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La jubilada que montó una aldea siberiana en Toledo con los ahorros de toda una vida
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CARMEN ARNAU ES LA MAYOR ERUDITA DE EUROPA

La jubilada que montó una aldea siberiana en Toledo con los ahorros de toda una vida

Un asentamiento de yurtas mongolas se ha convertido en una de las atracciones culturales más interesantes de la serranía manchega

Foto: Carmen Arnau Muro en una de sus yurtas.
Carmen Arnau Muro en una de sus yurtas.

Carmen Arnau Muro (Toledo, 1949) vive en Polán, un coqueto pueblo de los montes toledanos. A primera vista nada la distingue del resto de jubiladas que pasean apaciblemente por la avenida principal, pero al llegar el verano la cosa cambia: mientras las demás se van a Lloret de Mar con el Imserso, Carmen llena una mochilita y se marcha sola a Siberia.

"Pues claro que sola, así es como viajamos los antropólogos", dice.

Carmen, antropóloga y geógrafa, ha hecho el recorrido del transiberiano dieciséis veces. No toma el que ofertan las agencias de viaje internacionales, con un ticket en torno a 2.000 euros, sino los trenes destartalados que frecuentan los locales, que suelen pagar menos de 200 por el mismo trayecto. En los pequeños compartimentos de trenes de tercera, apretujada entre indígenas siberianos y rusos de la estepa, Carmen se siente en su salsa.

Cuando el tren para en un pueblo que no conoce, se baja. A pesar de odiar el frío y de que ha sufrido largas temporadas a 40 bajo cero. Camina, observa y habla con la gente. "Para eso aprendí ruso, para poder hablar con los siberianos", razona sin despeinarse. Para eso, para conocer tan a fondo su cultura como le sea posible, esta jubilada de Toledo se pasa seis semanas al año en Siberia; lo probó en 1994 y no ha podido dejarlo: "Esperé a que mi tercer hijo cumpliese los dieciocho años, tampoco quería dejarle tanto tiempo sin su madre siendo un adolescente", sigue.

placeholder Arnau en una de sus expediciones a Siberia en 2009. (Carmen Arnau)
Arnau en una de sus expediciones a Siberia en 2009. (Carmen Arnau)

Carmen explica tan fácil su caso único de siberiafilia que desarma: "¿Qué por qué me gusta tanto Siberia? Pues no lo sé, siempre me ha parecido un lugar muy interesante. Recuerdo que de pequeña leí un cuentito sobre un indígena siberiano y me encantó, vendrá todo de ahí".

De donde proviene todo, sin duda, es del hecho de que Carmen es un ciclón, una de esas jubiladas que nunca se jubilará. Y, como con dieciocho expediciones científicas a uno de los entornos más salvajes del planeta no le saciaron, decidió comprar una parcela a 20 kilómetros de su casa, en pleno monte, y recrear allí un asentamiento siberiano. "Me traía tantas cosas en cada viaje que en algún sitio tenía que meterlas", aclara. Ella lo llama Etnomuseo Privado de los Pueblos de Siberia y Asia Central.

placeholder El museo durante la primavera. (Etnomuseo Siberiano)
El museo durante la primavera. (Etnomuseo Siberiano)

"Es una idea muy bonita, ¿no crees?", dice Carmen mientras empuja la verja de la finca. Al fondo, sobre la loma, una ermita medieval, orgullo del pueblo, observa las construcciones del museo, nunca antes vistas por estas latitudes. En 2005 Carmen se echó al monte, descerrajó la cuenta de ahorros y se trajo a dos constructores turco-mongoles de la República de Jakasia. Les pagó vuelo, alojamiento, comida y un sueldo solo para que le montasen una yurta octogonal, una vivienda típica de la estepa del sur de Siberia. "Hicieron un trabajo estupendo, tiene ya trece años y está como el primer día, aunque hay que barnizarla cada año", detalla Carmen mientras se contorsiona para entrar en la yurta.

