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'Dead Man Walking': ¿sirve de algo la pena de muerte?
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estreno el 26 de enero

'Dead Man Walking': ¿sirve de algo la pena de muerte?

Hasta el 9 de febrero el Teatro Real acoge la ópera 'Dead Man Walking', basada en el libro homónimo de la hermana Helen Prejean que inspiró la película 'Pena de muerte'

Foto: El barítono Michael Mayes como Joe De Rocher, a punto de enfrentarse a la inyección letal. (Teatro Real)
El barítono Michael Mayes como Joe De Rocher, a punto de enfrentarse a la inyección letal. (Teatro Real)

Faltan pocos minutos para que el reo Joseph De Rocher, preso 95281, se enfrente a su castigo. Condenado por el homicidio de una pareja de jóvenes, De Rocher, apesadumbrado, se dirige a los padres de las víctimas: "Espero que con mi muerte encuentren el consuelo". La reparación es imposible, el consuelo improbable, la condena irrevocable: inyección letal. Atendiendo a la esencia del acto, parece difícil justificar la legitimación del asesinato como reparación de sí mismo. Y, atendiendo a la falibilidad del hombre, que es mucha, también es mucha la osadía de asignarse la decisión de si un hombre debe morir. "Ningún Gobierno es lo suficientemente inocente o lo suficientemente sabio como para reclamar un poder tan absoluto como la muerte", escribió la hermana Helen Prejean en su libro 'Dead Man Walking'. Prejean, monja católica, conoció en 1984 al verdadero Joseph De Rocher, que en realidad se llamaba Elmo Patrick Sonnier, condenado por la violación y el asesinato de Loretta Ann Bourque, de 18 años, y el homicido de David LeBlanc, de 17. Pero también Robert Lee Willie, acusado de secuestrar, forzar y matar a Faith Hathaway, que acababa de cumplir la mayoría de edad. Ambos buscaron el apoyo espiritual de la hermana Prejean. Y ambos murieron en la silla eléctrica en 1984.

Esta experiencia cercana con el corredor de la muerte llevó a Prejean a publicar en 1993 un alegato en contra de la pena capital en forma del libro 'Dead Man Walking', que apenas dos años después Tim Robbins adaptó al cine con la película 'Pena de muerte', candidata a cuatro Oscar y ganadora del de Mejor actriz para Susan Sarandon en el papel de, precisamente, Helen Prejean. Y desde el 26 de anero hasta el 9 de febrero, el Teatro Real acoge la ópera que, a partir del libro, levantaron hace más de diecisiete años el compositor Jake Heggie y el libretista Terrence McNally, una producción de la Lyric Opera de Chicago procedente de la Houston Grand Opera que bordea el teatro —e incluso el cine— y que en 2018 ya habrá sumado su 60 versión internacional. "Dead Man Walking! ¡Por ahí camina el hombre muerto!".

placeholder Joe De Rocher (Mayes) reflexiona en el corredor de la muerte. (Teatro Real)
Joe De Rocher (Mayes) reflexiona en el corredor de la muerte. (Teatro Real)

El comienzo de 'Dead Man Walking' bien podría ser el de 'Zodiac' (2007), de David Fincher. Casi como en un plano secuencia estático. Un coche aparcado bajo la noche estrellada. Una explanada apartada en la que parejas de adolescentes se esconden para enrollarse lejos de miradas reprobatorias. Dos chicos desnudos se magrean tumbados en una toalla: cuerpos torneados y hormonas al calor del verano. Suena la radio y los grillos y suena la piel. Y dos hombres, con el rostro en penumbra acechan. La escena acaba con la misma quietud con la que empezó, sí, pero después de una lluvia de golpes, cuchilladas y disparos que deja dos cadáveres como postdata.

Una lluvia de golpes, cuchilladas y disparos que deja dos cadáveres como postdata

Y en este comienzo tan potente, el libreto de McNally, se entrega a una de sus decisiones más cuestionables: revelar desde el primer momento la identidad de los autores del crimen y, por tanto, la culpabilidad de los mismos. No hay lugar a la duda. El espectador pierde entonces la posibilidad de plantearse la inocencia del condenado a muerte, uno de los principales argumentos de los abolicionistas. Por eso, cuando en escena De Rocher —interpretado por el barítono Michael Mayes, fibradísimo— suplica "diles que soy inocente; mi hermano manó a esos dos chiquillos", la defensa pierde su fuerza. La cuestión aquí es esperar a que De Rocher confiese.

placeholder La hermana Helen Prejean (Joyce DiDonato) y el condenado. (Teatro Real)
La hermana Helen Prejean (Joyce DiDonato) y el condenado. (Teatro Real)

La hermana Helen Prejean (Joyce DiDonato) lleva un tiempo carteándose con De Rocher cuando, por petición del recluso, decide visitarlo en el corredor de la muerte y apoyarlo en una vista que supone su última oportunidad para pedir el indulto. La religiosa emprende un viaje —primero físico, más tarde emocional y de fe— desde Nueva Orleans hasta la cárcel de Angola, en Luisiana, que en el escenario se resuelve a traves de proyecciones de fotografías en movimiento, no demasiado sofisticadas. Pero el cine vuelve a hacerse presente en los encadenados que concatenan las ensoñaciones de Prejean. Y allí se encuentra por primera vez con el ambiente carcelario, donde hasta a ella pueden llamarle "puta" por el hecho de ser mujer y donde Dios no parece estar muy presente, más allá del padre Grenville, que no cuenta con muchos simpatizantes.

