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Los tres detectives de entreguerras de moda en la novela negra: Ricciardi, Rath y Falcó
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Los tres detectives de entreguerras de moda en la novela negra: Ricciardi, Rath y Falcó

En el último decenio ha aparecido una trilogía de investigadores que desarrolla su actividad entre las dos guerras mundiales

Foto: Detalle de la portada de 'Falcó', de Arturo Pérez-Reverte. (Alfaguara)
Detalle de la portada de 'Falcó', de Arturo Pérez-Reverte. (Alfaguara)

La Historia puede explicarse y silenciarse de muchas maneras. Nuestra época tiende a ser comparada en ciertos aspectos con los años treinta del siglo pasado, pero el símil suele quedarse en el tópico desde el colapso económico, las colas del paro y un aumento de populismos con la eterna amenaza de un nuevo fascismo en el horizonte. El período de entreguerras cabalgó entre la euforia de los años veinte y su precipitado final en octubre de 1929. A veces la hemeroteca constata lo inesperado de las debacles. Poco antes del hundimiento de la bolsa de Wall Street, Aristide Briand habló en la Sociedad de Naciones de una futura Europa Federal. Días más tarde murió su mayor aliado, el ministro de exteriores alemán Gustav Stresseman, y la República de Weimar inició sin saberlo su camino hacia el infierno mientras los cabarets berlineses seguían con su imparable senda de desenfreno.

Tras la locura de Wall Street, la vertiente Occidental del Viejo Mundo avanzó hacia una división entre frágiles democracias y totalitarismos inspirados en la obra de Benito Mussolini. La marcha sobre Roma de octubre de 1922 se anticipó a sus seguidores y plantó la simiente de un Estado corporativista con ambiciones imperialistas. Hitler aterrizó en el poder en enero de 1933 y Franco sólo consolido el suyo con la conclusión de la Guerra Civil.

placeholder Un fotograma de 'Hijos del Tercer Reich'
Un fotograma de 'Hijos del Tercer Reich'

Los tres regímenes murieron, unos tras la guerra y otro en la cama, y sus países recuperaron la vía democrática. Pese a ello durante muchos años el mutismo predominó y en ocasiones parece que la ciudadanía no quiera saber mucho de ese nefasto pasado. En Alemania la recuperación de la memoria llegó con la unificación mediante un programa escolar en que el nazismo tiene una importancia primordial para evitar su repetición que se refuerza con una serie de producciones televisivas con clara vocación pedagógica. Entre ellas conviene destacar 'Hijos del Tercer Reich', miniserie donde se enfocaba el período nacionalsocialista desde el golpe que supuso a la normalidad de cinco jóvenes. La producción germánica con relación al pasado no se limita a Hitler. Buena prueba de ellos serían filmes y series recientes como 'Goodbye Lenin', 'La vida de los otros' o 'Deutschland 1983', obras fílmicas más que válidas para entender los mecanismos y nostalgias de la antigua RDA.

Por lo que concierne a las dictaduras mediterráneas flota una sensación de descuido académico o una escasa voluntad de educar a la ciudadanía en ese pasado. El recuerdo adolescente nos lleva a esos programas que siempre terminaban con la caída de Cuba y nunca llegaban al siglo XX, como si fuera un pecado analizarlo, y lo mismo ocurría en la Universidad, donde quien escribe, pese a licenciarse en Humanidades, no abordó la Segunda República y la Guerra Civil hasta el doctorado.

El caso italiano tendría la excusa de su cinematografía, siempre interesada en analizar lo pretérito desde el neorrealismo, cuando se atrevieron con el pasado presente mediante una serie de películas célebres, de 'Roma Città Aperta' a 'Paisà', hasta alcanzar en nuestros días una calidad encomiable a la hora de hablar sin tapujos de los tortuosos años de plomo de la década de los setenta y de la corrupción que terminó con la Primera República, retratada a la perfección en la serie 1992 y sus sucesivas secuelas.

Detectives en arenas movedizas

Sin embargo, el Franquismo y el Fascismo siguen siendo una especie de coto infranqueable en el sector cultural. Los últimos tiempos apuntan a una coincidencia entre los tres países: los detectives son una metáfora de pesquisa de lo desconocido y pueden ayudar a que lectores alejados de la alta literatura se interesen por esas arenas movedizas de la Historia.

placeholder Portada de 'Un gángster en Berlín'
Portada de 'Un gángster en Berlín'

A lo largo del último decenio ha aparecido una trilogía de investigadores que desarrolla su actividad durante el mundo de entreguerras. En el caso teutón Gereon Rath es el héroe inventado por Volker Kutscher, un antiguo periodista especializado en la República de Weimar que hasta la fecha ha dedicado seis novelas a su protagonista, un comisario de policía que, tras escapar por un turbio fracaso de su Colonia natal, recala en el Berlín previo al nazismo, donde luchará por adaptarse al medio mientras, poco a poco, se erosiona la democracia y las calles se llenan de conflictividad política en medio de una urbe acelerada entre hampones, callejones sin salida, delirios de la transición del cine mudo al sonoro y una atmósfera muy cargada de incertidumbre.

