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¿Se iría de cañas con Marx o con Nietzsche? El materialismo cachondo de Terry Eagleton
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¿Se iría de cañas con Marx o con Nietzsche? El materialismo cachondo de Terry Eagleton

La disputa sobre el materialismo atraviesa la mayoría de las encrucijadas políticas de la modernidad. El pensador inglés nos introduce en su historia en un libro tan sugerente como divertido

Foto: Karl Marx y Friedrich Nietzsche en un fotomontaje inspirado por 'Pulp Fiction'
Karl Marx y Friedrich Nietzsche en un fotomontaje inspirado por 'Pulp Fiction'

¿Tienen alma los tejones? ¿Todo está relacionado con todo? ¿Se iría usted de cañas con Marx o con Nietzsche? ¿Por qué Wittgenstein le pidió trabajo a Stalin? Y, finalmente... ¿es posible un marxismo sin chorradas? Lo advertimos, estas líneas van de filosofía, lo que significa que largaremos de conceptos en disputa, de términos sin significado claro y de pensadores que destruyen el mundo desde la comodidad de sus lúgubres despachos. Porque los filósofos, parientes pobres de los científicos, no disponen, ¡pena!, de un patrón de medida como el de la nueva y ultra precisa definición del "kilo" que propuso recientemente el National Institute of Standards and Technology, a saber: "el kilogramo es la unidad de masa; su magnitud se establece mediante la fijación del valor numérico de la constante de Planck, a ser exactamente igual a 6,626 06X ×10−34 cuando es expresada en s-1m 2kg, que es igual a expresarlo en Js".

Por lo tanto, ¿por qué no tomarse con humor largos siglos de sesudas reflexiones sobre la metafísica o el materialismo?. El teórico literario inglés Terry Eagleton (Salford, Reino Unido, 1943) se ha encargado de este último y pantanoso concepto en su más reciente y delicioso libro: 'El materialismo' (Península).

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"El materialismo", escribe Eagleton, "es considerablemente amplio. Abarca desde el problema mente-cuerpo hasta la cuestión de si el Estado existe sobre todo para defender la sociedad privada. Puede significar la negación de Dios, la creencia de que la Gran Muralla China y los tobillos de Clint Eastwood están secretamente interrelacionados o el empeño en que el Golden Gate sigue existiendo aun cuando nadie lo mira. Sin embargo, además, tiene un significado cotidiano que no es en absoluto filosófico. El materialismo para la mayoría de las personas significa un apego excesivo a los bienes materiales. Llamar materialista a Madonna no es decir que la cantante sostiene que el espíritu es simplemente materia en movimiento, o que las clases luchan casi por lo mismo por lo que las colas de los perros se agitan".

Hay casi tantos "materialismos" como cartas se han cruzado últimamente Rajoy y Puigdemont. El filósofo español Carlos Fernández Liria se lamentaba en un gran ensayo que "el siglo XX no ha logrado pensar con claridad nada específico bajo el título de 'materialismo', ni mostrar una oportunidad de semejante término que no pudiera ser mejor nombrada por otras denominaciones más exactas e incluso, se podría decir, menos ingenuas". Así pues, lo primero que hace Eagleton en su libro es revisar las distintas acepciones para advertir sobre lo que el materialismo "no es", con parada y fonda en la obra de los tres grandes maestros de la cuestión: Marx, Nietzsche y Wittgenstein. Finalmente, el autor propone una definición propia, un nuevo materialismo que, por centrarse en "el cuerpo" -y una vez gozada la corrosiva ironía de estas páginas- no nos resistimos a bautizar como "materialismo cachondo".

De Spinoza a Tolkien

Urge comenzar con una carnicería teórica. ¿Qué cosas se suelen entender (mal) como "materialismo". Eagleton las describe -y aniquila- sumariamente.

- Si eres materialista mecanicista, eres un epicúreo y defiendes que la materia se autorganiza sin mediar la ayuda de sacerdotes ni dioses. Pero entonces, replica Eagleton, no parece probable que semejante realidad "burda e indolente" se haya activado sola. Se impone un alma espiritual para "pasar a la acción".

- Si eres materialista vitalista, eres un discípulo de Spinoza y clamas que la materia es un ser vivo y soberano con derecho a decidir. No necesita impulsos porque el espíritu viene incorporado de serie. Pero, ay, exclama Eagleton, este tipo de materialismo es "extrañamente inmaterial", es materialista en el sentido en que lo es la Tierra Media de Tolkien, como bromeaba Zizek: "un mundo encantado lleno de fuerzas mágicas, buenos y malos espíritus, etcétera, pero extrañamente sin dioses". Y una colleja de regalo a Deleuze and co., promotores de "una filosofía romántico-libertaria de afirmación desbocada e innovación incesante como si lo creativo e innovador estuvieran sin matices del lado de los ángeles".

