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Una noche ¿en la ópera? No, en el Pressing Catch: así es la WWE de cerca
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Una noche ¿en la ópera? No, en el Pressing Catch: así es la WWE de cerca

El espectáculo de la WWE ha pasado este fin de semana por Madrid y Barcelona con Ronda Rousey como la gran estrella

Foto: Ronda Rousey ha sido la principal estrella del WWE Live que ha pasado por Madrid y Barcelona.
Ronda Rousey ha sido la principal estrella del WWE Live que ha pasado por Madrid y Barcelona.

Era 1991. Recuerdo a Hulk Hogan tirado en la lona, inmóvil. Una música fúnebre de órgano desafinado y a 'El Enterrador' paseándose por el cuadrilátero. ¡Extra, extra! "¡La 'hulkomanía' ha muerto, la 'hulkomanía' ha muerto". Recuerdo comerme la pantalla de la televisión de tubo de casa de mis abuelos, aquella de botones plateados e imitación de madera que sintonizaba Galavisión, prueba fehaciente de la nueva España cosmopolita. Recuerdo —o esto ya es fantasía— ver cómo 'El Enterrador' metía al 'Hulkster' en una bolsa para cadáveres, negra y de cremallera, antes de encajarlo en un ataúd, con el público gritando enfervorecido y el presentador radiando como en una tómbola de feria y yo desgañitándome por el pasillo a lo mensajero de guerra con la garganta reseca y los ojos mojados: "¡Han matado a Hulk Hogan!". Recuerdo que me intentaron consolar, que me prometieron que en el próximo combate Hogan volvería a rasgarse la camiseta, como siempre. "¡Que no, que no, que he visto cómo lo enterraban con estos dos ojos míos", me invento que dije, aunque seguro fue algo parecido.

placeholder Hulk Hogan contra El Enterrador en 1991.
Hulk Hogan contra El Enterrador en 1991.

Días después, no sé cuántos, puntual a las once de la mañana volvió a aparecer con su pañuelo amarillo y su perilla oxigenada. Tuvo incluso tiempo de protagonizar 'Operación Trueno', una serie en la una lancha motora inteligente, hija bastarda del KITT de 'El coche fantástico', siempre encontraba una cala, una ría o un meandro para perseguir criminales y villanos y forzar el lucimiento del luchador en peleas repetitivas, inverosímiles y de factura discutible. Hulk no había muerto y en el Pressing Catch todo era mentira. Un desengaño infantil (casi) a la altura de la farsa del Ratón Pérez. Las patadas, las llaves, los saltos desde las cuerdas. Todo era mentira.

"Tengo el coxis roto de tirarme de culo 400 veces al año. Tengo todo tipo de problemas en la espalda", explicó Hogan en 2009

Sin embargo, esa mentira no pareció tal cuando quince años después Hogan, en su 'reality show' 'Hogan Knows Best', empezó a enumerar el peaje que había pagado su cuerpo por una carrera de éxito en la World Wrestling Entertainment (WWE): una prótesis de cadera, rodillas con artritis, problemas de espalda y dolor crónico. "Tengo el coxis roto de tirarme de culo 400 veces al año. Tengo todo tipo de problemas en la espalda. Tengo las piernas entumecidas, las manos entumecidas y el cuello también. Tengo artritis y escoliosis. Mido 1'93 y solía medir dos metros", se quejó en una entrevista a 'The Week' en 2009. Algunos de sus compañeros de 'ring' siquiera pueden salir de casa sin muletas.

