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La tragedia de Espartero: el héroe español conocido por los genitales de su caballo
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La tragedia de Espartero: el héroe español conocido por los genitales de su caballo

El militar, que fue la salsa de todos los platos en la España del siglo XIX, ha desaparecido de los callejeros y de la memoria colectiva de la nación. Ahora una gran biografía recuerda su figura

Foto: Retrato de Baldomero Espartero. (Casado de Alisal, 1872)
Retrato de Baldomero Espartero. (Casado de Alisal, 1872)

España es quizá el país europeo que mejor desdeña su propia Historia, sumida en una ignorancia querida por los planes educativos para propulsar hasta los topes la incultura ciudadana. Para el relato patrio decimonónico nadie fue más importante que Baldomero Espartero, duque de la Victoria, príncipe de Vergara, 'Pacificador Supremo' y acuñador del lema más repetido a lo largo de esa centuria: cúmplase la voluntad nacional. Ahora su figura ni siquiera está desdibujada y sólo sirve como frase hecha relativa a las dimensiones de los genitales del caballo de su estatua ecuestre o para eliminarlo del nomenclátor callejero dentro de las premisas de lo políticamente correcto, como en Barcelona, ofendida por la doble presencia, tenía dedicadas una calle y un pasaje, del que bombardeó la ciudad condal en 1842.

En 2009 su nombre desapareció en apariencia de las placas, pero si uno pasea al lado de la plaza de Catalunya aún verá una vía dedicada a Vergara, lugar del famoso abrazo que selló el principio del fin de la primera guerra carlista. Su permanencia, indicativa de la relevancia del personaje en un pasado no tan lejano, se debe a la pura desidia de unas autoridades desconocedoras, como una inmensa mayoría, de los dimes y diretes de un siglo muerto por amnesia en las premisas de nuestro imaginario político.

placeholder Bombardeo de Montjuic
Bombardeo de Montjuic

El ídolo pop del ochocientos

Nadie gozó de más fama popular que el protagonista de este artículo, y así lo demuestran cerámicas de Manises, banderolas, peticiones de autógrafos, presencia mediática, imitaciones de su estética y el constante recurso a su persona para dirimir cualquier cuestión de urgencia, hasta el punto que hasta su muerte, acaecida en Logroño en 1879 a la proba edad de 85 primaveras, fue reclamado como árbitro y caudal simbólico, siendo visitado por todos y cada uno de los representantes de la autoridad, desde los republicanos hasta el joven Alfonso XII, quien sabía del valor de departir con el viejo para revestirse de potestad ante la perpetua zozobra de aquellos decenios repletos de conflictos civiles y una lucha intensísima por definir el rumbo hacia la modernidad liberal o seguir en una senda anquilosada. Repetición de repeticiones, lenguaje familiar para nuestros oídos.

placeholder Una ilustración que representa el 'Abrazo de Vergara' que puso fin a la primera guerra carlista.
Una ilustración que representa el 'Abrazo de Vergara' que puso fin a la primera guerra carlista.

Baldomero Espartero nació en el seno de una familia humilde y de no mediar Napoleón su destino hubiera sido el de un eclesiástico anónimo sin tanto furor ni ímpetu. En este sentido el británico Adrian Shubert, autor de 'Espartero, el pacificador', una excepcional biografía publicada en Galaxia Gutenberg, atina al vincular su suerte "a esas épocas de crisis que debilitan la solidez de las costumbres, las leyes y las instituciones que prevalecen en tiempos normales, y hacen posible la irrupción en lugares destacados de la Historia de personas hasta ese momento destinadas a papeles secundarios".

placeholder 'Espartero, el pacificador' (Galaxia)
'Espartero, el pacificador' (Galaxia)

La revolución fue continua, como el movimiento al que le sometieron las tropas carlistas por el País Vasco mientras perseguía su sueño de paz entre frío, fantasmas invisibles y la conciencia de aupar la legalidad a toda costa. Antes de su mito se vio engullido por la centuria y Napoleón, enrolándose en el ejército con dieciséis años hasta recalar en el Cádiz de las Cortes, empaparse de ideología liberal y pasar una década entera en las colonias sudamericanas, enfrascadas en su liberación de la metrópoli.

placeholder Una ilustración que representa a Espartero.
Una ilustración que representa a Espartero.

