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'Yo contengo multitudes': la peor distopía imaginable aún no te la habían contado
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el libro de ciencia del año

'Yo contengo multitudes': la peor distopía imaginable aún no te la habían contado

El periodista británico Ed Yong publica un título que multiplica nuestra realidad y nuestra curiosidad: la increíble historia de los microbios que nos habitan y de cómo nos enferman... y nos curan

Foto: Bacterias dañinas. (iStock)
Bacterias dañinas. (iStock)

Las enfermedades infecciosas han desaparecido. Aquí acaban las buenas noticias. Las vacas, las ovejas y todo nuestro ganado mueren de inanición en unos días. También muchos insectos, crustáceos y corales. Los cultivos se marchitan y toda la Tierra se desertiza aceleradamente. Los desperdicios se acumulan en montañas inabarcables. Nuestra salud se resiente y, aproximadamente en un año, la sociedad colapsa mientras la extinción acecha al género humano. ¿Ataque nuclear? ¿Cambio climático? ¿Meteorito? No, esta distopía nunca te la habían advertido pero es tan sutil como catastrófica: todos los microbios del planeta desaparecieron de forma repentina. Tan inesperado apocalipsis lo imagina el periodista británico Ed Yong (1981) en el libro de ciencia más deslumbrante del año, 'Yo contengo multitudes' (Debate).

Yong es un reconocido divulgador que publica habitualmente su blog bajo el sello de National Geographic y ha dedicado su último libro a erigir una defensa entusiasta de quien todavía muchos consideran el enemigo número uno del ser humano, las bacterias, también conocidas como microbios o gérmenes. Pero, en sus páginas, el encandilado lector hallará algo más, una suerte de reivindicación a medias biológica y a medias política. Porque si uno de los legados más perniciosos del darwinismo decimonónico -por tantas otras cosas admirable- fue una maniquea visión de la naturaleza que enfrentaba a todos contra todos por el premio de la supervivencia del más apto, si dirigimos nuestra vista a las bacterias y a sus interacciones con el resto de los seres vivos, incluidos los humanos, lo que observamos más bien por todas partes es simbiosis generalizada, alianzas y, sí, apoyo mutuo. El anarquista Kropotkin tenía razón y Huxley, el bulldog, se equivocaba.

placeholder 'Yo contengo multitudes'. (Debate)
'Yo contengo multitudes'. (Debate)

"Los microbios han dominado la Tierra durante toda la historia de la vida y continuarán haciéndolo mucho después de que nos hayamos ido", nos explica Ed Yong por correo electrónico. En la línea de la mejor tradición de la ciencia moderna, aquella que desde Copérnico va poco a poco laminando nuestro persistente antropocentrismo, 'Yo contengo multitudes' despliega un mundo completamente nuevo y crucial que se esconde a nuestros ojos. Los microbios han moldeado la naturaleza -generando, por ejemplo, el oxígeno que respiramos- y moldean hoy nuestro cuerpo en cuyo interior habitan billones de ellos -el llamado microbioma- facilitando la digestión, afinando nuestro sistema inmunitario, liberando moléculas que dirigen el crecimiento de nuestros órganos e influyendo, tal vez, en nuestro comportamiento.

"Los microbios no arruinan la noción de uno mismo, simplemente la complican y lo expanden", explica Ed Yong

Tal como lo expresó Carl Jung: "En cada uno de nosotros hay otro al que no conocemos". Tal como advirtió Pink Floyd: "Hay alguien en mi cabeza pero no soy yo". Nuestra individualidad y el libre albedrío están en crisis. Las neurociencias han socavado estudio a estudio, golpe a golpe, nuestra preciada identidad, un patchwork de pequeñas piezas, hemisferios cerebrales y químicas hormonales zurcidos entre sí por el caos evolutivo. Y ahora la microbiología reincide: no somos uno, somos muchos. Pero si la individualidad es una ficción, parece ser útil... ¿De qué sirve el yo? "Esta es una pregunta para los filósofos", contesta Yong, "pero los microbios no arruinan la noción de uno mismo, simplemente la complican y lo expanden".

Microbios, instrucciones de uso

La vida madrugó pero no volvió a hacer nada interesante durante mucho tiempo. Hace algo menos de 4.000 millones de años, probablemente en las inmediaciones de alguna fumarola hidrotermal, apareció el primer organismo unicelular, algo muy parecido a una bacteria. Las bacterias reinaron unos 2.000 millones de años. Se dice pronto pero no pasó gran cosa durante aquel dilatado periodo de tiempo. La evolución no es un lento y progresivo corredor de fondo sino más bien un explosivo velocista que sólo se pone en marcha cuando suena la pistola. De pronto, algo completamente anómalo ocurrió, algo que no ha vuelto a pasar nunca más: surgió una sola célula compleja de cuya descendencia seguirían a toda velocidad plantas, animales, hongos y algas, los grandes reinos de la vida. Aquella eucariota era muy diferente de las procariotas anteriores.

