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Carla Bruni, una rebelde chic prisionera en su burbuja
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Carla Bruni, una rebelde chic prisionera en su burbuja

La diva de la chanson presenta en directo en Madrid un disco de versiones, ‘French Touch’

Foto: Concierto de Carla Bruni en Madrid. (EFE)
Concierto de Carla Bruni en Madrid. (EFE)

Carla Bruni Tedeschi (Turín, 1967) es una cantautora de talento. Su álbum de debut, ‘Quelqu’un m’a dit’ (2003), desplegaba melodías acogedoras, estribillos distinguidos y una gran habilidad para los juegos de palabras. Se convirtió en un clásico instantáneo, que la llevó al estatus de superventas por méritos propios. Desde entonces, no ha vuelto a hacer nada a esa misma altura, pero sus trabajos siempre tienen sentido, cuidado y dignidad. Seguramente el más prescindible sea el último, ‘French Touch’, una previsible colección de versiones chic, desde Depeche Mode a Henry Mancini, pasando por Abba.

En realidad, el álbum suena como un descendiente de Nouvelle Vague, el grupo francés especializado en transformar himnos nuevaoleros en música ambiental cool, perfecta para acolchar espacios comerciales lujosos (en España no han parado de sonar en boutiques trendy, afterworks de barrios nobles o en la carísima cadena de supermercados Sánchez Romero). Solo hay una cosa que realmente chirría en el disco de Bruni: ¿no es demasiado morro incluir una versión de The Clash, el grupo punk con más protesta social de su generación? Básicamente, es como si Marlango hiciera una versión de La Polla Records o Russian Red rindiera tributo a Los Chicos del Maíz. ¿No habría que poner algún límite al postureo cultural?

“Vivo en una burbuja”

En realidad, sería interesante que la respuesta la diese la propia artista. Su responsable de prensa comunicó a algunos periodistas que Bruni estaba dispuesta a responder cuestionarios por mail para promocionar sus conciertos de Madrid y Barcelona. Una vez entregados, ella o su oficina cambiaron de opinión, sin atender a nuestras preguntas. Una era esta: “¿Cuáles son sus motivos para versionar “Jimmy Jazz”, uno de los emblemas del disco ‘London Calling’?” Ese álbum explicaba la dureza de la vida en los barrios de marginados de Londres durante los años setenta. Su pieza más emblemática es 'Guns Of Brixton', una defensa de las revueltas en el barrio ante las duras condiciones de vida y los abusos policiales.

Su primer disco se convirtió en un clásico instantáneo, que la llevó al estatus de superventas por méritos propios

Más o menos, lo mismo que ocurre periódicamente en las 'banlieues' pobres de París, donde cíclicamente se dan protestas con quema de coches. ¿Es legítimo versionar a The Clash cuando Bruni está casada con Nicolás Sarkozy, el ministro de interior francés que llamó “escoria” a quien protestaba por la degradación de sus barrios? ¿Cuándo ha expresado Bruni alguna preocupación por el maltrato a los excluidos de la sociedad? ¿No estamos entrando en territorio ‘Zoolander’? En realidad, 'Jimmy Jazz' es la celebración de un forajido desafiante y despiadado, experto en burlar a la policía. Suena un poco frívolo, como la típica fascinación de la clase alta por la “emocionante” vida de los guetos urbanos. “Nunca he sido militante, ni política ni socialmente, siempre he vivido en una burbuja”, admitió Bruni públicamente hace cuatro años. Una frase que le honra, por cierto.

Sarkozy como algo cool

El mes pasado, Bruni escribió un bonito y emocionante obituario sobre Johnny Hallyday. “Era uno de esos artistas que arden, como Elvis Presley o Edith Piaf”, decía. Además de la música, las anécdotas del texto confirman hasta que punto la clase alta europea vive en un circuito social exclusivo. Bruni asistió al mismo colegio privado elitista de París que David, hijo del rockero francés. Luego se perdieron la pista, pero se reencontraron porque Hallyday era buen amigo de “Sarko” en sus años en el Elíseo. La cantante creció entre mansiones y palacios de su familia, músicos e industriales italianos multimillonarios.También ejerció como la mejor agente de prensa de Sarkozy.

La periodista Deka Aitenhead, del diario británico 'The Guardian', escribió en 2013 que cuando entrevistas a la cantante “parece estar promocionando su matrimonio tanto como su disco”. Durante la charla con la prensa coge llamadas de Sarzokzy sin pudor, hasta el punto de que Aitkenhead puede ver como le tiene registrado en el móvil como “Amor Nicolás”. En algunas letras del disco ‘Comme si de rien n’etait’ (2008) presumía de la gran vida sexual que disfrutaba, mientras que en ‘Little French Songs’ (2013) el tema 'Le Pingouin' era una burla descarada contra Francoise Hollande, rival de su marido. “Ni guapo ni feo, ni alto ni bajo, ni frío ni caliente, ni 'sí' ni 'no'”, dice la letra. La derecha francesa, en esa época, había colgado a Hollande el apodo de Señor-ni-sí-ni-no”.

Amor de papel couché

Es como si Marlango hiciera una versión de La Polla Records o Russian Red rindiera tributo a Los Chikos del Maíz

Las sugerencias de imagen de Bruni al expresidente han llegado a descontrolarse. En 2015, una foto estival de la pareja estaba tan retocada que la prensa francesa bromeó con el titular “Sarkozy pasa sus vacaciones en Photoshop”. Por ejemplo, se veía al político más alto que su mujer -ella le saca quince centímetros-, menos gordo que en la realidad y siempre rodeado de los besos y caricias de su esposa. “Las posturitas de la señora Sarkozy, dando la espalda a los fotógrafos para ofrecer las partes más torneadas de su silueta íntima en todo su esplendor, rozan el pornosoft”, lamentaba ABC. La noticia también denunciaba un descarado truco electoral disfrazado de gesto cotidiano. “La hija de la pareja, Giulia, aparece acompañada de una señora del servicio, francesa de raza negra… Detalle nada azaroso: los cuatro millones de franceses de raza negra (nacidos en las antiguas colonias) apreciaran el fino toque liberal del presidente, confraternizando con el servicio en una playa más o menos pública, pero de muy difícil acceso a la mayoría de los franceses, claro está”, lamenta el diario conservador español.

En el fondo, el dilema de artístico de Bruni tiene mucho que ver con una dinámica del mundo de la moda. La estética fashion está obligada a parecer irreverente y desafiante, al mismo tiempo que no crea problemas a sus clientes de clase alta. Bruni tuvo su momento de esplendor a finales de los años noventa, cuando dominaba las pasarelas y facturaba unos cuatro millones de euros al año. Por supuesto, tiene morbo venderse como la diva chic con el toque callejero suficiente para hacer una versión de The Clash. El problema es que hace tiempo que Carla Bruni dejó de ser creíble.

Carla Bruni Tedeschi (Turín, 1967) es una cantautora de talento. Su álbum de debut, ‘Quelqu’un m’a dit’ (2003), desplegaba melodías acogedoras, estribillos distinguidos y una gran habilidad para los juegos de palabras. Se convirtió en un clásico instantáneo, que la llevó al estatus de superventas por méritos propios. Desde entonces, no ha vuelto a hacer nada a esa misma altura, pero sus trabajos siempre tienen sentido, cuidado y dignidad. Seguramente el más prescindible sea el último, ‘French Touch’, una previsible colección de versiones chic, desde Depeche Mode a Henry Mancini, pasando por Abba.

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