¿Verdad o mentira? ¿Coreografía inocua o un alto grado de desgaste físico? ¿Deporte o puro 'show'? La respuesta: en vivo y en directo en el WiZink Center, el antiguo Palacio de Deportes de Madrid, donde la WWE ha hecho este fin de semana la primera de sus dos paradas en España —el domingo en Barcelona—. Con Ronda Rousey —la primera mujer que consiguió firmar con la UFC, la principal empresa del circuito de las Artes Marciales Mixtas, y durante un tiempo la luchadora mejor pagada— como principal atracción de la noche, enfrentándose a Nikki Bella dentro del Campeonato de mujeres de Raw y Seth Rollins y Dean Ambrose en la disputa por el Campeonato intercontinental.

placeholder Comienza el espectáculo de la WWE Live en el WiZink Center de Madrid. (Foto: Guillermo Ferrero)
Comienza el espectáculo de la WWE Live en el WiZink Center de Madrid. (Foto: Guillermo Ferrero)

Que gran parte de los que a principios de los 90, con la llegada de las parabólicas, se engancharon al Pressing Catch y que casi treinta años después Neox siga programando los combates de WWE en las versiones Raw y Smackdown ha servido de puente intergeneracional para que en las gradas del WiZink Center padres e hijos (e hijas) levanten los brazos al unísono y voceen y abucheen enardecidos cuando el primer luchador de la noche, Finn Balor, aparece al fondo del paseíllo con chaqueta de cuero y envuelto por las guitarras eléctricas del 'Catch Your Breath' de CFO$. Padres vestidos con chinos y náuticos, padres con alopecia, moviendo la cabeza junto a sus hijos pertrechados con la sudadera del 'merchandising' oficial a ritmo de hardrock y metal. Entre las filas de butacas, repartidores de nachos con sombreros de mariachi, porque eso, estamos en la versión gringa de España y éste es el circo yanqui de hombres de más de 100 kilos, aceitosos y en gayumbos, y mujeres de melena infinita y 'shorts' mínimos que levantan dos veces su peso sin despeinarse (demasiado). Aquí son los hombres los que llevan la mínima tela.

Foto: Escena de 'Glow'. (Netflix) Opinión

A pocos metros del cuadrilátero plantearse la veracidad o la farsa del Pressing Catch resulta ridículo. No se disimula: es parte del código. Hay tanto o más de teatro como de lucha. Están los villanos —a los que el público recibe con sonoras pitadas— y los héroes —Braun Strowman, una mole de dos metros de alto y 174 kilos de peso; Seth Rollins, defensor del cinturón de campeón intercontinental "demasiado sexy", según una espectadora, y Rousey son los más vitoreados—, los bufones —Dolph Ziggler en el papel de alfeñique (de 1'83 m, eso sí) cobarde— y los artistas —Elias sube al 'ring' con una guitarra e interpreta una versión de 'Knockin' On Heaven's Door' y un fandango con ritmo de ranchera—, las chungas de barrio —The Riott Squad— y la chunga de verdad —Nia Jax, una luchadora de 1'83 de alto y 123 kilos de peso que, obviamente, ganó su combate frente a unas oponentes que no pasaban del 1'70 y los 60 kilos.

Hay drama, enemistades acérrimas, caras desencajadas, histrionismo y números musicales. Los alrededores del cuadrilátero también son escenario de persecuciones y lanzamiento de personas y mobiliario. Aquí cada uno tiene su personaje y los estereotipos están para explotarse: Jinder Mahal, canadiense de ascendencia india (de India), sale a luchar con turbante, respaldado por su banda —'stable', lo llaman—, formada por Akam —también canadiense de padres sijes— y Rezar —que es holandés de origen albanés pero da el pego—. Los tres consiguen batir al equipo formado por Apollo Crews, Slater y Rhyno, que como su nombre indica, tiene la envergadura de un rinoceronte y uno de sus ataques clave consiste en embestir como tal. Y si tu apellido empieza por Mc, no podrás esquivar el kilt o las gaitas.

