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¿Se está echando a perder El Niño de Elche?
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¿Se está echando a perder El Niño de Elche?

El músico presenta su último espectáculo en el festival DCODE. ¿Genialidad o timo?

Foto: El Niño de Elche.
El Niño de Elche.

Pocas veces me he quedado tan clavado en una butaca como en aquel Sónar 2015 en el que El Niño de Elche y Los Voluble presentaron 'Raverdial'. Más que un espectáculo, fue un experimento que conseguía demostrar el terreno común entre las ‘raves’ (encuentros ilegales para escuchar música electrónica) y las fiestas de verdiales (celebración ancestral del mundo campesino andaluz). El encuentro se bañaba con hipnóticos visuales, por donde desfilaban desde el purista flamenco Agujetas hasta adolescentes puestos de MDMA, pasando por el estallido de júbilo que supuso la legalización del Partido Comunista en España (en plena Semana Santa, para pillar a la derecha talibana haciendo de costaleros). Salimos convencidos de que estábamos ante un artista mayúsculo.


Por contra, pocas veces me he aburrido más que viendo a El Niño de Elche en 2016, presentando el proyecto Exquirla, una colaboración con los pos-rockeros Toundra, especialistas en guitarras limpias y contundentes, de la escuela de grupos 'cool' como Mogwai y Explosions In The Sky. Tuve la impresión de que Francisco Contreras Molina (nombre real del cantaor) sonaba más previsible que nunca, encerrado en formato tan bonito como insípido. Exquirla me hizo pensar en las estatuillas de Lladró que nuestras abuelas ponían en un lugar preferente del salón.

Anarquía y camas redondas

La primera vez que entrevisté a Contreras, en un bar de La Latina (Madrid), iba camino a actuar en un festival del libro anarquista. Se presentó con una camiseta donde ponía 'arroz-bomba', que no era una alusión a la paella, sino una celebración simbólica de los atentados contra la autoridad. Sus posiciones políticas me parecieron adolescentes y disparatadas, pero no tanto como la segunda vez que hablé con él, donde me soltó —solo medio en broma— que la solución a los problemas de España era una cama redonda entre Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Albert Rivera y Alberto Garzón. Sus declaraciones psicomágicas no me impidieron disfrutar del potente ‘Voces del extremo’ (2015), su proyecto más emblemático. Además, encuentro admirable que no se empeñe en hacer sus letras y recurra a los versos de Antonio Orihuela, Bernardo Santos e Inma Luna, entre otros. Se rompe así el tópico de que hay que escribir material propio para ser un verdadero artista.

Hay una idea en la que Contreras suele incidir: “De un modo u otro, todo lo que hago tiene un interés político”. Por ejemplo, lo dijo hace poco en una entrevista con la revista 'Minerva'. Justamente por eso, al publicarse nuestra charla en ‘El País de las Tentaciones’, me sorprendió encontrarle en las fotos enfundado en una camiseta con un logo gigante de Nike, empresa con largo historial de antisindicalismo. ¿Qué artista se pasea por la vida con una camiseta 'anarka' y va a una sesión de fotos de un gran medio convertido en hombre-anuncio corporativo? En realidad, no hay nada trágico en vestir Nike, a no ser que te presentes como un músico socialmente sensible, como es el caso. Menciono la anécdota para ilustrar que El Niño de Elche, como tantos artistas antisistema, vive en la difusa frontera entre el “no acato órdenes” y el “todo vale”.

El canto de las perdices

Diría que el mejor mapa para describir a un personaje tan contradictorio —y fascinante— es el libro ‘No comparto los postres’ (2016, Bandaàparte). Leyendo sus aforismos, conversaciones y reflexiones, quedan claras las heridas psicológicas del autor. No hay que ser psiquiatra para diagnosticar que el animalismo radical del cantaor tiene algo que ver con su padre, cazador consumado.

Como tantos artistas antisistema, vive en la difusa frontera entre el “no acato órdenes” y el “todo vale”

En un breve apunte, confiesa: "Mi padre me azotó con la funda de su escopeta de caza". En otro más extenso, titulado 'Justicia animal', recuerda el día en que su progenitor fue alcanzado por metralla. También describe la tristeza del canto de las perdices enjauladas en su casa, con las alas cortadas. "Ellas me enseñaron cómo cantar en cautividad", apunta con ternura. Sus discurso siempre es más visceral que teórico, ya que se mueve a golpe de experiencia viva.