Las bacterias son procariotas. Ligeras de equipaje y de formas sencillas, en su interior flota al tuntún un pequeño manojo de genes

Las bacterias, por ejemplo, son procariotas. Ligeras de equipaje y de formas sencillas, en su interior flota al tuntún un pequeño manojo de genes que generan copias a toda velocidad. Las eucariotas, sin embargo, son mucho mayores, muestran una compleja organización interior, protegen su ADN dentro de un núcleo y están llenas de toda otra clase de cosas; membranas, vesículas, organelas... Las más significativas de estas últimas son las mitocondrias, las centrales energéticas de las eucariotas. Son órganos especiales con una historia propia. Su ADN diferenciado nos cuenta que en el pasado ejercieron como bacterias libres hasta que fueron devoradas por las futuras eucariotas, con las que se asociaron desde entonces. Por cierto que a esta evolución por asociación se le llama endosimbiosis y, aunque biólogos como Lynn Margulis la han postulado en ocasiones como teoría alternativa a la selección natural, parece más bien puntual y complementaria.

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Ed Yong

Uno de los aspectos más fascinantes del libro de Yong tiene que ver con la forma en que los microbios se comunican con nuestro cerebro, influyen e incluso determinan nuestro comportamiento. ¿Alguna vez llegaremos a entender a los microbios tan a fondo que podremos autoadministrarlos, como lo hacemos con la medicación, para mejorar nuestro estado de ánimo y ser más felices?

- La gente seguramente lo intentará y, aunque está claro que los microbios afectan a nuestra mente y a nuestro comportamiento, soy escéptico respecto a que podamos diseñar deliberadamente esos efectos con cualquier tipo de precisión. Ya es bastante difícil hacer eso con productos farmacéuticos, que son sustancias químicas únicas que se pueden sintetizar de la misma manera todo el tiempo. Cuando hablas de organismos vivos, el asunto es aún más complicado.

Enfermedad e higiene

Pese a que los llamados "microbios malos" -aquellos que como la 'Mycobacterium tuberculosis' o la 'Yersinia Pestis' nos han matado desde tiempos inmemoriales con encomiable eficacia- son en realidad muy minoritarios, apenas un centenar de especies de las miles que conocemos, suelen reclamar persistentemente nuestra atención. Ed Yong describe en las páginas de su libro la decisiva relación entre los microbios y el sistema inmune, una simbiosis entendida como "equilibrio" o "conflicto"en la que ambos socios pueden beneficiarse, pero existe también una tensión inherente.

Entre los microbios y el sistema inmune hay una simbiosis en la que ambos socios se benefician pero existe también tensión

¿Cómo los controlamos? Según el libro, gracias a un inesperado aliado, los virus, que por cierto no parecen ser tan horribles como creemos. ¿Los virus eran el sistema inmune original de las especies animales? "Usamos barreras físicas para mantenerlos bajo control', explica Yong, "como el moco que recubre nuestro intestino. Nuestro sistema inmune patrulla nuestros cuerpos, determinando qué microbios logran sobrevivir en qué lugares. Y probablemente haya otros factores que detecten qué microbios llegan a coexistir con nosotros de los que no tenemos conocimiento. Los virus son probablemente parte de esta imagen".

Por cierto que el exceso de higiene que caracteriza a nuestras sociedades avanzadas no es tan buena idea al impedir que nuestro sistema inmune "aprenda". Sin embargo, la falta de higiene causó todo tipo de enfermedades y pandemias en el pasado. ¿No es ese el precio que debemos pagar para no morir de una nueva versión de la muerte negra? "La higiene", concluye Yong, "es obviamente importante y nadie quiere volver a una era de drenajes abiertos y heridas infectadas. Pero podemos ir demasiado lejos en la otra dirección, abusar de los productos antibacterianos y privarnos de nuestras conexiones con el mundo microbiano. Al igual que con todo lo relacionado con la salud, el truco es conseguir el equilibrio correcto".

Las enfermedades infecciosas han desaparecido. Aquí acaban las buenas noticias. Las vacas, las ovejas y todo nuestro ganado mueren de inanición en unos días. También muchos insectos, crustáceos y corales. Los cultivos se marchitan y toda la Tierra se desertiza aceleradamente. Los desperdicios se acumulan en montañas inabarcables. Nuestra salud se resiente y, aproximadamente en un año, la sociedad colapsa mientras la extinción acecha al género humano. ¿Ataque nuclear? ¿Cambio climático? ¿Meteorito? No, esta distopía nunca te la habían advertido pero es tan sutil como catastrófica: todos los microbios del planeta desaparecieron de forma repentina. Tan inesperado apocalipsis lo imagina el periodista británico Ed Yong (1981) en el libro de ciencia más deslumbrante del año, 'Yo contengo multitudes' (Debate).

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