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Domingo Villar y el bombazo (lento) de 'El último barco': "Soy muy inseguro"
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ENTREVISTA

Domingo Villar y el bombazo (lento) de 'El último barco': "Soy muy inseguro"

Una década después regresan Domingo Villar y su querido detective Leo Caldas con una novela torrencial

Foto: Domingo Villar. (Siruela)
Domingo Villar. (Siruela)

'El último barco' de Domingo Villar en Siruela está a punto de convertirse en una leyenda por su tardanza en tocar costa, su larguísimo proceso de reescritura que ha llevado diez años -con el naufragio sobrevenido de un extenso borrador que parecía listo ('Cruces de piedra')-, su tonelaje (700 páginas) y su extraordinario recibimiento con ya más de cinco ediciones en menos de un mes desde su publicación. Las dos entregas anteriores de las historias del comisario de policía de Vigo Leo Caldas, y de su impetuoso lugarteniente maño Rafael Estévez -'Ojos de agua' y, sobre todo, 'La playa de los ahogados'- cosecharon un extraordinario éxito lector y demandaron una tercera entrega que ha venido demorándose demasiado tiempo pero que, así, ha activado también un 'hype' perfecto, un estado de excitación que promete multiplicar exponencialmente sus ya de por sí presumibles opíparas ventas. Y así, un autor que se declara tremendamente inseguro y que vuelve locos a sus editores hasta que no logra el punto exacto de cocción que impone a su trabajo, ve atónito y alborozado cómo los lectores devoran en pocos días e incluso en pocas horas una empresa de una década.

placeholder 'El último barco', de Domingo Villar. (Siruela)
'El último barco', de Domingo Villar. (Siruela)

PREGUNTA. Cualquiera pensaría que todo esto ha sido organizado así para llegar a un super bestseller pero… no es fácil organizar algo así, ¿verdad?

RESPUESTA. No, y además, a mí me habría encantado tener la novela antes y no fallar a los editores. Es complicado tirar a la basura un manuscrito de casi 400 páginas y volver a empezar.

P. ¿Cómo se hace eso? ¿Con qué se quedó?

R. Bueno, hay pasajes, fragmentos y algunos diálogos que he mantenido, además de que la historia que quería contar es la misma. Pero el primer manuscrito no me emocionaba, y si algo no emociona al autor, es muy difícil que emocione a ese lector al que quiere susurrarle al oído. Yo también vivía entonces una situación emocional complicada, acababa de morirse mi padre y, posiblemente por ello, mi novela se me aparecía especialmente plana. Las muertes de los padres tampoco se puede prever. No disponía de la fuerza que necesitaba. La voz estaba, la historia también... pero faltaba la emoción.

P. El protagonismo que la artesanía cobra en estas páginas con su atención al trabajo bien hecho, sin prisa y acechado por la producción masiva y estandarizada parece la metáfora perfecta de su escritura.

R. Sí, y de lo que es también el oficio literario. Hay quien piensa que la literatura es una revelación o un rapto de inspiración pero, para mí, la literatura es un oficio como puede ser la lutería o la cerámica, dos de las disciplinas que trato en esta novela. Se trata de disponer de buena materia prima y dedicarle todo el cariño y el tiempo que exija. En fin, luego habrá quien tenga una forma de escribir más suelta y quien le de más vueltas, como es mi caso. Yo me pienso cada frase, soy enormemente inseguro y me gusta leer en voz alta todo lo que voy escribiendo. A veces, lo que me dice si el libro me convence o no es más la música que la literatura.

placeholder Domingo Villar. (EFE)
Domingo Villar. (EFE)

P. Lo paradójico es que el lento despliegue narrativo que le caracteriza y que en esta tercera entrega de Leo Caldas lleva a su máxima expresión genera sin embargo en el lector una voracidad que le hace devorar en días un trabajo de diez años. ¿Cuál es el secreto para que la lentitud de su narrativa no sólo no incite al aburrimiento sino que hiperestimule la lectura?

R. Tal vez sea porque me planteo cada capítulo como un pequeño cuento con una introducción, un nudo y un desenlace que deja una puerta abierta al fondo. Y así se va sucediendo la intriga. Pero no mido la dosificación de lo que voy contando respecto a la totalidad del libro sino con respecto a mis propias fuerzas. No soy capaz de ver demasiado lejos. En cambio, sí que entro sin miedo a contar una historia con principio y fin muy breve. Y después otra, y otra... Y todas acaban formando parte de una novela muy extensa. No es algo pretendido sino que forma parte de la dimensión que una historia amplia, con muchos personajes y distintas localizaciones, necesita.

