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Mad Cool urgente: si vas al gran festival musical de Madrid, lee antes los ingredientes
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Mad Cool urgente: si vas al gran festival musical de Madrid, lee antes los ingredientes

Pearl Jam, Depeche Mode y Arctic Monkeys son las estrellas del Mad Cool

Foto: Imagen del recinto donde se celebró el Mad Cool en 2017. (EFE)
Imagen del recinto donde se celebró el Mad Cool en 2017. (EFE)

La actualidad pop-rock del fin de semana estará marcada por el Mad Cool, que se celebra los días 12, 13 y 14 de julio en Valdebebas en Madrid. A pesar de la expectación, dos noticias ajenas a la cita han marcado la semana. La primera se publicó el jueves: el fondo de inversión Yucaipa Companies ha comprado una parte del festival barcelonés Primavera Sound. Con la falta de transparencia típica del sector, la directiva se negó a hacer pública la cifra, aclarando que el porcentaje era minoritario (entre el cero y el cuarenta y nueve por ciento, entonces). Urge ya una ley por la que cualquier evento cultural subvencionado tenga la obligación de hacer públicas sus cuentas, desde lo que paga a los camareros hasta quienes son los dueños del festival al que asistes. No es tan distinto a querer saber los ingredientes de los alimentos que adquieres en el supermercado.

Foto: Algunos de los grupos que tocarán en el Mad Cool: Pearl Jam, Depeche Mode y NIN

Woodstock ha muerto

La segunda noticia, casi calcada, es del día posterior: un fondo estadounidense se hizo con parte del capital del Sónar. Se trata de Superstruct, que ya había inyectado dinero en Elrow, la empresa española más exitosa en la organización de fiestas electrónicas en todo el planeta. En ambos casos, se apuesta por internacionalizar todavía más las marcas. “Algunos medios apuntan a que el fondo norteamericano se ha hecho con el control de entre el 60 y el 80 % del capital de Advanced Music por entre 15 y 20 millones de euros”, especifica La Vanguardia.

Foto: Momento de un concierto en el Arenal Sound | EFE

En el caso de Mad Cool, es improbable una compra externa, ya que cuenta con el respaldo de Live Nation , un cuasi monopolio global de la música en directo (propietario además de Ticketmaster, la mayor billetera del planeta). ¿Qué tienen en común estos tres casos? Hablan de proceso de financiarización de los festivales y de su conversión en parques temáticos donde la rentabilidad es lo prioritario y la expresión artística una simple guarnición. Resulta triste acceder a Youtube y ver imágenes de Woodstock 69, el festival donde la música servía de colchón para aglutinar las aspiraciones juveniles a un mundo más pacífico, habitable y basado en el apoyo mutuo. Era otro mundo.

Inversión pública, beneficios privados

El investigador cultural Jordi Oliveras, gestor del proyecto Nativa, verbalizaba la preocupación de muchos musiqueros veteranos. “Me pregunto sobre la soberanía que preservará el equipo del Sónar. También si esta venta hay una transferencia implícita del dinero público -ya sé que no es el único- que se ha hecho al festival”. Tiene razón: Sónar arranca gracias a una inversión de SGAE (17 millones de los 36 totales de presupuesto) y ha recibido el apoyo continuado del ayuntamiento de Barcelona. Esfuerzo público convertido en beneficio empresarial. El problema es que los festivales se han vuelto tan necesarios para la patronal turística que han terminado ocupando la posición de fuerza en las negociaciones. Lo confirmó hace unos días Mad Cool, que ha presionado al ayuntamiento de Ahora Madrid y la comunidad del PP para sufragar la mitad de los gastos extra de transporte público que genera el festival. Nada menos que 90.000 euros de dinero público, transferidos a una empresa hiperentable. Es el segundo año consecutivo en el que Mad Cool agota entradas (cada vez con más anticipación).

