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"Mejor lo cuento yo que cualquier hijo de puta": memorias de un punki crepuscular
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"Mejor lo cuento yo que cualquier hijo de puta": memorias de un punki crepuscular

Evaristo Páramos, líder de La Polla Records, feo como un diente negro y listo como un demonio acaba de publicar su anecdotario personal en la editorial Desacorde

Foto: Evaristo Páramos en sus años locos.
Evaristo Páramos en sus años locos.

La Polla Records condujo a las costras nauseabundas del punk patatero a una generación o dos. En Murcia, a años luz del Euskadi que salía en algunas de sus letras, escuchar La Polla era la seña de identidad que teníamos los inadaptados y los mierdecillas. Los chavales feos y granulientos encontrábamos solución a nuestra deformidad rapándonos media cabeza y tachonándonos de metal las orejas, para equibrar. Aunque tardaríamos un poco más en asimilar el sentido farlopero de 'Chisouray', cantábamos el 'No somos nada' llenos de rabia y autocompasión mientras soñábamos con un festi que trajera a la Polla a nuestro pueblo de mierda. Y nos preguntábamos cómo podía ser la vida disoluta de esos artistas.

Evaristo Páramos, líder de La Polla, feo como un diente negro y listo como un demonio, ha resuelto este misterio con la publicación de su anecdotario personal en la editorial Desacorde, desde donde nos vomita una catarata de drogas, pacharanes y barbaridades que son mucho más que un ajuste de cuentas o una colección de historietas: sus memorias dibujan el retrato de la vida, la cutrez y la salvajada suicida del punk ibérico, malamente llamado Rock Radikal Vasco, y hoy tan amenazado por la extinción como el lince. El libro se llama "Qué dura es la vida de un artista" y su lectura es muy instructiva para la juventud.

Sostiene Evaristo

Sostiene Evaristo que su primera guitarra eléctrica se la dieron con el cable gratis y que, al ser eléctrica, él intentó hincar la clavija en los enchufes de la pared a ver si sonaba. Y que empezaron a tocar cuatro amigos del pueblo que no sabían ni lo que eran los acordes (las malas lenguas dicen que no lo aprendieron nunca), y que el nombre del grupo se lo pusieron después de una asamblea en la que cada cual votaba solamente lo que él había propuesto. Sostiene además Evaristo que, si ellos hubieran sabido que Records significa “discos”, le hubieran puesto al grupo 'Discos la Polla', pero que de inglés andaban más escasos que de pasta.

placeholder 'Qué dura es la vida del artista'. (Desacorde)
'Qué dura es la vida del artista'. (Desacorde)

Sostiene Evaristo que ensayaban en una cocina, un almacén podrido o donde uno del pueblo guardaba a los cerdos. Y que, si mandaban a alguno a la mili, lo sustituían con el primero que quisiera arrimarse. De hecho, a uno de sus guitarristas jamás le confesaron que le apagaban el instrumento cada vez que salía a tocar. Y que mientras esperaban a que el batería volviera de trabajar en la fábrica de helados Miko (que llamaban Alcalá Miko) el resto se iniciaba en la mala vida con los porros y el coñac. Aquí Evaristo se disculpa ante el lector, que seguramente esperase algo más fuerte, y sostiene que en Agurain en esos tiempos no era prudente decirle a alguien las palabras “speed” o “farlopa”, porque a lo mejor había un malentendido y te caía un chalequito de hostias por insultar.

Sostiene Evaristo que, cuando empezaron a irse de gira por esos mundos, tuvieron que ponerse otro nombre oficioso y preciso, de consumo interno, que era 'Comando Paco Martínez Soria', porque las crestas se las hacían con el pelo de la dehesa. Y que en cualquier ciudad donde parasen, por algún motivo incomprensible, siempre terminaban en pinchaderos variados y zonas de yonkis que hubieran asustado a cualquiera. Sostiene Evaristo que a ellos en cambio solo les faltaban las palmeras para considerarlos parajes exóticos. Una vez, en uno de esos barrios miserables, vieron a un yonki desnutrido que les estaba robando una guitarra en sus narices. Sostiene Evaristo que le dieron tres farolas de ventaja antes de ir a por él, y que cuando lo agarraron les dijo que él necesitaba la guitarra más que ellos. Cosa que era muy posible.

