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Dagmar, la niña que sobrevivió a Auschwitz por un error: "Nunca perdí la dignidad"
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el libro 'estoy aquí por un error'

Dagmar, la niña que sobrevivió a Auschwitz por un error: "Nunca perdí la dignidad"

Con 88 años, Lieblová es una de las supervivientes más jóvenes del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau. Ahora publica en español 'Estoy aquí por un error', su biografía

Foto: Imagen de familias llegando a Auschwitz-Birkenau
Imagen de familias llegando a Auschwitz-Birkenau

"Aquí pone que naciste en 1925, así que tienes 19 años y debes ir a la selección". Un error burocrático y la cabezonería de la vigilante del bloque salvaron a Dagmar Lieblová, que en realidad tenía 15 años, de acabar en las cámaras de gas de Auschwitz-Birkenau. No así a su hermana Ita, de 12 años, ni a su padre Julius ni a su madre Irena. Hoy, con 88 años, Lieblová es testimonio vivo de barracones con literas de tres pisos, enfermedades infecciosas, peleas por comer mondas de patata, trabajos forzados y el deseo -en vano- de creer que las cámaras de gas eran un mito. "Estoy aquí por un error", lleva pensando desde el 15 de abril de 1945, cuando el Ejército británico la liberó de Bergen-Belsen, el campo de concentración al que la mandaron después de pasar por Auschwitz y Hamburgo. Y 'Estoy aquí por un error' es el título de sus memorias, escritas por el historiador checo Marek Lauermann y que acaba de publicar en español la editorial Huso.

"El azar supuso que sobreviviese, aunque no fuese mi destino, y por el azar estoy aquí". Lieblová habla despacio y bajito, como la cuasi-nonagenaria que es. La acompaña su hija Rita, que se llama así en honor a su hermana Ita y que desde hace algunos años la sigue a entrevistas y conferencias: "Me entero más con lo que le cuenta a la gente ajena que con lo que nos cuenta a nosotras", explica. A ver, es que yo "nunca me senté frente a mis hijas y les dije: 'esto es lo que os voy a contar, así es como pasó'", reconoce Lieblová. Porque, ¿cuándo es el momento de contarle a un hijo que eres una superviviente de un campo de exterminio nazi?

"Nací el 19 de mayo de 1929 en Kutná Hora [República Checa], una ciudad minera llena de monumentos góticos". Resulta terrorífica la cotidianidad tan absolutamente trivial de sus años de primera juventud, sin saber lo que llegaría un par de lustros después. Una familia de clase media, con una educación prácticamente laica que ni siquiera consideraba sus raíces judías como una característica reseñable de su identidad. Inviernos en el colegio, vacaciones campestres en la campiña de Třemošnice y árboles decorados para celebrar la Navidad. Hasta el 15 de marzo de 1939, con la ocupación nazi de Checoslovaquia.

Las cosas no cambian de repente. Lo hacen poco a poco y con la aquiscencia de la gente normal, de tu panadero, de tu vecino, de tu médico. "Recuerdo que en la época en la que ya no podía ir al colegio me encontré con una antigua compañera de clase, que escupió delante de mí", cuenta Lieblová en su libro. "Pero entonces no me ofendió de ninguna manera. No le di mucha importancia; en realidad, me hizo más bien gracia". Pocos protestaron cuando a su padre le quitaron la licencia médica por ser judío. Tampoco cuando en 1940 "llegó la orden de que los niños judíos no podían ir a colegios normales". Ni cuando les prohibieron tener gatos, perros o canarios en casa. Ni cuando les limitaron la compra de carne, pescado huevos o lácteos. "La sociedad reaccionó de varias maneras a las medidas antisemitas. A muchos checos les fue indiferente, pero otros encontraron la manera de burlar el reglamento" para ayudar a las familias judías.