La lid contra Bolívar, que casi consigue su ejecución, y compañía le proporcionó experiencia en el campo de batalla y una nada desdeñable fortuna económica basada según muchos en su pericia en la mesa de juego. El rumor encajaría con su personalidad, amante del filo de la navaja, temerario hasta el extremo e inasequible al desaliento en su empeño de silenciar los cañones en la contradicción imperativa de usar las armas para lograr su meta.

En 1833 saltó de Palma a la Península y sin ser en absoluto el favorito de la Regencia derrochó una energía insólita en la primera guerra carlista, que le mantuvo enfrascado durante más de siete años por todo el norte español. El punto de inflexión llegó la madrugada de la navidad de 1836, cuando, enfermo, rompió en medio de la noche y la tormenta el cerco del enemigo hasta en Bilbao para regocijo de los partidarios de la entonces niña Isabel II. A partir de entonces la espada ganadora de la batalla de Luchana sería indispensable a pesar de su portador.

El 31 de agosto de 1939 protagonizó junto a Maroto el abrazo de Vergara

Espartero siempre defendió la bandera del orden constitucional, esa fue su divisa y no le importó el menosprecio al que se vio sometido desde las más altas instancias. Ahora nadie recuerda cómo la España del siglo XIX fue pasto de constantes guerras fraticidas, siendo la más significativa la que le proporcionó la inmortalidad durante su presente. Poco a poco, con paciencia infinita y en muchas ocasiones a cuenta de su propio bolsillo, desarboló la resistencia de los militares de Carlos Maria Isidro hasta finiquitarla el 31 de agosto de 1839 en el ya mencionado abrazo de Vergara entre él mismo y Maroto.

A diferencia de Franco, que intentó aniquilarlo de la memoria, Espartero apostó por la reconciliación como pilar de la construcción nacional. No contemplaba venganza y detestaba a los políticos profesionales, a los que juzgaba incapaces de remar en la concordia para solucionar los problemas acuciantes, pues sólo servían para crear querellas internas y alejarse de la realidad sin hacer nada para remediarlo, tanto que esta actitud les daba poder sólo hasta donde llegaba el horizonte.

Shubert, como muchos otros historiadores, data la posibilidad de un verdadero cambio en 1840, cuando el autoritarismo de la primera María Cristina quiso eliminar de un plumazo el debate público con una ley municipal ideada para perjudicar a los progresistas en sus feudos urbanos y aupar al Partido Moderado a la inmóvil cabeza de las instituciones. El tiro, nunca mejor dicho, le salió por la culata y la revolución, otra más, convirtió a Espartero en Regente.

placeholder Baldomero Espartero, duque de la Victoria.
Baldomero Espartero, duque de la Victoria.

Ese período, hasta el exilio de julio de 1843, fue la gran oportunidad perdida del liberalismo español para revertir la cadena de acontecimientos. Espartero no era un buen dirigente y no supo gestionar la habitual división de las fuerzas proclives a la transformación del país, enfrentadas entre sí para dilapidar cualquier esperanza.

Esta resurgió en 1854. Durante la década moderada Espartero se mantuvo apartado pese a estar en boca de todos. Hasta 1848 lo hizo forzado en Londres. Cuando se le permitió regresar y recuperar todos sus títulos cumplió su añeja aspiración de ser una especie de Cincinato rural, retirado en su finca riojana junto a su queridísima esposa Jacinta, loada por su inteligencia y saber estar incluso por Lord Palmerston. Los símiles del duque de la Victoria con George Washington eran un clásico, pero él sólo quería una Nación disciplinada sin algaradas ni desmanes, algo harto complicado entre el contexto y el desgobierno.