Hay músculos híperdefinidos. Hay bíceps del tamaño de un cráneo adulto. Y hay caídas desde un par de metros de altura

Pero también hay 'running powerslams' —uno de los contrincantes lleva al otro como un fardo sobre los hombros hasta tirarlo al suelo dejándose caer encima—, 'curb stomps' —saltar sobre la nuca de un oponente— y 'pins' —llaves que inmovilizan al rival, que queda tendido bocarriba—. Hombres de 130 kilos se lanzan en plancha desde las cuerdas sobre hombres de 130 kilos. Mujeres de 1'60 dan volteretas en el aire y, como un candado, se cuelgan del cuello de sus contrincantes. Hay músculos híperdefinidos. Hay bíceps del tamaño de un cráneo adulto. Y hay caídas desde un par de metros de altura.

Cuando un cuerpo de dos metros de alto y puro músculo cae a la lona el estruendo impresiona, pero faltan los chascarrillos de los comentaristas —en el descanso los fans asaltan con selfies a Fernando Costilla, uno de los míticos locutores españoles de la WWE—, algún efecto de sonido, la magia del montaje televisivo y el calor de un público masivo y entregado. "No os estoy oyendo, hay que poner más entusiasmo", pedía Costilla al público al comienzo de la velada, que luego sí repartió aplausos y abucheos concentrados y algún "¡Mátalo!" o "¡Qué falso te ha quedado!" salpicado. Al final de la velada, con la victoria de Seth Rollins frente a Baron Corbin —a Dean Ambrose, su teórico rival para esa noche, 'nadie lo podía encontrar'—, un niño entraba en éxtasis al ver a su ídolo levantando el cinturón y se dejaba llevar por el baile de San Vito.

Poco antes, Rousey revalidaba su cinturón frente a Nikki Bella —expareja del 'hollywoodiense' John Cena— en un combate corto y desabrido, en el que Rousey, vestida con una equipación más propia de la MMA que del espectáculo de 'wrestling' —donde todo son purpurinas, brillos y colores— ganaba al someter a Bella con una luxación. La ex medallista olímpica —Rousey fue bronce en judo en la categoría de menos de 70 kilos en Pekín 2008— fue la gran protagonista del puesto de 'merchandising': las niñas ya no quieren ser princesas, quieren repartir como 'Rowdy'.

Y como en la WWE en el exceso está la virtud, la velada acabó con un todos contra todos sobre el cuadrilátero: en un momento se pudieron contar hasta una decena de luchadores sobre la lona. Como sorpresa final: la aparición de Matt Hardy, el mito de la WWF de finales de los noventa que se retiró a mediados de 2018. Ya no se puede recuperar a Hulk Hogan —se retiró en 2015— y aunque 'El Enterrador' sigue en activo —¡con 53 años!— se reserva para ocasiones especiales, así que más de veinte años después, una tiene que conformarse con una pequeña recompensa homeopática y rabiar por dentro de ver al niño de turno entrar en éxtasis místico con un 'avada kedravra' de su máximo ídolo.

Era 1991. Recuerdo a Hulk Hogan tirado en la lona, inmóvil. Una música fúnebre de órgano desafinado y a 'El Enterrador' paseándose por el cuadrilátero. ¡Extra, extra! "¡La 'hulkomanía' ha muerto, la 'hulkomanía' ha muerto". Recuerdo comerme la pantalla de la televisión de tubo de casa de mis abuelos, aquella de botones plateados e imitación de madera que sintonizaba Galavisión, prueba fehaciente de la nueva España cosmopolita. Recuerdo —o esto ya es fantasía— ver cómo 'El Enterrador' metía al 'Hulkster' en una bolsa para cadáveres, negra y de cremallera, antes de encajarlo en un ataúd, con el público gritando enfervorecido y el presentador radiando como en una tómbola de feria y yo desgañitándome por el pasillo a lo mensajero de guerra con la garganta reseca y los ojos mojados: "¡Han matado a Hulk Hogan!". Recuerdo que me intentaron consolar, que me prometieron que en el próximo combate Hogan volvería a rasgarse la camiseta, como siempre. "¡Que no, que no, que he visto cómo lo enterraban con estos dos ojos míos", me invento que dije, aunque seguro fue algo parecido.

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