Se trata de una construcción en madera engarzada que no usa un solo clavo, rematada con un tragaluz que, en una jornada nublada, proyecta largas sombras en los adornos siberianos que cuelgan de la pared. "Esta sensación es muy siberiana. Una vez me metí a la yurta de unos siberianos y tomé té con ellos; tenían las paredes llenas de dibujos de cazadores y, con la hoguera encendida en el centro, yo estaba segura de que aquellas figuras se movían", dice Carmen.

placeholder Carmen ha autoeditado varios libros sobre Siberia y sus tribus.
Carmen ha autoeditado varios libros sobre Siberia y sus tribus.

En el centro tiene dos mesas llenas de libros y complementos en cuero, todos con el logotipo de un cazador siberiano que tomó de aquella tarde en torno al fuego, y todos fabricados y editados por ella. Son tratados sobre el chamanismo siberiano o los chorses, el pueblo de la taiga. "No hay más libros en español sobre estos temas", presume Carmen, que se sabe la voz más autorizada sobre Siberia no solo de España, sino de todo Occidente: "Puede ser, porque hay estudiosos que hacen trabajos sobre pueblos concretos, pero sobre todos los de Siberia yo creo que estoy sola fuera de Rusia". Cuando se doctoró en la Universidad de Barcelona sobre Siberia, por supuesto, hubo que traerle un director de tesis de Moscú porque aquí nadie sabía de qué demonios les estaba hablando.

placeholder Esta yurta la financió mediante 'crowdfunding'.
Esta yurta la financió mediante 'crowdfunding'.

Una vez tuvo su yurta, Carmen decidió construir una 'banya', una sauna también en madera engarzada para la que se trajo una cuadrilla de buriatos, un pueblo mongol que habita a las orillas del lago Baikal. "Trabajaban con dos hachas cada uno, solo verlos era un espectáculo", dice la toledana, que se asombra ante una pregunta que seguro que el lector se está planteando: "Esto no es un parque temático, es un museo. Las medidas, los materiales, los diseños, todo es auténtico. Y lo lógico, si quieres que algo sea auténtico, es que lo hagan los propios indígenas", concede. Ni siquiera la imagen de los trabajadores mongoles cenando en el bar del pueblo, Las Ventas con Peña Aguilera —1.180 habitantes—, impresionan a Carmen, que vive una vida extraordinaria con gran normalidad.

placeholder La 'banya' de los buriatos; al fondo, un panteón de enterramiento típico de Siberia.
La 'banya' de los buriatos; al fondo, un panteón de enterramiento típico de Siberia.

Pero no siempre consigue que los siberianos vengan a Toledo. Para fabricar el tercer edificio, el balagán, inmueble propio de la tundra, tuvo que liar a su marido, un jubilado suizo que pasó su carrera ejerciendo como contable. "A los trabajadores siberianos les denegaron el permiso de trabajo y nos pusimos mi marido y yo a cortar troncos y colocarlos en la estructura, es trabajoso, pero en realidad es muy fácil", dice Carmen, reduciendo a mueble de Ikea lo que más bien parece un refugio para esquiadores nepalíes. Como no estaba contenta, la antropóloga convocó a una comitiva de expertos yakutios para que le diesen el visto bueno al balagán. Para su sorpresa, vinieron trece personas de la delegación del gobierno de Yakutia a valorar su obra. Había hasta músicos populares: "Como no tenía dinero para alojarlos los metí a todos en mi casa, ¡a los trece!", dice Carmen entre risas. "Pero el balagán les gustó mucho. Me regalaron toda la decoración y les pareció que estaba perfecto, pero que le faltaban tres cosas: la chimenea, el porche y el palo para atar a los caballos. ¿Y sabes qué? Se remangaron y lo hicieron ellos”.