A través de varios encuentros con De Rocher, 'Dead Man Walking' plantea la repercusión del trasfondo social en los casos de criminalidad. De familia de bajos recursos, desestructurada, la madre del recluso (Maria Zifchak) lo presenta como carne de cañón. "La vida de mi hijo Joseph no ha sido una vida fácil", lo disculpa. "Su padre nos abandonó cuando Joe tenía dos años. Nunca se llevó bien con su padrastro. Éramos pobres. Siempre pobres. Joe fue un mal estudiante. No puedo ni pronunciar esta palabra: dis-le-lex-sia. Dejó el colegio en Tercero de E.S.O. Se juntó con malas compañías. Tuvieron que ver con asuntos de drogas y otros delitos. Creo que hubo una mujer y un niño por ahí. Nada de esto excusa aquello tan terrible de lo que se le acusa. No estoy diciendo eso. Digo que Joe, mi Joe, no es un mal chico". No hay demasiada sutileza en el texto y eso acaba pesando.

placeholder La hermana Helen (DiDonato) y la hermana Rose (Measha Brueggergosman). (Teatro Real)
La hermana Helen (DiDonato) y la hermana Rose (Measha Brueggergosman). (Teatro Real)

En sus encuentros, la ópera enfrenta dos mundos contrapuestos: el de la hermana Helen, casta, devota y empática, y el del recluso, fumador, sexual y con la animalidad de quienes han crecido en las calles en las calles. Sin embargo, la monja intenta comprenderle —y, al igual que ella el espectador— y compadecerlo. Y ante todo, si no puede librarle de la pena, al menos de alguna de las cargas con las que se enfrenta a la muerte. En otro momento cinematográfico, los dos encuentran su punto de unión en su pasión por Elvis para acabar arrancándose por 'The Jailhouse Rock'. Hasta un asesino y una monja tienen algo en común. Que son humanos. Y, por tanto, imperfectos.

Sin embargo, en esta ópera moderna en dos actos falta emoción, más allá del lamento de la madre del reo y de las madres y los padres de las víctimas, que protagonizan la escena más conmovedora, cuando increpan a la religiosa por su apoyo al reo. "Usted no sabe lo que es enterrar a su hijo e intentar encontrar consuelo. Una silla vacía a la mesa. Su chaqueta en el perchero. Tus últimas palabras. Abróchate la blusa. Péinate. Haz los deberes. Limpia tu habitación. Cierra la puerta...". Pero ni De Rocher ni Prejean despiertan demasiada empatía. La religiosa defiende su postura aludiendo a la palabra de Dios, pero también a la humanidad y a la conciencia.

placeholder Otro momento de 'Dead Man Walking'. (Teatro Real)
Otro momento de 'Dead Man Walking'. (Teatro Real)

Pero a pesar de ello, el mensaje llega. Con la pena de muerte, los familiares, los amigos de los condenados se convierten también en víctimas. Y los seres queridos de los muertos no consiguen recuperarlos ni recuperarse. Si el castigo es también prevención hay muchas opciones antes de llegar a la pena de muerte. Desde que "el castigo iguale la ofensa" y el "ojo por ojo", la sociedad ha evolucionado —esperemos— como para acercarse a la realidad de una forma más compleja y profunda. ¿Casa esto con legislaciones que mantengan la aplicación de la pena capital? ¿Sirve de algo matar a otro ser humano, por muy execrables que sean sus acciones?

Faltan pocos minutos para que el reo Joseph De Rocher, preso 95281, se enfrente a su castigo. Condenado por el homicidio de una pareja de jóvenes, De Rocher, apesadumbrado, se dirige a los padres de las víctimas: "Espero que con mi muerte encuentren el consuelo". La reparación es imposible, el consuelo improbable, la condena irrevocable: inyección letal. Atendiendo a la esencia del acto, parece difícil justificar la legitimación del asesinato como reparación de sí mismo. Y, atendiendo a la falibilidad del hombre, que es mucha, también es mucha la osadía de asignarse la decisión de si un hombre debe morir. "Ningún Gobierno es lo suficientemente inocente o lo suficientemente sabio como para reclamar un poder tan absoluto como la muerte", escribió la hermana Helen Prejean en su libro 'Dead Man Walking'. Prejean, monja católica, conoció en 1984 al verdadero Joseph De Rocher, que en realidad se llamaba Elmo Patrick Sonnier, condenado por la violación y el asesinato de Loretta Ann Bourque, de 18 años, y el homicido de David LeBlanc, de 17. Pero también Robert Lee Willie, acusado de secuestrar, forzar y matar a Faith Hathaway, que acababa de cumplir la mayoría de edad. Ambos buscaron el apoyo espiritual de la hermana Prejean. Y ambos murieron en la silla eléctrica en 1984.

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