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'Capriccio' de Strauss abre el debate en el Real: ¿importa más la palabra o la música?
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'Capriccio' de Strauss abre el debate en el Real: ¿importa más la palabra o la música?

Vicente Molina Foix, Pilar Jurado, Andrés Ibañez, Carlos Álvarez, Mario Gas, Ruth Inesta, Roberto de Candia. Asher Fish y Chistof Loy desvelan su opinión

Foto: 'Capriccio'. (Javier del Real)
'Capriccio'. (Javier del Real)

En pleno infierno, mientras el mundo se derrumbaba a su alrededor, cuando la crueldad más insospechada, la depravación absoluta se instalaba en la vieja Europa, Richard Strauss se decantó por la belleza; porque ante la infamia, la degradación y la degeneración sólo la belleza tiene el poder de la redención. “Strauss sabía que el mundo que él había conocido se estaba deshaciendo ante sus ojos. ‘Capriccio’ no es más que es el deseo de refugiarse en un universo de belleza y de la alta cultura en medio del salvajismo y la barbarie. Para eso sirve el arte, mucho más que para reproducir lo que todos sabemos y todos vemos”, afirma tajante Andrés Ibáñez, escritor y dramaturgo.

“‘Capriccio’ fue también, tras años de esquivar un enfrentamiento con el régimen, el particular acto de resistencia del anciano compositor. Goebbels, ministro nazi de la propaganda, acababa de lanzar un llamamiento a los artistas para que también ellos fueran combatientes. El Führer quería un arte marcial, viril, grandioso, solemne, que levantara al pueblo. La respuesta de Richard Strauss fue una auténtica insolencia: una refinada controversia intelectual sobre la ópera que, encima, fue un homenaje a la Francia que acababa de ser ocupada”, afirma Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real.

'Capriccio', estrenada en Múnich en 1942 y surgida a partir de una idea original de Stefan Zweig, fue la última ópera que escribió Richard Strauss (1864-1949). Este 27 de mayo se representa por primera vez en el coliseo madrileño en coproducción con la Opernhaus de Zürich, con dirección musical de Asher Fisch y la dirección escénica de Christof Loy. La obra surge como una ópera basada en una ópera. Una compañía de artistas se reúne en el salón de la condesa donde van a interpretar un programa en el aniversario de la anfitriona. La condesa se debate entre su amor por dos hombres, el poeta Olivier y el músico Flamand. Seducida por el arte de ambos, no parece dispuesta a renunciar a uno de ellos. La batalla emocional que libra la condesa no es más que una pretexto evocador que el anciano compositor utilizó para reflexionar sobre qué la eterna pregunta: ¿qué es más importante la palabra o la música?

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'Capriccio'. (Javier del Real)

“Strauss, a través de su condesa, deja la pregunta en el aire. Ella termina preguntándose: ‘¿hay alguna posible respuesta que no sea trivial?’. Ella quiere encontrar la respuesta para terminar la ópera, pero no la responde y la ópera no termina. No sólo 'Capriccio', sino la ópera en sí, la ópera como género”, explica Andrés Ibáñez.

Vicente Molina Foix escritor y gran admirador de la ópera, confiesa que la primera vez que vio ‘Capriccio’ se enamoró de la obra y que jamás pensó en él como libretista. Hoy, vive inmerso en la escritura del libreto de ‘El abrecartas’, una historia propia a la que pondrá música Luis de Pablo y que se estrenará en el Teatro Real. “Es muy difícil responde a esa pregunta. Creo que la palabra es primero, sin ella el maestro no compone. Ahora bien, la visión del libretista es servir al músico. Las sugerencias del músico tiene que primar porque la gente va a la ópera a ver un texto cantado. Hay que tener humildad y saber que el músico tiene la última palabras. Respecto a ‘Capriccio’, la música redondea la obra”, asegura Molina Foix.

Mario Gas, director de cine y teatro, añade que para él “la música, en la ópera histórica, ha sabido superar la barrera del tiempo mejor que los textos, aunque ambos están íntimamente imbricados”. Defiende que “lo sustantivo es el discurso musical orquestal y vocal, puesto que es lo que singulariza y precisa su existencia”.

