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Y Rodin en el infierno encontró su paraíso
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Y Rodin en el infierno encontró su paraíso

A través de cien esculturas, treinta dibujos, la mayoría de ellos inéditos para el gran público, y una serie de fotografías antiguas el espectador podrá comprender la monumental tarea del francés.

Foto: Exposición de Rodin en la Fundación Mapfre. (EFE)
Exposición de Rodin en la Fundación Mapfre. (EFE)

Los milagros artísticos suelen depender de la casualidad de su contexto histórico. En 1880 la joven República francesa era un Estado acomplejado que se debatía en su fuero interno entre la lentitud de sueño reformista y la necesidad de recuperar la moral tras su derrota fundacional. El fantasma de la guerra contra los prusianos, y la proclamación del Imperio Alemán en Versalles, atenazaba sus movimientos, convirtiéndola en un gigante incapaz de saber apreciar todos los dones que, poco a poco, germinaban en su territorio, de lo científico a lo cultural, de la pintura a la letra escrita.

En ese mismo año Auguste Rodin recibió el encargo de una puerta escultórica dedicada, cito literalmente, a los cantos del infierno, de Dante Alighieri para la fachada de un museo de artes decorativas que la República quería crear para equiparse al South Kensington Museum de Londres, hoy en día Victoria and Albert Museum.

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El escultor tenía cuarenta años y se sentía frustrado. Hasta entonces no había recibido apoyo de ningún tipo, se había costeado el tradicional viaje de aprendizaje en Italia y necesitaba un empujón. Lo que no sospechaba es que el decreto ministerial, firmado por Jules Ferry, marcaría su carrera de modo absoluto y para entenderlo no hay nada mejor que acercarse estos meses a la sede barcelonesa de la Fundación Mapfre para admirar los dimes y diretes de una obra cumbre que no cumplió su función inicial y derivó en una especie de inmenso laboratorio de ideas esculpidas en yeso, bronce, mármol y tinta.

A través de cien esculturas, treinta dibujos, la mayoría de ellos inéditos para el gran público, y una serie de fotografías antiguas el espectador podrá comprender la monumental tarea del francés con su cometido a través de un montaje que en ningún momento quiere sentar cátedra al ser imposible, simplemente ofrece un recorrido donde se ofrecen claves interpretativas hacia la comprensión de una tarea monumental con muchas dudas, arrepentimientos, decisiones y sorpresas por el camino.

Fundir Dante con Baudelaire

Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate. Los versos del poeta florentino son legendarios, pero no explican otra clave de su concepción. Las puertas del averno dantesco están abiertas para todo el mundo porque tras la existencia se conciben como el destino natural de todos los mortales. Este libre, e inevitable, ingreso permite acceder a nueve círculos. En su concepción inicial de su gran reto Rodin los transformó en ocho al contemplar el primero de ellos, los limbos, como una especie de introducción que quería representar basándose en otro ilustre modelo transalpino. Durante su itinerario por il Bel Paese quedó admirado de la puerta del paraíso de Lorenzo Ghiberti y quiso emularla con sus paneles y motivos decorativos, pero a medida que leía, dibujaba y avanzaba entendió que el pasado sólo podía servirle de ejemplo, como un mero, y dificultoso, umbral a superar.

placeholder Exposición de Rodin en la Fundación Mapfre. (EFE)
Exposición de Rodin en la Fundación Mapfre. (EFE)

Durante el primer lustro de la década de los ochenta Rodin pensó cómo enfocar el envite basándose en 'La divina comedia'. A partir de esa obcecación deseaba ser riguroso con una explicación lírica donde el infierno era texto y espacio físico, pero a medida que progresaban sus pesquisas fue desmarcándose pese a hallar en el recorrido del gibelino y Virgilio muchos elementos que traspasó a otras latitudes artísticas. De esos estudios previos nacerán el famoso 'Beso', inspirado en la historia de Paolo y Francesca, o su canónico pensador, presente en el tímpano de la puerta a partir del personaje de Minos, juez del Hades que a la postre también sufrió cambios interpretativos, pues tanto puede ser el bardo meditando como un homenaje a la acción de reflexionar con todo el cuerpo, victoria y castigo que nos equipara con el Satán de Jean Jacques Feuchére, bronce de 1833 que Rodin metamorfoseó en su reverso humano.

