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Robert Gottlieb: "No me arrepiento de haber rechazado 'La conjura de los necios'"
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Robert Gottlieb: "No me arrepiento de haber rechazado 'La conjura de los necios'"

Ha sido uno de los mejores editores del siglo XX: sin él quizá nunca hubiéramos conocido a John Le Carré, Salman Rushdie, Edna O’Brien, Toni Morrison, Cynthia Ozick...

Foto: El editor Robert Gottlieb
El editor Robert Gottlieb

Con quince años, Robert Gottlieb (EEUU, 1931) leyó ‘Guerra y paz’ en un maratón de catorce horas. Era sólo el preludio de la profesión que marcaría su vida: fue uno de los mejores editores de la segunda mitad del siglo XX. Porque sin Gottlieb quizá nunca hubiéramos conocido a John Le Carré, Salman Rushdie, Edna O’Brien, Toni Morrison o Cynthia Ozick. Primero en Simon & Schuster, años más tarde en Knopf y finalmente en The New Yorker, este neoyorkino es el principal responsable de la literatura anglosajona que conocemos. Ahora, a sus 87 años ha desvelado sus trucos, secretos y múltiples anécdotas en su jugosa autobiografía 'Lector voraz' (Navona, 2018), publicada hace dos años en su versión original.

placeholder 'Lector voraz'
'Lector voraz'

Por sus páginas pasan numerosos escritores, pero también músicos como Bob Dylan –le editó su libro de canciones- y estrellas como Lauren Bacall –trabajaron juntos en su autobiografía-. El tono es muy amable, apenas hay malas palabras para nadie excepto algunos como Rushdie o Katherine Hepburn, a quien tacha de enormemente egocéntrica. Con Gottlieb, que no ha dado muchas entrevistas en su vida, se podría hablar durante horas, pero el teléfono limita el tiempo.

PREGUNTA: En el libro cuenta muchas anécdotas como el rechazo del manuscrito ‘La conjura de los necios’ de John Kennedy Toole. Y no se muestra arrepentido. Quizá otro editor no lo diría…

RESPUESTA: Bueno, yo intenté ayudar a John con este libro durante varios años. Al final, él estaba más y más angustiado y no trabajamos más juntos. Yo pensaba que su conducta era bastante perturbadora. Él era agradable, pero tenía una personalidad enfadada con su madre que estaba loca, por lo que al final la cosa no fue bien. Finalmente el libro encontró salida en la University Press de Luisiana porque ninguna editorial comercial lo contrató. Y yo creo que hice bien, porque muchos años después lo volví a leer y puse las mismas objeciones al libro que había puesto años antes.

No me sorprende que 'La conjura de los necios' ganara el Pulitzer porque hay buenos libros que lo ganan... pero también malos

P: ¿Y no fue una sorpresa para usted que ganara el Pulitzer?

R: No, porque hay buenos libros que ganan el Pulitzer y malos libros que ganan el Pulitzer. Lo de los premios, ya sabe usted, es una cosa extraña. Lo que ocurrió es que para aquella época era un libro bastante anti-stablishment, tenía un cierto tipo de humor negro, era algo muy popero. Era una persona muy exigente. No era mala persona, era un buen chico, pero a veces llegas a un punto en el que no puedes continuar. Y nosotros llegamos a ese punto.

P: Usted ha editado los libros más conocidos de Doris Lessing, Toni Morrison, John Cheever, John Le Carré, Salman Rushdie… ¿Cuál es el secreto para editar un buen libro?

R: Que realmente te guste. La labor de editar, desde mi punto de vista, es hacer público el entusiasmo que sientes por un libro. Y yo me siento muy afortunado como editor porque me gustan muchos tipos diferentes de libros. Me puede gustar Doris Lessing y también me puede gustar Michael Crichton, me puede gustar Toni Morrison y John Le Carré. Cuando trabajé para Knopf mi idea es que sólo debíamos publicar lo mejor en cada categoría. Yo publiqué muchos libros de John Le Carre, pero también de Len Deighton, otro de los más famosos autores de libros de espías. Nunca encontré una razón para hacer diferenciaciones entre los libros.

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Robert Gottlieb

P: Usted ha dicho muchas veces que como editor no le gustaba demasiado ‘meter mano’ en los libros, que no hay tanta necesidad de ‘reescribir’.

