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"No conteste, hágalo tras la publicidad": historia oculta de 'La máquina de la verdad'
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25 años del programa que lo cambió todo

"No conteste, hágalo tras la publicidad": historia oculta de 'La máquina de la verdad'

El 'show' del polígrafo de Julián Lago puso España patas arriba en 1992. ¿Por qué se convirtió en un fenómeno sociológico? Sexo, corrupción y mentiras en la era del felipismo

Foto: Julián Lago y Antonia Dell'Atte dándolo todo.
Julián Lago y Antonia Dell'Atte dándolo todo.

“No me conteste ahora, hágalo después de la publicidad”... ¿Quién no conoce el latiguillo de Julián Lago en ‘La máquina de la verdad’? Es una de las frases más célebres de la historia de la televisión en España. El presentador la decía siempre en tono teatralmente pausado y en pleno clímax dramático: tras hacer una pregunta bomba a un invitado que, para colmo, estaba conectado a un detector de mentiras. La expresión se le ocurrió al propio Lago bajo una gran presión...

Telecinco fichó a Julián Lago -periodista de prestigio- para dar credibilidad a un nuevo formato -mitad magazine político, mitad ‘reality’-, pero Lago venía de la prensa, y tuvo que aprender a hacer tele sobre la marcha (e inventarse un personaje televisivo). Carecía de herramientas para, por ejemplo, pasar de bloque a bloque, así que se dedicaba a perseguir durante los ensayos a un jefe de producción de Telecinco, mano derecha de Valerio Lazarov, para que le sugiriera alguna coletilla, pero el productor le evitaba… adrede: quería que Lago “desarrollara sus instintos televisivos bajo presión”, recuerda el periodista Carlos Berbell, guionista de ‘La máquina de la verdad’. El experimento funcionó. “La frase se le ocurrió a Julián Lago por pura desesperación, para salir del atolladero de saltar de un bloque a otro cuando no sabes muy bien qué decir”, rememora Berbell. El latiguillo, insistimos, pasó a la posteridad. El programa, que en diciembre cumple 25 años, también. He aquí su historia oculta.

Pioneros de casi todo

Explicar por qué ‘La máquina de la verdad’ puso España patas arriba a finales de 1992 es una tarea tan compleja como explicar a un adolescente por qué los contestadores automáticos -esos muebles de varios kilos- 'cambiaron' nuestras vidas en los ochenta. En efecto, en los últimos 25 años hemos visto ‘realities’ tan disparatados -recuerden ese en el que dos desconocidos se casan y se van a vivir juntos para horror de sus familias- que revisar ahora el programa presentado por Julián Lago -que en su día fue el más escandaloso de la televisión y al que ‘El País’ dedicó varios editoriales soliviantados- puede parecer un juego de niños… El caso es que ‘La máquina de la verdad’ marcó un antes y un después en la televisión en España, que es lo más parecido a un magazine político reventa audiencias que ha tenido nunca Telecinco y que detrás de su leyenda negra -padre de la telebasura- se esconde uno de los experimentos catódicos más fascinantes de la democracia: o cuando el periodismo de investigación abrazó el espectáculo.

’La máquina de la verdad’ era un juicio: con tribunal, testigos de cargo, acusados… y polígrafo

‘La máquina de la verdad’ fue un ‘reality show’ (entonces se llamaban así, aunque los ‘realities’ del siglo XXI son bien diferentes), grabado en falso directo, en el que un personaje más o menos conocido, pero siempre polémico y morboso, era investigado, entrevistado y sometido a la prueba del polígrafo. Del canallita del 'cuore' (Espartaco Santoni), a la folclórica despechada (Antonia Dell’Atte), pasando por los protagonistas de asuntos sociales explosivos: Juan Guerra, Jesús Gil, José María Ruiz-Mateos, el hombre del maletín del 23-F o el narco arrepentido Portabales.

Además de Lago y de los pintorescos notables que pasaron por allí, la otra gran estrella era el hombre del polígrafo, el 'profesor' Edward Gelb, que todas las semanas llegaba de Los Ángeles con el detector de mentiras en la maleta.

La justicia española paró dos programas -uno sobre el secuestro de la farmacéutica de Olot y otro sobre la niñera de Ana García Obregón-, y los ministerios hicieron inviable uno -al no conceder Exterior el visado al político ruso Zhirinovski- y bramaron contra otro, el de la diva italiana Antonia Dell’Atte, que fue demasiado para el Ministerio de Educación y Ciencia.

