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Regreso a la Isla del Diablo: el 'affaire Dreyfus', George Soros y el nuevo fascismo
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Regreso a la Isla del Diablo: el 'affaire Dreyfus', George Soros y el nuevo fascismo

En 2019 se cumplirán 125 años de la injusta condena a un inocente que convulsionó Francia y cuyo eco llega hasta hoy con fuerzas renovadas

Foto: La degradación de Alfred Dreyfuss
La degradación de Alfred Dreyfuss

De la noche a la mañana, la mitad de los franceses odiaba a la otra mitad. El ejército enseñaba los dientes ante la sola sugerencia de la revisión del 'affaire Dreyfus'. El populacho irrumpía en las sinagogas y desvalijaba los comercios de los judíos. Los estudiantes arrasaron las aulas de la Universidad de Rennes cuando cinco de sus profesores pidieron reabrir el juicio, mientras el dominico Didon exhortaba a los alumnos del Collège D'Arcuil a "desenvainar la espada, aterrorizar y cortar cabezas". Manifestaciones antisemitas, tumultos, agresiones y hasta intentos de asesinato contra intelectuales y abogados afines a Dreyfus se sucedían por todo el país. La evidente inocencia del oficial judío que soportaba presidio en condiciones horribles en la lejana Isla del Diablo y la ya descubierta burda conspiración para condenarle daban igual. Algo había despertado los demonios dormidos de la nación para partirla en dos. Nada volvería a ser igual.

En el que tal vez sea el artículo político más importante, y extenso, publicado este año -traducido al español por Letras Libres-, la historiadora estadounidense nacionalizada polaca Anne Applebaum se pregunta por la deriva fascista de la mayoría de sus amistades de la derecha liberal en apenas veinte años, las que el 31 de diciembre de 1999 celebraron con ella en Polonia el fin del comunismo y del aciago siglo XX... y hoy se cambian de acera para no saludarla. Y, de pronto, se percata: todo esto ya ha pasado antes: "La controversia posterior al caso Dreyfus dividió la sociedad francesa en líneas que ahora nos resultan familiares. Los que decían que Dreyfus era culpable eran la 'alt-right' –o el Partido Ley y Justicia o el Frente Nacional– de su época. Impulsaban una teoría de la conspiración. Los apoyaban ruidosos titulares de la prensa amarilla de la derecha francesa, la versión decimonónica de una operación de troles de extrema derecha. Sus líderes mentían para mantener el honor del ejército; los adherentes se aferraban a su creencia en la culpabilidad de Dreyfus –y su absoluta lealtad a la nación– incluso cuando esta falsedad se había revelado".

Foto: Manifestación antieuropeíosta de extrema derecha en Budapest, Hungría. (EFE) Opinión

La polarización no es un invento de ahora. Entre 1894 —cuando el capitán Dreyfus es condenado a cadena perpetua como espía a sueldo de los alemanes— y 1905 —cuando finalmente es rehabilitado— Francia sufrió una conmoción letal. Un solo caso judicial arruinó amistades, fracturó familias, llevó la guerra civil cotidiana a las más miserables tabernas y a los salones más lujosos; afloraron de golpe enemistades profundas que nadie hasta entonces era consciente de sentir. 'Dreyfusards' contra 'antidreyfusards', nacionalistas antisemitas contra globalistas cosmopolitas, la izquierda laica contra la derecha católica. Todo aquello prendió una mecha que, tras desencadenar el apocalipsis en la Segunda Guerra Mundial, pareció después extinguirse para siempre. Y, de pronto, en un siglo XXI vertiginosamente enloquecido, el planeta vuelva a partirse en dos mientras arrecian una vez más el nacionalismo, el populismo, las identidades excluyentes y las pasiones tristes. Y, una vez más, un hombre de origen judío, el financiero húngaro George Soros, se alza como amenaza fantasma de todas las conspiraciones. ¿Estamos abocados a regresar a la Isla del Diablo?