Durante la década moderada Espartero se mantuvo apartado pese a estar en boca de todos; hasta 1848 lo hizo forzado en Londres

Ni él mismo tuvo la pericia de enderezarlo cuando otro vuelco en julio de 1854 condujo al bienio moderado. Entonces no dudó en aliarse con la antítesis que representaba el general O’Donnell para salvar la corona y enderezar la nave hasta desprestigiarse en el intento. Sorprende leer cómo la incipiente clase obrera aún le rendía pleitesía en las barricadas de Madrid y hasta en las proclamas barcelonesas durante la primera Huelga General de 1855.

Ese bienio progresista fue su tumba política. Al no prosperar la convivencia con su antípoda se despidió para siempre con mucho disgusto por parte del pueblo, que nunca entendió su abandono de 1856, cuando se le esperaba de nuevo para remediar el eterno desaguisado. Al no ser un patrón de los imposibles retomó el camino del anonimato, utópico cuando la calle celebraba su santo y nadie olvidaba su influencia, sin la que era utópico tener un aval digno de confianza.

El rey que no quiso ser

En la década de 1860 España se abocó a uno de sus tantos desastres. La campaña de Marruecos no logró frenar la mala prensa de la Monarquía en todos los ámbitos, agravada por las revueltas estudiantiles, la burbuja del ferrocarril y el fallecimiento de O’Donnell y Narváez, dos providencias sin las que Isabel II se vio por completo indefensa hasta el Pronunciamiento de la Gloriosa el 19 de septiembre de 1868. El triunvirato configurado por Serrano, Prim y Topete dio paso al Sexenio Democrático, donde se quiso mantener la corona sin borbones y el pueblo clamó a las claras por Espartero, quien recuperó una popularidad acaso nunca perdida y fue postulado a ocupar el trono entre coplas, adhesiones y consultas con resultado negativo. Esgrimió tener debilitada la salud y haber cumplido con su deber, no sin antes advertir que la elección de un soberano extranjero haría crónico el caos, como si así fue. Hasta los republicanos le pidieron sin éxito ser presidente y la cantinela de encumbrarle prosiguió hasta que dio su beneplácito a Alfonso XII, cerrándose así su determinante papel extendido durante más de seis décadas.

placeholder 'Paso del entierro del general Espartero por la calle del Mercado de Logroño', de Domingo Muñoz Cuesta.
'Paso del entierro del general Espartero por la calle del Mercado de Logroño', de Domingo Muñoz Cuesta.

La muerte de su esposa Jacinta fue el preludio de la suya. Falleció el 8 de enero de 1879, recibió funerales de Estado y no se libró de la manía estatuaria, brotando homenajes a lo largo y ancho de nuestra geografía.

La conmemoración, como si así se hiciera justicia, fue la catapulta para su borrado, debido en cierto modo a la precaria consolidación del sistema de la Restauración, bien distinto a los vaivenes de los dos primeros tercios del Ochocientos. Más tarde la cultura política española ha eliminado por completo esa génesis para centrarse en aspectos monotemáticos empecinados en la última dictadura. Lo demás, ya lo advertíamos al principio de este texto, nunca existió y no es que el sueño de la razón produzca monstruos. En este caso vivimos un sempiterno presente donde lo pretérito no figura en ninguna agenda, lo que empobrece la discusión hasta constituir una rémora para construir ningún tipo de unidad. La derrota del Espartero póstumo es otra metáfora más del analfabetismo por decreto.

España es quizá el país europeo que mejor desdeña su propia Historia, sumida en una ignorancia querida por los planes educativos para propulsar hasta los topes la incultura ciudadana. Para el relato patrio decimonónico nadie fue más importante que Baldomero Espartero, duque de la Victoria, príncipe de Vergara, 'Pacificador Supremo' y acuñador del lema más repetido a lo largo de esa centuria: cúmplase la voluntad nacional. Ahora su figura ni siquiera está desdibujada y sólo sirve como frase hecha relativa a las dimensiones de los genitales del caballo de su estatua ecuestre o para eliminarlo del nomenclátor callejero dentro de las premisas de lo políticamente correcto, como en Barcelona, ofendida por la doble presencia, tenía dedicadas una calle y un pasaje, del que bombardeó la ciudad condal en 1842.

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