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Montero Glez: "Los hijos inútiles de la clase dominante española acaban en la cultura"
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Montero Glez: "Los hijos inútiles de la clase dominante española acaban en la cultura"

El escritor publica 'Sangre callada' colección de relatos de alto voltaje

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Montero Glez

Mi historia favorita sobre Montero Glez (Madrid, 1965) tiene que ver con Twitter. Es solo una anécdota, pero creo que define al personaje. Puede resumirse así: cuando un señorito de izquierdas le estuvo troleando en esa red social, en vez de contestarle con una ‘zasca’ demoledor, el escritor le pidió por privado su numero de teléfono para echarle la bronca de viva voz, remarcando que él era un trabajador y que todo lo que tenía lo había conseguido sin padrinos, con el sudor de su frente. El trol, un rentista madrileño con aires de radical, se quedó descolocado. Pidió disculpas de inmediato y aviso a su pandilla pedante que dejaran de molestar al literato. Resumiendo: vivimos bajo el dominio de Silicon Valley, pero Montero Glez sigue encarando sus conflictos como en el parque del barrio.

En todo caso, lo importante es que hablamos de un escritor de alto voltaje. Novelas como ‘Talco y bronce’ (2015) confirman que el registro literario popular no está reñido con la máxima calidad literaria. Zambullirse en ‘Pistola y cuchillo’ (2010) es viajar a esa Venta de Vargas donde explotó el talento de Camarón de la Isla. También domina el periodismo, como demuestran sus columnas o el libro ‘Al cajón: crónica de un mítin’ (2016), texto donde captura la energía del arranque de Podemos.

placeholder Sangre callada. (West Indies)
Sangre callada. (West Indies)

Montero, además, es un maestro del cuento, género que considera el laboratorio de la literatura. ‘Sangre callada’ (West Indies, 2018), su última colección de relatos, condensa sus mejores recursos expresivos, desde el tono burlesco al dilema existencial, pasando por la emoción desbocada. Más que literatura, los libros de Montero Glez son mapas o lecciones de vida. No hace falta decirlo, pero estamos ante el novelista que mejor domina la música popular española, devoto de Manzanita a Chet Baker, pasando por Enrique Morente, entre muchos otros.

PREGUNTA. Como escritor, ¿en qué momento diría que se encuentra?

RESPUESTA. Empezando, en el mundo del arte siempre estás empezando y espero seguir así toda la vida. Yo soy un amateur, un amador de mi oficio, alguien que no ha perdido el entusiasmo. Para mí la cultura es una cualidad de la sangre, algo que poco o nada tiene que ver con la Ilustración. Tener cultura no consiste en saber que la Revolución Francesa tuvo lugar en 1789, sino cultivar la conciencia crítica y comprender que el lema “Libertad, igualdad y fraternidad” es el comienzo de un sistema de propiedad que configura el campo de batalla de los conflictos políticos actuales. Vivimos en un mundo fetichista donde la propiedad maneja al hombre, cuando debería ser justamente lo contrario. Este conflicto, que explicaron muy bien Proudhon o Marx, donde mejor ser refleja es en la novela negra. Por eso es el género que escogí para escribir.

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Montero Glez

P. El hilo conductor de su nuevo libro es la noche madrileña: conflictos en tablaos flamencos, corralas que acogen prostíbulos gay, viajes con mitos del jazz al extrarradio para pillar heroína…

R. La noche es lo más romántico que tienen las ciudades. Yo nací, crecí y viví en el barrio de Cuatro Caminos de Madrid. También me saturé y ahora llevo veinte años en el sur, en Cádiz. De joven, viví la Movida madrileña, esas bandas que subían al escenario de Rock-Ola sin saber tocar y la gente les escupía. Donde más a gusto me sentí fue con la gente del flamenco. Había más calidad humana, más calidad musical y más literatura que en las discotecas de modernos con los pelos de colores. Dentro de las propuestas de música tradicional de la península, el flamenco es la única que se ha abierto a otros sonidos, provenientes de todo el mundo. Es la que mejor ha sabido adaptarse y evolucionar. Me parece más rica la trayectoria del cante que la que puedan tener Lou Reed o Neil Young.

