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J. Rodríguez: "Hay mejores escritores en las redacciones que en los sellos literarios"
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PUBLICA 'VIDAS PERFECTAS'

J. Rodríguez: "Hay mejores escritores en las redacciones que en los sellos literarios"

El editor de la exitosa web Playground publica nueva novela, un thriller a vueltas con la crisis y la mentira

Foto: Antonio J. Rodríguez. (EFE)
Antonio J. Rodríguez. (EFE)

Hace cinco años, Antonio J. Rodríguez (Oviedo, 1987) sorprendió con su primera novela 'Fresy Cool'. Tenía solo 25 años y, como suele pasar en este país, de inmediato fue etiquetado como una de las nuevas voces más relevantes de la literatura española. Esa primera voz, sin embargo, dejó de lado la literatura y se convirtió en el editor de Playground, uno de los medios digitales con más éxito por su número de lectores y con una redacción que no ha dejado de crecer en los últimos años, incorporando nuevas firmas.

Después de más de cinco años de 'Fresy Cool', cinco años, en los que periodismo digital lo ha ocupado profesionalmente, Antonio J. Rodríguez publica su segunda novela 'Vidas perfectas' (Random House), donde indaga en las frustraciones y las contradicciones en la sociedad del capital. Un asesinato de una pareja desencadena la acción narrativa, sin embargo, no estamos delante de un thriller sino de un retrato amargo de unos personajes que han visto truncados los deseos y aspiraciones, frustrados y atrapados en una falsa vida perfecta. Y es que la perfección es solo el envoltorio que esconde la crisis del sujeto.

PREGUNTA. Pensando en tu anterior novela 'Fresy Cool', 'Vidas perfectas' supone un gran cambio de estilo y de forma narrativa.

RESPUESTA. Sí, es bastante evidente, aunque a nivel temático hay una serie de temas que se repiten: todas las ansiedades proyectadas en el capitalismo contemporáneo, todos los asuntos relacionados con la construcción de género y, en concreto, con la construcción de la masculinidad, la tensión entre el yo y el super-yo… todo esto está muy presente en los dos libros. Sin embargo, sí es verdad que a nivel estilístico 'Vidas perfectas' es bastante distinta a la anterior, pero también son completamente distintas las circunstancias de escritura: cuando escribí 'Fresy Cool' estaba todavía en la universidad, con todo el tiempo por delante para leer un montón de cosas y, en consecuencia, tenía referencias por todos lados. Además, como suelo decir, la primera novela es un género en sí mismo y yo estaba surfeando entre todas esas lecturas que me interesaban. Ahora la circunstancia vital y lectora es completamente distinta y como a cualquier persona adulta me falta tiempo, me gustaría leer mucho más de lo que leo y las lecturas de mi día a día son principalmente de no ficción, esto configura en parte una poética distinta y singular respecto a la anterior novela.

P. El narrador de la novela se define como un “hombre-mierda”. ¿Ya nada queda de los deseos de futuro que había en 'Fresy Cool'?

R. El punto de partida de la anterior novela era alguien firmando su contrato de trabajo, es decir, el punto de partida era la aspiración por poder cumplir unos deseos, mientras que en 'Vidas perfectas' una parte importante de los deseos que se han planteado los protagonistas ya se han cumplido y esto genera una mirada diferente.

P. Se han cumplido y hay traído consigo un sentimiento de decepción, al menos si pensamos en el narrador.

R. Cuando estaba escribiendo la novela y pensaba en una breve sinopsis para presentar el libro, tenía muy claro que se trataba de una historia sobre la tensión continua que tenemos entre tocar cima y tocar fondo. Los dos protagonistas, laboral y personalmente de han desarrollado mucho y con éxito, está en un momento alto, aunque tienen sus incertidumbres, mientras que el narrador está en el lado opuesto, tocando fondo, a pesar de que su circunstancia laboral no es mala. La pregunta que planteo es cómo estando en situaciones personales y profesionales tan dispares se pueden compartir preocupaciones tan similares.

P. Y lo que une a los personajes es una sociedad del bienestar que se revela como una mentira, como un envoltorio para esconder las penurias personales.

R. Si tu miras la literatura de los últimos veinte años, los problemas nunca se han ido. Antes de la crisis del 2008, buena parte de la literatura occidental se articulaba sobre las tensiones, las preocupaciones y las ansiedades de la sociedad del bienestar. Después de la crisis, de lo que va del 2008 en adelante, se construyen relatos sobre la fractura de la sociedad del bienestar y sobre la falta de recursos –paro, desahucios, deudas…– y creo que el escenario de mi libro es una mezcla entre los dos momentos: hay tensiones anteriores y posteriores al 2008. Los personajes, sobre todo Vera, tienen una conciencia de clase muy presente. Los orígenes son modestos, aunque termina en una situación acomodada; ella conoce los dos tipos de problemas, aquellos derivados de una situación de escasez y de crisis económica y aquellos derivados de una sociedad del bienestar.