“’La máquina de la verdad’ era un juicio: con tribunal, testigos de cargo, acusados… y polígrafo”, resume Berbell, que hizo luego otros programas en televisión, fue asesor del Consejo General del Poder Judicial y ahora dirige la web Confilegal.

“Explotó la curiosidad del espectador por conocer la verdad de ciertos personajes de un modo bestial”, añade Mariano Sánchez Soler, que también trabajó de guionista e investigador del programa.

Explotó la curiosidad del espectador por conocer la verdad de ciertos personajes de un modo bestial


Telecinco y Julián Lago se sacaron de la manga un cruce imposible entre un 'Informe Semanal' lisérgico y un 'Sálvame' punk. ‘La máquina de la verdad’ fue un formato pionero: el 'boom' catódico del 'cuore' no se había producido todavía (quedaba media década para que 'Tómbola' cambiara las reglas del juego) y las televisiones privadas (con 3 años de edad) afinaban aún su asalto a las audiencias, pero el programa batió marcas históricas de espectadores y triunfó en las conversaciones de bares y oficinas. O sea, que fue un fenómeno sociológico, por lo que tratar de despachar su éxito tirando de moralina -aquello del "a los espectadores les encanta la basura"- es poco menos que no explicar nada.

Las cosas buenas

Al margen del (gran) morbo que levantaban sus invitados, su éxito tuvo otros ingredientes menos evidentes.

1) Captó el espíritu de su tiempo (esa cosa tan difícil de hacer y que suele suceder de modo involuntario). ‘La máquina de la verdad’ se estrenó en el último mes de un año -1992- en el que España pasó de la euforia de las Olimpiadas y la Expo al bajón de la crisis económica, la corrupción y la crispación. España pedía a gritos poder rasgarse las vestiduras a gusto delante de la tele, así que ‘La máquina de la verdad’ llegó en el momento justo al lugar adecuado (el Felipistán en decadencia).

¿Qué mejor que un programa que destapaba las imposturas sociales para acompañar la caída del felipismo a golpe de escándalo de corrupción? España quería caña, y Julián Lago se la iba a dar a base de bien...

¿Qué mejor que un programa que destapaba las imposturas sociales para acompañar la caída del felipismo a golpe de escándalo de corrupción?

Hasta el punto de que 'The New York Times' se ocupó del fenómeno en un artículo. “Gracias a la reciente ola de escándalos de corrupción en España, ‘La máquina de la verdad’ se ha convertido en parte del lenguaje de la calle, con los espectadores sugiriendo nombres de políticos cuya honestidad debería ser puesta a prueba por el polígrafo (pocos nominados, por supuesto, son lo suficientemente tontos como para asumir el riesgo)”, aseguró el periódico neoyorquino.

2) Estaba hecho por un ‘dream team’ del periodismo de investigación. He aquí uno de los aspectos más desconocidos y olvidados del programa. Julián Lago era un referente del periodismo político en España tras fundar ‘Tiempo’ y convertirlo en el semanario de referencia (en un momento -los ochenta- en el que las revistas marcaban agenda política). Cuando Telecinco le ofreció presentar un programa, Lago no miró a la televisión para formar su equipo, sino a la prensa escrita, es decir, a lo que ya conocía, y fichó a profesionales del periodismo de investigación como Antonio Rubio, Mariano Sánchez Soler, Joaquín Prieto, Miguel Cerdán, Javier García, Baltasar Magro, Pilar Díez, Juan Luis Galiacho o Carlos Berbell, expertos en husmear en tribunales, registros de la propiedad y cloacas varias.

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Lago contrató a estos “aguerridos marines periodísticos” para que investigaran a los personajes, elaboraran los reportajes de arranque y le suministraran munición para unas entrevistas a cara de perro; y los pagaba “muy bien”, como reconocen ahora los propios periodistas. ‘La máquina de la verdad’, que se urdía en la quinta planta de la Torre Picasso, desveló, en definitiva, detalles novedosos de asuntos tan oscuros como el asesinato de los marqueses de Urquijo o la delictiva alcaldía marbellí de Jesús Gil, por citar dos ejemplos.