El escritor, el coronel y el espía

El 29 de septiembre de 1902 el padre del naturalismo francés, el escritor Émile Zola, murió asfixiado en su casa mientras dormía a causa de una chimenea atascada. Hacía cuatro años que había regresado a la patria tras la condena a un año de cárcel y el exilio londinense posterior a que se vio obligado tras publicar en la portada del periódico 'L'Aurore' del 13 de enero de 1898 su célebre 'J'acusse!', la atronadora misiva con la que denunciaba la injusta condena al capitán judío Alfred Dreyfus. La carta concluía así: "Sólo tengo una pasión, la de la Ilustración en nombre de la humanidad, que ha sufrido tanto y tiene el derecho a la felicidad. Mi apasionada protesta no es más que el grito de mi alma". La muerte de Zola se registró como accidente; unos años después, un techador que había trabajado en la casa de al lado admitió haber cubierto con un madero la chimenea de Zola para matarlo. Era su venganza por aquel artículo en defensa de Dreyfus con el que nació la figura del intelectual moderno.

placeholder 'L'Aurore' con el 'J'Accuse...!' de Zola
'L'Aurore' con el 'J'Accuse...!' de Zola

Todo empezó al margen del foco de la atención pública y así seguiría hoy de no ser por un puñado de hombres. A finales de 1894, la mujer de la limpieza infiltrada en la embajada germana en París facilitó al contraespionaje galo una carta manuscrita en papel cebolla, el famoso 'bordereau' que ofrecía una lista de documentos confidenciales al agregado militar alemán, von Schwartzkoppen. Un oficial alsaciano de origen judío, el capitán Alfred Dreyfus, fue acusado de escribir aquella carta, juzgado a puerta cerrada y condenado unánimemente por un consejo de guerra a deportación perpetua en la Isla del Diablo, un minúsculo islote-presidio en la Guayana Francesa. Tan sospechoso resultaba ser oficial de religión semita como originario de Alsacia / Lorena, las dos regiones arrebatadas tras la humillante derrota en la guerra franco-prusiana de 1870. Los hermanos de Dreyfus, seguros de su inocencia, iniciaron una investigación por su cuenta para hallar al verdadero espía, pero fue otro azar militar el que dio un vuelco a la trama.

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Alfred Dreyfus

En julio de 1895 la jefatura de la Sección de Información del Estado Mayor de Francia quedó vacante por enfermedad. Su nuevo titular, el teniente coronel Georges Picquart, un militar curioso y honrado que había seguido el caso Dreyfus desde el principio, inició una investigación secreta gracias a la cual identificó, sin margen de duda, al verdadero culpable y enlace francés del alemán von Schwartzkopen: el comandante Ferdinand Walsin-Esterhazy. Al informar a sus jefes militares en 1897, Picquard fue inmediatamente destinado a otro puesto en Túnez y más tarde detenido. Zola lanzó su bomba periodística en 1898 y corrió la misma suerte. Ese mismo año, Esterhazy confesó su culpabilidad a un periodista británico y el coronel Hubert-Joseph Henry, otro miembro del contraespionaje francés, admitió a su vez haber falsificado las pruebas para incriminar a Dreyfus y después se suicidó cortándose la garganta con una navaja de afeitar. Para entonces Francia, dividida entre los partidarios de la revisión del juicio a Dreyfus y los que se negaban tajantemente a ello, estaba en llamas.

El tiempo perdido

"Hablé un instante con Swann del caso Dreyfus y le pregunté a qué se debía que todos los Guermantes fueran 'antidreyfusistas'. 'En primer lugar, porque en el fondo todos ellos son antisemitas', respondió Swann, pese a saber por experiencia que algunos no lo eran, pero, como todas las personas que tienen una opinión apasionada, prefería —para explicar que algunas personas no la compartieran— suponerles una razón preconcebida, un prejuicio contra el cual nada se podía, en lugar de razones que se prestaran al debate. 'Del príncipe de Guermantes', dije, 'es verdad, me habían dicho que era antisemita'. '¡Oh! De ése ni siquiera vale la pena hablar. Llega hasta el extremo de que, cuando era oficial, tuvo un dolor de muelas espantoso y prefirió seguir sufriendo antes que consultar al único dentista de la región, que era judío, y más adelante dejó arder un ala de su castillo en la que había prendido el fuego, porque habría tenido que pedir bombas de agua al castillo vecino, que es de los Rothschild'". (Marcel Proust - 'El mundo de Guermantes).