Encontrar el equilibrio

Entre los cantantes de ópera prolifera la idea de que la música es lo más importante, aunque todos destacan la necesidad de encontrar un equilibrio. Para el barítono malagueño Carlos Álvarez la música vocal es fundamental. “La calidad del sonido (como ejemplo, el del coro interno del final de ‘Madame Butterfly’ es con voz cerrada y es capaz de producir una enorme emoción), pero cuando estamos utilizando un texto como medio de expresión (léase libreto de ópera) también resulta importante que se comprenda, aunque si es despachado con una preciosa voz y un sustrato armónico apasionante, el resultado será aún mejor”. Por su parte, Ruth Iniesta apuesta por la armonía. “No podemos olvidar que estamos contando una historia y la palabra muchas veces nos da la guía del color necesario. No es blanco o negro, es más complicado que eso”, añade la soprano.

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'Capriccio'. (Javier del Real)

Pilar Jurado, actual directora de la SGAE, compositora y soprano que pasará a la historia por ser la primera mujer que estrenó una ópera en el Teatro Real, coincide con su colegas. “La gran maravilla es precisamente esa conjunción increíble que se produce cuando la palabra y la música van unidas. Ese es el gran milagro de la ópera”.

Roberto de Candia, el último 'Falstaff' del Teatro Real considera que en el caso particular de ‘Capriccio’, “Strauss pinta un mundo ideal donde la música y las palabras van de la mano, en un período en el que, dadas las guerras y sus consecuencias, ese mundo de belleza y armonía ya no puede seguir”. Y añade: “Creo que Strauss quiere decir que, después de él o, en cualquier caso, después de ese período histórico, nada volverá a ser lo mismo”.

Diez años han pasado desde que Christof Loy inaugurara la decimotercera temporada del Teatro Real con su particular visión de ‘Lulú’, la ópera inacabada de Alban Berg. El director alemán afirma que ha aprendido mucho al trabajar con esta pieza de Strauss. Asegura que más que un debate entre la palabra y la música es “una metáfora que habla de la vida”. Tras el conflicto que presenta el autor entre el drama y la música subyace algo mucho más importante. “Strauss habla sobre el ser humano y la necesidad de elegir para crear la propia vida".

Por primera vez en la Historia, podríamos estar en una situación donde el texto es más importante que la música

“Strauss sabía lo difícil que es tomar decisiones correctas en la vida. Creo que ese es el error, puesto que si te ves obligado a elegir siempre pierdes. Creemos que tenemos que escoger y quizá lo más importante sea el momento de la auto reflexión, más que la decisión final en sí”, matiza Loy. Por ello, el director crea en el escenario su propio cosmos teatral, su propio lenguaje poético que otorga a la audiencia una extraña sensación de intemporalidad acompasada por una música portentosa a la que la batuta de Asher Fisch le otorga fuerza y vitalidad.

Para Fisch, la obra de Strauss es una revisión de la vida del artista, “su testamento artístico”. No se pronuncia ante el debate de la palabra y la música porque está convencido de que a lo largo de la Historia esta relación ha sufrido altibajos, pero siempre a favor de la música. El maestro israelí se desmarca de sus compañeros al afirmar que: “Hoy, por primera vez en la Historia, podríamos estar en una situación donde el texto es más importante que la música, la música contemporánea es tan desapegada para la audiencia que ha creado tal vacío entre el contenido que ofrece al público que la única cosa que rompe esta brecha y hace que la gente quiera escuchar música contemporánea está en la ópera”, concluye.

En pleno infierno, mientras el mundo se derrumbaba a su alrededor, cuando la crueldad más insospechada, la depravación absoluta se instalaba en la vieja Europa, Richard Strauss se decantó por la belleza; porque ante la infamia, la degradación y la degeneración sólo la belleza tiene el poder de la redención. “Strauss sabía que el mundo que él había conocido se estaba deshaciendo ante sus ojos. ‘Capriccio’ no es más que es el deseo de refugiarse en un universo de belleza y de la alta cultura en medio del salvajismo y la barbarie. Para eso sirve el arte, mucho más que para reproducir lo que todos sabemos y todos vemos”, afirma tajante Andrés Ibáñez, escritor y dramaturgo.

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