“Julián Lago cambió la forma de hacer televisión. ‘La máquina de la verdad’ era un ‘reality’, la madre de todo lo que vino después. Era una novela con clímax (el polígrafo) que trató todos los temas sociales posibles, incluido los GAL. Al espectador del 92 -acostumbrado a una TVE sin demasiados sobresaltos- le pilló de sorpresa. Las privadas estaban en pañales y el producto televisivo de éxito aún se estaba inventando; poner a un personaje famoso en la diana fue una absoluta novedad. Hicimos programas bastante buenos, como el del crimen de los Urquijo. Hay quien no entiende la mezcla de periodismo y espectáculo, pero a mí no me importa reivindicar mi paso por ‘La máquina de la verdad’”, afirma Mariano Sánchez Soler, autor de ensayos de referencia como ‘Ricos por la patria’ y ‘Negocios privados con dinero público’.

Tratamos de combinar el periodismo de investigación con el espectáculo de la máquina

“La estructura era muy periodística, aunque luego desvarió, como le ocurre a la mayoría de los programas de televisión. Hay que entender que el concepto de ‘hacer televisión’ no tiene a veces mucho que ver con el periodismo en sí, pero aquí tratamos de combinar ambas cosas: el periodismo de investigación y el espectáculo de la máquina. Tocamos temas con tirón periodístico sobre drogas (Portabales), asesinatos (marqueses de Urquijo) y corrupción (Jesús Gil), así que tan frívolos no éramos”, recuerda Antonio Rubio, director de los Máster de Periodismo de ‘El Mundo’, que antes de aterrizar en ‘La máquina de la verdad’ se había afianzado en la profesión a golpe de ‘scoop’.

"Julián Lago tenía muy claro que todos los temas había que investigarlos como si aspiráramos al Pulitzer; aunque fueran asuntos del corazón, no era el chismorreo endogámico de ahora, sino otro cosa que iba mucho más al fondo”, recuerda Sánchez Soler.

3) El programa podía agradar o desagradar, pero el entretenimiento estaba casi siempre garantizado. Además del interés de ver asuntos políticos/sociales de alto voltaje en 'prime time', y del placer morboso que generaban los famosos despellejándose en directo, ‘La máquina de la verdad’ pasó también a la historia por varios momentos cómicos memorables...

El rey de las trolas

Jesús Gil, presidente del Atlético de Madrid y alcalde de Marbella, quemó (literalmente) el detector de mentiras en el test previo a la grabación del programa. Se trató, en principio, de un problema técnico, pero es difícil no explicar el incidente de otro modo: el pobre polígrafo estadounidense no estaba preparado para enfrentarse a semejante terremoto celtibérico, capaz de alcanzar los 10 puntos en la escala Richter de las trolas.

“En ningún otro caso, ni antes ni después de Gil, habían saltado los fusibles, y menos en dos ocasiones seguidas, a lo largo de las maratonianas pruebas de horas y horas practicadas por el profesor Edward Gelb”, contó Julián Lago en sus memorias, ‘Un hombre solo’.

En ningún otro caso, ni antes ni después de Jesús Gil, saltaron los fusibles del detector de mentiras

Gil y Gil mintió al responder a la mayoría de las preguntas, según el polígrafo, y volvió a mentir (descaradamente) cuando le dijeron que había mentido y trató de defenderse…

A la pregunta “¿utiliza la alcaldía de Marbella para lucrarse con sus negocios particulares?”, Gil contestó “No”. La maquina concluyó que había mentido, y Gil, inasequible al desaliento, ofreció una errática explicación. “¡Pero si no tengo negocios! Una cosa es que trate de vender mis pisos, pero sin mezclar a la alcaldía”, afirmó ufano el estadista, ante un Julián Lago al que -lógicamente- le entró la risa (a él y a media España).

placeholder El expresidente del Atlético de Madrid, Jesús Gil. (EFE)
El expresidente del Atlético de Madrid, Jesús Gil. (EFE)


Fue el día en que algunos empezaron a entender que Gil y Gil no era de fiar. “‘La máquina de la verdad’ puso de manifiesto que Gil era un mentiroso compulsivo”, zanja Antonio Rubio. No era poca cosa en 1993, en plena popularidad de Gil, que venía de arrasar con un programa propio en Telecinco -el inenarrable ‘Las noches de tal y tal’ (1991)- y de sacar una apabullante mayoría absoluta en Marbella (1991). Gil, en definitiva, aún no estaba en el ojo de la Justicia y muchos le reían con estrépito sus gracietas inmobiliarias.