R: Bueno, depende de los libros. Hay libros que no necesitan ningún tipo de reescritura y sólo necesitan algunos reajustes técnicos superficiales. Pero yo creo que lo más importante es cuando sientes que tienes que hacer unos cambios, ya sea en el argumento o que se inicie de una manera más interesante. Y a veces puede ser mucho y otras veces, poco, depende de cada caso. Y luego también es diferente con cada escritor. Hay escritores que adoran el proceso editorial. Les encanta volver a repensar el libro.

P: Como John Le Carré, según cuenta en su libro.

R: Sí, sí. A él le encantaba cuando yo le hacía una sugerencia y también le gustaba encontrar soluciones o decir que quizá se necesitaba más de esto o aquello. Y él se sentía muy feliz de ir y hacerlo. Por ejemplo, Joseph Heller, el autor de 'Trampa-22', era también un gran editor. Tenía una gran mente editorial. Le encantaba trabajar conmigo en el texto y cuando yo encontraba un problema empezábamos a trabajar juntos. Éramos como dos cirujanos trabajando en el misma persona. El no tenía ningún tipo de ego para estar a la defensiva. No importaba quien diera con la solución a las preguntas. Otros escritores, como Doris Lessing, a quien quise mucho y fui muy cercano hasta que murió, no le gustaba nada el proceso editorial. Sólo le interesaba saber qué es lo que había que hacer. Por tanto, lo que tienes que hacer es tratar con cada una de las personas. Luego estaba Toni Morrison, que es editora. Y ella es muy responsable a la hora de editar y repensar porque ella entiende el proceso. Cuando hay gente que se ofende no es divertido trabajar en el libro.

Hay libros que te llegan con el título perfecto y otros sin título o con títulos muy complicados o muy estrafalarios

P: Eso es difícil porque esta es una profesión plagada de egos.

R: Sí, eso es cierto. En muchas profesiones. Pero la cosa es: uno no debe ser editor si no es sensible a las necesidades y temperamentos de tus autores. Editar supone un ejercicio de simpatía hacia aquello que estás leyendo. Y no es que quieras hacer otra cosa con el libro sino que quieres hacerlo mejor de lo que es. Y los escritores tampoco son idiotas, aunque algunos estén un poco locos. Ellos entienden, a su modo, cuando se está trabajando con ellos. Como editor tienes que tener la fortaleza mental de decir lo que piensas, pero también tienes que adecuarte psicológicamente.

P: ¿Ha cambiado usted muchos títulos? Como dice en el libro, el título es fundamental para llegar al lector.

R: Bueno, hay libros que te llegan con el título perfecto y luego hay otros que directamente no tienen título. Y luego hay otros que llegan con títulos muy complicados o que no tienen significado con el libro o son muy estrafalarios. Por ejemplo, los libros de Doris Lessing llegaban siempre con sus títulos y siempre discutíamos cambios. Michael Crichton siempre traía el título apropiado. El título de 'Un espía perfecto', de John Le Carré lo encontré yo. No recuerdo si el libro tenía ya título o si no servía pero lo encontré en el texto. Por tanto, es diferente según cada caso. Hay algunos libros en los que es muy, muy difícil encontrar el título porque el libro ya es de por sí complicado. Y luego hay otros libros en los que es muy fácil. O los autores dan con el título y ese es el que se queda. En el mundo de la edición nunca nada es lo mismo, excepto en la literatura de género porque ahí lo importante no es el título, sino el autor. La gente lo que quiere es lo nuevo de Danielle Steel, pero no están pensando en el título porque lo que quieren es leer a esa persona. Otra cosa es la no ficción. Uno de los libros más famosos que yo edité fue la biografía de Katherine Graham, la dueña del Washington Post. Ese libro no tenía un título y lo necesitábamos. Y yo encontré el título y recuerdo explicárselo. Esto fue mucho antes de Amazon. Y nadie hubiera entrado peguntando por el título porque lo que se buscaba ‘Yo quiero el libro de Katherine Graham’ . Lo mismo me ocurrió con el libro de Bill Clinton. Yo sabía el título que quería, que era muy sencillo: 'My life'. Porque eso es lo que la gente buscaba de Clinton. Lo que buscaban era una biografía en el que él contara la historia de su vida. Pero en cualquier caso nadie entraría en un libro buscando 'My life', sino el libro de Bill Clinton. Por tanto, a veces destacar el nombre del autor es mucho más importante que el título de un libro.

placeholder Bill Clinton - 'My life'
Bill Clinton - 'My life'

P: En su época hubo editores como Michael Korda o André Schiffrin. ¿Piensa que la era de los grandes editores ya no existe?