En el capitalismo, la diferencia entre uno de derechas y uno de izquierdas es que el segundo actúa con escrúpulos, aunque hacen lo mismo

P. En este sentido observas cómo el compromiso social puede ser instrumentalizado por la élite y, al mismo tiempo, cómo a veces no es entendido como verdadero compromiso al pesar mucho el estatus social de la persona.

R. Una de las cosas que diferencian más la ficción de la no ficción es que en la ficción puedes tener una visión muy granular de las cosas y tomar casos muy concretos para observar todas las contradicciones a las que los personajes están expuestos. No era mi intención llevar a cabo una crítica de los movimientos sociales, pero sí hay en la novela una voluntad de sondear las contradicciones que se puede encontrar alguien que se dedica a un fin noble en el capitalismo. Como dice Vera en un momento de la novela: al final, en el capitalismo, las diferencias entre uno de derechas y uno de izquierdas es que el de izquierdas actúa con escrúpulos, aunque hacen lo mismo.

P. La novela empieza y termina en Japón, un país construido a partir de dos opuestos, tradición y modernidad, ¿por qué esta elección?

R. La decisión de Japón es una decisión bastante irracional. A mí me gusta mucho la dirección de arte de la narración, es decir, pensar dónde hacer transcurrir la acción y Japón es un país que me gusta mucho. Y si bien se apunta esta contradicción entre modernidad y tradición cuando se dice que viajar a Japón es como hacer un viaje 35 años al futuro y mil al pasado, su elección responde más a un acontecimiento estético. Es verdad, también, que la novela juega con pares antitéticos como los que puede representar Japón.

P. En una ocasión sostenías que la literatura contemporánea más que apelar al yo apela al nosotros, ¿el yo se ha diluido en un nosotros general?

R. Totalmente. Y por lo que se refiere a mi novela, a pesar de que sean personajes individuales, buena parte de los personajes de la novela son símbolos y comparten pulsiones y preocupaciones con todos nosotros. Por esto decía que este tipo de narrativa apela más a una primera persona del plural fragmentada. La novela indaga precisamente en este nosotros y en las contradicciones entre el yo y el nosotros.

Facebook es lo institucional, Twitter es el compromiso político e Instagram contiene momentos más privados y menos aspiracionales

P. En esta indagación, ¿es esencial la incorporación narrativa de las redes sociales como herramientas de construcción de la identidad?

R. No hay una voluntad de ser genuinamente moderno por el hecho de incorporar las redes sociales dentro de la novela, de hecho, creo que hay una construcción bastante clásica del relato. Si es cierto que vivimos en un momento en el que, según que espacios, suponen un elemento crucial en nuestras vidas; dentro de lo que es internet, las redes sociales suponen una forma de exhibición ante el mundo del sujeto. Son monstruos que están ahí configurando nuestras vidas mientras que, al mismo tiempo, nosotros dialogamos con respecto a ellas. Lo que me llama la atención es que, si bien no existe un manual de estilo de las redes sociales, todos las utilizamos según un patrón muy similar: Facebook es la parte más institucional, Twitter es el compromiso político y social e Instagram contiene momentos más privados y menos aspiracionales. Se ha producido una especie de meme a partir del cual todos hemos entendido cómo se utilizan las redes sociales, cómo tenemos que dialogar con ellas y cómo construir nuestra identidad a partir de ellas.

P. 'Fresy Cool' fue definida como una novela experimental, una novela que suponía una ruptura con el lenguaje “convencional”. ¿El “amoldamiento” lingüístico en 'Vidas perfectas' tiene que ver con todos tus años de periodista y de trabajo con el lenguaje periodístico?

R. A mí me ha influido muchísimo, más que cualquier lectura concreta, el trabajar con la no ficción y, más en concreto, trabajar en la edición de la no ficción en medios digitales, que requieren un lenguaje muy concreto. A pesar de todo esto, me da la impresión de que solemos asociar experimentación con modernidad y estructuras más clásicas con voces más antiguas. Yo no creo que sea así. Si pensamos en no ficción, existe toda una serie de artículos, reportajes o ensayos con formas aparentemente clásicas o no experimentales que son genuinamente contemporáneos por los temas tratados, por la sensibilidad con que se enuncian los temas, por el léxico… Para mí, la contemporaneidad de 'Vidas felices' viene de ahí.

El periodismo hoy busca contar historias valiosas de una manera atractiva para remar a la contra de esa cascada de estímulos que es internet

P. ¿Cuál es la “sensibilidad” que define el periodismo contemporáneo?

R. En mi circunstancia particular, como periodista, cada día tengo que bregar con un desafío particularmente complejo: cómo contar historias valiosas de una manera atractiva para poder remar a la contra de toda esa cascada de estímulos que es internet. Es un desafío complejo, es un desafío en el que la mayor parte de las veces fracasamos, pero es un desafío que me parece especialmente noble y estimulante. Se trata de construir relatos que puedan competir con la velocidad con la que consumimos información y aportar un valor al lector. Esto es un fenómeno genuinamente contemporáneo; tengo la impresión de que todo se acelera.