El programa de Gil hizo un estratosférico 42% de share. En Telecinco daban palmas con las orejas. “Me ha dicho Gelb que la máquina se fundió por las mentiras de Gil”, bromeó al día siguiente Valerio Lazarov, director general de Telecinco, “con una sonrisa de oreja a oreja al conocer el ‘share’”, cuenta Lago en su libro.

Mi amigo el extraterreste

Otro momento mágico en el que se juntaron la caída de la careta de un personaje público con el ataque de risa sucedió durante el programa sobre el peruano Sixto Paz, referente internacional del fenómeno ovni, que se sometió al polígrafo… y salió escaldado.

El primer punto cómico se produjo al escuchar el desconcertante interrogatorio del profesor Gelb. Se supone que el polígrafo mide las alteraciones en la presión sanguínea, el pulso y la respiración para detectar si alguien miente o dice la verdad, así que para adaptarlo a cada personaje es necesario combinar preguntas banales y sosegadas con preguntas serias y estresantes, lo que en el caso de Sixto Paz dio pie a una batería de preguntas dignas de ‘Aterriza como puedas’:

“¿Está usted en España? ¿Tiene usted la intención de decir la verdad en esta prueba acerca de los extraterrestres? ¿Ha estado alguna vez bajo los efectos de una droga alucinógena? ¿Sabe conducir un coche? ¿Ha recibido dinero de algún servicio de espionaje? ¿Ha nacido usted en Perú? ¿Han inventado usted todas estas historias con fines exclusivamente lucrativos? ¿Ha viajado usted verdaderamente en una nave espacial a otro planeta?”. 

Sí, era muy complicado escuchar esta series de preguntas aleatorias sin acabar llorando a moco tenido, pero el verdadero delirio estaba por llegar: según el polígrafo, Sixto Paz mintió en las preguntas claves, y el profesor Gelb concluyó: “Si Sixto Paz ha viajado alguna vez a Ganímedes en una nave espacial, habrá sido en sueños”.  

Pene mutilado, pene de oro

¿Le dice a usted algo el nombre de John Wayne Bobbit? Pues fue, a su manera, un icono de los noventa. Bobbitt era un marine maltratador al que su esposa -Lorena Gallo, de origen ecuatoriano- cortó el pene mientras dormía en 1993. Recién perpetrado el penicidio, Lorena Gallo agarró el bolso, salió de su casa y arrancó el coche. Cuando llevaba unos segundos en marcha, se dio cuenta de que aún llevaba el pene de su marido en la mano, así que lo arrojó por la ventanilla y tiró millas. A John Bobbitt le implantaron el pene horas después; al parecer, con éxito: tendría luego una fugaz carrera como actor porno.

Pues bien: Bobbitt cruzó el charco, entre gran expectación, para contar su caso en ‘La máquina de la verdad’. Los que vimos ese programa recordamos, por ejemplo, que Fernando Arrabal -desde la tribuna de expertos- se insinuó a Bobbit en directo. “Mi querido y tierno infante”, espetó el dramaturgo al marine en varias ocasiones... ante la perplejidad de Bobbit... y el estupor de su traductora.

Bobbitt era una pieza cotizada por varias televisiones europeas. Hubo incluso intentos alemanes de arrebatarle la exclusiva a Telecinco cuando el marine ya estaba en Madrid, pero la cadena amiga había sido rápida y astuta. Carlos Berbell, encargado de viajar a EEUU a contratar a Bobbit, nos cuenta la trastienda de la gestión dos décadas después. “Julián Lago me dijo que podía ofrecerle hasta 8 millones de pesetas, pero acabé cerrando el trato por 4 millones tras fingir que no podía ofrecer más”.

La 'performance' televisiva de Bobbit es importante porque fue la causante del extenso artículo en ‘The New York Times’ sobre ‘La máquina de la verdad’. La internacionalización del fenómeno. Tras asegurar que se trataba de un programa “raramente batido” en “las guerras por la audiencia”, el periódico neoyorquino informaba de que la tarifa de los invitados basculaba entre 10.000 y 40.000 dólares (entre 45.000 y 180.000 dólares al cambio actual).