¿Bulerías? Eso, David Bisbal

Otro de sus traumas infantiles es el flamenco clásico, que describe como una entidad opresora. Niño prodigio, desde muy pequeño empezó a ganar concursos y a ser visto como una apuesta clara para llegar a figura. En el aforismo 'Sueños rotos', recuerda que fue "el cantaor más joven en tener una peña flamenca con su nombre". Contreras vive su alejamiento de la ortodoxia como la liberación de un mundo machista, dogmático y rancio. Una posición lógica en un artista que se define como 'queer', fan del 'techno' y alérgico a las etiquetas. Estamos ante una apuesta rompedora, aunque no haga falta romper la crisma al pasado para hacerse hueco en el presente. Su rechazo al flamenco tradicional es olímpico. En su último concierto en Joy Eslava, un fan le pidió en voz alta una bulería. "Esas cosas se las dejo a David Bisbal", contestó displicente. La tradición flamenca no le puede dar más pereza.

Dicho esto, su sentido del humor funciona especialmente bien para la crítica cáustica: "Si IU gana las elecciones, el 'pueblo' será el creador del flamenco. Si gana Podemos las elecciones, los gitanos serán los creadores del flamenco. Si gana el PSOE las elecciones, Andalucía será la creadora del flamenco. Si gana Ciudadanos las elecciones, Europa y la OTAN serán las creadoras del flamenco”, afirma en una de sus reflexiones. No se puede describir mejor la utilización de la cultura típica de los partidos políticos.

Preciosismo pos-rock

¿Qué falla en ‘Para quienes aún viven’ (2016), el debut de Exquirla? En mi opinión, no funciona Toundra, un típico grupo de pos-rock, género hípster por excelencia. La querencia de esta subcultura por los grupos instrumentales tiene una explicación muy clara: viene de una generación y una mentalidad social que no tiene mucho que decir. Esto lo sé porque, en sentido amplio, ese ambiente fue el de mis 20 años, que pasé entre discos de My Bloody Valentine, Tortoise, Slint, Seefeel, Labradford y otros inspiradores el género, para quienes las letras eran lo de menos. De hecho, hay que admirar que los de Toundra optaran por hacer canciones instrumentales si sentían que no tenían nada que decir.

Eso no quita que el pos-rock siempre haya sido un estilo preciosista, basado en la exhibición instrumental y el efectismo de las subidas y bajadas de guitarras. Si podía sorprender en los años noventa, el paso de dos décadas lo ha matado por completo. Los fuegos artificiales pueden ser bonitos, pero cansan a los 20 minutos, como la pirotecnia guitarrera. El voltaje expresivo de El Niño de Elche no impide que el trabajo quede muy por debajo del resto de sus proyectos, a pesar del poderío de los versos de Enrique Falcón.

Colaboracionismo

Otro rasgo distintivo de Contreras es su disposición a las colaboraciones con otros artistas. Su voz se adapta igualmente a las propuestas de Kiko Veneno, del rapero El Coleta o la coplera posmoderna Martirio. "Mi trabajo, más que colaborativo, es colaboracionista", bromea. Seguramente esa es la pregunta crucial: ¿con quién está colaborando realmente? Cuando presentas un espectáculo sobre 'raves' en el Sónar, estás escogiendo un lugar bastante paradójico. De hecho, el festival barcelonés supone un proceso de privatización (precios altos, sobredosis de patrocinadores) respecto de la lógica democratizadora de las 'raves' (autoorganizadas, con precios baratos y libres de publicidad). ¿Por qué no se ha llevado ‘Raverdial’ al formato 'rave'? El Niño de Elche puede acabar como su admirado Anohni, antes en Antony & The Johnson, cuyo mensaje 'queer' y ecologista ahora circula principalmente por escenarios de lujo a 70 euros la entrada. También puede terminar como Albert Pla, un heterodoxo tan alérgico a las convenciones de los cantautores que ha acabado perdido en sus delirios contraculturales. Llegará el día en que sus espectáculos solo les interesen a él y a sus amigos (de momento, ya se ha instalado en los escenarios pequeños y el desbarre político).

De momento, suena un poco triste ver un proyecto de El Niño de Elche en el festival Dcode, el punto más cercano entre un festival de música y la planta joven de El Corte Inglés. Otro año presenta un cartel modernillo y anglófilo, donde manda el relleno más descarado.

Pocas veces me he quedado tan clavado en una butaca como en aquel Sónar 2015 en el que El Niño de Elche y Los Voluble presentaron 'Raverdial'. Más que un espectáculo, fue un experimento que conseguía demostrar el terreno común entre las ‘raves’ (encuentros ilegales para escuchar música electrónica) y las fiestas de verdiales (celebración ancestral del mundo campesino andaluz). El encuentro se bañaba con hipnóticos visuales, por donde desfilaban desde el purista flamenco Agujetas hasta adolescentes puestos de MDMA, pasando por el estallido de júbilo que supuso la legalización del Partido Comunista en España (en plena Semana Santa, para pillar a la derecha talibana haciendo de costaleros). Salimos convencidos de que estábamos ante un artista mayúsculo.

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