El flamenco es la resistencia frente a la colonización de las multinacionales anglosajonas. En mi caso particular, te puedo decir que pasé por la universidad, pero donde más aprendí fue en una cueva de Lavapiés que se llama Candela. Allí me empapé de Enrique Morente, de Rafael Riqueni, de Gerardo Nuñez…También del maestro Sabicas, que vivió tanto tiempo exiliado y de gente jovencita de entonces, que eran los Carmona, los Habichuela, Diego 'El Cigala'…No sé, Ray Heredia…Toda esa escena tiene un libro que no se ha escrito y que espero poder articular algún día…De hecho, ya lo tengo escrito, pero me falta organizarlo…Uno de mis grandes maestros es Rubem Dantás, el percusionista brasileño que tocaba con Paco de Lucía…Él fue quien introdujo el cajón peruano en el flamenco y fue una revolución dentro del género.

Pasé por la universidad, pero donde más aprendí fue en una cueva de Lavapiés que se llama Candela

P. En realidad, Ray Heredia es quien crea la fórmula del éxito internacional de Alejandro Sanz: melodías románticas italianas más ritmos aflamencados.

R. No me gusta Alejandro Sanz, pero lo mejor que tiene es lo que cogió de Heredia. Mi amigo Ray me hablaba de un chaval de Algeciras, me ponía la maqueta de Alejandro Sanz en su casa, pero no me convencía aquello. Con Ray Heredia tuve muy buena relación. Siempre estaba pendiente de que le grabara cintas, una día de Matt Bianco y otro de los Talking Heads. Era un tipo muy abierto, una esponja musical. Recuerdo escucharle una versión de 'Psychokliier' en plan flamenco, mucho más rica en matices que la de David Byrne. Los tres artistas más valientes de esa cosecha, que coincidían en el Rastro, eran Ray Heredia, José Soto y Diego “El Cigala”. Sin perder su base flamenca, traspasaban las fronteras. Por ejemplo, 'El Cigala' te hacía un cuplé por bulerías y sonaba totalmente suyo. Daba vida a cualquier cosa con su voz. Yo sabía que cuando una discográfica grande le prestase atención iba a enamorar al público. Para mi gusto, es el mejor alumno de Camarón, que ya es decir.

P. Este tipo de artistas suelen triunfar fuera de España antes que dentro. Recuerdo pasar por la plaza de Cascorro y ver a 'El Cigala' con un equipo de la televisión francesa, cuando aquí apenas se le prestaba atención. Por otra parte, Ketama triunfaron con un álbum internacional producido por Joe Boyd, donde colaboraban con Toumani Diabaté y Danny Thompson. ¿No sabemos valorar lo que tenemos?

R. 'Shongai' (1988) es un álbum grandioso. El problema son nuestras discográficas, que solo aspiran a ser sucursales de los grandes sellos anglosajones. Los ejecutivos españoles no estaban en la vida, ni estaban en la calle. Solo fichaban artistas que clonaban los éxitos de fuera. Siempre han preferido la fotocopia al original. Quieren artistas pop que puedan manejar, no flamencos que tengan su propio criterio. Dicho esto, me parece que pudimos disfrutar de genios de la producción como Mario Pacheco, con quien yo no me llevaba bien porque era muy disperso y le costaba mucho pagar a los músicos. A pesar de todo, tuvo una gran idea, que fue convertir a los Habichuela en su sección rítmica, creando una especie de Motown flamenca. De ahí salieron grandes discos como 'Besos de Caramelo' de Aurora o 'A Mandeli' de Pepe Habichuela. Ese disco tiene un sonido increíble, sobre todo la guitarra. Para mí, el talento de Mario Pacheco como productor es indiscutible.

Nuestras discográficas aspiran a ser sucursales de los grandes sellos anglosajones: solo fichan artistas que clonan éxitos de fuera

P. Hace poco, apareció un artículo muy duro en la revista Minerva donde usted recordaba el cine español de los años ochenta. Describía un ambiente abierto, pero donde enseguida aparecían los privilegios de clase.

R. A los que mandan se les reconoce pronto. Yo los llamo ‘mandas’ o ‘barandas’. Los flamencos, directamente, les llaman ‘verdugos’ o ‘corbatillas’. Se refieren a los payos que llegan con las ofertas y las condiciones discográficas. En España tenemos un problema: los hijos más inútiles de la clase dominante siempre acaban en la industria cultural. Son gente que no tiene capacidad ni apego al arte que gestionan. David Mamet los describe muy bien cuando habla de ‘Un profesión de putas’ (1994). Compara a los directivos con antiguos esclavistas sentados en el porche de una plantación, gente que remueve sus copas de licor y se queja de qué poco trabajan sus empleados. Hablamos de personas que desprecian el arte, por ignorancia o por frustración. Quieren quemar a los artistas, hacerles la vida imposible. Algo parecido decía Jack London en su novela autobiográfica ‘Martin Eden’ (1909), donde habla de los guardianes del umbral de la cultura, que muchas veces detestan a los artistas por envidia. Me quedo con la idea de Joseph Campbell de que eso no debe sumirnos en la depresión, sino servirnos de estímulo para ser mejores.