Rath es un solitario que ni sabe ni quiere obedecer a sus superiores. Su superlativa inquietud le llevará a trabajar fuera del horario de oficina y a complicarse la vida al saber demasiado de todos los casos abiertos y tener que ocultarlo, porque en su continuo vaivén por la capital prusiana cometerá más de un error, matará casi sin querer y se adentrará en tugurios de moda en los que siempre habrá una puerta abierta para el secreto. Su único consuelo estribará en el alcohol, el intento de consolidar su relación con Charlotte Ritter, una estudiante de derecho con fino olfato policial, e intercambiar confidencias con Weinert, un periodista que reside en una penosa pensión desde la que abarca todo el mapa del mal con su máquina de escribir.

El éxito de las novelas de Kutscher, en España Ediciones B editó las tres primeras de la saga, se ha trasladado a la gran pantalla con 'Babylon Berlin', la mayor producción televisiva del principal motor europeo. En sus dos primeras temporadas, de increíble factura visual, ha cogido elementos de las novelas sin ser fiel a las mismas por exigencias de un guion trepidante que ha triunfado en casi todo el Planeta.

Hambre y amor

En la serie Rath toma una especie de droga calmante, algo común en estos detectives de antaño. El comisario Luigi Alfredo Ricciardi, héroe de Maurizio De Giovanni, desarrolla su actividad en el Nápoles mussoliniano, concretamente en los primeros años treinta, cuando el Duce navegaba tranquilo en el interior y se aprestaba a cumplir sus sueños coloniales. Al igual que su coetáneo del norte no simpatiza con el fascismo y su rebeldía le impide confraternizar con sus superiores, quienes le aguantan por su brillante eficacia en la resolución de las investigaciones, que siempre enfoca desde los dos motivos esenciales de la muerte: hambre y amor. Tiene un aire, sin sombrero, al comisario Ingravallo de 'Un maledetto imbroglio' de Pietro Germi, pero su magia reside en su tormento de ver las últimas acciones de los difuntos antes de expirar. Al perder a sus padres de pequeño vive con su tía y se resiste a emparejarse por miedo que sus poderes, que denomina El asunto, afecten a sus relaciones. Aun así, es cortejado por Livia, viuda de un famoso tenor, y suspira por su vecina Enrica, a la que observa desde la ventana de su habitación sin saber ser correspondido.

placeholder Portada de 'El verano del comisario Ricciardi'
Portada de 'El verano del comisario Ricciardi'

Ricciardi tiene como compañeros a Maione, un ayudante obsesionado con la gastronomía partenopea, y al Dottore Modo, un antifascista de manual con quien habla de lo divino y lo humano. Sólo ellos, y no en su totalidad, comprenden el martirio de su compañero, un fenómeno en el país transalpino que ha convertido a De Giovanni en el más que probable sucesor de Andrea Camilleri. A falta de un detective romano el escritor napolitano, que empezó con su personaje en un concurso literario, ha ampliado fronteras y en España Lumen publicó seis de sus andanzas.

Si Rath destaca por su torpe parsimonia, pese a todo muy germánica, y Ricciardi por ser un empecinado taciturno, su coetáneo español es casi el doble de su creador. Lorenzó Falco es arrogante, mujeriego, no se casa ni con su sombra y sólo es de fiar porque suele cumplir con lo pactado. Las tramas urdidas por Arturo Pérez Reverte son más simples e instantáneas, bombas de relojería sin la complejidad de las de Kutscher ni la elegancia de De Giovanni, pero con ese efecto logra la misma contundencia, aliñada con la provocación de conferir a Falcó la pertenencia al servicio de espionaje franquista durante la Guerra Civil en misiones de alto copete, desde un hipotético rescate de José Antonio Primo de Rivera hasta la recuperación del oro de Moscú en Tánger, escenario arquetípico del género y la época.

placeholder Portada de 'Falcó'
Portada de 'Falcó'

La épica de Falcó contrasta con la de Rath y Ricciardi, cuyas exploraciones en la realidad sirven a sus autores para presentar frescos de la sociedad en un trance crucial desde la cotidianidad. De hecho, puede decirse que la criatura del padre de los cipotudos lleva una marca de hombría que empapa toda su superficie salvo por sus cavilaciones amorosas con una soviética, ideal para aderezar el relato con aquello de los polos opuestos se atraen y dar un poco de picante con la esperanza de transformar a un completo fornicador de etiqueta en alguien con un mínimo de sentimientos.

Dado que la ficción ha dado con un método inteligente y dinámico para transmitir la dura cadena de entreguerras quizá haya llegado el turno para que los gobiernos, de todo tipo y pelaje, activen su maquinaria para hacer lo mismo desde una voluntad de formar a sus ciudadanos, pero esta afirmación es un sueño mientras la Cultura y la Historia sean meros instrumentos de manipulación en manos de los que mandan, una verdadera tragedia digna de investigación y denuncia.

La Historia puede explicarse y silenciarse de muchas maneras. Nuestra época tiende a ser comparada en ciertos aspectos con los años treinta del siglo pasado, pero el símil suele quedarse en el tópico desde el colapso económico, las colas del paro y un aumento de populismos con la eterna amenaza de un nuevo fascismo en el horizonte. El período de entreguerras cabalgó entre la euforia de los años veinte y su precipitado final en octubre de 1929. A veces la hemeroteca constata lo inesperado de las debacles. Poco antes del hundimiento de la bolsa de Wall Street, Aristide Briand habló en la Sociedad de Naciones de una futura Europa Federal. Días más tarde murió su mayor aliado, el ministro de exteriores alemán Gustav Stresseman, y la República de Weimar inició sin saberlo su camino hacia el infierno mientras los cabarets berlineses seguían con su imparable senda de desenfreno.

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