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Brunete, el sangriento ataque sorpresa republicano que pudo cambiar la guerra civil
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se cumplen 80 años

Brunete, el sangriento ataque sorpresa republicano que pudo cambiar la guerra civil

Fue una de la batallas más ambiciosas y cruentas de la contienda pues entre ambos bandos sufrieron unas 39.000 bajas. Y no sirvió para nada

Foto: Imagen de la batalla de Brunete del archivo de la BNC
Imagen de la batalla de Brunete del archivo de la BNC

Los generales de la República eran brillantes pero los de Franco ganaron las batallas. Así ocurrió al menos en las grandes ofensivas del Ejército Popular de la República en la Guerra Civil: elaboradas operaciones estratégicas que acabaron convertidas en victoriosas contraofensivas del ejército nacional. Teruel fue la que estuvo más cerca de tener éxito y el Ebro la más ensalzada por su ejecución técnica, a menudo considerada el punto de inflexión definitivo de la guerra, pero si la contienda pudo dar un vuelco a favor de la República fue en Brunete, en el verano de 1937, hace ahora 80 años. Era la primera ocasión en la que los republicanos pasaron de la defensa al ataque y el bautismo de fuego de Vicente Rojo, la antítesis de Franco, el militar que, recién nombrado jefe del Estado Mayor Central lideraría, al ejército republicano. Todas fracasaron.

placeholder Camilleros republicanos en Brunete
Camilleros republicanos en Brunete

Brunete fue el principio de todo, una de la batallas más ambiciosas y cruentas de la guerra. Entre ambos bandos sumaron unas 39.000 bajas y al final, apenas sirvió de nada para ninguno de los ejércitos. La primera ofensiva republicana llevaba la impronta del entonces coronel Vicente Rojo que lo elaboró junto al general José Miaja, jefe del Ejército Centro en Madrid. Miaja, considerado héroe de la defensa de Madrid en noviembre de 1936, acabaría enfrentado a Rojo al final de la guerra, cuando retrasó la ejecución de sus planes, y sería acusado de traidor tras sumarse al golpe de Segismundo Casado que también combatió en Brunete. Vicente Rojo, firmó las directrices y aceleraría los preparativos tras la caída de Bilbao en manos de los nacionales el 19 de junio.

La operación venía precedida del crucial cambio político que se había producido en el bando republicano. En mayo había caído el gobierno de Largo Caballero después de los sucesos que habían enfrentado en las calles de Barcelona a los anarquistas del POUM con los comunistas victoriosos. Juan Negrín fue nombrado nuevo presidente del Gobierno en sustitución de Largo Caballero. Con él, su ministro de defensa Indalecio Prieto ascendió a Vicente Rojo a jefe del Estado Mayor Central y se reorganizó el nuevo Ejército Popular de la República, en el que los comunistas tuvieron la voz cantante, especialmente durante los preparativos de Brunete.

Foto: Billete de la II República Española

Un plan audaz

A pesar de su ascenso durante la creciente influencia de los comunistas, Rojo, no militaba: más aún, era un ferviente católico. El artífice de la estrategia militar de la República se quejaría de hecho más adelante de la injerencia de la política en sus memorias ‘¡Alerta los pueblos!’, (Ariel, 1974): “los asuntos que de mis manos salían no se resolvían de manera expedita, solían dormir algunos un largo sueño, se resolvían a destiempo, o no se resolvían nunca, o eran resueltos con un sello político tal que se perdía la eficacia perseguida en nuestras proposiciones”.

placeholder El general Vicente Rojo en el frente
El general Vicente Rojo en el frente

El plan sobre el papel era audaz, un ataque por sorpresa en la zona oeste de la capital, un frente estabilizado tras la derrota de los nacionales durante la Batalla de Madrid en noviembre y diciembre de 1936. El objetivo principal era obligar a Franco a detener la ofensiva en el norte, una estrategia muy acorde a la mentalidad de Vicente Rojo, acción que repetiría en el Ebro para evitar la conquista de Valencia. Sin embargo, Brunete era más valiosa: amenazaba con embolsar por el centro las tropas nacionales que asediaban Madrid y aislarlas de su retaguardia.

La ofensiva de Brunete amenazaba con embolsar por el centro a las tropas nacionales que asediaban Madrid y aislarlas de su retaguardia

El ataque comenzó el día 5 de julio a las 22 horas y tomó por sorpresa a las posiciones franquistas. Los republicanos contaban con el inicial desconcierto y mejor aún, con superioridad de infantería, carros de combate y aviación. Tres cuerpos de ejército con todas las Brigadas Internacionales: unos 90.000 soldados, frente a los 60.000 que alinearía el bando nacional -‘Grandes batallas de la Guerra Civil Española’, (La Esfera, 2016)-. Según las memorias del comunista Manuel Tagüeña -‘Testimonio de dos guerras’ (Planeta, 2005): “En total el ejército republicano disponía en el sector de ataque más de veinte brigadas, lo que ya representaba una considerable masa de ataque. Estaban apoyados por una masa de artillería relativamente potente, sacada de otros frentes y por aviones rusos ‘chatos’, ‘moscas’ de caza y ‘katiuskas’ y ‘natachas’ de bombardeo (…) la 46 división de Valentín González, El Campesino, fue dotada de moderno armamento ruso”.

