo en sus manos durante días seguidos y noches enteras. Conseguir un colegio público en un barrio que no lo tenía; la construcción de un ambulatorio donde no llegaban los médicos; dejar una plaza sin edificar para que los niños jueguen; hacer un polideportivo para que el único deporte no sea apedrear perros; lograr que pase el autobús por donde no pasaba nada o que llegue el metro a donde no llegaba para poder ir al trabajo sin necesidad de pisar charcos, sin aguantar la lluvia y el frío de la madrugada, sin andar por los descampados que separaban el barrio de los transportes públicos, esa es la democracia que hicieron realidad esas gentes encerrándose en los locales de sus asociaciones de vecinos, encadenándose a verjas, cortando el tráfico, protestando en la calle, luchando. La democracia es algo que se ve y se toca, y donde no se percibe es que no la hay".

Quizá, desde su descubrimiento de la cultura como exhibicionismo y espectáculo, la Gauche Divine plantó los cimientos del parque temático

Tras esto, sobran las palabras y poco más podemos aportar. El anarquismo redivivo fue aniquilado con premeditación y alevosía tras el atentado de la sala de fiestas Scala, en enero de 1978. Los vecinos se medio apartaron con la constitución de los consistorios en 1979 y la Gauche Divine hizo y deshizo a sus anchas, tanto que una última anécdota puede ilustrar su estatus. En 1980 Oriol Bohigas, ya instalado en su papel de arquitecto municipal, inauguró la reforma de Barcelona con la ampliación de la plaça de la Mercè, patrona de la capital catalana. Para conseguirlo no tuvo ningún rubor en cargarse la casa donde Pablo Ruiz Picasso había transcurrido el mayor trecho de su adolescencia. Cuando le preguntaron sobre esa decisión el prócer no tuvo problemas en juzgar inútil conservar el inmueble por ser sólo el escenario de un par de polvos. Ahora en Barcelona Picasso es dinero. Quizá, desde su descubrimiento de la cultura como exhibicionismo y espectáculo, la Gauche Divine plantó los cimientos del parque temático.

Esta historia empieza de manera indirecta en Els 4 Gats, el mitificado local de la supuesta bohemia barcelonesa finisecular. Descripción que desmentiría el pintor Santiago Rusiñol, quien explicaba que, para ser bohemio, debes ir por la vida sin blanca y, como bien es sabido, aquel no era su caso. Tampoco el de Ramón Casas. Sin ambos y sus consejos quizá Pablo Ruiz Picasso no hubiera dado el salto a París y el arte lo recordaría como un pintor pompier de Barcelona.

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