Esta barra es un infierno: así es trabajar en el Festival de Benicássim
Tres trabajadores del festival detallan el lado oscuro de la precariedad
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La odisea de trabajar de camarero en el Festival Internacional de Benicássim. “En 2016 me prometí no volver, pero no está el mercado laboral para rechazar ofertas. Es muy triste cobrar 320 euros por seis días de dedicación, pero lo necesito”, explica una de las personas que trabajó en las barras del festival, celebrado el pasado fin de semana.
Para los camareros, Benicàssim comienza el miércoles, ya que el festival pide a los empleados que se acrediten el día previo a los conciertos. “Nos citan a las cuatro de la tarde del miércoles, pero yo salí a las siete de la madrugada de mi ciudad, ya que es importante llegar pronto para pillar un sitio con algo de sombra en el camping de empleados”, apunta. Podrían volver a sus ciudades el mismo lunes a las diez de la mañana, pero el cuerpo está tan hecho polvo que necesitan tumbarse unas horas en la tienda antes de sentarse al volante. “Pocos aceptarían estas condiciones con un mercado de trabajo más decente”, apunta su compañero. Llueve sobre mojado, como ya contamos el año pasado.
Trabajadores de fuera
¿Por qué Benicàssim no contrata a más gente del pueblo, que disponga de techo, casa y comida? “Para las barras y la gente que vende tickets de bebida prefieren personal de fuera, ya que no conocemos a tanta gente del público y por eso invitamos menos. Te lo explican así en la primera charla”, coinciden. Nos cuentan que hay compañeros de Murcia, Alicante o incluso Vigo, entre otras provincias españolas.
Los vigilantes sí suelen ser del pueblo, trabajan doce horas diarias de pie, una verdadera tortura
“Los vigilantes sí suelen ser del pueblo, trabajan doce horas diarias de pie, una verdadera tortura”. Los peor parados son los voluntarios, que recogen basura de los “fibers” también en turnos de doce horas. Algunos cobran algo, otros lo hacen a cambio de acceso al festival. “Unos voluntarios se nos acercaron para pedir una botella de agua, con el tremendo calor que hacía, pero no nos dejan darles nada sin ticket”, lamentan. “También es triste ver a los chicos que pululan por el recinto con una mochila de veinte litros de Heineken. Vienen corriendo a reponerla y salen a toda hostia al rellenarla. Está claro que van a comisión, pero da mucha pena verles currar así”, señala.
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A sol y sombra
Lo peor, como siempre, es el camping. “Este año hay alguna esterilla más, pero el calor sigue dando muy fuerte. Mi turno es de ocho a cierre, aunque siempre salimos a las ocho y cuarto o y media. Como mucho, duermes tres horas. A las once y media es imposible pegar ojo por culpa del sol”. Imaginen aguantar cinco días durmiendo alrededor de veinte horas. “El camping de empleados se quedó corto y tuvieron que trasladar a varios compañeros a zonas sin ninguna sombra”, denuncian. Las condiciones laborales son implacables, ni se pagan horas extra ni plus de nocturnidad.
El camping de empleados se quedó corto y tuvieron que trasladar a varios compañeros a zonas sin ninguna sombra
En la edición de 2017 los trayectos que recorren han sido más largos. Por un lado, las medidas antiterroristas impiden aparcar vehículos a menos de 500 metros del recinto. Por otro, el baño que hay al lado de su zona de empleados se asignó a discapacitados, lo cual les obligó a caminar doscientos metros extra cuando necesitan utilizarlo. Los empleados carecen de cocina, así que comen de lata durante toda su estancia. “Ir al supermercado del pueblo es una tortura, con colas larguísimas y escasez de productos, parecen las imágenes que ponen los telediarios sobre Venezuela. Por eso pasamos de acercarnos”, apuntan.
Salario de miseria
La retribución por hora es de siete euros y medio. No les dan dietas, ni comida para el miércoles ni el lunes. “Tampoco nos pagan los cuartos y medias horas que hacemos cada día por la cara”, señalan. Cuando termina el trabajo, en la madrugada del lunes -“hechos papilla”-, tienen que esperar colas de media hora para cobrar. “El año pasado eran de una o dos horas, pero en esta edición pusieron tres cajas en vez de una. También comenzaron a pagar a las 3 a.m. en vez de a las 7 a.m.”. A pesar de esto, sus derechos laborales son mínimos. “Trabajamos todo el festival sin ver el contrato. Si pides consultarlo el lunes, tienes que firmar un papel con la cantidad antes de que te lo enseñen”, denuncian.
Trabajamos todo el festival sin ver el contrato
Son frecuentes las ampollas y heridas por la intensidad del trabajo. Nuestras fuentes explican que en sus barras no hubo un control excesivo por parte de los encargados, ni clientes abusivos. “Los jefes inmediatos te tratan correctamente”. El problema es la comida, peor que el año pasado. “Te dan un bocadillo, una mierda de bocadillo, por ejemplo lomo seco en un pan que parece de piedra. En mi barra poca gente lo aceptó, preferimos gastar el dinero en comida digna, aunque vamos apurados con solo veinte minutos de pausa”. ¿Tienen descuento de empleados en los puestos? “No”, coinciden rotundos.
Show sexista
Curiosamente, cuanto mejor marcha el FIB, peor lo pasan sus empleados. “El jueves del año pasado acudió la mitad de público, así que en este trabajamos el doble por el mismo dinero”. ¿El peor momento? Para contar esto me pasan el móvil de una compañera, “ya que ellas son mayoría en las barras y las más molestas con lo que pasó”. Ocurrió durante el show de los Red Hot Chili Peppers. Además del mogollón de clientes, hubo algo muy incómodo. El grupo californiano hizo una pausa de cinco minutos para descansar. Los realizadores de Benicàssim se pusieron a enfocar a chicas que estaban subidas a hombros de sus novios. La primera que escogieron enseñó las tetas. Todo el mundo aplaudió a rabiar. La siguiente enfocada no quiso enseñarlas y fue abucheada. Todo el descanso consistió en escoger y presionar a chicas para ver cuánto enseñaban. Los gritos de rechazo a las que no mostraban nada fueron crecientes. “¿Crea esto buen clima de relación entre sexos?”, pregunta la tiquetera, de manera retórica.
El departamento de prensa del Festival Internacional de Benicàssim ha preferido no responder a nuestras preguntas sobre las condiciones laborales precarias del festival.
Las tres fuentes de este artículo se han prometido no volver a trabajar en el FIB el año que viene, pero la decisión dependerá del estado de sus cuentas corrientes.
La odisea de trabajar de camarero en el Festival Internacional de Benicássim. “En 2016 me prometí no volver, pero no está el mercado laboral para rechazar ofertas. Es muy triste cobrar 320 euros por seis días de dedicación, pero lo necesito”, explica una de las personas que trabajó en las barras del festival, celebrado el pasado fin de semana.