La sociedad reaccionó de varias maneras a las medidas antisemitas. A muchos checos les fue indiferente

"El Holocausto, sobre todo, es historia de la gente corriente y común", apostilla Marek Lauermann. "¿Cómo empezaron las restricciones? La gente común y corriente aceptaba esas decisiones. Es una cuestión de hasta qué punto la gente común y corriente está sensibilizada ante las leyes contra un grupo minoritario o contra personas estigmatizadas por lo que sea. Es la gente común la que deja pasar o no esas cosas". Ante la pregunta de si entonces guarda rencor a sus compatriotas, Lieblová niega con la cabeza.

Primero llegó la deportación al campo de concentración de Terezín. Fue el 5 junio de 1942. Un día después de la muerte de Reinhard Heydrich. "Como consecuencia, en pocos días desapareció también la comunidad judía de la cercana Čáslav y de Kolín". "De los judíos de Kutná Hora a los que no se les dejó permanecer en el gueto no volvió ninguno". Después de Terezin, llegó Auschwitz-Birkenau. "En Auschwitz vi con mis propios ojos cómo el hambre y el terror a la muerte podían afectar al alma humana", cuenta Lieblová en su biografía.

Nosotros nunca perdimos la dignidad, ni el sentimiento de que seguíamos siendo personas

También cuenta cómo "los alemanes se esforzaron en privar a los judíos de dignidad". Una reflexión que recuerda a la lucha entre la humanidad y el instinto de supervivencia dentro de un campo de concentración que describe Primo Levi en 'Si esto es un hombre': "sobrevivir al 'lager' es recordar los cimientos de esa humanidad". A pesar de que los nazis se empeñasen en animalizar a los prisioneros, "nosotros nunca perdimos la dignidad, ni el sentimiento de que seguíamos siendo personas", sentencia Lieblová con contundencia, ante el asentimiento de Lauermann y de Rita.

"Las restricciones tenían el objetivo de enfrentar a unos contra otros", añade Lauermann. "Por ejemplo, en el caso de la lucha por la comida. Pero pasó justo al revés: la gente estando en unas condiciones tan pésimas, luchaba unida, se ayudaban unos a otros y hacían grupos para sobrevivir. Incluso surgieron amistades de toda la vida. Creo que los que sobrevivieron fueron aquellos capaces de sentir esa solidaridad, de luchar juntos".

En el momento de la liquidación estaban en el campo mi padre, mi madre e Ita. Los tres perecieron en la cámara de gas

Fue precisamente en Auschwitz-Birkenau donde Lieblová conoció a Dáša, otra prisionera con la que trabó una amistad que duraría toda la vida. Desde su llegada en diciembre de 1943 hasta su partida en verano de 1944, se ayudaron a soportar una existencia penosa entre enfermedades, hambre, parásitos y con la angustia de la muerte materializándose a su alrededor día a día. Porque el día del 'error burocrático', cuando las seleccionaron, ni siquiera la propia Lieblová sabía si eso era una buena o una mala noticia. ¿Seleccionada para qué? "Mi padre incluso fue a ver al escribiente del campo para hablar con él, pero este se lo quitó de encima en cuanto pudo". Sobrecoge lo directo del relato sin adornos de lo que llegó después. "El transporte de diciembre y todo el llamado campo familiar fueron liquidados en julio de 1944. En el momento de la liquidación estaban en él mi padre, mi madre e Ita. Los tres perecieron en la cámara de gas". Así de seco. Probablemente, los únicos datos que pudo obtener sobre su familia una vez que salió del campo. Unas líneas en un papel.

Hasta un año después, ella y su amiga Dáša no fueron liberadas de Bergen-Belsen, tras haber trabajado explotadas en la construcción de zanjas, la limpieza de ruinas y recogida de brezo mientras intentaban resistir los bombardeos nocturnos. "Nunca volví a mi vida anterior", admite Lieblová. "Sí es verdad que volví a Kutná Hora, pero era una ciudad totalmente diferente. El 15 de abril, cuando llegaron los ingleses, tuve sentimientos encontrados. Pero si tengo que resaltar uno fue el alivio. Pensar 'ojalá se haya acabado. Por fin se ha acabado'. Muchos estábamos muy enfermos y no es que pudiésemos dar saltos de alegría, pero sentí un gran alivio". "Tras la vuelta a mi ciudad natal me sentía en casa, aunque sin familia ni amigos".

