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'La niña del salto': la muerte de la infancia en un pequeño pueblo de Asturias
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'La niña del salto': la muerte de la infancia en un pequeño pueblo de Asturias

El escritor venezolano Edgar Borges publica su última novela 'La niña del salto'

Foto: Extracto de la portada de 'La niña del salto' de Edgar Borges. (Ediciones Carena)
Extracto de la portada de 'La niña del salto' de Edgar Borges. (Ediciones Carena)

En Santolaya de Cabranes, capital del Concejo de Cabranes, en Asturias, viven poco más de trescientas treinta almas. Trescientas treinta y una si uno cuenta a la niña de los saltos, que los vecinos dicen que cruza la plaza del pueblo todas las noches, sonriente y juguetona. Cuenta Edgar Borges en 'La niña del salto' (Ediciones Carena, 2018), su última novela, que en ese pueblo vivió hace veinte años Antonia, aunque podría haber sido en otro lugar, real o inventado, antes o después. "La vida de Antonia estuvo determinada por dos tragedias. La primera ocurrió el viernes 9 de octubre de 1987, poco antes de que se quedara embarazada. La segunda aconteció, también, un 9 de octubre, pero de 1994, cuando su hija tenía seis años y tres meses". Así comienza la historia de Antonia, "que pasaba horas sentada en el váter para restarle tiempo a la convivencia con su marido".

Con un estilo pegado al realismo épico, este escritor venezolano afincado en España relata la rutina aparentemente anodina del pueblo de Santolaya —o de cualquier otro— los días previos a una desgracia, con todos los habitantes ajenos al peligro que acecha y que se cuenta a tiempo pasado. "Santaolaya o Santa Eulalia es, en realidad, un lugar imaginado. Yo necesitaba escribir una historia que se desarrollara en un pueblo que yo no conociera, porque me parecía que la experiencia, la memoria, me podía estorbar para la imaginación. Y lo que quería era crear un estado de confusión respecto al espacio-tiempo", explica Borges. "A los escritores lo rural permite más jugar con la imaginación y salirnos de lo urbano, ni contar una historia con visos de crónica o de sucesos".

Antonia, de mote 'La cejona', había dejado el pueblo para ser poetisa y acabó volviendo para convertirse en una mujer sumisa, la de un marido dominante y celoso, un animal iracundo y destructor, cuyo estímulo vital era aplastar cosas y organizar torneos de mus. Que, por supuesto, casi siempre ganaba.

Antonia había vuelto a su pueblo desde la capital un día, repentinamente, a los veintisiete años: su madre había decidido despedirse de la vida después de que su padre hiciera las maletas y se marchara para siempre. Adiós a la carrera de Filosofía, adiós a los sueños de poetisa, adiós a la libertad y adiós a su biblioteca de libros cuidadosamente elegidos. Aunque esto último fue más tarde. Sola y abatida cayó en manos de Dicxon, un hombre casi cuarenta años mayor que ella que había trabajado durante casi un cuarto de siglo en la empresa de limpieza municipal. Y "cuando no la buscaba para penetrarla, lo hacía para decirle al oído lo que sería la rutina del nuevo día".

Ana María Matute tiene todo un estudio sobre la niñez que es el tema que me identifica también como escritor

Y al juego de descubrir la costura entre la realidad y la ficción, Borges añade un grupo de curiosos secundarios, con nombres tan literarios como el de César Aira o Virginia Woolf o Ana María Matute. "Estos personajes son simuladores: cogen la identidad de escritores para impactar en las personas de este pueblo, leyendo poesía. Tiene que ver con la idea de juego, y muchos autores que yo menciono también juegan a su vez con esto en sus propuestas literarias. Agarré por ejemplo a César Aira, su identidad, para absorber algunos aspectos reales y mezclarlos con la fantasía. También aparece Perec, Ana María Matute, que tiene todo un estudio sobre el tema de la niñez, que es el tema que me identifica también como escritor".

Porque 'La niña del salto' está impregnada de amor a los libros; durante el relato de las desdichas de Antonia, se van incluso entrelazando extractos de poemas, de autoras 'beat' como Diane di Prima o Elise Cowen.

"Quise un coño de placer dorado

más puro que la heroína

Para honrarte

Un corazón tan grande

que puedas quitarte los zapatos y estirarte

La Anatomía del Amor" [...]

Porque la poesía es la voz del deseo y de las frustraciones. "Antonia en su adolescencia quiso ser poeta", explica Borges. "Pero después, de adulta, la poesía pasó a ser una mera intención de juventud. Pero yo necesitaba que hubiese referencias de sus lecturas y tenía claro que Ana María Matute y Virginia Woolf fueran parte de ellas. Y en el camino descubrí la obra de Diane di Prima que, a pesar de que sólo está en inglés, no ha sido traducida en su totalidad, hay algunas cosas muy sueltas en español, pero muy pocas".

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Edgar Borges

Y el libro de Borges, y antonia, toman la 'Loba' de Di Prima por bandera: "Oh, hermanas perdidas de la luna con la media luna en el pelo y el mar bajo los pies deambulan de azul velo, de hoja verde, de andrajoso chal deambulan, con la piel de oro y la cabellera en llamas deambulan, en la avenida A y el la calle Bleecker deambulan, en la calle Rampart y en la Fillmore deambulan, con tiara de flores, con aliento enjoyado deambulan...".

Aunque parece una historia de una mujer acosada por un marido sanguíneo, la realidad —¿la realidad?— es otra. Porque, ¿quién es 'La niña del salto'? "He querido hablar de como la niñez es un punto determinante de la vida de una persona y cuando la niñez se va asesinando en la vida de los adultos, porque con el paso del tiempo la niñez se convierte en un espacio completamente acribillado y sentenciado". Porque Antonia siempre va acompañada de una niña, de la niña que salta, una niña sin nombre, la única que la hace feliz en una adultez llena de calamidades.

En Santolaya de Cabranes, capital del Concejo de Cabranes, en Asturias, viven poco más de trescientas treinta almas. Trescientas treinta y una si uno cuenta a la niña de los saltos, que los vecinos dicen que cruza la plaza del pueblo todas las noches, sonriente y juguetona. Cuenta Edgar Borges en 'La niña del salto' (Ediciones Carena, 2018), su última novela, que en ese pueblo vivió hace veinte años Antonia, aunque podría haber sido en otro lugar, real o inventado, antes o después. "La vida de Antonia estuvo determinada por dos tragedias. La primera ocurrió el viernes 9 de octubre de 1987, poco antes de que se quedara embarazada. La segunda aconteció, también, un 9 de octubre, pero de 1994, cuando su hija tenía seis años y tres meses". Así comienza la historia de Antonia, "que pasaba horas sentada en el váter para restarle tiempo a la convivencia con su marido".

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