Julián Lago me dijo que podía ofrecerle hasta 8 millones de pesetas, pero acabé cerrando el trato por 4 millones tras fingir que no podía ofrecer más

”Una de las claves del éxito de ‘La máquina de la verdad’ es que se presenta como un programa serio. El señor Lago se irrita al preguntarle si se trata de un tabloide o, como dicen los medios españoles, de ‘telebasura’", contaba el periódico. “No hay ningún motivo para considerarlo menos que al periodismo", se defendía Lago.

El presentador añadía que la clave de un buen personaje es que le “rodee algún misterio” y que esté “dispuesto a mostrar que las acusaciones populares contra él no son ciertas”, argumento al que el periodista de ‘The New York Times’ daba la vuelta: “Los invitados deben estar dispuestos también a quedar como unos mentirosos a cambio de recibir una considerable suma de dinero”.

Respecto al doctor Edward I. Gelb, que había trabajado en programas de televisión similares en EEUU, el periódico neoyorquino aseguraba que el hecho de hablar en inglés le otorgaba una “credibilidad” científica extra a los ojos de los espectadores españoles. Gelb, encantado con su creciente popularidad en España, aseguró al ‘New York Times’ que iba a protagonizar un anuncio de una cerveza española. Edward Gelb, icono pop en la España del 93.

Julián Lago tenía muy claro que todos los temas había que investigarlos como si aspiráramos al Pulitzer; aunque fueran asuntos del corazón, no era el chismorreo endogámico de ahora, sino otro cosa

En efecto, ‘La máquina de la verdad’ explotó la mística del detector de mentiras -que en España solo habíamos visto antes en las películas judiciales de Hollywood-, al dar categoría de estrella a Gelb, antiguo miembro del Departamento de Policía de Los Ángeles, presentado como si fuera un técnico incorruptible capaz de diferenciar entre sucio embuste y verdad de la buena en una España sumida en la corrupción y el desencanto.

“Gelb era un tipo pagado de sí mismo que miraba a los españoles un poco por encima del hombro, como si toda esa situación le hiciera mucha gracia, quizá porque le asombraba que fuéramos capaces de pagarle semejante pastizal para que viniera todas las semanas desde EEUU con su polígrafo”, afirma Carlos Berbell.

Polígrafos para todos

No es fácil tomarse en serio un programa con polígrafo en 2017. Los ‘realities’ han achicharrado tanto el aparato -recuerden ese escalofriante programa (‘Mentiras peligrosas’, Canal 7) en el que Leticia Sabater trataba de pasar una secadora gigante de peluquería por un detector de mentiras (en serio)- que estos aparatos son vistos por el fogueado espectador de hoy día como máquinas más humorísticas que otra cosa. Pero para el inocente espectador de 1992, el polígrafo era algo muy serio -vale, también había quién se lo tomaba a broma entonces, pero desde luego no eran tantos como ahora-.

El polígrafo no es un aparato científico, para lo que sí sirve es para hacer una puesta en escena de la verdad y de la mentira


Respecto a la fiabilidad del polígrafo, los guionistas de ‘La máquina de la verdad’ se toman el asunto con una mezcla de filosofía y escepticismo. “El polígrafo era un polígrafo de verdad, pero no olvidemos que este tipo de aparatos no funciona cuando las cuestiones son demasiado abstractas. A veces te da pistas sobre si el personaje puede estar mintiendo, y a veces, no. No es un aparato científico, para lo que sí servía era para hacer una puesta en escena de la verdad y de la mentira”, razona Sánchez Soler.

“Yo nunca he creído en el polígrafo porque, sencillamente, no es científico. Un tipo bien entrenado puede engañar a la máquina”, afirma Carlos Berbell, que al final de la conversación con El Confidencial, deja caer una perla: “Yo creo que Gelb escuchaba atentamente las claves que le daba Julián Lago sobre los personajes antes de someterlos al polígrafo, y esto tómalo como quieras”.

Mario Conde realquiló el detector de mentiras de Julián Lago para hacer la prueba a sus guardaespaldas, secretarios y colaboradores cercanos en Banesto

No obstante, otros célebres prohombres de la época se tomaron el detector de mentiras de Julián Lago tan en serio como para subarrendarlo… Cuando Edward I. Gelb no podía desplazarse a España, le sustituía un misterioso profesor israelí -David Cohen- al que los tres guionistas del programa citados en este reportaje recuerdan del mismo modo: “Decían que era del Mossad”.