P. ¿Qué tipo de escritor es en su relación con quién le lee? ¿Es de los que aseguran que no se ocupan para nada del lector o, por el contrario, lo tiene presente mientras escribe?

R. Supongo que lo tengo presente desde el momento en que leo en voz alta para alguien porque no lo hago solo. Los textos no suenan igual cuando los lees para ti o cuando lo haces para otros, para un público. Y supongo que eso, implícitamente, demuestra que sí pienso en alguien más. Luego hay un primer lector enormemente exigente e inseguro que soy yo. Le doy vueltas y más vueltas al texto. Pero lo que no hago es pensar en una masa lectora. Los libros son encuentros de un autor con un lector. Y yo sólo puedo escribir el libro que a mí me gustaría leer como lector porque, cuando leo, me gusta participar de la lectura, me gusta trabajar, si me dan todo hecho, si me explican todo con demasiado detalle... no puedo pensar, ni imaginar, ni aportar nada. Entonces me aburro. Intento no hacer eso.

Hay un primer lector enormemente exigente e inseguro que soy yo. Le doy vueltas y más vueltas al texto

P. Ha explicado que el idioma y, en particular, el juego entre el español y el gallego, son factores fundamentales de esa lentitud. ¿Cómo salta entre uno y otro y cómo controla luego las respectivas versiones de su obra en ambas lenguas?

R. No hay traducción, yo termino mis novelas haciendo dos versiones, una en español y otra en gallego que entrego a la vez. El gallego y el español son primos hermanos, existen diferencias pero son lenguas muy próximas. En esas lecturas en voz alta a las que me refería antes, una de las grandes ayudas que tengo es precisamente el gallego que es, junto con el italiano y el portugués de Brasil, una de las lenguas romances que tienen mejor sonoridad. Y eso anima a seguir adelante, y probablemente me cree la fantasía de que el texto está mejor de lo que en realidad está. Por esa música interna de la lengua. Yo me marché de Galicia en 1989 y, salvo una temporada breve de tres años, he vivido en Madrid desde entonces. Mi mujer no es gallega, en fin, mi vida transcurre en un 99% en español. En los diálogos, más en una novela tan dialogada como esta, me encuentro mucho más fresco en español. Sin embargo, para las descripciones, me apoyo más en el gallego que, además, me transporta allí. Voy traduciendo capítulo a capítulo. Eso me parece una ventaja porque traducir no es sólo cambiar una palabra por otra y ayuda a desgrasar la novela, a quitarle lo que sobra.

P. Ancla sus historias a un lugar, la ría de Vigo, con tanta profundidad que la peripecia narrada es tan personal como colectiva.

R. No vivo en Vivo, escribo desde la memoria, desde el mismo lugar casi siempre. De hecho, en 'El último barco' hablo de lugares que ya no están, como edificaciones del tipo de la nave que describo en Tirán, ya desaparecida. Lo que sí me interesa es el paisaje de mi ciudad, ese es el lugar al que quiero volver cuando me siento a escribir. Por otro lado, si alguien imaginase, partiendo desde cero, cómo sería el escenario ideal para una novela policíaca, probablemente pensaría en una orografía sinuosa, en una costa con calas, en un puerto gigantesco en el que puede entrar cualquier mercancía, en una frontera próxima, en unas islas que separen una ría remansada del mar abierto, en definitiva, en un lugar como Vigo. Es el escenario idóneo, y no sólo porque sea el mío.

placeholder Puerto de Vigo. (EFE)
Puerto de Vigo. (EFE)

P. Esto puede ser muy positivo.. o no tanto. ¿Es injusto para Galicia que igual que hoy el máximo referente de Colombia sean los narcos de Pablo Escobar, el de Galicia sea la 'Fariña'?