Rodin se enamoró de 'Las flores del mal' de Charles Baudelaire y alteró sus propósitos para hacer del inframundo un estado de ánimo

Tras este momento inicial el punto de inflexión arriba con otro libro diabólico. Rodin se enamoró de 'Las flores del mal' de Charles Baudelaire y alteró sus propósitos para hacer del inframundo un estado de ánimo instalado en la superficie, filosofía que entronca con todo el pensamiento de su época al interiorizar esa geografía cristiana hasta hacerla devenir un malestar que todos y cada uno de nosotros padecemos en nuestro interior. De este modo la Puerta del infierno se hilvana con el legado de pensamiento finisecular, de Nietzsche a Freud, de Flaubert a Stevenson, expresándolo mediante un lenguaje escultórico y arquitectónico que exprime su significado con un detalle esencial: la puerta está cerrada porque es mera metáfora, frontera entre dos mundos hermanados por figuras dolientes. El primero, de clara matriz cristiana, ha agotado su fórmula sin que ello signifique su olvido, por eso las tres sombras que coronan la obra son un aviso de nuestro pecado en forma de múltiple Adán, el origen de todos los males. El segundo, nuestra sociedad, ha tomado ese inconsciente religioso adaptándolo a la modernidad a través un sufrimiento preludiado por Ovidio, anunciado en 'La divina comedia' y reafirmado en el aroma pútrido y certero de 'Las flores del mal'.

Tormento

Toda la superficie rectangular está ocupada por figuras que expresan tormento inmersas en un batiburrillo con aire a bucle, como si el estatismo del conjunto capturara un vendaval perpetuo e imparable repleto de sexo, muerte, desesperación, amor, ardor y gritos mudos. Cada una de las partes conecta con las demás a partir de nuestra condición humana, y tanta es la variedad de la misma que por eso esta entrada cerrada a cal y canto es susceptible de ser interpretada casi al gusto de cada par de ojos que la contemplen.

placeholder VExposición de Rodin en la Fundación Mapfre. (EFE)
VExposición de Rodin en la Fundación Mapfre. (EFE)

Rodin nunca pudo escapar de su monstruo, ofreciéndolo a cuentagotas. En 1885 el mundo supo algo más de sus intenciones por un artículo del Octave Mirbeau en La France. En 1900 presentó su creación en la Exposición Universal de 1900, instalándola en un pabellón donde la puerta se presentó sin sus elementos más remarcables, sustituidos por anotaciones que servían para ubicar a cada grupo o personaje, como si el genio quisiera continuar con el misterio o jugar a una abstracción prematura, arte conceptual antes de su invención.

Al morir el escultor su producción pasó a manos del Estado francés, que en 1919 abrió un museo dedicado a su labor en el Hotel Biron, cerca de los Inválidos. Fue en ese lugar, antigua residencia de Rodin y sitio de recreo para Jean Cocteau durante algunos meses, donde se vació la puerta en bronce por vez primera y ahora, con el centenario de un artista mucho más iconoclasta de lo que parece a simple vista, llega a Barcelona para ofrecernos la que sin duda es una de las mejores muestras de los últimos años en la capital catalana, entre otras cosas por la extraordinaria virtud de mostrar cómo esa totalidad rotunda sólo puede entenderse si se pasea por su proceso de gestación, suma de fragmentos para alcanzar la conclusión, inesperada y tan prolífica que hasta los elegidos para figurar en el elenco se independizaron de su artífice. Por eso 'El pensador' y 'El beso' cierran el repertorio, libres y muy conscientes de serlo por los avatares de una marea demasiado poderosa. La grandeza de la puerta quedó pequeña para albergar todo el despliegue y la energía de su hacedor.

Los milagros artísticos suelen depender de la casualidad de su contexto histórico. En 1880 la joven República francesa era un Estado acomplejado que se debatía en su fuero interno entre la lentitud de sueño reformista y la necesidad de recuperar la moral tras su derrota fundacional. El fantasma de la guerra contra los prusianos, y la proclamación del Imperio Alemán en Versalles, atenazaba sus movimientos, convirtiéndola en un gigante incapaz de saber apreciar todos los dones que, poco a poco, germinaban en su territorio, de lo científico a lo cultural, de la pintura a la letra escrita.

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