Aspecto inquietante confirmado por Julián Lago en sus memorias: Cohen era un ex alto cargo de los servicios secretos israelíes “tímido o más bien desconfiado, con aspecto de vendedor de Biblias a domicilio, o de dependiente de una tienda de electrodomésticos o, vamos, de cualquier cosa menos de agente secreto, que aprovechaba el viaje desde Israel para someter al detector de mentiras a guardaespaldas, secretarios y colaboradores próximos al banquero de moda”. El “banquero de moda” no era otro que el Mario Conde al frente de Banesto, que estaba entonces en el clásico pico de subidón y paranoia previo al desmoronamiento.

La doble vida de Julián Lago

En su heterodoxia temática, ‘La máquina de la verdad’ funciona también como metáfora de la carrera y de la personalidad de Julián Lago, capaz de combinar política y ‘cuore’ con gran desparpajo, en lo profesional y en lo personal (en sus memorias se describe como una persona “audaz y vanidosa”). En efecto, Julián Lago (Valladolid, 1947) pegó tal petardazo televisivo con ‘La máquina de la verdad’ -al que siguieron después ‘Misterios sin resolver’ y ‘Por hablar que no quede’, también en Telecinco- que solo los que trabajaron con él en prensa recuerdan ahora que hubo un tiempo en que fue uno de los periodistas más importantes del país...

Resumiendo: La carrera de Lago arrancó con una trola, siguió desvelando los engaños de los poderosos y culminó con un gran espectáculo televisivo sobre el arte del embuste... La trola la soltó en el periódico donde se formó durante el tardofranquismo: ‘El Norte de Castilla’, dirigido por Miguel Delibes. En palabras de Julián Lago: “El periódico publicaba a diario mis entrevistas y caricaturas con muy buena aceptación... sobre todo aquellas que inventaba con personajes inexistentes… como una entrevista inventada a una prostituta la cual, arrepentida del mundanal ruido, había ingresado en una orden misionera con la que se marchó a un hospital perdido en África. Otra entrevista inventada, muy emotiva, se había referido a una niña estadounidense enferma de una leucemia incurable que, acompañada por sus padres, estaba ilusionada con ver el patio de San Gregorio en Valladolid antes de morir”. Y es que, según el periodista, “localizar entonces y a diario un personaje mínimamente interesante en Valladolid a veces era cosa más de un prestidigitador que de un periodista”.

En periodismo lo importante no es la verdad sino lo verosímil


En defensa de Julián Lago hay que decir que estas licencias poéticas eran más habituales en prensa de lo que usted se pueda imaginar ahora. José María García, por ejemplo, estuvo un tiempo firmando una columna en un medio… que no escribía él. Y Juan Luis Cebrián confesó otra mentirijilla hace poco en sus memorias. Lago sacó una conclusión tan “cínica” como interesante de su experimento literario: “En periodismo lo importante no es la verdad sino lo verosímil”.

El periodista vallisoletano se puso definitivamente más serio cuando saltó a Barcelona, al Grupo Z, para escribir de política durante la Transición (‘Interviú’, ‘El periódico de Cataluña’, del que fue subdirector). Vivió el 23-F desde dentro del Congreso y fundó (1981) y dirigió la revista ‘Tiempo’, que empezó siendo un cuadernillo en ‘Interviú’ y más tarde se independizó y llegó a tirar 400.000 ejemplares.

Desde la competencia me tacharon de pequeño Robespierre, de republicano de salón y de desestabilizador por criticar al rey Juan Carlos I


En 1988 fundó el semanario ‘Tribuna’, desde el que rompería el gran tabú político de la época al publicar una serie de artículos -bien fundamentados- sobre los negocios desahogados y turbios del entorno del rey Juan Carlos I. ‘Así se forran los amigos del Rey’ o ‘Las amistades peligrosas del Rey’, llegó a titular el fogoso periodista. Estos insólitos artículos de denuncia acabarían por, ¡ay!, precipitar su decapitación: ““En unos años en que el pacto de silencio y la adulación con la Corona se cumplían a rajatabla, el osado payaso [Lago se refiere a sí mismo como “el payaso” en su biografía] lo rompió al atreverse a publicar informaciones que no pasaron inadvertidas para cortesanos, aduladores y oficiosos palaciegos, pero sobre todo para el propio Rey... Desde la competencia le tacharon de pequeño Robespierre, de republicano de salón y de desestabilizador, le declararon 'persona non grata' algunas centrales publicitarias de compras y le boicotearon ciertos bancos”, cuenta Lago en sus memorias en tercera persona. Lo siguiente fue el despido...