El nazismo es el nazismo. No lo puedo relacionar con una cultura entera

En los años siguientes retomó sus estudios y se especializó en lengua alemana. Muchos le preguntaron entonces cómo, después de todo lo que había sufrido, decidía dedicar su carrera a estudiar la lengua de aquellos que exterminaron a su familia. "Nunca he relacionado un idioma o una cultura con los años del nazismo", defiende. "Después de la guerra yo no tenía educación; había hecho 5 cursos de Primaria. Pero me extrañaba por qué no se escuchaba más Beethoven, Mozart, Bach. Una cosa no tiene que ver con la otra. El nazismo es el nazismo. No lo puedo relacionar con una cultura entera".

Además, cuando pensó en el inglés como primera opción, la realidad política de Checoslovaquia había cambiado completamente y dicha lengua era, precisamente, el idioma del enemigo. "Cuando quise estudiar inglés, la Checoslovaquia comunista acababa de iniciar un proceso político contra 13 personas -11 de ellos judíos- a los que se acusaba de cosmopolitismo, de ser burgueses y capitalistas. Hacía dos años que había nacido la República Democrática Alemana y había unas relaciones muy estrechas entre Checoslovaquia y RDA. Así que por pragmatismo, elegí el alemán".

Se han cumplido más de 70 años de la caída del nazismo. Una distancia histórica que tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Y entre las malas está el hecho de que ha pasado el tiempo suficiente para que los revisionistas hayan empezado a dejarse ver. ¿Cómo reacciona alguien que ha vivido en sus propias carnes lo que es un campo de exterminio cuando le cuestionan la propia existencia de los campos de exterminio? "Cuando oyes estas cosas se te pone la piel de gallina. Es una cosa que da miedo", contesta. "Por eso los supervivientes visitamos colegios, hablamos de nuestra experiencia, de lo que hemos visto de primera mano, para entregarle nuestro testimonio a cuantas generaciones podamos". "La generación actual todavía puede hacer muchas cosas y espero que las haga para que no vuelva a pasar. Lo único que podemos hacer nosotros es avisaros. ¡Cuidado!".

Europa está hoy tan avanzada y tan lejos de la Europa de entonces que lo que pasó en los años 30 no podría volver a pasar

"Cada maldad sale del miedo. El origen de lo malo que se hace es el miedo", añade Lauermann. "El gran trabajo de un gobierno democrático en estos momentos es ver cómo trabajan el miedo de la gente, ver si lo potencian para conseguir sus objetivos o lo minimizan para que desaparezca". Lieblová es positiva, en ese respecto: "Europa está hoy tan avanzada y tan lejos de la Europa de entonces que lo que pasó en los años 30 no podría volver a pasar. No le desearía a mis hijos ni a mis nietos ni a nadie que pasara por lo que he pasado yo".

"Aquí pone que naciste en 1925, así que tienes 19 años y debes ir a la selección". Un error burocrático y la cabezonería de la vigilante del bloque salvaron a Dagmar Lieblová, que en realidad tenía 15 años, de acabar en las cámaras de gas de Auschwitz-Birkenau. No así a su hermana Ita, de 12 años, ni a su padre Julius ni a su madre Irena. Hoy, con 88 años, Lieblová es testimonio vivo de barracones con literas de tres pisos, enfermedades infecciosas, peleas por comer mondas de patata, trabajos forzados y el deseo -en vano- de creer que las cámaras de gas eran un mito. "Estoy aquí por un error", lleva pensando desde el 15 de abril de 1945, cuando el Ejército británico la liberó de Bergen-Belsen, el campo de concentración al que la mandaron después de pasar por Auschwitz y Hamburgo. Y 'Estoy aquí por un error' es el título de sus memorias, escritas por el historiador checo Marek Lauermann y que acaba de publicar en español la editorial Huso.

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