placeholder Tanque C.C. T-26 soviético apresado por los nacionales
Tanque C.C. T-26 soviético apresado por los nacionales

El peso del ataque principal recayó en el V Ejército del coronel Juan Modesto, especialmente en la 11ª brigada del Enrique Líster que tomó el pueblo de Brunete el día 6 tras infiltrarse la noche del día anterior en una espectacular operación. Desde el plano propagandístico se movió también ficha. En Madrid se encontraba oportunamente un grupo de intelectuales que, con motivo del congreso de Valencia de los “escritores antifascistas”, había sido invitado por la República a ir a la capital el día 6 de julio.

Parón y contraofensiva

Allí estaban John Dos Passos, Ilya Ehrenburg, Malraux o Kolstov, que escribió: “Mediada la sesión, ha entrado en súbito en la sala una delegación de las trincheras con la noticia de la toma de Brunete y con una bandera recién capturada a los fascistas. El entusiasmo ha sido indescriptible”. Duró poco. A partir de ese momento todo se torció. Para el éxito era primordial no sólo que la brigada de Líster entrara y tomara el pueblo, sino que a los lados las tropas republicanas pudieran flanquear al enemigo y encerrarle.

placeholder Enrique Líster en Brunete
Enrique Líster en Brunete

Para ello debían pasar por Villanueva de la Cañada y Quijorna. En el primero tardaron todo un día y en el segundo encallaron. A pesar de contar con una mayor aviación y más tanques, no pudieron romper la defensa de los nacionales y los refuerzos de Franco desde el norte estaba en camino. Los combates fueron atroces. El Campesino no logró rebasar con su 46ª división la población hasta el día 9. Franco no decidió ninguna retirada estratégica, ni ordenó un plan alternativo: resistir a toda costa y no ceder ni un sólo metro.

A pesar de haber rebasado Villanueva de la Cañada las unidades republicanas fueron detenidas de nuevo en Villafranca del Castillo. A los siete días la ofensiva había acabado y el 14, Vicente Rojo reconoció haber perdido ya la iniciativa. El general Enrique Varela había llegado ya con las brigadas IV y V de Navarra que repelieron todos los intentos del ejército de Modesto. Pero Franco no se conformó con detener a los republicanos, sino que ordenó una contraofensiva que se prolongaría hasta el día 26. Se consideró reconquistar Brunete, no como una prioridad militar, ya que una vez estabilizado el frente no existía amenaza y el pueblo estaba en ruinas, sino como una cuestión de prestigio.

Franco quiso reconquistar Brunete no como una prioridad militar -ya no existía amenaza y el pueblo estaba en ruinas- sino por prestigio

En cuanto a la pretensión inicial de retomar las posiciones para dejarlas tal y como estaban al principio de toda la ofensiva, resultó descabellada: las bajas habían sido terribles y los ejércitos estaban exhaustos. Franco aceptó conformarse con Brunete, y sacó de nuevo provecho de su inquebrantable consigna: no ceder territorio al que precio que fuera.

Desde el punto de vista militar nadie ganó nada. El balance final del territorio conquistado por los republicanos fue exiguo y la ofensiva de Franco en el Norte se reanudó inmediatamente después. El último bastión republicano en el norte fue reducido el 21 de octubre en Asturias. La reconquista de Brunete se exhibió como una victoria y en cierta medida lo fue, al menos para la propaganda y la moral de los nacionales.

Vicente Rojo comprobó que el Ejército Popular de la República después de la reorganización estaba preparado para las grandes ofensivas como demostraría en Teruel y también que la preparación sobre el papel no era suficiente: los errores de mando, órdenes y comunicaciones en el campo de batalla fueron decisivos para el fracaso de la ofensiva. Los republicanos, como Franco, presentaron un balance también victorioso: habían ganado terreno aunque hubieran perdido Brunete y esgrimieron que con su ataque retrasaron un mes la verdadera estrategia de Franco que era aniquilar el norte. Murieron alrededor de 5.500 soldados.

Los generales de la República eran brillantes pero los de Franco ganaron las batallas. Así ocurrió al menos en las grandes ofensivas del Ejército Popular de la República en la Guerra Civil: elaboradas operaciones estratégicas que acabaron convertidas en victoriosas contraofensivas del ejército nacional. Teruel fue la que estuvo más cerca de tener éxito y el Ebro la más ensalzada por su ejecución técnica, a menudo considerada el punto de inflexión definitivo de la guerra, pero si la contienda pudo dar un vuelco a favor de la República fue en Brunete, en el verano de 1937, hace ahora 80 años. Era la primera ocasión en la que los republicanos pasaron de la defensa al ataque y el bautismo de fuego de Vicente Rojo, la antítesis de Franco, el militar que, recién nombrado jefe del Estado Mayor Central lideraría, al ejército republicano. Todas fracasaron.

Francisco Franco
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