“Julián era todo un personaje. Tenía sus manías, como tenemos todos, pero fue una gran profesional. Marcó pauta en ‘Tiempo’ y en ‘Interviú’. No era un cualquiera”, explica Antonio Rubio. “Trabajar con él era complicado porque era bipolar: o estaba de muy buen humor o de una mala hostia de cuidado, eso sí, como periodista tenía la cabeza excepcionalmente amueblada”, añade Berbell.

Paloma Barrientos, adjunta al director de Vanitatis y una de las periodistas clásicas del ‘cuore’ en España, aprendió el oficio en la redacción ochentera de ‘Tiempo’ a las órdenes de Lago. He aquí sus recuerdos:

Cada vez que me iba a Marbella, Julián Lago me decía: ‘trae crímenes, fiestas y delincuentes’

“La temporada de cubrir el verano de Marbella duraba tres meses. Antes de salir para allá, Julián Lago me decía: ‘trae crímenes, fiestas y delincuentes’”.

“Cuando estalló el escándalo de infidelidades y divorcios entre los Albertos y las Koplowitz, me mandó a París a seguir la pista de Alberto Cortina y Marta Chávarri. Me dijo: ‘No vuelvas sin una declaración y una foto’”.

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“Ejercía de director, es decir, que cuando tratabas de llegar a un gran personaje y te atascabas, una llamada suya podía desatascar el asunto. También era exigente: una vez estaba preparando una entrevista a Philippe Junot [empresario, ‘playboy’ y primer marido de Carolina de Mónaco] y Julián me dijo: ‘Este tío tiene una inmobiliaria, pregúntale si la tiene para blanquear dinero”. Y se lo tuve que preguntar, claro. O sea, que Julián Lago te ayudaba, aunque también podía romper los folios de tu artículo delante de tus narices y decirte que aquello era una mierda que no había por donde cogerla”.

“Los gurús de la prensa y los poderosos han sido bastante injustos con él, pero no conozco a nadie que trabajara con Julián Lago que hable mal de él. Enseñó el oficio a toda una generación de periodistas… ah, y era el rey de los titulares”.

"Era un buen periodista, una persona un poco loca y un gran mujeriego", zanja Paloma Barrientos.

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Julián Lago en acción.

Pero los días de vino y rosas acabaron con estrépito. Las memorias malditas de Julián Lago, que pasaron más bien desapercibidas en 2008, tenían el tono crepuscular del que es consciente de su decadencia periodística y física: el periodista, con depresión y achaques físicos, moriría meses después, atropellado en una zona rural olvidada de Paraguay, donde se había instalado con su nueva pareja, una enfermera paraguaya de 20 años, en lo que se interpretó como una mezcla de reinvención y huida hacia delante. O echarse al monte a los 63 años.

“Se compró una hacienda modesta y decía que quería enseñar porque había descubierto su vena jesuítica”, recuerda Paloma Barrientos.

Con ella llegó el escándalo

El 'programón' con Antonia Dell'Atte fue un hito de ‘La máquina de la verdad’. Para bien y para mal. La noche arrancó con estas palabras de Julián Lago: “Celos, pasiones y venganzas envuelven desde hace dos años y medio el triángulo sentimental que forman Antonia Dell’Atte, su todavía marido Alessandro Lequio y la actriz Ana García Obregón".

Lo siguiente fue lo más parecido a una apisonadora italiana que haya pasado nunca por un plató español, con una enardecida Antonia Dell’Atte haciendo picadillo a Lequio y Obregón, en una de las demoliciones retóricas más despiadadas perpetradas nunca en la televisión celtibérica. El huracán Dell’Atte reventó las audiencias y monopolizó las conversaciones de patio de vecinos durante varios días. “Fue una venganza en directo”, resume Carlos Berbell con gran precisión.