R: Ah, todo el mundo piensa siempre eso… También en la época en la que yo trabaja en Knopf a finales de los sesenta y en los setenta. Alfred Knopf pensaba que hacía treinta años que había sido la época dorada. Es decir, toda generación piensa que la generación anterior ha sido la de la época dorada de tal o cual cosa. Pero yo todavía veo a jóvenes colegas que están trabajando muy duro con los escritores. Es siempre el mismo proceso. La edición ha cambiado porque la tecnología ha cambiado pero el proceso de editar en sí no ha cambiado.

P: Ya, pero ahora existen nuevos agentes como Amazon que están removiendo la industria.

R: Quizá… La industria editorial hasta cierto punto ha sufrido cambios, pero el proceso sigue siendo el mismo: el escritor escribe, el editor edita y la editorial publica Yo fui afortunado porque en el tiempo en el que yo trabajé en la época en la que yo trabajaba existía el chief editor (editor) y el Publisher (el publicador, el dueño de la editorial). Yo no tenía que pensar en otra gente para convertir mi trabajo en rentable. En una buena editorial de hoy en día la estructura es algo diferente. Un buen editor (el dueño, CEO de la editorial) da la confianza a sus editores y así es como una gran editorial puede mantenerse fuerte. Tienes seis, siete, diez editores con diferentes intereses y diferentes fuerzas, y eso mantiene una editorial saludable. Hay pequeñas editoriales que no tienen eso y se centran en una buena línea de poesía… Mi naturaleza fue la de trabajar en diferentes cosas porque me interesaban cosas muy distintas.

Carmen Ballcels era una mujer muy divertida, muy temperamental, implacable

P: Quizá lo que sí que ha cambiado es el público lector.

R: No, no lo creo. Es una cuestión de números, en parte porque con Amazon y otros es mucho más fácil para la gente conseguir libros, también la población ha aumentado y quizá, aunque la población de gente que lee libros es más pequeña, en muchos casos es más grande el número de libros que se venden. Un escritor que en 1960, con un buen libro, vendía 20.000 libros, eso era bueno. Hoy, un libro de las mismas características, vende 60.000 copias. Por tanto, llega a más gente porque la distribución es más eficiente.

P: Por cierto, ¿cómo fue su relación con Carmen Balcells?

R: Bueno, era una mujer muy divertida, muy temperamental, implacable. Yo sólo la vi un par de veces y me gustó mucho. No obstante, yo no tenía relación con los editores europeos. Por ejemplo, nunca fui a la Feria de Francfort. Tenía a gente maravillosa que iba por nuestra editorial. Con Inglaterra era diferente. Estudié en Cambridge y tenía muchos amigos allí, editores, agentes, escritores… Iba tres o cuatro semanas a Inglaterra cada año… Por tanto nunca tuve una relación continuada con Carmen Balcells. Sólo una vez nos tratamos por Gabriel García Márquez y tampoco puedo recordarlo mucho porque fue hace mucho tiempo, pero sí puedo decir que trabajaba duro para sus autores… pero creo que a la gente le gustaba. Creo que ella lo hizo muy bien porque consiguió muy buenos contratos para sus escritores.

P: ¿Qué piensa de la literatura que se publica actualmente?

R: Creo que ahora mismo es muy saludable en todo el mundo. Y, por ejemplo, por fin, cada vez se traducen más libros al inglés. Fuimos un país muy cerrado durante mucho tiempo. Una de las razones es que tenemos para que ahora sea más saludable es que tenemos pequeños editores dedicados a ello como la Pushkin Press y hay muchas editoriales así desde hace treinta años. Ahora cuando leo el Publisher Weekly, hay cuatro o cinco libros que son traducciones de cualquier parte del mundo. En Knopf nosotros siempre publicamos libros japoneses porque teníamos cierta conexión, pero también del francés, alemán, italiano, pero de otras partes no, y eso sí está cambiando.

Con quince años, Robert Gottlieb (EEUU, 1931) leyó ‘Guerra y paz’ en un maratón de catorce horas. Era sólo el preludio de la profesión que marcaría su vida: fue uno de los mejores editores de la segunda mitad del siglo XX. Porque sin Gottlieb quizá nunca hubiéramos conocido a John Le Carré, Salman Rushdie, Edna O’Brien, Toni Morrison o Cynthia Ozick. Primero en Simon & Schuster, años más tarde en Knopf y finalmente en The New Yorker, este neoyorkino es el principal responsable de la literatura anglosajona que conocemos. Ahora, a sus 87 años ha desvelado sus trucos, secretos y múltiples anécdotas en su jugosa autobiografía 'Lector voraz' (Navona, 2018), publicada hace dos años en su versión original.

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