P. Sin embargo, hay quien reclama un regreso a un periodismo más lento, a un 'slow journalism'.

R. No opino lo mismo. Yo tengo la impresión de que hoy día la dificultad es mayor con respecto antes y esto porque la diferencia principal entre el periodismo de hoy y el de ayer es que hoy la información va a buscar el lector, mientras que antes era el lector el que iba a buscar la información al quiosco de periódicos. A diferencia de antes, hoy tienes una noticia que debe disputarle el lector a un vídeo muy divertido. Bajo mi punto de vista, esto hace que tengas que afinar mucho más las habilidades narrativas, pues ¿cómo consigo yo persuadir a alguien que lea este artículo en lugar de mirar un vídeo? Cuando esta narrativa se hace correctamente y son buenos se produce magia. Decías que hay quien reivindica un retorno a un periodismo más lento, bueno yo creo que nuestros cuerpos ya van a la velocidad de internet.

P. ¿Es un error pensar el periodismo y sus formas sin tener en cuenta la tecnología y el medio digital?

R. Es evidente que la tecnología condiciona la forma, pero no el contenido. Si tú preguntas cuál es la misión de un periodista hoy, todos te van a contestar más o menos que de lo que se trata es de contar historias con un determinado enfoque. Y esta definición te sirve para 2017, para 1980 y para mediados del siglo XIX. Pero si haces el esfuerzo de coger el periódico del siglo XIX, verás que físicamente cuesta entrar en su narración, porque la velocidad de cómo se explican las cosas ha cambiado. Por esto, tanto si hablamos de ficción y de no ficción, aunque en el periodismo es más evidente, nuestro fin último sigue siendo tan noble como hace veinte años, ahora bien, tenemos una circunstancia complicada con la que lidiar y es la tecnología. Cuando la sabemos utilizar, la tecnología es una catapulta, pero cuando no la sabemos controlar es como remar a la contra en una corriente muy densa.

P. Han pasado más de cinco años desde la publicación de 'Fresy Cool', ¿necesitabas tomar distancia de esa primera novela que llamó tanto la atención de la crítica?

R. Yo no sé si cinco años es mucho tiempo o poco. Yo tengo dos vocaciones, ficción y no ficción. Es verdad que en los últimos 4/5 años he estado muy metido en la no ficción como editor y, de pronto, surge la idea de esta ficción, con la que me siento también cómodo. En mi caso va por épocas: hay momentos en el que lo que quieres contar funciona mejor en la no ficción que en la ficción y viceversa.

P. ¿Durante estos cinco años no tuviste pulsión literaria?

R. No, no. Además, creo que el desarrollo de un escritor no está sujeto al número de títulos que publicas. Además, durante los años de silencio, la voz literaria sigue trabajando, porque siempre tienes estímulos vitales y personales y estímulos lectores que te van reorientando tu propia voz literaria. A mí la idea del escritor que tiene que ir rindiendo cuenta a través de sus novelas se me hace bastante rara.

P. Además, tu dedicación al periodismo es vocacional, no lo ejerces solo como forma de subsistencia.

R. Efectivamente, en mí convive la literatura y el periodismo, además, para mí, la no ficción y la ficción son literatura.

P. ¿Entiendes el periodismo como un género literario?

R. El periodismo puede ser literatura si cumple algunos requisitos, aunque su objetivo sea otro. Me escama particularmente el ver que hay un cierto aire despectivo de la ficción hacia la no ficción, sobre todo porque tengo la impresión de que hay mejores escritores en redacciones que en los sellos literarios de ficción. A mí me interesa por igual el periodismo y la ficción en función del momento y en función de las historias que tengo que contar, pero están en el mismo nivel.

P. Habiendo practicado tanto el periodismo cultural como el político, ¿haces diferencia entre géneros?

R. Me da un poco de rabia que se considere que el periodismo político una serie de herramientas y el periodismo cultural otro. Muchas veces se piensa que el periodismo cultural es el hermano tonto porque las grandes exclusivas están en otro lado, pero no debe ser así. El periodismo cultural puede conseguir investigaciones interesantes. Y de hecho hay un par de artículos de periodismo cultural que publicamos en Playground de los que me siento particularmente orgulloso: se trataba de una investigación en torno al machismo y al acoso machista en el mundo de la poesía. Y me siento orgulloso porque se trata de un trabajo de investigación y denuncia. Asimismo, creo que cierto periodismo de sociedad, político o de actualidad tiene muchas cosas que aprender de periodismos aparentemente más literarios.

Hace cinco años, Antonio J. Rodríguez (Oviedo, 1987) sorprendió con su primera novela 'Fresy Cool'. Tenía solo 25 años y, como suele pasar en este país, de inmediato fue etiquetado como una de las nuevas voces más relevantes de la literatura española. Esa primera voz, sin embargo, dejó de lado la literatura y se convirtió en el editor de Playground, uno de los medios digitales con más éxito por su número de lectores y con una redacción que no ha dejado de crecer en los últimos años, incorporando nuevas firmas.

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