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Marcel Proust

Degas y Pisarro, pintores impresionistas y buenos amigos hasta la irrupción del caso, nunca volvieron a hablarse y el primero, rabioso 'antidreyfusard', llegó a despedir a una de sus modelos por simpatizar con el capitán judío. Anatole France, Edmond Rostand, Gide, Mallarmé, Peguy, Renard, Maeterlinck, Durkheim o Lévy-Bruhl se pusieron junto a Dreyfus. Pierre Louys, Léautaud, Paul Valéry o -sí- Julio Verne, se cuadraron en contra. Pero la mejor plasmación artística de aquellos años asoma en las miles de páginas de 'En busca del tiempo perdido', donde Marcel Proust —él mismo firme 'dreyfusard'— recogió sin embargo con ánimo de simple testigo, las belicosas posiciones enfrentadas aquellos años, especialmente en los libros tercero y cuarto de su monumental novela, 'El mundo de Guermantes' y 'Sodoma y Gomorra'.

El régimen colaboracionista de Vichy cumplió diligente la consigna de "¡muerte a los judíos!" que el populacho había exigido medio siglo antes

En 1899 el Tribunal de Casación anuló la sentencia. Arrancó un nuevo juicio que volvió a condenar nuevamente a Dreyfus, aunque esta vez solo a diez por "circunstancias atenuantes". Extraña alta traición 'atenuada'... Una semana más tarde —y ante las protestas cada vez mayores en toda Europa, de Gran Bretaña a Rusia— el presidente de la República perdonó al capitán, justo a tiempo de salvar la Exposición Internacional que debía abrir en París en abril de 1900. Aún debieron pasar seis años, hasta que el socialista Georges Clemenceau fue elegido primer ministro, para que Dreyfus fuera definitivamente absuelto y reintegrado a la carrera militar. Pero el veneno perduraría en la sociedad francesa diseminado por los protofascistas de Action Française de Charles Maurras, en los muy populares pasquines y libelos antisemitas como 'La Libre Parole' o el 'Précis de l'Affaire Dreyfus', por el silencio atronador y cobarde de los medios a la muerte del capitán judío en 1935 y, por supuesto, en el régimen colaboracionista del mariscal Pétain en Vichy, que cumplió diligente la consigna de "¡muerte a los judíos!" que el populacho había exigido en las calles medio siglo antes.

Una oscura sombra: de Dreyfus a Soros

En esa joya de la historiografía del mal que tituló modestamente 'Los orígenes del totalitarismo', Hannah Arendt se preguntaba por las razones de la permanencia de la oscura sombra del caso: "El affaire Dreyfus en sus implicaciones políticas pudo sobrevivir porque dos de sus elementos cobraron más importancia durante el siglo XX. El primero es el odio a los judíos; el segundo, el recelo hacia la misma República, hacia el Parlamento y hacia la maquinaria estatal. El más amplio sector del público podía todavía considerar, acertada o erróneamente, que esa maquinaria se hallaba bajo la influencia de los judíos y el poder de los Bancos.

placeholder 'Los orígenes del totalitarismo'. (Alianza)
'Los orígenes del totalitarismo'. (Alianza)

"Todavía en nuestra época", prosigue Arendt, "el término 'antidreyfusard' puede servir como nombre reconocido para designar a todo lo que es antirrepublicano, antidemocrático y antisemita. (...) Pero la tercera República no debió su colapso a estos grupos fascistas, numéricamente carentes de importancia. Al contrario, la simple, aunque paradójica verdad, es que su influencia jamás fue tan reducida como en el momento en que se produjo el colapso. Lo que hizo caer a Francia fue el hecho de que ya no contaba con verdaderos dreyfusards, con nadie que creyera que la democracia y la libertad, la igualdad y la justicia, podían ser defendidas o realizadas bajo la República. Al final, la República cayó como fruto maduro en el regazo de la vieja camarilla 'antidreyfusard'".