Eagleton responde al materialismo dialéctico acudiendo a los marxistas analíticos, que exigían un "marxismo sin chorradas"

- Si eres materialista dialéctico, eres un peligroso marxista que crees haber puesto a Hegel cabeza abajo y añades a todos los anteriores "materialismos" citados una ambiciosa visión del cosmos en la que, "desde las hormigas a los asteroides, el mundo es un complejo dinámico de fuerzas entrelazadas en el que todos los fenómenos están interrelacionados, nada permanece inmóvil, la cantidad se convierte en calidad, no hay planteamientos absolutos, todo está constantemente a punto de convertirse en su contrario y la realidad evoluciona a través de las unidades de poderes en conflicto". Eagleton rebate acudiendo a los marxistas analíticos, que lucían camisetas con el lema "Marxisme san la merde de taureau", es decir, "marxismo sin chorradas", para responder que esto parece una forma disfrazada de idealismo o algo peor: "un absurdo filosófico".

Pero entonces, ¿tú qué propones, pisha?, como me espetó una vez en una asamblea universitaria un nervioso delegado andaluz ante una parrafada mía aún más huera de lo habitual. ¿En qué consiste ese nuevo "materialismo cachondo" de Terry Eagleton?

Los tres tenores

Eagleton saca entonces a los tres tenores a escena para urdir con sus respectivos "do de pecho" su personal visión del materialismo: Marx, Nietzsche y Wittgenstein (con Freud observando tras la cortina). Y con un protagonista inesperado: el cuerpo. "Este es, entre otras cosas, un libro acerca del cuerpo, pero no (al menos así lo espero fervientemente) de la clase de cuerpo hoy en boga en el ámbito de los estudios culturales y que, como tema de debate, ha llegado a resultar limitado, exclusivista y repetitivo hasta el tedio". Acabamos con un apresurado resumen con estrambote. ¿Qué le parece a Eagleton que aportan de útil cada uno de los tres tenores a la cuestión del materialismo?

- No se suele hacer hincapié en ello, pero el cuerpo es crucial en la teodicea de Marx, cuyo punto de partida es "la vida humana, activa, sensorial y práctica". Pero esa vida sensorial no nos viene dada, evoluciona, el cuerpo es un producto social. Y, aunque es cierto que en 'El Capital los individuos son solo portavoces de ciertas "categorías económicas", Marx es claramente consciente de algo crucial: es el cuerpo el que se encuentra en la raíz de la historia humana, es el cuerpo el que muere, sufre y se ve esclavizado por factores que escapan a su control. Lo primero que el ser humano debe emancipar son sus sentidos.

- Nietzsche parece la antítesis de Marx. Un aristócrata de las ideas, un panegirista del poder, un adalid de la falta de compasión. Y sin embargo él también es un materialista obsesionado con el cuerpo -que cree mucho más rico que la consciencia- y con cómo sacerdotes y filósofos han despojado a la humanidad de sus instintos animales. "Para Marx solo podremos avanzar hacia el futuro recordando el trauma del pasado. Para Nietzsche, solo podremos seguir adelante a través de una especie de amnesia voluntaria. Sin embargo, los dos pensadores están convencidos de que la desgracia histórica puede superarse - para Marx, gracias al comunismo; para Nietzsche, con el advenimiento del superhombre".

- Y Wittgenstein. Más allá de su conocido interés por el lenguaje, el filósofo y matemático que se dejaba hipnotizar, recuerda Eagleton, sin perder un ápice de sus ademanes de patricio, sugiere también que lo que debemos estudiar es la vasta red de prácticas humanas, así como el sustrato natural corporal que las sostiene, lo que llama "terreno áspero" de nuestra vida cotidiana, a fin de captar el significado de términos como "patriotismo" y "libertad" pero también como "quizá" y "en". Cuando en 1935, como adelantábamos más arriba, dejó ojipláticas a las autoridades soviéticas al pedirle permiso a Stalin para instalarse en una URSS arrasada como "obrero manual", no lo hizo tanto como convencido comunista como por el mismo impulso materialista con el que exhortaba a sus alumnos de Cambridge a "renunciar a la filosofía y hacer algo útil para variar".

¿Y las cañas? No cabe la duda, concluye Terry Eagleton, al que fascina, tanto como desagrada, el visceral aristocratismo del hombre que lamentó "cuánta sangre y horror hay en el fondo de las cosas buenas" y acabó abrazando a su caballo: "A diferencia de Marx, Nietzsche no sería el compañero ideal para ir de bares".

¿Tienen alma los tejones? ¿Todo está relacionado con todo? ¿Se iría usted de cañas con Marx o con Nietzsche? ¿Por qué Wittgenstein le pidió trabajo a Stalin? Y, finalmente... ¿es posible un marxismo sin chorradas? Lo advertimos, estas líneas van de filosofía, lo que significa que largaremos de conceptos en disputa, de términos sin significado claro y de pensadores que destruyen el mundo desde la comodidad de sus lúgubres despachos. Porque los filósofos, parientes pobres de los científicos, no disponen, ¡pena!, de un patrón de medida como el de la nueva y ultra precisa definición del "kilo" que propuso recientemente el National Institute of Standards and Technology, a saber: "el kilogramo es la unidad de masa; su magnitud se establece mediante la fijación del valor numérico de la constante de Planck, a ser exactamente igual a 6,626 06X ×10−34 cuando es expresada en s-1m 2kg, que es igual a expresarlo en Js".

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