Pagar sin contrapartidas

Adrian Vogel, ejecutivo discográfico con experiencia internacional, lo resumía con acierto en un sustancioso post en su bitácora personal: “¿Por qué una coalición de izquierdas financia un mega negocio privado? ¿Qué beneficio obtiene la ciudad? Las cifras que aporta la organización no me sirven: ni son fiables ni oficiales. Y estamos hartos de empresas vendehumos que hablan de unas cifras que nunca suelen coincidir con la realidad. Algo que sucedía en Madrid con el PP de forma constante. ¿Ahora también con el ayuntamiento “del cambio”? Por lo que se ve parece que sí”. Vogel lamentaba también la falta de contrapartidas: Madrid no obtiene absolutamente nada a cambio de la subvención. “¿Está asegurada la paridad de género en el Mad Cool? ¿Las condiciones laborales de los trabajadores eventuales son las adecuadas? ¿Cuántos artistas de Madrid participan en el festival? ¿Qué porcentaje representan sobre el total?”, se pregunta, de manera tan rotunda como retórica. Todos sabemos que no se ha pedido nada a cambio. En este caso, queda claro que la izquierda carece de un enfoque cultural distinto al de la derecha.

Más masificación, no más placer

Hablemos claro: los macrofestivales se han convertido en primos carnales de los parques temáticos, “no lugares” que solo pueden disfrutarse si eres un niño y los llenan de tus personajes de dibujos favoritos. En el caso de la música, cada temporada son más caros, incómodos y socialmente segregados. La aparición de las áreas VIP -agresivamente promocionadas por Live Nation- rompe por completo el espíritu igualitario tradicionalmente aparejado a la fiesta. Desde las redes sociales de Mad Cool, se presume de los 80.000 espectadores que acudirán cada jornada. Sin duda, es buena noticia para sus contables, pero no para los espectadores que tendrán que ver a sus grupos favoritos como sardinas en lata, pagando comida y bebida a precios muy por encima del mercado.

Además, los organizadores acaparan un considerable historial de gestión dudosa, desde el riesgo de hundimiento del suelo de la Caja Mágica en 2016 demasiado cerca del inicio del festival hasta las denuncias por abusos laborales por su propio personal en 2017, realizadas ante la prensa en la puerta de su recinto. A pesar de ello, han seguido profundizando en la mcdonalización de la marca. No nos engañemos: el impresionante reparto de estrellas del pop-rock anglosajón que pasará este fin de semana por Madrid hubieran venido igual con o sin Mad Cool. Probablemente podríamos verles en el Palacio de los Deportes, Joy Eslava o Vistalegre, más cerca y menos apretados.

Un espacio que honra al Mad Cool

El año pasado, murió un acróbata en el recinto del festival, entre concierto y concierto. Se generó gran polémica por la celebración acto seguido de la actuación de Green Day. El grupo británico Slowdive tuvo el gesto de humanidad de cancelar su recital, una decisión que los organizadores anunciaron por las pantallas, pero sin especificar el motivo (como si hubiera sido un capricho de los artistas). Me pareció el detalle más cutre que he visto a un festival en las dos décadas que llevo acudiendo como periodista o como público. El periodista Víctor García, colaborador de El Confidencial, tuvo la idea de pedir públicamente que se bautizara el escenario con el nombre de Pedro Aunión, el coreógrafo y acróbata fallecido. Por eso hay que celebrar que la organización haya tomado en cuenta esta demanda poniendo en marcha el “Espacio de artes escénicas Pedro Aunión”, un lugar que albergará “diferentes propuestas relacionadas con la danza contemporánea, la moda y la creación audiovisual”. Cada vez más, los festivales son cajas vacías, centrados solo en hacer caja. Esta decisión hace a Mad Cool más humano.

La actualidad pop-rock del fin de semana estará marcada por el Mad Cool, que se celebra los días 12, 13 y 14 de julio en Valdebebas en Madrid. A pesar de la expectación, dos noticias ajenas a la cita han marcado la semana. La primera se publicó el jueves: el fondo de inversión Yucaipa Companies ha comprado una parte del festival barcelonés Primavera Sound. Con la falta de transparencia típica del sector, la directiva se negó a hacer pública la cifra, aclarando que el porcentaje era minoritario (entre el cero y el cuarenta y nueve por ciento, entonces). Urge ya una ley por la que cualquier evento cultural subvencionado tenga la obligación de hacer públicas sus cuentas, desde lo que paga a los camareros hasta quienes son los dueños del festival al que asistes. No es tan distinto a querer saber los ingredientes de los alimentos que adquieres en el supermercado.

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