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Celine Dion, el suplicio musical global que desembarcó del Titanic
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Celine Dion, el suplicio musical global que desembarcó del Titanic

Dos décadas después del estreno del largometraje de James Cameron, 'My Heart Will Go On' sigue siendo el tema más conocido de la artista canadiense

Foto: Dion tras interpretar en los últimos premios Billboard el tema compuesto por Horner, 'My Heart Will Go On'.  (REUTERS)
Dion tras interpretar en los últimos premios Billboard el tema compuesto por Horner, 'My Heart Will Go On'. (REUTERS)

En 1998 la pesadilla musical del momento comenzaba con veinte segundos de flauta. En ese instante, tenías tiempo de mover el dial de la radio, cambiar el canal del televisor o abandonar, apresuradamente, la tienda en la que estuvieses. Si te pillaba despistado, ahí estaba otra vez Céline Dion susurrándote “Cada noche en mis sueños, te veo, te siento”. El arranque de una de las canciones más radiadas de la Historia, que se coló en nuestras vidas en diciembre de 1997 por culpa de “Titanic”. La película de James Cameron no tuvo suficiente con dejarnos la eterna duda de si Jack y Rose cabían en la tabla de marras, sino que además, y a pesar de las reticencias del director, quedó atada de por vida a ‘My Heart Will Go On’ y a su intérprete.

La culpa de todo la tuvo el difunto James Horner, compositor de la banda sonora de la película, pero también de la canción. “Estaba en una suite con piano del Caesars Palace” rememoró Dion hace unos meses en una entrevista para Billboard, y Horner “comenzó a tocar la canción. Con todo el respeto que tengo por él, no era el mejor de los cantantes”. Consciente del destrozo musical el marido de la solista, su representante René Angélil, le detuvo. “Escúchame, no estás haciendo justicia a la canción. Vamos a hacer un trato: dejemos que Céline haga la demo” narra la propia cantante reconociendo que, en ese momento, quiso ahogar a su (también difunto) marido. La vocalista de temas tan conocidos como 'I'm Alive' o 'That's the Way It Is', no tenía muchas ganas de seguir poniendo voz a las grandes bandas sonoras de Hollywood, y menos cuando acababa de participar en ‘La Bella y la Bestia’.

Foto: James Cameron, Leonardo DiCaprio y Kate Winslet en un momento del rodaje. (Merie W. Wallace/Paramount)

“Creo que René le dijo que eso iba a ser una de las cosas más grandes de su carrera” confesó en la misma entrevista Tommy Mottola, que por aquel entonces era el máximo responsable del área de entretenimiento de Sony Music. Pero los que apostaban por la composición de Horner sabían que no necesitaban únicamente el visto bueno de Dion. Y tras la grabación de la canción en Nueva York, durante la cual los presentes terminaron llorando a lágrima viva, el compositor estuvo semanas con la cinta en el bolsillo, esperando el momento adecuado para enseñarle el resultado a James Cameron. Un hombre que ya había compartido con su equipo que no quería terminar la película con una canción pop. Pero como la solista, el director no pudo resistirse a la fuerza de la composición de Horner, y en primavera de 1997 accedió a que 'My Heart Will Go On' fuese el tema principal de 'Titanic'.

Cera para muebles y odio

Veinte años después, nadie duda del éxito de ese matrimonio de convivencia y tal y como reconoció Dion en el pésame de Horner, “su gran talento cambió mi carrera”. Y cada vez que suena la canción, lo primero que le viene a la cabeza al oyente es ‘Titanic’. Para bien y para mal. Tras el estreno de la película, y la sobreexplotación de ‘My Heart Will Go On’ llegó el hartazgo. Tal y como recoge Carl Wilson en su ensayo sobre los prejuicios en el pop titulado ‘Música de mierda’, gracias al tema principal de la película de Cameron “vapulear a Céline Dion dejó de ser un hobby exclusivamente para convertirse en un pasatiempo casi universal”. Y para apoyar su tesis el autor ofrece pruebas prácticamente irrefutables.

La crítica cultural Cintra Wilson publicó en 2001 ‘A Massive Swelling’, un ensayo en el que calificaba a Dion como “la mujer más repelente que jamás haya cantado canciones de amor” y afirmaba que “la balada de Titanic te hace sangrar por los ojos”. Rob Sheffield, de la Rolling Stone, escribió un año después que la voz de la cantante seguía siendo “cera para muebles”, mientras el crítico y sociólogo británico Simon Frith declaraba en una web especializada que la solista seguía siendo “probablemente la superestrella más odiada que recuerde, por lo menos entre mis conocidos, contando no solo a críticos, sino también a mi suegra”.

En 2005, ‘My Heart Will Go On’ fue elegida la tercera canción más odiosa de la Historia por la revista Maxim, y un año después la BBC la aupaba al número uno. En la revista musical británica Q el odio traspasaba a la obra y se trasladaba a la intérprete, con Céline Dion entre los tres peores cantantes de pop de todos los tiempos en 2007. Pero para entonces, si algo le sobraba a la solista era experiencia a la hora de sobreponerse al descrédito y la humillación popular. Esa que le enseñaron sus compatriotas canadienses cuando comenzaba a dar sus primeros pasos en la industria.

placeholder Céline Dion junto a René Angélil cuando ella tenía 14 años.
Céline Dion junto a René Angélil cuando ella tenía 14 años.