P. Cuénteme alguna historia de los ‘mandas’.

R. Hay muchas porque son muy mediocres. Recuerdo lo que me explicaba Rubem Dantas sobre la vez que Paquito D’Rivera hizo una versión preciosa de “Moliendo café”. Todas las discográficas de aquí la rechazaron y se tuvo que ir a ofrecerla a otros países. En España no le hicieron ni puñetero caso, pero cuando consigue grabar fuera llega al numero uno. Las casas matrices flipaban de que en España hubieran rechazado algo tan bueno. Rubem me decía que era mejor no llevar maquetas a discográficas españolas, ya que lo más probable es que ni siquiera las escuchasen. O que cayesen en manos de alguien muy ingenuo o muy retorcido que te robase la idea para luego rebajarla. ‘Aquí hay que ser muy zorra’, decía Dantas. Me propuso el experimento de llevar otra vez la misma maqueta de Paquito D’ Rivera que había llegado al número uno en el extranjero. Cuando preguntaba qué tal, los ejecutivos españoles me volvían a decir que no les había gustado (risas). Son así de inútiles y de torpones.

Entre rayas de coca le explicas a un directivo el libro en el que trabajas y te mira con desprecio absoluto porque no eres de su grupo social

P. ¿La industria literaria es igual?

R. Como poco, en los grandes sellos. Los lleva siempre el hijo de nosequién y el sobrino de nosecuántos. Son funcionarios en el mejor de los casos; en el peor, delatores políticos. Su función es ser ‘correveidiles’ del capital, que es algo peligroso para los artistas. Necesitan creadores manejables y que tengan alguna relación social en las altas esferas. Si quieres, te digo como va la cosa: las grandes editoriales tienen unas vedetes, a las que pagan mucho más de lo que generan, pero muchísimo más. Para sufragar eso, ajustan los pagos a los escritores de lo que podemos llamar clase media, que no venden mucho ni poco. Yo siempre me he negado a que me expriman, por eso con grandes sellos solo publico si me dan un premio de los que convocan, que es lo único que está decentemente pagado. Me niego a cuadrar la caja que saquean las estrellas literarias. Cuando una editorial grande me ofrece seis mil euros por un libro, les respondo que recojan los ceros que se les han caído por el camino. Con estas palabras, sin quitar una letra. Es lo que me daban por ‘Manteca colorá’ (2005) y les dije que por esa cantidad le daba el texto a mi amigo Mario Muchnik. Mi experiencia en los ochenta, como te contaba antes, es que entre raya y raya de cocaína le explicas a un directivo el libro en el que trabajas y te mira con un desprecio absoluto porque no eres de su grupo social, ni tu familia está entre los ganadores de nuestra Guerra Civil. Solo quieren gente bien ‘montada’, lo demás les incomoda o les abruma.

P. Por supuesto, habrá yupis que te miren con desprecio, pero creo que el arma habitual de las clases dominantes es la cordialidad. Antes de esta charla, usted recordaba que Mario Pacheco iba al estudio del artista Ceseepe y hacía fotos de sus cuadros, diciendo al artista que le cedería gratis esas imágenes en caso de que las necesitara para una exposición. Lo que buscaba en realidad era portadas bonitas para los discos de su sello, Nuevos Medios. Y las quería sin pagar.

R. Claro, utilizan la sonrisa y la diplomacia para neutralizarte. La educación que reciben es para dominar y para colonizar a los demás. El ejército que coloniza un país no lo hace solo con fusiles y con patadas en la puerta. Por lo menos, no siempre. Saben que funciona mejor una sonrisa y darte la mano, pero llevando el ejército detrás para que quede claro que es lo que va a ocurrir si no respondes con la misma amabilidad. Cuando Estados Unidos pone las bases militares en España, viene Einsehower con una sonrisa. Lo que está diciendo al mundo y a los españoles es que Francisco Franco ha dejado de ser un enemigo para las democracias occidentales. A partir de ahí, el demonio es el comunismo. Las bases son una caballo de Troya, por donde se introducen elementos de resistencia como la contracultura y también otros nefastos como la moda de la heroína.

