Es noticia
Por qué el tiempo vuela: una respuesta inesperada
  1. Cultura
reloj no marques las horas

Por qué el tiempo vuela: una respuesta inesperada

El periodista de The New Yorker Alan Burdick emprende en su último libro que acaba de llegar a las librerías una búsqueda no solo científica para comprender el misterio del paso de las horas

Foto: El reloj que mide el tiempo en largos periodos. (The Long Foundation)
El reloj que mide el tiempo en largos periodos. (The Long Foundation)

En Año 397. Agustín es el atribulado obispo de Hipona, una ciudad portuaria norteafricana de un Imperio Romano ya en ruinas. Ha escrito anteriormente sermones y admoniciones contra sus rivales teológicos y ahora inicia una obra extraña y fascinante que le ocupará cuatro años: las 'Confesiones'. En su primera parte urdirá la que probablemente sea la primera autobiografía auténtica conocida, desde los pecados de juventud como el hurto, el sexo extramatrimonial, la astrología, las supersticiones, el gusto por el teatro y más sexo, hasta su conversión redentora al cristianismo en el año 386. La segunda mitad cambia abruptamente, el futuro santo y padre de la Iglesia expone con naturalidad su ignorancia acerca del orden divino y se plantea la pregunta capital: "¿Qué hacía Dios antes de crear el cielo y la tierra? Pero no responderé con ese chiste: 'Preparaba el infierno para aquellos que se lo preguntaran'"

Foto: Cráneo de neandertal utilizado por el equipo internacional de investigadores, con participación española, que descifró el primer borrador del genoma del neandertal. Foto: EFE

Alan Burdick, periodista de The New Yorker, emprendió hace unos años un viaje por todo el mundo con el fin de responder a la pregunta absoluta de San Agustín en la que la filosofía, el arte o la ciencia llevan siglos sin acordar una respuesta: ¿qué es el tiempo, de dónde viene, qué está atravesando y a dónde va? Para resolver la cuestión visitó a los grandes nombres de la física, la cosmología, la ingeniería, la psicología y las neurociencias con el fin de descubrir si nuestra sensación del paso de la horas tiene algo que ver con la verdadera realidad temporal o solo es una fantasmagoría. El resultado es el libro 'Por qué el tiempo vuela. Una investigación no solo científica' (Plataforma Editorial), un libro delicioso, melancólico e inclasificable rebosante de revelaciones como que el presente ha ocurrido en realidad hace una fracción de segundo, de curiosidad, de momentos de felicidad.

placeholder 'Por qué el tiempo vuela' (Plataforma)
'Por qué el tiempo vuela' (Plataforma)

"Apenas había comenzado cuando descubrí un hecho fundamental sobre el tiempo", recuerda Burdick, "no existe una verdad única sobre él. Antes bien, me topé con multitud de científicos a través del espectro de investigaciones sobre el tiempo; cada uno de ellos podría hablar con confianza sobre su estrecha longitud de onda, pero ninguno de ellos lograba explicar cómo se forma con todo esto la luz blanca o en qué consiste esta. Si en algo están de acuerdo los científicos es en que nadie sabe lo suficiente sobre el tiempo y en que esa falta de conocimiento resulta sorprendente, habida cuenta de que el tiempo es algo omnipresente y fundamental en nuestra vida. En todo caso, el tiempo me recordaba mucho al tiempo atmosférico: algo de lo que todo el mundo habla pero sin hacer algo al respecto. Yo tenía la intención de hacer ambas cosas".

¿Lo consiguió?

A la busca del reloj más preciso

Burdick arrancó su investigación imaginando que en alguna parte existía un Gran Reloj que marcaba las horas de todos los demás, el más preciso, la referencia o patrón del paso del tiempo, y viajó para ello a París, a la Oficina Internacional de Pesos y Medidas que se ocupa de garantizar la precisión y uniformidad de las unidades básicas de medida -metro, kilogramo, amperio- en todo el mundo. Llegó tarde a su cita (¡ay!) y lo que encontró le dejó aún más confundido: "Había viajado a París suponiendo que el tiempo más exacto del mundo emana de algún dispositivo tangible y ultrasofisticado; un elegante reloj con su cara y sus manecillas, un banco de ordenadores, una pequeña y resplandeciente fuente de rubidio. La realidad era harto más humana: el mejor tiempo del mundo, el tiempo universal coordinado, es producido por un comité". Sí, hay ordenadores, algoritmos y relojes atómicos, relata, pero los cálculos finales, el llamado UTC lo decide al final una conversación entre científicos: "El tiempo es un grupo de personas que hablan".

placeholder Alan Burdick. (Plataforma)
Alan Burdick. (Plataforma)

Pero entonces, si el tiempo finalmente es una convención, ¿cómo saben nuestras células, nuestros órganos, nuestro cerebro acompasarse entre sí? ¿Hay un reloj perfecto de la vida más allá de las disquisiciones de sobremesa de unos tipos de París? Empieza lo bueno.