Céline la pueblerina

Céline Marie Claudette Dion nació en 1968 en Charlemagne, un barrio católico y francófono de menos de seis mil habitantes cercano a Montreal. Allí vivió siendo la menor de los 14 hijos de Adhémar Dion y Thérèse Tanguay, compartiendo apretadas camas a la hora de dormir, y tocando algún instrumento como forma de entretenimiento. Cuando sus padres alquilaron un café bar, los hermanos se turnaban, y mientras unos atendían mesas, otros animaban musicalmente la velada. Céline debutó con cinco años, y a los doce, gracias a la colaboración económica de la familia, grabaron una demo de una canción que escribió junto a uno de sus hermanos y su madre.

Con la grabación en la mano, los Dion no descansaron hasta que consiguieron una audición con uno de los managers más prestigiosos del momento en Canadá, René Angélil, que como si de una película de Hollywood se tratase, acabaría casándose con la pequeña Céline. Pero antes, cuenta la leyenda que cuando la escuchó cantar por primera vez, se echó a llorar, y prometió convertirla en una estrella. Y se tomó tan en serio su palabra, que hipotecó su casa para poder publicar su primer disco, que no fue recibido con especial cariño por las radios musicales de Quebec. Sin embargo, en Francia se convirtió en una novedad exitosa, y Céline terminó representando al país galo en un festival musical internacional. Algo que terminó despertando el interés de sus compatriotas.

En 1984 fue elegida para cantar en el Estadio Olímpico de Montreal para el Papa Juan Pablo II, una actuación que, según recoge Carl Wilson en su libro, “revivió los recuerdos de la sumisión de Quebec a la Iglesia”. La revista satírica quebequesa Croc la bautizó entonces como “Canine Dion”, poniéndola como ejemplo de los palurdos de la provincia, y flanqueándola con un mánager de mala fama y una “madre hortera” que la acompañaba a todos los conciertos.

De Quebec, pero no en francés

Para apaciguar los ánimos, y seguir dando forma a su particular proyecto Angélil pausó la carrera de Dion, y la joven se puso fundas en los dientes, tomó clases de canto y trabajó en un repertorio nuevo. Para aumentar sus posibilidades de mercado, la artista también estudió inglés, y en 1990, cuando las relaciones entre Quebec y el Canadá anglófono atravesaban un momento delicado, Dion publicó ‘Unisom’. Su primer trabajo en inglés, con la conveniente adaptación de su nombre al mercado anglosajón, fue muy comentada y provocó su entrada en la categoría de mejor artista anglófona en los premios Félix. La artista rechazó el premio sobre el escenario y la organización de los premios rebautizó la categoría en las siguientes ediciones, denominándola “artista más ilustre de Quebec en un idioma que no sea el francés”.

Tal y como recoge Wilson en su ensayo, respecto a la independencia de su patria natal, Quebec, Dion siempre ha mantenido “la prototípica postura quebequesa consistente, como suelen decir los humoristas, en defender un Quebec independiente dentro de un Canadá unido”. Una actitud tibia, pero que se ha perdonado siempre teniendo muy presente la importancia de los negocios que Dion y su marido poseen en territorio quebequés. Aunque después de su redención en la gala de los Felix de 1998, en plena vorágine de ‘My Heart Will Go On’ hizo un guiño a sus orígenes pueblerinos, a pocos en Canadá les importaba ya los inicios de la carrera de una joven que, claramente, quería llegar más allá del mercado.

Algo que consiguió sobradamente, entre listas cargadas de mala leche y millones de fans incondicionales que son conscientes de lo empalagoso de sus letras, pero la admiran igualmente, incapaces de resistirse a las trampas y los ritmos de sus canciones. Y veinte años después siguen llenado sus actuaciones anuales en el Caesar Palace de Las Vegas. Citas que la solista cierra, como no podría ser de otra manera, con 'My Heart Will Go On'. Un tema que Céline nunca quiso, pero que es el único con el que casi todos los presentes en el recital terminan derramando una lágrima. Y qué más quiere un artista que emocionar a su público.

En 1998 la pesadilla musical del momento comenzaba con veinte segundos de flauta. En ese instante, tenías tiempo de mover el dial de la radio, cambiar el canal del televisor o abandonar, apresuradamente, la tienda en la que estuvieses. Si te pillaba despistado, ahí estaba otra vez Céline Dion susurrándote “Cada noche en mis sueños, te veo, te siento”. El arranque de una de las canciones más radiadas de la Historia, que se coló en nuestras vidas en diciembre de 1997 por culpa de “Titanic”. La película de James Cameron no tuvo suficiente con dejarnos la eterna duda de si Jack y Rose cabían en la tabla de marras, sino que además, y a pesar de las reticencias del director, quedó atada de por vida a ‘My Heart Will Go On’ y a su intérprete.

James Cameron