Vox son como los camaleones que abundan en Cádiz; tratan de ocultar que son el arma del capitalismo para no pagar su crisis

P. Hace poco estuve hablando con un historiador joven, Juan Andrade, que me hablaba de la inteligencia de la derecha a la hora de comunicar. Ponía el ejemplo de que uno de los lemas principales de Vox está copiado del sindicalista Diego Cañamero. Me refiero al eslogan “no somos de extrema derecha, sino de extrema necesidad” (Cañamero lleva años usando esa frase para el Sindicato Andaluz de Trabajadores, obviamente con la expresión “no somos de extrema izquierda”). ¿Le parece buena teoría?

R. Ese plagio es una forma de camuflaje. Vox son como los camaleones que abundan en Cádiz; tratan de ocultar que son el arma del capitalismo para no pagar su crisis. Iñigo Errejón suele decir que Vox es el abuso del penúltimo contra el último; me parece una frase brillante. Quien quiera profundizar de verdad en nuestros problemas puede leer ese libro imprescindible que es ‘La gran transformación’, de Karl Polanyi. Fue publicado en 1945, pero hoy suena más vigente que nunca. Las élites universitarias hicieron todo lo posible para que en las facultades de economía solo se leyera ‘Camino de servidumbre’ (1944), de Friedrich Von Hayek. Sin duda ‘La gran transformación’ es el libro que más regalo porque explica con mucha claridad los problemas de deshumanización que padecemos en el siglo XXI.

P. Hay otro comentario suyo que me parece interesante: dice que cuando vuelve a su barrio, Cuatro Caminos, se siente como una minoría étnica. Los blancos con largas raíces familiares en España son ya menos que los vecinos de origen latino, árabe o del este de Europa. Esto me recuerda a que los blancos que viven en barrios populares muchas veces sufren ciertos problemas de la inmigración al mismo tiempo que son regañados por izquierdistas con chalé que les acusan de tener posturas racistas. Con ‘sufrir la inmigración’ no me refiero a delincuencia, sino a los apartamentos donde se hacinan los recién llegados o a los pisos destinados a fiestas que no dejan de generar ruidos y te impiden hacer una vida familiar normal. ¿Esto puede ser un factor en el ascenso de Vox?

R. El racismo no es una cuestión de piel, sino de escasez económica. A cualquier migrante que le toque la lotería le dejan de mirar mal en todos sitios, desde la comisaría hasta el centro comercial. Cuando llego a mi barrio, digo en broma que soy una minoría étnica, pero también es un comentario serio. Las calles con bares castizos donde solía ir con mis amigos hoy son peluquerías chinas o bares de bachata. Eso es un riqueza cultural, igual que los niños mestizos. El problema es que estos cambios tan rápidos nos roban la memoria. ¿Dónde está la cafetería donde iba a desayunar cuando era estudiante? La tienda donde comparaba cómics de chaval hoy es un sitio de arepas y yo me como encantado esas arepas, pero a todo el mundo nos molesta que nos priven de nuestras referencias y nuestras raíces. Polanyi dice que los seres humanos necesitamos un mínimo lazo social y esta sociedad neoliberal está falsificando todas nuestras relaciones. El problema no son los migrantes, sino que cada vez conocemos menos a los demás y nos importa menos lo que les pase. Han reducido la humanidad al mínimo, al puro cálculo para ganar más, a costa de lo que sea

Mi historia favorita sobre Montero Glez (Madrid, 1965) tiene que ver con Twitter. Es solo una anécdota, pero creo que define al personaje. Puede resumirse así: cuando un señorito de izquierdas le estuvo troleando en esa red social, en vez de contestarle con una ‘zasca’ demoledor, el escritor le pidió por privado su numero de teléfono para echarle la bronca de viva voz, remarcando que él era un trabajador y que todo lo que tenía lo había conseguido sin padrinos, con el sudor de su frente. El trol, un rentista madrileño con aires de radical, se quedó descolocado. Pidió disculpas de inmediato y aviso a su pandilla pedante que dejaran de molestar al literato. Resumiendo: vivimos bajo el dominio de Silicon Valley, pero Montero Glez sigue encarando sus conflictos como en el parque del barrio.

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