La vida y el cerebro

Un buen día de 1962, a los 23 años, el geólogo francés Michel Siffre se metió en una caverna del sur de Francia sin reloj con la intención de quedarse dos meses sin ver el amanecer o el ocaso, escribiendo, leyendo a Platón y pensando en su familia. Pero cuándo, según sus cálculos, solo llevaba allí 35 días, sus colegas entraron para anunciarle que ya habían pasado 60. "El tiempo había volado". Siffre acaba de demostrar por casualidad algo que la biología ya llevaba sospechando algún tiempo: nuestro ciclo circadiano, el reloj interno que acompasa nuestro metabolismo, no dura exactamente 24 horas... sino 24 horas y 30 minutos.

Nuestro ciclo circadiano, el reloj interno de nuestro metabolismo, no dura exactamente 24 horas... sino 24 horas y 30 minutos

¿Podemos "percibir" el tiempo? ¿Qué es lo que hace "tictac" en nuestro reloj circadiano? "Imaginen un atareado arquitecto en una isla", propone Burdick, "que envía un plano a un fabricante del continente, quien lo empleará para construir allí varios robots. Los genes del reloj circadiano codifican un par de proteínas que se acumulan en el citoplasma y acaban filtrándose al interior del núcleo donde se pegan a los activadores de los genes originales y los cierran. En resumidas cuentas, el "reloj" es poco más que un par de genes que, al final, y a través de varios intermediarios, se apagan. Nuestro arquitecto no está enviando simplemente un plano; está enviando mensajes en botellas dirigidos a su yo futuro. Finalmente, cuando acumulen suficientes botellas en el mar, le llegará un mensaje que dirá: 'Échate una siesta'".

Sí, contamos con reloj corporal preciso pero no funciona en soledad, para lograrlo debe sincronizarse con la información que le llega del exterior, especialmente la luz del día. El ojo es nuestro metrónomo.

¿Por qué el tiempo vuela?

La materia es compleja, aparentemente irresoluble y parecería que el ensayo de Alan Burdick estuviera abocado a un final abierto que no respondiera en definitiva a la pregunta que anuncia su título... pero no es así. Tal vez no sean posible una explicación categórica pero sí unas cuantas parciales, luminosas, que se entrelazan como una tela de araña para responder y, de paso, parar el reloj del lector mientras lee. ¿Por qué el tiempo vuela?

Según diversos experimentos anotados en las páginas finales del libro, el tiempo pasaría más rápido cuanto más años cumplimos debido a la típica ansiedad adolescente que lo ralentiza, a las condiciones de presión y estrés, cuando no gozas de la cantidad suficiente para cumplir con las obligaciones adquiridas, pero también a una creencia popular de la madurez que así lo afirma sin más. Concluye el autor: "Durante la mayor parte del tiempo ignoré o desestimé el adagio de que el tiempo vuela conforme nos hacemos mayores, porque no me sentía lo bastante mayor como para que me afectase la cláusula 'conforme nos hacemos mayores'. Ahora bien, últimamente he empezado a pensar que ya lo soy y que el adagio se cumple. El tiempo no se acelera; su velocidad es cruelmente constante, un hecho del que cada vez soy más dolorosamente consciente".

En Año 397. Agustín es el atribulado obispo de Hipona, una ciudad portuaria norteafricana de un Imperio Romano ya en ruinas. Ha escrito anteriormente sermones y admoniciones contra sus rivales teológicos y ahora inicia una obra extraña y fascinante que le ocupará cuatro años: las 'Confesiones'. En su primera parte urdirá la que probablemente sea la primera autobiografía auténtica conocida, desde los pecados de juventud como el hurto, el sexo extramatrimonial, la astrología, las supersticiones, el gusto por el teatro y más sexo, hasta su conversión redentora al cristianismo en el año 386. La segunda mitad cambia abruptamente, el futuro santo y padre de la Iglesia expone con naturalidad su ignorancia acerca del orden divino y se plantea la pregunta capital: "¿Qué hacía Dios antes de crear el cielo y la tierra? Pero no responderé con ese chiste: 'Preparaba el infierno para aquellos que se lo preguntaran'"

Ciencia Neurociencia
El redactor recomienda