R. No, no, entiendo que es algo enormemente atractivo desde el punto de vista narrativo y es cierto que estas rías tan fértiles por las que entran cosas tan maravillosas como el marisco con el que celebramos tantas cosas... también lo son para que entren otro tipo de cosas. Galicia cuenta con más quilómetros de costa que Andalucía aunque parezca que no. Es una realidad con la que hemos convivido en las Rías Bajas. Es verdad que existe un riesgo de sublimar el papel de unos delincuentes y convertirlos en héroes pero no cabe duda de que, para un narrador, es algo muy atractivo. Nacho Carretero describe todo esto muy bien en 'Fariña' pero no lo inventa él, ya estaba ahí.

P. ¿Leo Caldas y Rafael Estévez se complementan o se oponen? ¿O ambas a la vez?

R. Esta novela es más coral, no está centrada en ellos, aunque es verdad que pone el foco sobre Caldas. Él es un inspector de policía tranquilo, de costumbres fijas... yo comparto con él algunas cosas. Él tiene mi melancolía pero también la de una tierra inevitablemente melancólica. Y Estévez su ayudante, es un aragonés que algo debió hacer mal en algún momento, porque le han destinado a Galicia, donde él no encuentra las respuestas concisas que busca. Caldas por su lado, además de melancólico, es alguien compasivo, lo que le mueve, más que un sentido estricto del deber, es la posibilidad de estar en disposición de aminorar la pena de la gente que se ve afectada por un hecho criminal. Así, la compañía de Estévez da lugar a situaciones hilarantes, cuando interroga y las respuestas no son las que busca, o cuando le persiguen los perros a todas partes, con los que no se lleva nada bien. Pero Estévez lo que me permite es mostrar cómo es mi tierra con naturalidad, porque los que vivimos todo el tiempo en un lugar no nos detenemos a admirar un paisaje o no reparamos en las costumbres. Todos estos asuntos sólo adquieren relevancia a ojos de un recién llegado. Sin impostura. Y sin prejuicios.

La alternativa de ocio que está pegando un mordisco grande al número de lectores son las series de televisión

P. Dicen que una de las amenazas que puede acabar con el libro es la pérdida de la atención causada por la omnipresencia de nuestras pantallas móviles y de hecho cuentan que los dueños de Silicon Valley no dejan que sus hijos toquen un móvil. ¿Piensa alguna vez en cuántos lectores les roban los smartphones a sus historias?

R. Más que los smartphones y las redes sociales, que es verdad que hurtan tiempo a la lectura, la alternativa de ocio que veo que está pegando un mordisco grande al número de lectores son las series de televisión. Hay mucho buen lector que hoy día está leyendo, entre comillas, series de televisión, series que permiten conocer a un número de personajes muy amplio por fuera y por dentro como lo permiten las novelas pero no las películas, en las que no hay tiempo. No hace falta dejarlo todo expuesto en veinte minutos. Además, como también con la lectura, ofrecen la posibilidad de fragmentar el visionado a tu antojo. Esa es la gran alternativa hoy a la lectura.

P. Pero hay algo que sí ofrece la lectura y no las series: el acto reflexivo e íntimo.

R. Por supuesto. En la lectura alguien le susurra una historia a otro alguien recogido y concentrado y es verdad que una serie de televisión no tiene esa capacidad de construir un mundo completo que da la literatura. Pero también es verdad que no toda la literatura es así.

'El último barco' de Domingo Villar en Siruela está a punto de convertirse en una leyenda por su tardanza en tocar costa, su larguísimo proceso de reescritura que ha llevado diez años -con el naufragio sobrevenido de un extenso borrador que parecía listo ('Cruces de piedra')-, su tonelaje (700 páginas) y su extraordinario recibimiento con ya más de cinco ediciones en menos de un mes desde su publicación. Las dos entregas anteriores de las historias del comisario de policía de Vigo Leo Caldas, y de su impetuoso lugarteniente maño Rafael Estévez -'Ojos de agua' y, sobre todo, 'La playa de los ahogados'- cosecharon un extraordinario éxito lector y demandaron una tercera entrega que ha venido demorándose demasiado tiempo pero que, así, ha activado también un 'hype' perfecto, un estado de excitación que promete multiplicar exponencialmente sus ya de por sí presumibles opíparas ventas. Y así, un autor que se declara tremendamente inseguro y que vuelve locos a sus editores hasta que no logra el punto exacto de cocción que impone a su trabajo, ve atónito y alborozado cómo los lectores devoran en pocos días e incluso en pocas horas una empresa de una década.

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