Berbell, designado para tratar con Dell’Atte durante la preparación del programa, la califica ahora de “niñata malcriada”: “Pidió mi despido a Julián Lago porque en la presentación escribí que venía de una familia humilde de agricultores, lo que le molestó mucho, aunque fuera cierto, porque ella era muy diva (llegó tres horas tarde a la grabación del programa). Julián Lago se partió de risa con su propuesta de despido, pero no me echó, claro”.

“Yo vi lo de Antonia Dell'Atte en directo desde el control de realización del programa. Recuerdo perfectamente a nuestro productor exclamando: ‘¡Esto es insuperable! ¡Esta mujer nos ha hundido! Ahora van a querer que superemos esto y eso es imposible’”, recuerda Mariano Sánchez Soler. El vaticinio del productor -que podríamos bautizar como La maldición Dell’Atte- se hizo realidad: primero, porque ningún otro invitado volvería a levantar semejante polvareda; segundo, porque ‘La máquina de la verdad’ acabaría descarrilando incapaz de seguir alimentando su enloquecida deriva folclórica.

“Algunos nos fuimos ante la deriva que tomaba aquello. La tele te come”, asegura Antonio Rubio.

La noche me confunde

'La máquina de la verdad' fue, en definitiva, precursor y víctima de una nueva era, la de los pelotazos y las ‘celebrities’, en la que empezaba a ser complicado distinguir donde acababa lo público y donde empezaba lo privado. Julián Lago, de hecho, fue un buen ejemplo de esta confusión público/privada: dos de las divas que habían protagonizado indirectamente el programa -Ana Obregón y Bárbara Rey, despellejadas en directo por Antonia Dell’Atte y Espartaco Santoni- habían sido amantes (secretas) del presentador, como si el espectáculo debiera continuar una vez se apagan las luces del plató...

Lago hablaba de Obregón y Rey en sus memorias, 'Un hombre solo', aunque en clave y sin mencionarlas por el nombre.

placeholder Portada de las memorias de Lago
Portada de las memorias de Lago

El 'affair' Lago/Obregón dio lugar a varias escenas dantescas, pero ninguna tan hilarante como el día en que aterrizaron en Ibiza y Lago -que tenía pareja- tuvo que atrincherarse en los baños del aeropuerto para no ser reconocido… por un redactor y un fotógrafo de su revista, ‘Tiempo’, que estaban ahí a la caza del famoseo. “No sabía cómo reaccionar: si aparecer como si tal cosa, quedarme a dormir dentro del baño o simplemente huir, pero huir, ¿a dónde?”, narra el periodista en sus memorias. Finalmente logró escapar a gran velocidad en un vehículo y se recluyó en el yate del padre de la diva, pero los periodistas de ‘Tiempo’ les acabaron echando el lazo en una zodiac: cuando comprobaron que el misterioso acompañante de la actriz era su director, fliparon en colores y “no se atrevieron a fotografiarle con la acaramelada estrella”.

Con Bárbara Rey también hubo mambo, confidencias reales… y mandriles que valen más por lo que callan que por lo que hablan... “La rubia 'starlette' y presentadora de TV, que había estado en amores con un ministro liberal, luego con alguien de mucho más arriba, el único de los intocables, cuyo vídeo forma parte ya de la historia de España, y que compartió fugas sentimentales también con el payaso en su chalé de las afueras de Madrid, cerca de la carretera de Castilla, donde un mandril amarrado en un corralito acolchado para beber saludaba a los visitantes ilustres y no ilustres”, escribió Lago.

Y uno no puede evitar pensar en lo que no habrá visto ese mandril con esos ojitos, y si no sería una gran idea resucitar durante 24 horas ‘La máquina de la verdad’ para pasar por el polígrafo al mandril del chalé de Bárbara Rey… 'Show must go on'.

“No me conteste ahora, hágalo después de la publicidad”... ¿Quién no conoce el latiguillo de Julián Lago en ‘La máquina de la verdad’? Es una de las frases más célebres de la historia de la televisión en España. El presentador la decía siempre en tono teatralmente pausado y en pleno clímax dramático: tras hacer una pregunta bomba a un invitado que, para colmo, estaba conectado a un detector de mentiras. La expresión se le ocurrió al propio Lago bajo una gran presión...

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