Ayer fue Dreyfus y hoy, los sojuzgados por su Edipo totalitario apuntan una vez más a un judío: el financiero húngaro George Soros

Señalaba así la filósofa judía alemana los ingredientes irresistibles del populismo fascistoide, del viejo y del nuevo: la alianza entre el populacho y las élites, el desprecio a las instituciones democráticas, el nacionalismo feroz, la apelación a un líder fuerte que se cisque en los convencionalismos para ejecutar los más nefandos deseos del resentimiento popular y la búsqueda de un enemigo externo imaginario, ayer los judíos, hoy los refugiados e inmigrantes. Por cierto que un malvado con nombre y apellidos siempre da más réditos. Ayer fue el capitán Alfred Dreyfus y hoy los sojuzgados por su Edipo totalitario apuntan una vez más —en un revival tan estrafalario como tétrico de esa falsificación que fueron los 'Protocolos de los Sabios de Sión' perpetrada por cierto en Francia durante el caso Dreyfus para servir de gasolina a los pogromos rusos—, a un judío: el financiero húngaro de 88 años George Soros que desde su Open Society Foundations diseminaría por el mundo ese 'invent' llamado 'marxismo cultural' para socavar las sacrosantas tradiciones del macho blanco occidental acorralado.

placeholder George Soros. (Reuters)
George Soros. (Reuters)

Timothy Snyder las llama "mentiras de tamaño medio" en 'El camino hacia la no libertad' (Galaxia Gutenberg), su último libro recién aparecido en España sobre el auge de este nuevo fascismo blando que no necesita liquidar físicamente al adversario para desplazarlo totalmente de las instituciones tras retorcerlas en su puro beneficio. En Hungría, Viktor Orbán llena las carreteras de carteles contra un Soros que andaría supuestamente tras una conspiración para llenar el país de inmigrantes. Sólo que en Hungría no hay inmigrantes. En EEUU, Donald Trump irrumpió en política a caballo de las dudas ficticias sobre la nacionalidad de Obama y advirtiendo contra "los mexicanos violadores". Recientemente uno de sus seguidores envió una serie de paquetes bombas a destacados miembros del Partido Demócrata... y a Soros. En Polonia, los nativistas de Kaczynski también acusan al financiero de su conspiranoia particular, el accidente de avión de 2010 en Smolensk en que falleció el entonces presidente. ¿Y en España qué hace VOX, el triunfador de las Elecciones Andaluzas? Miren:

Concluye Applebaum el artículo citado al inicio con apesadumbrada crudeza: "No debería sorprendernos –no debería haberme sorprendido– cuando los principios de la meritocracia y la competición son desafiados. La democracia y los mercados libres pueden producir consecuencias insatisfactorias, después de todo, especialmente cuando se regulan mal o cuando nadie confía en los reguladores o cuando la gente entra en la competición desde muy diferentes puntos de partida. Tarde o temprano, los perdedores de la competición acaban cuestionando el valor de la propia competición. Más aún, los principios de competición, incluso cuando fomentan el talento y crean movilidad hacia arriba, no responden a preguntas más profundas sobre identidad nacional, o satisfacen el deseo humano de pertenecer a una comunidad moral. El Estado autoritario, o incluso el Estado semiautoritario –el Estado de partido único, el Estado iliberal–, ofrece esa promesa: que la nación va a ser gobernada por la mejor gente, la gente que lo merece, los miembros del partido, los creyentes en la mentira de tamaño medio. Quizá la democracia tiene que moldearse y los negocios tienen que corromperse y los tribunales deben destrozarse para conseguir ese Estado. Pero si crees que eres uno de los elegidos, lo harás".

De la noche a la mañana, la mitad de los franceses odiaba a la otra mitad. El ejército enseñaba los dientes ante la sola sugerencia de la revisión del 'affaire Dreyfus'. El populacho irrumpía en las sinagogas y desvalijaba los comercios de los judíos. Los estudiantes arrasaron las aulas de la Universidad de Rennes cuando cinco de sus profesores pidieron reabrir el juicio, mientras el dominico Didon exhortaba a los alumnos del Collège D'Arcuil a "desenvainar la espada, aterrorizar y cortar cabezas". Manifestaciones antisemitas, tumultos, agresiones y hasta intentos de asesinato contra intelectuales y abogados afines a Dreyfus se sucedían por todo el país. La evidente inocencia del oficial judío que soportaba presidio en condiciones horribles en la lejana Isla del Diablo y la ya descubierta burda conspiración para condenarle daban igual. Algo había despertado los demonios dormidos de la nación para partirla en dos. Nada volvería a ser igual.