Un trabajo de jornada completa

Carmen montó una fundación para autofinanciarse cuando sus ahorros se agotaron. No cobra por entrar al museo, así que su único ingreso es la venta de sus libros y complementos de cuero. "Todo lo reinvierto aquí. Mi marido y yo tenemos nuestras pensiones, todo lo que genera el museo se usa para construir nuevas cosas". Cree que si cobrase las entradas espantaría a los visitantes, en torno a cincuenta mensuales, y aquello lo ha montado "para que la gente lo disfrute como yo".

placeholder Arnau posa orgullosa frente a su balagán.
Arnau posa orgullosa frente a su balagán.

En ocasiones Carmen se siente abrumada por la magnitud de su obra, un sentimiento materializado en los gastos de mantenimiento: Hay que barnizar todo, hacer pequeños arreglos en la madera, allanar los caminos... en fin, voy poco a poco, esto ya está en un nivel que no se puede abandonar". La última derrama se la produjo el gobierno de Kazajistán. Después de mucho insistirle al ministro de cultura, con el que contactó en uno de sus viajes, el ejecutivo kazajo accedió a enviar a España una yurta nómada característica del país. La trajeron unos operarios y la dejaron perfectamente instalada. Se parece a una pequeña carpa de circo pero está elaborada con una gruesa capa de las mejores lanas de Kazajistán. Por dentro es pura exuberancia textil. Según la antropóloga, es un modelo de lujo. De hecho le fascina tanto la yurta que no permite que nadie entre y, además, ha mandado construir un perímetro de plexiglás para preservarla: "Me costó un dineral y lo sigo pagando mes a mes, como una hipoteca, pero tampoco podía dejar esto a la intemperie para que se pudran estas lanas". A su lado ha montado otra yurta nómada, esta buriato-mongola y de aspecto mucho más humilde, que compró gracias a uno de los 'crowdfundings' más insólitos que se recuerdan por Verkami.

placeholder El interior de la yurta kazaja, donada por el gobierno.
El interior de la yurta kazaja, donada por el gobierno.

Ahora Carmen, que no recibe ninguna subvención, está sin fondos para continuar las obras. Los sábados y domingos recibe a cualquiera que se pasa por allí, normalmente colegios, a los que monta espectáculos de teatro y se deja el pellejo por imbuirles del gusanillo siberiano. Para recaudar fondos organiza concursos de documentales e imparte talleres de chamanismo siberiano, "que no es como el caribeño, este es más ritual y sin drogas". En una ocasión, cuenta Carmen, se trajo un chamán y estuvo sanando a visitantes del museo sobre una piedra caliza en mitad del campo: "Hay que respetar sus creencias", dice arqueando las cejas.

placeholder Interior de una de las tiendas.
Interior de una de las tiendas.

Durante el camino de vuelta a su casa, que también ha convertido en un museo siberiano, responde a las llamadas perdidas. Muchos le preguntan si abrirá este fin de semana, ya que las previsiones hablan de fuertes chubascos en la zona; ella les responde que abre aunque haya un huracán, que desde que una vez vinieron unos rusos en taxi desde Alicante para ver sus yurtas ya no se arriesga a que alguien pierda el viaje.

Cada cierto tiempo se deja ver por allí un equipo de reporteros rusos, de modo que Carmen ha interiorizado ciertos mensajes para la prensa: "¿Tu periódico lo leen jóvenes? Es que quiero decirles que esto, que es el sueño de mi vida, lo he conseguido a base de esfuerzo y de perseverar. Que las emprendedoras científicas también podemos conseguirlo. Y, por favor, escribe mi segundo apellido al principio, que yo quiero mucho a mi madre y los periodistas siempre me lo quitáis".

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Carmen Arnau Muro (Toledo, 1949) vive en Polán, un coqueto pueblo de los montes toledanos. A primera vista nada la distingue del resto de jubiladas que pasean apaciblemente por la avenida principal, pero al llegar el verano la cosa cambia: mientras las demás se van a Lloret de Mar con el Imserso, Carmen llena una mochilita y se marcha sola a Siberia.

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