Cuando empezó a seguirles el público punki empezaron a acusarlos automáticamente de vendidos y de peseteros

En sus primeros conciertos podía pasar que vinieran tres viejas, que un loco escalase la estructura para tirar los focos, que se hundiera el escenario o que los del pueblo, hartos de ruido, les soltaran las vaquillas del encierro para que los echaran a cepazos (esto, sostiene Evaristo, fue en Murieta). Pero sostiene Evaristo que fue casi peor cuando empezó a seguirles el público punki y se hicieron conocidos, porque entonces empezaron a acusarlos automáticamente de vendidos y de peseteros, mientras los seguían estafando hasta los ecologistas.

Pogos y crestas

Sostiene Evaristo que en la etapa de éxito de La Polla ha visto desde detrás del micro cosas que dejan la catástrofe del Madrid Arena en una simple aglomeración fortuita. Sostiene que desde el remolino de pogos y crestas que había a los pies del escenario veía subir hacia su cara toda clase de objetos: llaves, piedras, latas vacías, droga, latas llenas, droga, latas llenas de piedras, botellas, muebles y una vez, sostiene, medio lavabo. Sostiene que podían arrancarle los pantalones a pedazos. Que había fuego y explosiones. Que pasaban chavales corriendo por entre el bajo y la batería, y que lo que nunca pasó, pero nunca, fue que ligase con alguna chavala. La única vez que se le acercó una tía, él se llevó un susto del copón y salió corriendo detrás de los colegas, que llevaban un saco de droga muy gordo que él también había pagado, "y váter al que no entras, raya que te pierdes". Todo esto, claro, según sostiene Evaristo.

placeholder Evaristo Páramos
Evaristo Páramos

Sostiene además Evaristo que más allá de escombros y latazos sobre todo les tiraban lapos. Lapos de todos los colores y texturas, infestados de todas las enfermedades, livianos y pesados. Lo de los lapos en el punk es algo que se empieza disfrutando y se termina aborreciendo, sostiene Evaristo: impregnan muchas páginas del libro y a veces, al terminar el concierto, se quedaba el micro, su mano y los lapos como una unidad de destino en lo universal. Eso, claro, cuando el público no invadía al asalto el escenario para liarse a hostias o arrebatarle el micro para cantar. Así fue sin ir más lejos como conoció a Manolo Kabezabolo, sostiene.

Pero todo eso era preferible a otra cosa habitual en esos tiempos: la visita de los neonazis, muy amigos de colocarse en primera fila con el brazo en alto para provocar y acojonar. Más de un festival terminó a navajazo limpio o a palos, pero en lo tocante a nacionalsocialismo ninguna anécdota supera a esta otra: sostiene Evaristo que una vez le hicieron una entrevista unos chavales para un fanzine y que luego, cuando lo recibió en casa, resultó ser un fanzine neonazi. Y que los presentaban así: "la Polla Records, punkos pero legales". Dudoso honor.

Los neonazis eran muy amigos de colocarse en primera fila con el brazo en alto para provocar y acojonar

Capítulo aparte merecen los técnicos, promotores y empresarios discográficos, para los que Evaristo tiene pocas palabras, apenas tres, aunque las repite muchas veces para dirigirse a ellos. Sostiene por ejemplo que un listo de Iparralde se forró alquilando cajas vacías de altavoz para aparentar más potencia, que los festivales solidarios suelen ser solidarios solamente con el que los ha organizado (nunca con los músicos), y que en el mundo supuestamente alternativo no hay menos pirañas que en la gran industria, sino que tienen más hambre. Sostiene además que, como ellos no sabían nada de contratos discográficos y estaban hartos de estafas, se colaron una vez al camerino de La Orquesta Mondragón y les robaron los suyos, que desde entonces usaron como modelo.

En fin. Estas y muchas otras cosas que no se deben publicar en un medio de comunicación son las que sostiene Evaristo en su libro, donde sigue viviendo el espíritu libertino e irreverente del punk ibérico en extinción.

La Polla Records condujo a las costras nauseabundas del punk patatero a una generación o dos. En Murcia, a años luz del Euskadi que salía en algunas de sus letras, escuchar La Polla era la seña de identidad que teníamos los inadaptados y los mierdecillas. Los chavales feos y granulientos encontrábamos solución a nuestra deformidad rapándonos media cabeza y tachonándonos de metal las orejas, para equibrar. Aunque tardaríamos un poco más en asimilar el sentido farlopero de 'Chisouray', cantábamos el 'No somos nada' llenos de rabia y autocompasión mientras soñábamos con un festi que trajera a la Polla a nuestro pueblo de mierda. Y nos preguntábamos cómo podía ser la vida disoluta de esos artistas.

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